RIGOBERTA MENCHÚ y su discurso...
Premio Nobel de La Paz 1992
La
vida de Rigoberta Menchú está dedicada a la reivindicación de los
derechos inalienables de las comunidades indias y mestizas de
Latinoamérica
La tragedia familiar de
Rigoberta Menchú no es un caso aislado. Es una víctima más de la
violencia ejercida contra las poblaciones indígenas guatemaltecas. En
1980 debe abandonar el país y buscar asilo en México. Tiene apenas 21
años y una historia dramática a cuestas. Uno de sus hermanos es
asesinado ante sus ojos por un grupo armado de terratenientes. Su padre
muere bajo las llamas en la embajada española en Guatemala, cuando la
policía reprime una protesta pacífica contra el gobierno. Su madre es
apresada y ejecutada por bandas paramilitares. En 1992, como un apoyo
explícito a su lucha humanitaria, se le otorga el premio Nobel de la
Paz. Es la primera mujer indígena que lo recibe y la más joven de los
galardonados de habla hispana.
Rigoberta Menchú Tum nace el 9 de enero de 1959 en Chimel, una pequeña aldea rural ubicada en el municipio de Uspatán. Sus abuelos pertenecen a la antigua cultura maya. Sólo domina el dialecto quiché y recién a los 20 años aprende el español. Testigo de las injusticias que padece su pueblo, en 1978 se incorpora al Comité de Unidad Campesina. El Ejército lleva adelante por entonces una feroz campaña de represión contra la oposición política. Desde el exilio, la figura de Rigoberta adquiere dimensiones universales y sus demandas cosechan adhesiones y solidaridades en todo el mundo. En 1983 el Papa Juan Pablo II visita Guatemala y desde allí condena la discriminación contra los indígenas y reclama normas jurídicas igualitarias para ellos. En 1993 es designada Embajadora de Buena Voluntad por las Naciones Unidas y el Director General de la UNESCO la nombra su consejera personal.
Rigoberta Menchú Tum nace el 9 de enero de 1959 en Chimel, una pequeña aldea rural ubicada en el municipio de Uspatán. Sus abuelos pertenecen a la antigua cultura maya. Sólo domina el dialecto quiché y recién a los 20 años aprende el español. Testigo de las injusticias que padece su pueblo, en 1978 se incorpora al Comité de Unidad Campesina. El Ejército lleva adelante por entonces una feroz campaña de represión contra la oposición política. Desde el exilio, la figura de Rigoberta adquiere dimensiones universales y sus demandas cosechan adhesiones y solidaridades en todo el mundo. En 1983 el Papa Juan Pablo II visita Guatemala y desde allí condena la discriminación contra los indígenas y reclama normas jurídicas igualitarias para ellos. En 1993 es designada Embajadora de Buena Voluntad por las Naciones Unidas y el Director General de la UNESCO la nombra su consejera personal.
En 1983 se publica el desgarrador
testimonio de su vida en un libro titulado “Me llamo Rigoberta Menchú”.
El relato autobiográfico tiene una inmediata repercusión internacional y
ella se convierte en símbolo y ejemplo de los movimientos que defienden
la dignidad de la condición humana. Criada en un ambiente lleno de
privaciones, su hermana menor da cuenta del deslumbramiento que produce
en Rigoberta el contacto con el mundo desarrollado: «Se maravilla ante
el agua que corre por las calles, ante la tecnología, tiene la capacidad
de sorprenderse ante todo lo que existe en el mundo y el deseo de
aprovechar lo que nunca tuvo, de poder vivir lo que nunca pudo, lo que
nunca le dejaron vivir». Como no la anima ningún interés personal, con
el dinero que recibe al obtener el Nobel crea la Fundación Rigoberta
Menchú Tum para continuar su única tarea prioritaria: la causa indígena.
Discurso de Rigoberta Menchu...
Se que es un discurso largo,pero... con él conocereis un poco de la vida de esta mujer y su pueblo,GUATEMALA...yo lo conoci hoy.
gracias por su atención y su tiempo...
Sus majestades los Reyes de Noruega,
Excelentísima señora Primer Ministro,
Excelentísimos miembros de gobiernos y del Cuerpo Diplomático,
Apreciables compatriotas guatemaltecos,
Señoras y señores...
