La teoría del Big Bang, la Gran Explosión que habría originado nuestro
mundo, pertenece a la cultura general de nuestra época. Originalmente
fue formulada por el belga Georges Lemaître, físico y sacerdote.
Lemaître se hizo famoso por dos trabajos que
están muy relacionados y se refieren al universo en su conjunto: la
expansión del universo, y su origen a partir de un «átomo primitivo».
La expansión del universo
Las
ecuaciones de la relatividad general, formuladas por Einstein en 1915,
permitían estudiar el universo en su conjunto. El mismo Einstein lo
hizo, pero se encontró con un universo que no le gustaba: era un
universo que cambiaba con el tiempo, y Einstein, por motivos no
científicos, prefería un universo inalterable en su conjunto. Para
conseguirlo, realizó una maniobra que, al menos en la ciencia, suele ser
mala: introdujo en sus ecuaciones un término cuya única función era
mantener al universo estable, de acuerdo con sus preferencias
personales. Se trataba de una magnitud a la que denominó «constante
cosmológica». Años más tarde, dijo que había sido el peor error de su
vida.
Otros físicos también habían
desarrollado los estudios del universo tomando como base la relatividad
general. Fueron especialmente importantes los trabajos del holandés
Willem de Sitte, y del ruso George Friedman .
Friedman formuló la hipótesis de un universo en expansión, pero sus
trabajos tuvieron escasa repercusión en aquellos momentos.
Lemaître
trabajó en esa línea hasta que consiguió una explicación teórica del
universo en expansión, y la publicó en un artículo de 1927. Pero, aunque
ese artículo era correcto y estaba de acuerdo con los datos obtenidos
por los astrofísicos de vanguardia en aquellos años, no tuvo por el
momento ningún impacto especial, a pesar de que Lemaître fue a hablar de
ese tema, personalmente, con Einstein y con de Sitter,
ninguno de los dos le hizo caso.
Para que a
uno le hagan caso, suele ser importante tener un buen intercesor. El
gran intercesor de Lemaître fue Eddington, quien le conocía por haberle
tenido como discípulo en Cambridge . En enero de
1930 tuvo lugar en Londres una reunión de la Real Sociedad Astronómica.
Leyendo el informe que se publicó sobre esa reunión, Lemaître advirtió
que tanto de Sitter como Eddington estaban insatisfechos con el universo
estático de Einstein y buscaban otra solución. ¡Una solución que él ya
había publicado Escribió a Eddington recordándole ese trabajo. A Eddington, como a Einstein y por motivos semejantes, tampoco
le hacía gracia un universo en expansión; pero esta vez se rindió ante
los argumentos y se dispuso a reparar el desaguisado. El 10 de mayo de
1930 dió una conferencia ante la Sociedad Real sobre ese problema, y en
ella informó sobre el trabajo de Lemaître: se refirió a la «contribución
decididamente original avanzada por la brillante solución de Lemaître»,
diciendo que «da una respuesta asombrosamente completa a los diversos
problemas que plantean las cosmogonías de Einstein y de de Sitter». El
19 de mayo, de Sitter reconoció también el valor del trabajo de Lemaître
que fue publicado, traducido al inglés, por la Real Sociedad
Astronómica. Lemaître se hizo famoso.
La
fama de Lemaître se consolidó . Muchos astrónomos y periodistas
estaban presentes en Cambridge (Estados Unidos), en la conferencia que
Eddington pronunció en septiembre en olor de multitud, y en esa
conferencia Eddington se refirió a la hipótesis de Lemaître como una
idea fundamental para comprender el universo (Lemaître estaba presente
en la conferencia). En el Observatorio de Harvard, se pidió a
Eddington y Lemaître que explicasen su teoría.
El átomo primitivo
Si
el universo está en expansión, resulta lógico pensar que, en el pasado,
ocupaba un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento
original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de
«átomo primitivo». Esto es lo que casi todos los científicos afirman hoy
día, pero nadie había elaborado científicamente esa idea antes de que
Lemaître lo hiciera, en un artículo publicado en la prestigiosa revista
inglesa «Nature» el 9 de mayo de 1931.
El
artículo era corto, y se titulaba «El comienzo del mundo desde el punto
de vista de la teoría cuántica». Lemaître publicó otros artículos sobre
el mismo tema en los años sucesivos, y llegó a publicar un libro
titulado «La hipótesis del átomo primitivo».
En
la actualidad estamos acostumbrados a estos temas, pero la situación
era muy diferente en 1931. De hecho, la idea de Lemaître tropezó no sólo
con críticas, sino con una abierta hostilidad por parte de científicos
que reaccionaron a veces de modo violento. Especialmente, Einstein
encontraba esa hipótesis demasiado audaz e incluso tendenciosa.
Llegamos
así a una situación que se podría calificar como «síndrome Galileo».
