Thomas Chatterton fue un poeta del
prerromanticismo inglés. Fue tal vez el
más precoz de los grandes poetas de Occidente, empezó a escribir versos
a los 11 años, creó un poeta antiguo al que llamó Thomas Rowley, le
atribuyó poemas que él mismo iba inventando, inventó su biografía,
inventó unos poetas paralelos que eran amigos de Rowley, escribió la
correspondencia entre ellos, los comentarios de sus obras, habló de sus
traducciones, y puso a Inglaterra a asombrarse con unos poetas del
pasado que en realidad iban saliendo de su mente febril y de sus manos
niñas desesperadas por salvar a su familia del hambre.
Chatterton aprendió a leer pasados
los siete años y murió antes de haber cumplido los dieciocho, tras haber
realizado una falsificación literaria portentosa que engañó a diversos
eruditos y le transformó en una legendaria figura del Romanticismo.
Fue un autodidacta de principio a fin: para lo primero usó una Biblia
de grandes letras negras; para lo segundo arsénico…Antes de la Biblia,
su familia lo consideraba un idiota; después del arsénico, el mundo lo
considera un genio…
Porque en esa escasa década de “vida alfabetizada”, el poeta se convirtió en una de las figuras mas endiosadas por el Romanticismo.
Porque en esa escasa década de “vida alfabetizada”, el poeta se convirtió en una de las figuras mas endiosadas por el Romanticismo.
Era huérfano de padre. Expulsado
del colegio a los cinco años dándolo por inútil. Se entregó a la lectura
de forma febril. Según relato de su hermana, a los ocho leía todo el
día, ya fuera sobre heráldica, astronomía, medicina, música, etc. Pero
su voracidad no tenía por objeto el saber, sino la fama, con el fin de
sacar de la miseria a su familia. Leyó unos viejos pergaminos del siglo
XV que habían sido vendidos al peso por una iglesia para hacer moldes de
costura y asimiló su lenguaje.
A los once años compuso la égloga
Eleonure y Juga. Alegó –y le creyeron– que se trataba de un viejo
manuscrito del siglo XV. Su autor –precisó Thomas– era el monje medieval
Thomas Rowley, que, como es natural, no existía. Era uno de los
primeros heterónimos de la historia. Siguió con sus falsificaciones
medievales, y por ejemplo hizo para un conde una genealogía familiar que
iba “desde la Conquista normanda hasta nuestros días”, con todo tipo de
referencias y notas a autoridades y libros inexistentes y la
reproducción del presunto escudo de armas de la familia; ganó por ello 5
chelines. Días más tarde amplió la genealogía y se ganó otros cinco
chelines.
Por entonces Chatterton ya
trabajaba como escribiente de un abogado (según algunos estudiosos, en
él se habría inspirado Herman Melville para su Bartleby). A Rowley se
sumaron otras figuras fantásticas, aunque todas ellas con algún asidero
en la historia oficial. Chatterton (declarado admirador e imitador del
falsario James Macpherson) les hizo componer poemas, baladas,
genealogías, biografías y autobiografías, piezas periodísticas y
teatrales, sátiras. Los hizo conocerse mutuamente, escribirse cartas,
editarse, anotarse, traducirse. Como Walter Scott unos años más tarde en
sus novelas históricas, no temía mezclar sucesos y personajes reales en
sus fábulas. Creó un mundo paralelo. Avejentó su ortografía y su papel
untándolo con ocre y restregándolo contra el piso de ladrillo, y compuso
un diccionario Rowley-Inglés/Inglés-Rowley basado en diversos
diccionarios y obras antiguas.
El
profesor Skeat, primero en demostrar definitivamente el carácter
espurio de los escritos, notó que casi todas las palabras anglosajonas
utilizadas por Rowley comienzan con la letra A, de lo que deduce que
Chatterton no pasó de esa letra en sus estudios. En 1769, cuando creyó
estar preparado, Chatterton le escribió una carta a Horace Walpole,
celebrado autor de El castillo de Otranto, enviándole un escrito que
fechó en 1469. Walpole festejó el hallazgo y preguntó de dónde lo había
sacado. Walpole (ya engañado antes por James Macpherson) se desentendió
del asunto. Chatterton escribió un soneto acusándolo de falsario, más
tarde amenazó con suicidarse (en su testamento indicaba que quería ser
enterrado en una tumba medieval).
Sus amigos, creyendo que así lo salvaban, le financiaron un viaje a
Londres en abril de 1770. La capital no le fue inmediatamente hostil: en
poco tiempo colaboraba regularmente para varios periódicos con
composiciones propias de toda índole, además de algún que otro Rowley.