Me llena de emoción y orgullo la
distinción que se me hace al otorgarme el Premio Nobel de la
Paz 1992. Emoción personal y orgullo por mi Patria de
cultura milenaria. Por los valores de la comunidad del pueblo al
que pertenezco, por el amor a mi tierra, a la madre naturaleza.
Quien entiende esta relación, respeta la vida y exalta la
lucha que se hace por esos objetivos.
Considero este Premio, no como un
galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las
conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los
derechos humanos y por los derechos de los pueblos
indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido
divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la
represión y la discriminación.
Permítanme expresarles todo lo que
para mí significa este Premio.
En mi opinión, el Premio Nobel nos
convoca a actuar en función de lo que representa y en
función de su gran trascendencia mundial. Es, además de
una inapreciable presea, un instrumento de lucha por la paz, por
la justicia, por los derechos de los que sufren las abismales
desigualdades económicas, sociales, culturales y
políticas, propias del orden mundial en que vivirnos, y cuya
transformación en un nuevo mundo basado en los valores de la
persona humana, es la expectativa de la gran mayoría de
seres que habitamos este planeta.
Este Premio Nobel significa un
portaestandarte para proseguir con la denuncia de la
vioiación de los Derechos Humanos, que se cometen contra los
pueblos en Guatemala, en América y en el mundo, y para
desempeñar un papel positivo en la tarea que más urge
en mi país, que es el logro de la paz con justicia
social.
El Premio Nobel es un emblema de la Paz y
del trabajo en la construcción de una verdadera democracia.
Estimulará a los sectores civiles para que, en una
sólida unidad nacional, aporten en el proceso de
negociaciones en busca de la paz, reflejando el sentir
generalizado - aunque algunas veces no expresado por el temor -
de la sociedad guatemalteca; el de sentar las bases
políticas y jurídicas para darle impulso irreversible a
la solución de las causas que dieron origen al conflicto
armado interno.
Sin duda alguna, constituye una señal
de esperanza para las luchas de los pueblos indígenas en
todo el Continente.
También es un homenaje para los
pueblos centroamericanos que aún buscan su estabilidad, la
conformación de su futuro y el sendero de su desarrollo e
integración sobre la base de la democracia civil y el
respeto mutuo.
El significado que tiene este Premio Nobel
lo demuestran los mensajes de felicitación que llegaron de
todas partes, desde jefes de Estado - casi todos los Presidentes
de América - hasta las Organizaciones Indígenas y de
Derechos Humanos, de todas partes del mundo. De hecho, ellos ven
en este Premio Nobel no solamente un galardón y un
reconocimiento a una persona, sino un punto de partida de arduas
luchas por el logro de esas reivindicaciones que están
todavía por cumplirse.
En contraste, paradójicamente, fue
precisamente en mi país donde encontré de parte de
algunos las mayores objeciones, reservas e indiferencia respecto
al otorgamiento del Nobel a esta india quiché. Tal vez
porque, en América, sea precisamente en Guatemala en donde
la discriminación hacia el indígena, hacia la mujer y
la resistencia hacia los anhelos de justicia y paz, se encuentran
más arraigadas en ciertos sectores sociales y
políticos.
En las actuales circunstancias de este
mundo convulso y complejo, la decisión del Comité
Noruego del Premio Nobel de la Paz de otorgarme esta honorable
distinción, refleja la conciencia de que por ese medio se
está dando un gran aliento a los esfuerzos de paz,
reconciliación y justicia; a la lucha contra el racismo, la
discriminación cultural, para contribuir al logro de la
convivencia armónica entre nuestros pueblos.
Con profundo dolor, por una parte, pero con
satisfacción por otra, hago del conocimiento de ustedes, que
temporalmente el Premio Nobel de la Paz 1992 tendrá que
permanecer en la Ciudad de México, en vigilia por la paz en
Guatemala. Porque no hay condiciones políticas en mi
país que permitan avizorar una pronta y justa solución.
La satisfacción y reconocimiento provienen del hecho de que
México, nuestro hermano país vecino, que tanto
interés y esfuerzo ha puesto en las negociaciones que se
realizan para lograr la paz y ha acogido a los refugiados y
exiliados guatemaltecos, nos ha otorgado un lugar en el Museo del
Templo Mayor (cuna de la memoria milenaria de los Aztecas) para
que el Premio Nobel resida, en tanto se crean las condiciones de
paz y seguridad para ubicarlo en Guatemala, la tierra del
Quetzal.
