viernes, 30 de septiembre de 2022

EL SALTERIO DE LUTRELL



El salterio (libro de salmos) de Luttrell es uno de los tesoros de la Biblioteca Británica (MS 42130). Se realizó por encargo de Sir Geoffrey Luttrell de Irnham, un rico terrateniente de Lincolnshire, entre 1325-35 en la diócesis de Lincoln. 
En su elaboración participaron el escribano y hasta cinco artistas diferentes. La profusa iluminación de los márgenes y pies de página hacen de este salterio una valiosa fuente documental de la vida cotidana en la Inglaterra medieval del siglo XIV.
Es posible que la vida cotidiana en el condado de Lincolnshire no haya sido tan perfecta como la que aparece en el Salterio de Luttrell. 

En este manuscrito apoteósico en la decoración marginal e inclasificable en los seres imaginarios que trazaron el escriba y los cinco artistas que dieron forma al encargo de Sir Geoffrey Luttrell de Irnham, en este manuscrito -quería decir- la vida parece tan sencilla que dan ganas de retroceder al siglo XIV y dedicar la jornada al arado, los bueyes, las ovejas y la cocina. 

Sin embargo, hay quienes consideran que sus dibujos son una crítica mordaz de lo cotidiano antes que un retrato de la apacible vida medieval en el este británico.

El mecenas Sir Geoffrey era un señor de gustos refinados y de una suficiente fortuna personal como para no tener que escatimar en los placeres mundanos. En torno al 1325 encargó un libro extenso y repleto de iluminaciones en los márgenes y a los pies de las páginas, como los salterios que estaban haciendo furor entonces entre la monarquía y la nobleza. 
Su retrato aparece en una de las imágenes más conocidas del manuscrito, la que presenta de fondo, como en un escenario teatral, el tapiz azul decorado con los pájaros de plata de las armas familiares. Es aquella escena en la que la propia composición del dibujo indica la raya que divide el mundo, ese mundo al menos, entre los señores y los vasallos. Una mesa a la que se sientan el señor de Luttrell en medio, que es el único que bebe en copa, junto a su esposa, dos dominicos y otros familiares, que beben en cuencos quizá de madera. 
La mesa es servida por varios criados, encabezados por un barbilampiño con una toalla al cuello, que hace una reverencia a su señor feudal. Quizá era el mapparius, el siervo encargado de limpiar las manos a los comensales que cogían los alimentos con las manos antes de que se extendiera en Europa el uso del tenedor que trajo Theodora Dukaina desde la corte bizantina. 
Tras él, varios siervos traen en bandejas la comida desde la cocina. Allí bullen las ollas al fuego, en invierno y en verano; allí las tablas de madera conservan aún los restos del desguace de la pieza de carne que se asará para los señores. Los dibujos no recogen el sudor, ni el cansancio de los matarifes, la madrugada ni el esfuerzo.


 Hasta aquella cocina llegaron los huevos frescos que el joven moreno guardó con celo para no romper ninguno mientras espantaba a pedradas a los pájaros que picaban las semillas del huerto.

La vida en el condado de Lincolnshire no consistía sólo en trabajar. No para los señores, que dedicaban su tiempo fundamentalmente a montar a caballo, a jugar en los jardines y a viajar en carros lujosos tirados por largas hileras de equinos. Así contó el salterio de Luttrell la vida en el condado inglés, como sigue siendo en algunos lugares, cómoda para algunos y agotadora para otros. 




Para fortuna de los soñadores, el manuscrito de Luttrell contiene un mundo imaginario de bestias más dulces que crueles, de híbridos y mestizos, de sueños apacibles y pesadillas de ojos inquietos. Pero esa, como bien saben, será otra historia.


Detalle de tiro con caballo del Salterio de Lutrell. Realizado 1325-1340.
Es un salterio decorado con muchas criaturas fantásticas y con sátiras de la vida mundana. La marginalia han dejado atrás su tamaño de miniatura y en este salterio se han agigantado y ocupado todo el margen. En los márgenes vegetales de izquierda y derecha suelen surgir un gran ser hibrido que salen del borde de la página o un montón de seres extraños que emergen del margen. La miniatura ha perdido su característica de detalle y ahora se ha transformado en grandes figuras, algunas ocupando todo un margen por su gran magnitud.