El pago, no obstante, era algo menos regular. En junio o julio, una
pieza musical llamativamente intitulada La venganza le redituó buen
dinero. Fue su primer y último gran éxito. Chatterton le envió a la
familia un paquete con un juego chino de té, moldes de costura, un
abanico para su madre y otro para su hermana, tabaco para la abuela y
otras cosas finas. Cometió suicidio con una dosis mínima de arsénico,
aunque algunas otras versiones hablan de una sobredosis de opio, el 24
de agosto de 1770.
Siete años después de su muerte se
editaron las obras de Rowley. Algún historiador dieciochesco de la
poesía inglesa lo puso entre los cuatro mejores poetas ingleses de la
antigüedad. El presidente de la sociedad de anticuarios escribió un
libro para probar que era auténtico. Recién un siglo más tarde Skeat
cerró el debate, demostrando de una vez y para siempre que Rowley era
Chatterton.
Pero Rowley es sólo una parte de
Chatterton. Su obra verídica es tanto o más rica que la apócrifa, que
apenas si pudo ser publicada. Algunas de sus sátiras (notablemente
Memorias de un perro triste) no tienen nada que envidiarles a los
maestros del género, y lo mismo corresponde decir sobre algunos de sus
poemas. Su vida y su obra interesaron a las artistas posteriores.
Herbert Croft lo incluyó en su novela epistolar Amor y locura, John
Keats le dedicó su Endymion; Samuel Taylor Coleridge, una de sus
monodias. El pintor Henry Wallis se inspiró en su suicidio para crear
una de sus obras maestras. Alfred de Vigny compuso un drama que lleva su
nombre, Chatterton, luego musicalizado por Ruggero Leoncavallo.
DESPEDIDAS
“Adiós, Bristol, inmunda ciudad de ladrillos.
Amantes de la riqueza, adoradores del engaño,
Rechazaron a puntapiés al niño que divulgó
Viejas acusaciones,
Y que por aprender pagó con una fama vacía.
Adiós, Gobernador, sigue tragando idiotas
Con tus eternas armas de corrupción.
Me voy donde soplan himnos celestiales,
Pero tú, cuando mueras, te hundirás en el infierno.
Hasta siempre, Madre: acaba, por fin, mi alma
Angustiada.
No permitas que me equivoque.
Ten misericordia, Cielo, cuando deje de vivir.
Y perdonen este último acto de miseria”.
Amantes de la riqueza, adoradores del engaño,
Rechazaron a puntapiés al niño que divulgó
Viejas acusaciones,
Y que por aprender pagó con una fama vacía.
Adiós, Gobernador, sigue tragando idiotas
Con tus eternas armas de corrupción.
Me voy donde soplan himnos celestiales,
Pero tú, cuando mueras, te hundirás en el infierno.
Hasta siempre, Madre: acaba, por fin, mi alma
Angustiada.
No permitas que me equivoque.
Ten misericordia, Cielo, cuando deje de vivir.
Y perdonen este último acto de miseria”.
-Thomas Chatterton
Thomas Chatterton es uno de los cadáveres más famosos de la historia,
aunque nació en la clase equivocada y nunca logró salir de ella, aunque
vivió apenas diecisiete años y sufrió desde que llegó hasta que
abandonó este mundo. Su madre cuidaba una iglesia en Bristol, su padre
había muerto antes de que él naciera. Lo mandaron a la escuela para
pobres de Bristol, de donde regresó con escaso futuro a los catorce años
y empezó a trabajar para un copista de la ciudad, que no le pagaba ni
una moneda: sólo le daba alojamiento, comida y ropa vieja, como a sus
otros criados. En esas ásperas condiciones, el joven se las arregló para
inventar el inexistente monje medieval llamado Thomas Rowley, le
adjudicó una serie de poemas, que redactó él mismo, en estilo y
caligrafía impecablemente góticos, sobre unos pergaminos que su abuelo
había encontrado accidentalmente en los sótanos de la iglesia que
cuidaba. Gracias a ellos, el impetuoso Chatterton pudo dejar Bristol y
llegar a Londres dispuesto a conquistar la ciudad con su pluma. Seis
meses después su casera lo encontró muerto en el altillo que alquilaba.
El cadáver seguía tibio cuando empezó a tejerse la leyenda. Mientras
la población masculina reunida en la taberna adjudicaba el suicidio a la
evidente insanía del muerto (cosa que permitía explicar todas las
excentricidades de Chatterton, desde “sus amenazas de hacerse
mahometano” hasta sus falsificaciones medievales, su bizarro gusto para
vestir e incluso su vegetarianismo), las chicas del burdel de abajo
aseguraron que el muchacho había muerto de hambre porque el panadero de
la cuadra le había negado “una hogaza a crédito”. La madame afirmó que
lo había oído sollozar toda la noche, mientras sus pasos iban y venían
de un extremo al otro de la habitación. Una vecina que logró colarse
junto al policía que forzó la puerta dijo que el cadáver yacía a medias
caído de la cama, con expresión angelical y rodeado de papeles rotos,
“no mayores que una moneda de seis peniques”. Y el boticario confesó
compungido que la tarde anterior le había vendido al muchacho un poco de
arsénico y láudano. En los días siguientes, no sólo las pupilas del
burdel, sino ya todas las muchachas de la zona hablaban de la fulminante
belleza, el carácter indómito y las proezas amatorias del finado.