Al valorar en todo lo que significa el
otorgamiento del Premio Nobel, quiero decir algunas palabras en
representación de aquellos que no pueden hacer llegar su voz
o son reprimidos por expresarla en forma de opinión, de los
marginados, de los discriminados, de los que viven en la pobreza,
en la miseria, víctimas de la represión y de la
violación a los derechos humanos. Sin embargo, ellos que han
resistido por siglos, no han perdido la conciencia, la
determinación, la esperanza.
Permítanme, señoras y
señores, decirles algunas palabras sobre mi país y la
Civilización Maya. Los Pueblos Mayas se desarrollaron
geográficamente en una extensión de 300 mil
kilómetros cuadrados; ocuparon lugares en el Sur de
México, Belice, Guatemala y partes de Honduras y El
Salvador; desarrollaron una civilización muy rica en los
campos de la organización política, en lo social y
económico; fueron grandes científicos en lo
concerniente a las matemáticas, la astronomía, la
agricultura, la arquitectura y la ingeniería; y grandes
artistas en la escultura, la pintura, el tejido y el tallado.
Los Mayas descubrieron la categoría
matemática CERO, casi al mismo tiempo que ésta fue
descubierta en la India y después trasladada a los
árabes. Sus previsiones astronómicas basadas en
cálculos matemáticos y observaciones científicas,
son asombrosos todavía ahora. Elaboraron un calendario
más exacto que el Gregoriano, y en la medicina practicaron
operaciones quirúrgicas intracraneanas.
En uno de los libros Mayas que escaparon de
la destrucción conquistadora, conocido como Códice
de Dresden, aparecen los resultados de la investigación
acerca de los eclipses y contiene una tabla de 69 fechas, en las
cuales ocurren eclipses solares en un lapso de 33 años.
Es importante destacar hoy el respeto
profundo de la civilización Maya hacia la vida y la
naturaleza en general.
¿Quién puede predecir qué
otras grandes conquistas científicas y qué desarrollo
habrían logrado alcanzar esos pueblos, si no hubieran sido
conquistados a sangre y fuego, objetos del etnocidio, que
alcanzó casi 50 millones de personas en 50 años?
Este Premio Nobel lo interpreto primero
como un homenaje a los pueblos indígenas sacrificados y
desaparecidos por la aspiración de una vida más digna,
justa, libre, de fraternidad y comprensión entre los
humanos. Los que ya no están vivos para albergar la
esperanza de un cambio de la situación de pobreza y
marginación de los indígenas, relegados y desamparados
en Guatemala y en todo el continente americano.
Reconforta esta creciente atención,
aunque llegue 500 años más tarde, hacia el sufrimiento,
la discriminación, la opresión y explotación que
nuestros pueblos han sufrido, pero que gracias a su propia
cosmovisión y concepción de la vida han logrado
resistir y finalmente ver con perspectivas promisorias.
Cómo, de aquellas raíces que se quisieron erradicar,
germinan ahora con pujanza, esperanzas y representaciones para el
futuro.
Implica también una manifestación
del progresivo interés y comprensión internacional por
los Derechos los Pueblos originarios, por el futuro de los
más de 60 millones de indígenas que habitan nuestra
América y su fragor de protesta por los 500 años de
opresión que han soportado. Por el genocidio incomparable
que han sufrido en toda esta época, del que otros
países y las élites en America se han favorecido y
aprovechado.
¡Libertad para los indios donde
quieran que estén en América y en el mundo, porque
mientras vivan vivirá un brillo de esperanza y un pensar
original de la vida!
Las manifestaciones de júbilo de las
Organizaciones Indígenas de todo el continente y las
congratulaciones mundiales recibidas por el otorgamiento del
Premio Nobel de la Paz, expresan claramente la trascendencia de
esta decisión. Es el reconocimiento de una deuda de Europa
para con los pueblos indígenas americanos; es un llamado a
la conciencia de la Humanidad para que se erradiquen las
condiciones de marginación que los condenó al coloniaje
y a la explotación de los no indígenas; y es un clamor
por la vida, la paz, la justicia, la igualdad y hermandad entre
los seres humanos.
La particularidad de la visión de los
pueblos indígenas se manifiesta en las formas de
relacionarse. Primero, entre los seres humanos, de manera
comunitaria. Segundo, con la tierra, como nuestra madre, porque
nos da la vida y no es sólo una mercancía. Tercero, con
la naturaleza; pues somos partes integrales de ella y no sus
dueños.