La representación de la marginalia es más explícita que en los otros salterios. Aquí directamente se ha representado las acciones diarias de los señores nobles contra puestas las del campesinado, haciendo una crítica directa de la sociedad. El iluminador parece no tener que esconder el significado de las cosas en metáforas del "mundo al revés" ni en extraños híbridos como hacían en los otros dos salterios anteriores. En lo que respecta a la composición la marginalia se ha hecho la dueña del salterio, se representan en muchas páginas temas enteros de narrativa con marginalia, aunque también sobreviven los híbridos, pero parecen ser más bien un capricho del iluminador o quizás del promotor. Utiliza mucha variedad de gama cromática pero no vuelve a tener la intensidad del salterio de Rutland. Las formas siguen siendo alargadas, pero ya no se llevan al extremo en lo que concierne a las humanas, ya que en los monstruos de los márgenes sí sigue habiéndolo. 

Sir Geoffrey Luttrell, representado en el salterio de su nombre

https://hmong.es/wiki/Luttrell_Psalter
https://www.facebook.com/watch/?v=331982520211212
https://zaguan.unizar.es/record/32425/files/TAZ-TFG-2015-1851.pdf





miércoles, 7 de septiembre de 2022

RESTOS DE SAN PELAYO


Nacido en Albeos (Crecente, Pontevedra), en el año 911 o 912, Pelayo era sobrino del Obispo de Tui, Hermoigio. Cuentan los hagiógrafos que en la escuela de la catedral aprendió gramática y se inició en la Liturgia, actuando como monaguillo.
España sentía sobre sí el peso de la dominación musulmana. El que se proclamaría, en 929, primer califa de Córdoba, Abderramán III, unificador del al-Andalus, venció en el 920 a los leoneses y navarros en la batalla de Valdejunquera.
Un éxito militar que repercutió directamente en la vida del joven Pelayo. Su tío, el obispo, fue apresado y llevado a Córdoba. Pelayo era su rescate. En un principio, se trataba de un rescate provisional: el niño, como rehén, ocuparía la plaza del anciano, mientras éste conseguiría el oro necesario para, a su vez, liberarlo. Pero esta liberación no tuvo lugar, ya que el obispo, enfermo, murió antes de lograr su propósito.
En Córdoba, a Pelayo le tocó compartir, desde 921, el destino de otros cautivos: la prisión y los trabajos en aquella ciudad enorme. Dicen que en la prisión fue tratado con relativa benevolencia, e incluso aprovechó el tiempo dejándose instruir por clérigos reclusos.
Debía gozar de cierta reputación, por su inteligencia y hasta por su prestancia física. El caso es que fue llevado ante Abderramán III, quien se sintió atraído por el muchacho. Todo el poder de un califa frente a la debilidad de un adolescente. La pretensión del soberano era doble: Comprar el alma y el cuerpo de Pelayo, pero éste, libre pese a la cautividad, no quiso venderse, ni en un sentido ni en otro.
Abderramán no se anduvo con contemplaciones y Pelayo pagó su entereza con la muerte, el 26 de junio de 925. Dicen algunos que una catapulta de guerra lo lanzó desde un patio del alcázar hasta la otra orilla del Guadalquivir; casi muerto, fue degollado por un guardia.
Pero, en algún retablo, como en el mismo “Martirologio”, se alude a otro modo de martirio: siendo desgarrada su carne con tenazas.
El cuerpo del joven santo fue trasladado a León y, más tarde, a Oviedo, donde es venerado en un monasterio de benedictinas. San Pelayo es el patrono del Seminario Menor de Tui.

http://www.preguntasantoral.es/wp-content/uploads/2010/09/Urna-de-San-Pelayo-en-Oviedo.jpg