Chatterton es el primer caso de un poeta en el que importan menos sus
versos que su vida, y su muerte. A partir de él se acuñaron las
palabras “bardolatría” y “literaturicidio”. Menos de un año después de
su muerte, Alfred de Vigny estrenó en París su obra de teatro sobre
Chatterton y Goethe publicó Las tribulaciones del joven Werther y
comenzó una verdadera epidemia de suicidios de jóvenes en toda Europa.
Chatterton era el patrón por el cual medían su desesperación. Juventud,
poesía y alienación se hicieron sinónimos. El suicidio se convirtió en
el supremo gesto de desprecio hacia el insípido mundo burgués.
Curiosamente, si Chatterton hubiera
seguido escribiendo se habría convertido casi con seguridad en su
propia antítesis: de hecho, al llegar a Londres ya había dejado atrás su
escritura “gótica” y virado hacia el estilo de moda por entonces en la
metrópoli, la sátira en verso.
Con esa paradoja en mente, un egresado de la Universidad de Bristol llamado Nick Groom se sumergió
hace diez años en la iconografía chattertoniana y emergió hace muy poco
con un veredicto hasta para él mismo decepcionante: Chatterton no se
suicidó. El informe del forense admite la presencia de arsénico y
láudano en el cuerpo, pero aplicados para curar una gonorrea que tenía
el muerto. Aparentemente Chatterton habría incurrido en una sobredosis
accidental. No sólo en su nutrida correspondencia londinense sino en los
papeles que quedaron en su habitación y fueron enviados a su familia
hay el menor signo de depresión suicida. Al contrario, Chatterton cuenta
en ellas que estaba ganando buen dinero, fruto de las treinta piezas
que logró colocar en siete periódicos de Londres antes de llegar y otras
veinticuatro que entregó en los meses previos a su muerte, además de
vender un drama musical en cinco guineas (cuando una libra alcanzaba
para alimentar a una familia entera durante una semana) y aceptar una
jugosa comisión para escribir un libro por encargo.
En cuanto a la lluvia de papeles rotos que había en torno del
cadáver, no se debió a que Chatterton destruyera toda su producción
literaria antes de morir, como decía el mito, sino que era práctica
habitual suya romper en pedazos bien pequeños todo lo que escribía y no
le gustaba (para que nadie pudiera robarle los versos que él descartaba
por malos). Groom cuenta además que Chatterton no se hubiera privado
bajo ningún aspecto de dejar una nota en caso de suicidio ya que, en sus
tiempos en casa del copista en Bristol, dos veces habían hallado notas
suicidas de su puño y letra en lugares bien visibles de la casa (de
hecho ésa fue la razón por la que terminaron despidiéndolo y se marchó a
Londres).”
LA BUHARDILLA DE THOMAS
Y tan pronto amanece,
cada vez más intensa, la roja cabellera
mana sobre su rostro.
cada vez más intensa, la roja cabellera
mana sobre su rostro.
(Encantadora curva
la del cuello que emerge del entreabierto escote).
la del cuello que emerge del entreabierto escote).
La arrugada blancura de la amplia camisa
muestra el brazo que pende hasta el entarimado
donde, pálidamente,
se fruncen, rotos, todos los poemas.
muestra el brazo que pende hasta el entarimado
donde, pálidamente,
se fruncen, rotos, todos los poemas.
(La usada tela, tan lisa como el hombro
que descubre, dulce resbala).
que descubre, dulce resbala).
Excepto los papeles por el suelo esparcidos
está la habitación en riguroso orden:
incluso se acostó sin deshacer la cama.
está la habitación en riguroso orden:
incluso se acostó sin deshacer la cama.
(Parece muy cansado, tan minuciosamente,
con tanta saña y con tanta pena
desgarró cada línea de escritura…)
con tanta saña y con tanta pena
desgarró cada línea de escritura…)
Ya desde el tragaluz desciende el ámbar.
Se afilan y se encrespan los contornos
y el color justo adquieren.
Se afilan y se encrespan los contornos
y el color justo adquieren.
Y al fin sabe que, salvo la boca
tan horrorosamente contraída,
que salvo el tinte azul de sus mejillas ralas,
el muchacho es hermoso.
tan horrorosamente contraída,
que salvo el tinte azul de sus mejillas ralas,
el muchacho es hermoso.
Autor: Ana Rossetti
https://creepypasta.fandom.com/es/wiki/El_enga%C3%B1o_de_Thomas_Chatterton
http://libreriabarcodepapelny.com/thomas-chatterton-un-genial-embustero/
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