La madre tierra es para nosotros, no
solamente fuente de riqueza económica que nos da el
maíz, que es nuestra vida, sino proporciona tantas cosas que
ambicionan los privilegiados de hoy. La tierra es raíz y
fuente de nuestra cultura. Ella contiene nuestra memoria, ella
acoge a nuestros antepasados y requiere por lo tanto también
que nosotros la honremos y le devolvamos con ternura y respeto
los bienes que nos brinda. Hay que cuidar y guardar la madre
tierra para que nuestros hijos y nuestros nietos sigan
percibiendo sus beneficios. Si el mundo no aprende ahora a
respetar la naturaleza ¿qué futuro tendrán las
nuevas generaciones?
De estos rasgos fundamentales se derivan
comportamientos, derechos y obligaciones en el continente
americano, tanto para los indígenas como para los no
indígenas, sean estos mestizos, negros, blancos o
asiáticos. Toda la sociedad tiene la obligación de
respetarse mutuamente, de aprender los unos de los otros y de
compartir las conquistas materiales y científicas,
según su propia conveniencia. Los indígenas jamás
han tenido, ni tienen, el lugar que les corresponde en los
avances y los beneficios de la ciencia y la tecnología, no
obstante que han sido base importante de ellos.
Las civilizaciones indígenas y las
civilizaciones europeas de haber tenido intercambios de manera
pacífica y armoniosa, sin que mediara la destrucción,
explotación, discriminación y miseria, seguramente
habrían logrado una conjunción con mayores y más
valiosas conquistas para la Humanidad.
No debemos olvidar que cuando los europeos
llegaron a América, florecían civilizaciones pujantes.
No se puede hablar de descubrimiento de América, porque se
descubre lo que se ignora o se encuentra oculto. Pero
América y sus civilizaciones nativas se habían
descubierto a sí mismas mucho antes de la caída del
Imperio Romano y del Medioevo europeo. Los alcances de sus
culturas forman parte del patrimonio de la Humanidad y siguen
asombrando a sus estudiosos.
Pienso que es necesario que los pueblos
indígenas, de los que soy una de sus miembros, aporten su
ciencia y sus conocimientos al desarrollo de los humanos, porque
tenemos enormes potenciales para ello, intercalando nuestras
herencias milenarias con los avances de la civilización en
Europa y otras regiones del mundo.
Pero ese apolle, que nosotros emendemos
como un rescate del patrimonio natural y cultural, debe de ser en
tanto que actores de una planificación racional y
consensúa! del usufructo de los conocimientos y recursos
naturales, con garantías de igualdad ante el Estado y la
sociedad.
Los indígenas estamos dispuestos a
combinar tradición con modernidad, pero no a cualquier
precio. No consentiremos que el futuro se nos plantee como
posibles guardias de proyectos etnoturísticos a escala
continental.
En un momento de resonancia mundial en
torno a la conmemoración del V Centenario de la llegada de
Cristobal Colón a tierras americanas, el despertar de los
pueblos indígenas oprimidos nos exige reafirmar ante el
mundo nuestra existencia y la validez de nuestra identidad
cultural. Nos exige que luchemos para participar activamente en
la decisión de nuestro destino, en la construcción de
nuestros estados-naciones. Si con ello no somos tomados en
cuenta, hay factores que garantizan nuestro futuro: la lucha y la
resistencia; las reservas de ánimo; la decisión de
mantener nuestras tradiciones puestas a prueba por tantas
dificultades, obstáculos y sufrimientos; la solidaridad para
con nuestras luchas por parte de muchos países, gobiernos,
organizaciones y ciudadanos del orbe.
Por eso sueño con el día en que
la interrelación respetuosa justa entre los pueblos
indígenas y otros pueblos se fortalezca, sumando
potencialidades y capacidades que contribuyan a hacer la vida en
este planeta menos desigual, más distributiva de los tesoros
científicos y culturales acumulados por la Humanidad,
floreciente de paz y justicia.
Creo que esto es posible en la
práctica y no solamente en la teoría. Pienso que esto
es posible en Guatemala y en muchos otros países que se
encuentran sumidos en el atraso, el racismo, la
descriminación y el subdesarrollo.