Este síndrome tiene diferentes manifestaciones, según los casos, pero
responde a un mismo estado de ánimo: el temor de que la religión pueda
interferir con la autonomía de las ciencias. Sin duda, una interferencia
de ese tipo es indeseable; pero el síndrome Galileo se produce cuando
no existe realmente una interferencia y, sin embargo, se piensa que
existe.
En nuestro caso, se dio el
síndrome Galileo: varios científicos (entre ellos Einstein) veían con
desconfianza la propuesta de Lemaître, que era una hipótesis científica
seria, porque, según su opinión, podría favorecer a las ideas religiosas
acerca de la creación. Pero antes de analizar más de cerca las
manifestaciones del «síndrome Galileo» en este caso, vale la pena
registrar cómo se desarrollaron las relaciones entre Lemaître y
Einstein.
Einstein y Lemaître
El
artículo de Lemaître , sobre la expansión del universo, no
encontró mucho eco. Desde luego, Lemaître no era un hombre que se
quedase con los brazos cruzados. Convencido de la importancia de su
trabajo, fue a explicárselo al mismísimo Einstein.
El
primer encuentro fue, más bien, un encontronazo. En
octubre de 1927 tuvo lugar, en Bruselas, el famoso quinto congreso
Solvay, donde los grandes genios de la física discutieron la nueva
física cuántica. Lemaître buscó hablar con Einstein sobre su artículo, y
lo consiguió. Pero Einstein le dijo: «He leído su artículo. Sus
cálculos son correctos, pero su física es abominable». Lemaître,
convencido de que Einstein se equivocaba esta vez, buscó prolongar la
conversación, y también lo consiguió. El profesor Piccard, que
acompañaba a Einstein para mostrarle su laboratorio en la Universidad,
invitó a Lemaître a subir al taxi con ellos. Una vez en el coche,
Lemaître aludió a la velocidad de las nebulosas, tema que en aquellos
momentos era objeto de importantes resultados que Lemaître conocía muy
bien y que se encuentra muy relacionado con la expansión del universo.
Pero la situación se volvió bastante embarazosa, porque Einstein no
parecía estar al corriente de esos resultados. Piccard decidió huir
hacia adelante: para salvar la situación, ¡comenzó a hablar con Einstein
en alemán, idioma que Lemaître no entendía!
Las
relaciones de Lemaître con Einstein mejoraron más tarde. La primera
aproximación vino a través de los reyes de Bélgica, que se interesaron
por los trabajos de Lemaître y le invitaron a la corte. Einstein pasaba
cada año por Bélgica para visitar a Lorentz y a de Sitter, y en 1929
encontró una invitación de la reina Elisabeth, alemana como Einstein, en
la que le pedía que fuera a verla llevando su violón (tocar el violón
era una afición común a la reina y a Einstein): esa invitación fue
seguida por muchas otras, de modo que Einstein llegó a ser amigo de los
reyes. En una conversación, el rey preguntó a Einstein sobre la famosa
teoría acerca de la expansión del universo, e inevitablemente se habló
de Lemaître; notando que Einstein se sentía incómodo, la reina le invitó
a improvisar, con ella, un dúo de violón. Ya llovía sobre mojado.
Otra
aproximación se produjo en 1930, en una ceremonia en Cambridge, donde
Einstein encontró a Eddington. De nuevo salió en la conversación la
teoría del sacerdote belga, y Eddington la defendió con entusiasmo.
Einstein
tuvo varios años para reflexionar antes de encontrarse de nuevo
personalmente con Lemaître, en los Estados Unidos. Lemaître había sido
invitado por el famoso físico Robert Millikan, director del Instituto de
Tecnología de California. Entre sus conferencias y seminarios,dirigió un seminario sobre los rayos cósmicos, y Einstein
se encontraba entre los asistentes. Esta vez, Einstein se mostró muy
afable y felicitó a Lemaître por la calidad de su exposición. Después,
ambos se fueron a discutir sus puntos de vista. Einstein ya admitió
entonces que el universo está en expansión; sin embargo, no le convencía
la teoría del átomo primitivo, que le recordaba demasiado la creación.
Einstein dudó de la buena fe de Lemaître en ese tema, y Lemaître, por el
momento, no insistió.
En 1933,
Einstein dirigió algunos seminarios en la Universidad Libre de Bruselas.
Al enterarse de que Hitler había sido nombrado Canciller de la
República Alemana, fue a la Embajada alemana en Bruselas para renunciar a
la nacionalidad alemana y dimitir de sus puestos en la Academia de
Ciencias y en la Universidad de Berlín. Einstein permaneció varios meses
en Bélgica, preparando su porvenir de exiliado. En esas circunstancias,
Lemaître fue a verle y le organizó varios seminarios. En uno de ellos,
Einstein anunció que la conferencia siguiente la daría Lemaître,
añadiendo que tenía cosas interesantes que contarles. El pobre Lemaître,
cogido esta vez por sorpresa, pasó un fin de semana preparando su
conferencia, y la dió el 17 de mayo. Einstein le interrumpió varias
veces en la conferencia manifestando su entusiasmo, y afirmó entonces
que Lemaître era la persona que mejor había comprendido sus teorías de
la relatividad.