El día de hoy, en el 47 período
de sesiones de la Asamblea General, la Organización de
Naciones Unidas - ONU - inaugura 1993 como Año
Internacional de los Pueblos Indios, en presencia de
destacados dirigentes de las organizaciones de los pueblos
indígenas y de la coordinación del Movimiento
Continental de Resistencia Indígena, Negra y Popular, que
participarán protocolariamente en la apertura de labores a
fin de exigir que 1993 sea un año con acciones concretas
para darle verdaderamente su lugar a los pueblos indígenas
en sus contextos nacionales y en el concierto internacional.
La conquista del Año Internacional
de los Pueblos Indígenas y los avances que
représenta la elaboración del proyecto de
Declaración Universal son producto de la
participación de numerosos hermanos indígenas,
organizaciones no gubernamentales y la gestión éxitosa
de los expertos del Grupo de Trabajo asi como la comprensión
de varios estados en el seno de la Organización de las
Naciones Unidas.
Esperamos que la formulación del
proyecto de Declaración sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas examine y profundice en la contradicción
existente entre los avances en materia de derecho internacional y
la difícil realidad que en la práctica vivimos los
indoamericanos.
Nuestros pueblos tendrán un año
dedicado a los problemas que los aquejan y, para ello, se
aprestan a llevar a cabo actividades con el objetivo de hacer
planteamientos y presionar, mediante las más razonables
formas y las argumentaciones más valederas y justas, para la
eliminación del racismo, la opresión, la
discriminación y la explotación que los ha sumido en la
miseria y en el olvido. Para los condenados de la tierra
también la adjudicación del Premio Nobel representa un
reconocimiento, un aliciente y un objetivo.
Desearía que se desarrollara en todos
los pueblos un consciente sentido de paz y el sentimiento de
solidaridad humana, que puedan abrir nuevas relaciones de respeto
e igualdad para el próximo milenio, que deberá ser de
fraternidad y no de conflictos cruentos.
En todas partes se está conformando
una opinión sobre un fenómeno de actualidad, que a
pesar de que se expresa entre guerras y violencia, le plantea a
la Humanidad entera la defensa de su validez histórica: la
unidad en la diversidad. Y que nos llama a la reflexión para
incorporar importantes elementos de cambio y transformación
en todos los aspectos de la vida del mundo, en busca de
soluciones específicas y concretas a la profunda crisis
ética que aqueja a la Humanidad. Esto sin duda tendrá
influencias determinantes en la conformación del futuro.
Es posible que algunos centros de poder
político y económico, algunos estadistas e
intelectuales, todavía no alcancen a comprender el despertar
y la configuración promisoria que significa la
participación activa de los pueblos indígenas en todos
los terrenos de la actividad humana, pero el movimiento amplio y
plural desencadenado por las diferentes expresiones
políticas e intelectuales amerindias terminará por
convencerlos que objetivamente somos parte constituyente de las
alternativas históricas que se están gestando a nivel
mundial.
Señoras y señores, unas francas
palabras sobre mi país.
La atención que con este Premio Nobel
de la Paz se centra en Guatemala deberá permitir que
internacionalmente se deje de ignorar la violación a los
derechos humanos y honrará a todos aquellos que murieron
luchando por la igualdad social y la justicia en mi
país.
El mundo conoce que el pueblo guatemalteco,
mediante su lucha, logró conquistar en octubre de 1944 un
periodo de democracia, en que la institucionalidad y los derechos
humanos fueron su filosofía esencial. En esa época,
Guatemala fue excepcional en el continente americano en su lucha
por alcanzar la plena soberanía nacional. Pero en 1954, en
una confabulación que unió a los tradicionales centros
de poder nacionales, herederos del coloniaje, con poderosos
intereses extranjeros, el régimen democrático fue
derrocado a través de una invasión armada e impuso de
nuevo el viejo sistema de opresión que ha caracterizado la
historia de mi país.
La sujeción política,
económica y social que se derivó de ese producto de la
guerra fría dio origen al conflicto armado interno. La
represión contra las organizaciones populares, los partidos
democráticos, los intelectuales empezó en Guatemala
mucho antes de que se iniciara la guerra. No lo olvidemos.
En el intento de sofocar la rebelión,
las dictaduras cometieron las más grandes atrocidades. Se
arrasaron aldeas, se asesinaron decenas de miles de campesinos,
principalmente indígenas, centenas de sindicalistas y
estudiantes, numerosos periodistas por dar a conocer la
información, connotados intelectuales y políticos,
religiosos y religiosas. Por medio de la persecución
sistemática, en aras de la doctrina de seguridad del Estado,
se forzó al desplazamiento de un millón de campesinos;
a la búsqueda del refugio por parte de 100 mil más en
países vecinos. Hay en Guatemala casi 100 mil huérfanos
y más de 40 mil viudas. En Guatemala se inventó, como
política de Estado, la práctica de los desaparecidos
políticos.
Como ustedes saben, yo misma soy
sobreviviente de una familia masacrada.
El país se desplomó en una crisis
sin precedentes y los cambios en el mundo obligaron e incitaron a
los militares a permitir una apertura política que
consistió en la elaboración de una nueva
Constitución, en una ampliación del juego político
y el traspaso del gobierno a sectores civiles. Llevamos ocho
años de este nuevo régimen, en el que los sectores
populares y medios se han abierto espacios importantes.
No obstante en los espacios abiertos
persiste la represión y la violación a los derechos
humanos en medio de una crisis económica, que se ha
agudizado a tal punto, que el 84% de la población es
considerada como pobre y alrededor del 60% como muy pobre. La
impunidad y el terror continúan impidiendo la libre
manifestación del pueblo por sus necesidades y demandas
vitales. Perdura el conflicto armado interno.
La vida política de mi país ha
girado en este último tiempo en torno a la búsqueda de
una solución política a la crisis global y al conflicto
armado que vive Guatemala desde 1962. Este proceso tuvo su origen
en el Acuerdo suscrito en esta misma capital, Oslo, entre la
Comisión Nacional de Reconciliación con mandato
gubernamental, y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca,
como un paso necesario para introducir a Guatemala en el
espíritu del Acuerdo de Esquipulas.
Como consecuencia de este Acuerdo,
después de la realización de conversaciones entre la
URNG y diversos sectores de la sociedad guatemalteca, se
iniciaron durante el régimen del Presidente Serrano
negociaciones directas entre el gobierno y la guerrilla,
resultado de las cuales han sido ya firmados tres acuerdos. Sin
embargo, el tema de los Derechos Humanos ha ocupado bastante
tiempo, porque constituye un tema eje de la problemática
guatemalteca y alrededor del cual han surgido importantes
diferencias. No obstante, se ha avanzado considerablemente
también en el mismo.
El proceso de negociaciones busca acuerdos
para establecer las bases de una democratización verdadera y
la finalización de la guerra. Entiendo que con la buena
voluntad de las partes y la participación activa de los
sectores civiles, conformando una gran unidad nacional, se
podrá rebasar la etapa de los propósitos y sacar a
Guatemala de esa encrucijada histórica que ya nos parace
eternizarse.
El diálogo y la negociación
política son, sin duda, requisitos adecuados para que estos
problemas se resuelvan y así ofrecer respuestas valederas y
concretas a necesidades vitales y urgentes para la vida y
democratización de nuestro pueblo guatemalteco. Pues, estoy
convencida de que si los diversos sectores sociales que integran
la sociedad guatemalteca encuentran bases de unidad, respetando
sus diferencias naturales, podían hallar conjuntamente una
solución a estos problemas y así resolver las causas
que condujeron a la guerra que vive Guatemala.
Tanto los sectores civiles guatemaltecos
como la comunidad internacional debemos exigir que las
negociaciones entre el Gobierno y la URNG sobrepasen el periodo
en que se encuentran en la discusión de los Derechos
Humanos, y lleguen tan pronto como sea posible, a un acuerdo
verificable por la Organización de las Naciones Unidas. Es
necesario destacar aquí, en Oslo, que la situación de
los Derechos Humanos en Guatemala constituye hoy por hoy el
más urgente problema a resolver. Y mi afirmación no es
ni casual ni gratuita.
Tal como lo han constatado instituciones
internacionales como la Comisión de Derechos Humanos de la
ONU, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otros
numerosos organismos humanitarios, Guatemala es uno de los
países de América donde se comete el mayor número
de violaciones a esos derechos, con la mayor impunidad, y en lo
que generalmente están comprometidas de una u otra forma las
fuerzas de seguridad. Es imprescindible que la represión y
persecución que sufren los sectores populares e
indígenas cesen. Que se ponga fin al reclutamiento forzado
de jóvenes y a la integración forzada de las Patrullas
de Autodefensa Civil, que afecta principalmente a los
indígenas.
Urge construir una democracia en Guatemala.