Ciencia y religión
Volvamos
al síndrome Galileo. A Einstein le costó aceptar la expansión del
universo, aunque finalmente tuvo que rendirse ante ella, porque sus
ideas religiosas se situaban en una línea que de algún modo podría
calificarse, con los debidos matices, como panteísta. Por tanto, al
otorgar de algún modo un carácter divino al universo, le costaba admitir
que el universo en su conjunto va cambiando con el tiempo. Los mismos
motivos le llevaron a rechazar la teoría del átomo primitivo. Un
universo que tiene una historia y que comienza en un estado muy singular
le recordaba demasiado la idea de creación.
Einstein
no era el único científico que sufría los efectos del síndrome Galileo.
El simple hecho de ver a un sacerdote católico metiéndose en cuestiones
científicas parecía sugerir una intromisión de los eclesiásticos en un
terreno ajeno. Y si ese sacerdote proponía, además, que el universo
tenía un origen histórico, la presunta intromisión parecía confirmarse:
se trataría de un sacerdote que quería meter en la ciencia la creación
divina. Pero los trabajos científicos de Lemaître eran serios, y
finalmente todos los científicos, Einstein incluido, lo reconocieron y
le otorgaron todo tipo de honores.
Lamaître
jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión. Estaba
convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y
complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años,
declaraba en una entrevista concedida al New York Times: «Yo me
interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde
el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos
caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida
profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión,
me ha inducido jamás a cambiar de opinión».
Un
hecho resulta especialmente significativo en este contexto. El 22 de
noviembre de 1951, el Papa Pío XII pronunció una famosa alocución ante
la Academia Pontificia de Ciencias. Algún pasaje parece sugerir que la
ciencia, y en particular los nuevos conocimientos sobre el origen del
universo, prueban la existencia de la creación divina. Lemaître, que en
1960 fue nombrado Presidente de la Academia Pontificia de Ciencias,
pensó que era conveniente clarificar la situación para evitar equívocos,
y habló con el jesuita Daniel O'Connell, director del Observatorio
Vaticano, y con los Monseñores dell'Acqua y Tisserand, acerca del
próximo discurso del Papa sobre cuestiones científicas. En
septiembre de 1952, Pío XII dirigió un discurso a la asamblea general de
la Unión astronómica internacional y, aludiendo a los conocimientos
científicos mencionados en el discurso precedente, evitó extraer las
consecuencias que podían prestarse a equívocos.
Lemaître
dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y
fe. Uno de sus textos resulta especialmente esclarecedor: "El
científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica
especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega
no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la
idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su
formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe
también que Dios no sustituye a sus creaturas. La actividad divina
omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta. Nunca se
podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica. La revelación
divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por
nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son
indispensables para comprender la verdad sobrenatural. Por tanto, el
científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de
que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. Incluso
quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente; en efecto,
ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la
naturaleza en la que se encuentran sobrepuestas y confundidas las
diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene
la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura
subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por
tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su
dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura
de la humanidad. Probablemente esto no le proporcionará nuevos recursos
para su investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano
optimismo sin el cual no se puede mantener durante largo tiempo un
esfuerzo sostenido. En cierto sentido, el científico prescinde de su fe
en su trabajo, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación,
sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica".
Estas palabras, pronunciadas el 10 de septiembre de 1936 en un Congreso
celebrado en Malinas, sintetizan nítidamente la compatibilidad entre la
ciencia y la fe, en un mutuo respeto que evita indebidas interferencias,
y a la vez muestran el estímulo que la fe proporciona al científico
cristiano para avanzar en su arduo trabajo.
https://nuestrotiempo.unav.edu/es/grandes-temas/georges-lemaitre-big-bang-sin-prejuicios-por-favor
https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/ciencia-y-fe-el-origen-del-universo-georges-lemaitre-el-padre-del-big-bang#:~:text=La%20teor%C3%ADa%20del%20Big%20Bang,Lema%C3%AEtre%2C%20f%C3%ADsico%20y%20sacerdote%20cat%C3%B3lico.
https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/ciencia-y-fe-el-origen-del-universo-georges-lemaitre-el-padre-del-big-bang#:~:text=La%20teor%C3%ADa%20del%20Big%20Bang,Lema%C3%AEtre%2C%20f%C3%ADsico%20y%20sacerdote%20cat%C3%B3lico.
https://elpais.com/elpais/2018/07/17/ciencia/1531807774_529457.html
https://www.bbc.com/mundo/noticias-36469530
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