Es necesario lograr que se observen los derechos humanos en toda
su gama: poner fin al racismo; garantizar la libre
organización y locomoción de todos los sectores de la
población. En definitiva, es imprescindible abrir el campo a
la sociedad civil multiétnica, con todos sus derechos,
desmilitarizar el país y sentar las bases para su
desarrollo, a fin de sacarlo del atraso y la miseria en que se
vive actualmente.
Uno de los más amargos dramas que
puedan soportar porcentajes cuantiosos de población es el
éxodo forzado. El verse obligados por la fuerza militar y la
persecución a abandonar sus poblados, su madre tierra, el
sitio de reposo de sus antepasados, su ambiente, la naturaleza
que les dio la vida y la diseminación de sus comunidades,
que constituyen un coherente sistema de organización social
y de democracia funcional.
El caso de los desplazados y refugiados en
Guatemala es desgarrador, una parte de ellos condenada al exilio
en otros países y la gran mayoría al exilio en su
propio país. Forzados a deambular de un lugar para otro, a
vivir en barrancos y lugares inhóspitos, algunos
desconocidos como ciudadanos guatemaltecos y todos condenados a
la miseria y al hambre. No puede haber una democracia verdadera
si este problema no se resuelve satisfactoriamente, reintegrando
a esta población a sus tierras y poblados.
En la nueva sociedad guatemalteca una
reorganización de la tenencia de la tierra es fundamental,
para que permita tanto el desarrollo de las potencialidades
agrícolas como la restitución a sus legítimos
dueños de tierras comunales despojadas. Sin olvidar que este
proceso reorganizador debe hacerse con el mayor respeto por la
naturaleza, para preservarla y devolverle su vigor y capacidad de
generar vida.
No menos distintiva de una democracia es la
justicia social. Ella exige la solución de los aterradores
índices de mortalidad infantil, de desnutrición, de
falta de educación, de analfabetismo, de salarios de
exterminio. Estos problemas aquejan creciente y dolorosamente a
la población guatemalteca, sin perspectivas ni
esperanza.
Entre los rasgos que caracterizan a la
sociedad actual está el papel de la mujer, sin que por ello
la emancipación de la mujer haya sido conquistada plenamente
en ningún país del mundo.
El desarrollo histórico de Guatemala
refleja ahora la necesidad y la irreversibilidad de la
contribución activa de la mujer en la configuración del
nuevo orden social guatemalteco y, modestamente, pienso que las
mujeres indígenas somos ya un claro testimonio de ello. Este
Premio Nobel es un reconocimiento a quienes han sido, y
todavía lo son en la mayor parte del mundo, las más
explotadas de los explotados; las más discriminadas de los
discriminados; las más marginadas de los marginados y, sin
embargo, productoras de vida de conocimiento, de expresión y
de riqueza.
La democracia, el desarrollo y la
modernización de un país se hacen imposibles e
incongruentes sin la solución de estos problemas.
Igualmente importante es el reconocimiento
en Guatemala de la Identidad y los Derechos de los Pueblos
Indígenas, que han sido ignorados y despreciados no
sólo en el período colonial, sino en la era
republicana. No se puede concebir una Guatemala democrática,
libre y soberana, sin que la identidad indígena perfile su
fisonomía en todos los aspectos de la existencia
nacional.
Será indudablemente algo nuevo,
inédito, con una fisonomía que en este momento no
podemos formular. Pero responderá auténticamente a la
Historia y a las características que debe comprender una
verdadera nacionalidad guatemalteca. A su perfil verdadero, por
tanto tiempo desfigurado.
Esta urgencia y esta vital necesidad, son
las que me conducen en este momento, en esta tribuna, a plantear
a la opinión nacional y a la comunidad internacional
interesarse más activamente en Guatemala.
Tomando en consideración que en
relación a mi papel como Premio Nobel en el proceso de
negociaciones por la paz en Guatemala se han manejado un abanico
de posibilidades, pienso que éste es más bien el de
promotora de la paz, la unidad nacional, de la defensa de los
derechos indígenas. De tal manera que pueda tomar
iniciativas acordes a las que se vayan presentando, evitando de
esta manera encasillar el Premio Nobel en un papel.
Convoco a todos los sectores sociales y
étnicos que componen el pueblo de Guatemala a participar
activamente en los esfuerzos por encontrar una solución
pacífica al conflicto armado, forjando una sólida
unidad entre los pueblos ladino, negro e indígena, que deben
de formar en su diversidad la guatemalidad.
Con ese mismo sentido, yo invito a la
comunidad internacional a contribuir con acciones concretas a que
las partes superen las diferencias que en este momento mantienen
las negociaciones en una situación de expectativa, y
así se logre, primero, firmar un acuerdo sobre Derechos
Humanos. Para que luego se reanuden las rondas de
negociación y se encuentren los puntos de compromiso que
permitan que este acuerdo de Paz sea firmado y que la
verificación del mismo se haga inmediatamente, pues no me
cabe la menor duda de que ésto traería un alivio
substancial a la situación existente en Guatemala.
Según mi opinión, también
una participación más directa de las Naciones Unidas,
que fuera más allá de un papel de observador,
podría ayudar stancialmente al proceso a salir del paso.
Señoras y señores, el hecho de
que me haya referido preferencialmente a América, y en
especial a mi país, no significa que no ocupe un lugar
importante en mi mente y corazón la preocupación que
viven otros pueblos del mundo en su incesante lucha por defender
la paz, el derecho a la vida y todos sus derechos inalienables.
La pluralidad de los que nos encontramos reunidos este día
es un ejemplo de ello y en tal sentido les doy humildemente las
gracias en nombre propio.
Muchas cosas han cambiado en estos
años. Grandes transformaciones de carácter mundial han
tenido lugar. Dejó de existir la confrontación
Este-Oeste y se terminó la Guerra Fría. Estas
transformaciones, cuyas modalidades definitivas no se pueden
predecir, han dejado vacíos que pueblos del mundo han sabido
aprovechar para emerger, luchar y ganar espacios nacionales y
reconocimiento internacional.
En la actualidad, luchar por un mundo
mejor, sin miseria, sin racismo, con paz en el Oriente Medio y el
Sudoeste Asiático, a donde dirijo mi plegaria para la
liberación de la señora Aung San Suu Kyi, Premio
Nobel de la Paz 1991; por una solución justa y pacífica
para los Balcanes; por el fin del apartheid en el Sur de Africa;
por la estabilidad en Nicaragua; por el cumplimiento de los
Acuerdos de Paz en El Salvador; por el restablecimiento de la
democracia en Haití; por la plena soberanía de
Panamá; por que todo ello constituye las más altas
aspiraciones de justicia en la situación internacional.
Un mundo en paz que le dé coherencia,
interrelación y concordancia a las estructuras
económicas, sociales y culturales de las sociedades. Que
tenga raíces profundas y una proyección robusta.
Tenemos en nuestra mente las demandas
más sentidas de la Humanidad entera, cuando propugnamos por
la convivencia pacífica y la preservación del medio
ambiente.
La lucha que libramos acrisola y modela el
porvenir.
Nuestra historia es una historia viva, que
ha palpitado, resistido y sobrevivido siglos de sacrificios.
Ahora resurge con vigor. Las semillas, durante tanto tiempo
adormecidas, brotan hoy con certidumbre, no obstante que germinan
en un mundo que se caracteriza actualmente por el desconcierto y
la imprecisión.
Sin duda que será un proceso complejo
y prolongado, pero no es una utopía y nosotros los
indígenas tenemos ahora confianza en su realización.
Sobre todo, si quienes añoramos la paz y nos esforzamos
porque se respeten los derechos humanos en todas partes del mundo
donde se violan, y nos oponemos al racismo, encaminamos nuestro
empeño en la práctica con entrega y vehemencia.
El Pueblo de Guatemala se moviliza y
está consciente de sus fuerzas para construir un futuro
digno. Se prepara para sembrar el futuro, para liberarse de sus
atavismos, para redescubrirse a sí mismo. Para construir un
país con una auténtica identidad nacional. Para
comenzar a vivir.
Combinando lodos los matices ladinos,
garítunas e indígenas del mosaico étnico de
Guatemala debemos entrelazar cantidad de colores, sin entrar en
contradicción, sin que sean grotescos y antagónicos,
dándoles brillo y una calidad superior, como saben tejer
nuestros artesanos. Un güipil genialmente integrado, una
ofrenda a la Humanidad.
Muchas gracias.
https://www.prensalibre.com/hemeroteca/rigoberta-menchu-recibe-el-premio-nobel-de-la-paz-1992/
http://mujeresnobel.eu/rigoberta.html
https://www.nobelprize.org/prizes/peace/1992/tum/26034-rigoberta-menchu-tum-nobel-lecture-1992/
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/menchu.htm
Gracias por la información de la Doctora Rigoberta Menchú
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