El siglo XVII europeo estuvo lleno de pensadores, que desde un punto de vista puramente intelectual buscaron afanosamente un sistema que les permitiera adentrarse con un orden en el inmenso campo de conocimientos que intuían. Me voy a referir exclusivamente a aquellos cuya metodología intelectual estuvo relacionada con el mundo científico, y a aquellas instituciones particulares u oficiales que surgieron a lo largo de este siglo, y cuyo fin fue propagar el conocimiento de la Ciencia.
Rogelio Bacon: este monje franciscano vivió entre 1214 y 1294. Pero como fue el primero en recomendar la experimentación personal como fuente de conocimiento, en ver en el experimento el único camino para demostrar la evidencia de los hechos, y en intuir la relación entre el mundo matemático y el de las ciencias naturales, es decir en adelantarse 300 años largos a decir lo mismo que los pensadores del siglo que nos ocupa, me veo en la obligación moral de referirme en primer lugar a él. Incluso usó la expresión "ciencia experimental", aunque en un sentido muy amplio. Algunas de estas ideas le valieron la persecución y la cárcel.
Su principal contribución al pensamiento moderno consistió en impulsar los métodos de la ciencia experimental en su país, divulgando su método inductivo. Para ello:
1. Demostró que la forma como hasta entonces se habían obtenido los conocimientos estaba llena de errores.
2. Combatió la tendencia a generalizar sin datos suficientes.
3. Propuso un nuevo sistema de trabajo basado en la inducción: un científico ante una investigación de un tema ha de: I°. realizar numerosos experimentos, 2°. extraer las consecuencias de éstos; 3°. enunciar principios generales de acuerdo con estas consecuencias que aclaren el por qué del fenómeno estudiado. Sus métodos de trabajo encontraron poca influencia fuera de Gran Bretaña.
Galileo Galilei:Este físico, astrónomo y matemático italiano fue el propulsor de la moderna ciencia física. Galileo partió de la siguiente idea: aplicó el razonamiento científico al estudio de la Naturaleza y sus fenómenos. Para conseguirlo, propuso el siguiente esquema:
1.Partir de la observación de hechos aislados.
2.A partir de ellos, enunciar una hipótesis que los explique.
3.Comprobar experimentalmente esa hipótesis.
4.Convertir las consecuencias extraídas en ley . "El gran libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático".
Fue el primero que se dio cuenta de que para avanzar en el conocimiento de este lenguaje matemático era imprescindible la investigación.
Galileo fue castigado por un tribunal de la Inquisición por afirmar que era la Tierra la que giraba alrededor del sol y no al revés como afirmaba la iglesia para la que resultaba inconcebible que la Tierra, a la que creía el centro del universo, resultara un simple planeta, uno mas de los que giraban alrededor de un astro mucho mayor. Obligado a retractarse públicamente, lo hizo para salvar su vida; sin embargo, completamente seguro del resultado de su trabajo, cuentan las crónicas que inmediatamente después de presentar su retracto, Galileo dijo en voz muy baja: "Y sin embargo, se mueve".
René Descartes:Este filósofo francés fue realmente el iniciador de la filosofía moderna, libre de ideas ocultas y cuya base es el conocimiento humano y la experimentación. En su obra "Reglas para la dirección de la mente" escrita en París, hacia 1628, expuso su interés por desarrollar un método que explicase el avance científico y pudiera ser utilizado en el estudio de cualquier materia científica y lo encontró en lo que él mismo llamó "duda metódica", cuyas reglas básicas eran no aceptar como verdadero nada más que aquello que fuera evidente y simple y descomponer cualquier dificultad en tantas partes como fuera posible. Es decir, viviseccionar las ideas hasta llegar a lo que Descartes llamó la verdad evidente cuyas principales características eran "claridad y distinciori ; a estas ideas las llamó "simples". Pero como las ciencias mas importantes en aquel momento eran las matemáticas, Descartes, impresionado por el rigor y la capacidad sintetizadora de ellas, las tomó como modelo de manera que lo que realmente intentó fue encontrar una idea simple a partir de la cual se pudieran deducir las demás ideas en una cadena deductiva. al modo de una demostración de geometría. Es decir, el "pienso, luego existo" cartesiano.
Isaac Newton:Este físico y matemático inglés quiso suprimir las hipótesis como base de su sistema cognoscitivo y las sustituyó por el método de elevar a la categoría de Leyes de la Naturaleza el resultado de los cálculos realizados a partir de observaciones particulares y después comprobar experimentalmente las consecuencias de estas leves.
Por este camino descubrió la ley de la gravitación universal. Aunque la fuerza de gravedad ya había sido intuida anteriormente por otros científicos, fue Newton quien desarrolló su formula matemática, quien comprobó que la fuerza de caída de los cuerpos variaba con la altura, y quien demostró que esta caída de los cuerpos era la manifestación de una fuerza que llenaba el Universo. Como consecuencia enunció la ley de la gravitación universal, indicando que cada partícula del universo atrae a todas las demás con una fuerza que varia directamente con el producto de sus masas e inversamente al cuadrado de sus distancias. A Newton le debemos también el cálculo infinitesimal, el binomio y las comprobación de que la luz blanca es la suma de los 7 colores básicos.
El clima de tolerancia y libertad de pensamiento que se vivió durante este siglo entre los hombres de ciencia permitió el nacimiento de las Academias científicas. Estas eran asociaciones de hombres de ciencia cuyo fin específico se concretaba en compartir entre todos ellos los descubrimientos de cada uno de sus miembros. También los descubrimientos de sus miembros se divulgaban entre los demás socios por medio de una revista científica que ellos mismos editaban. La primera Academia de índole estrictamente científica que se fundó fue en Nápoles, en 1560. Su finalidad era el fomento de las ciencias naturales, pero enseguida tuvo que disolverse al ser perseguida por la Inquisición romana. La misma suerte siguió la Accademia dei Lincei, fundada en Roma en 1603 por el príncipe de Chesi, quien la dotó de un museo de Historia Natural y de un jardín botánico; a ella perteneció Galileo. Esta Academia pudo renacer después de un tiempo, y hoy día aún existe. La Academia del Cimento o de Experiencia fue fundada por discípulos y admiradores de Galileo en Florencia., bajo la protección del cardenal Leopoldo de Medicis; esta Academia desapareció a la muerte de su protector.
En Gran Bretaña, fue Francisco Bacon el primero en lanzar la idea de las ventajas que supondría la fundación de asociaciones de este tipo: en su escrito "Nova Atlántida" se refirió a las ventajas que supondría para el avance científico el que cada trabajo individual fuera comentado y compartido por la totalidad de la comunidad científica y a la conveniencia de reunirse todos aquellos que persiguieran el adelanto científico en locales en donde existiesen condiciones para hacer experimentos. En 1645 empezaron a reunirse en Londres un grupo de filósofos para discutir sus ideas; por causas políticas celebraban sus reuniones a puerta cerrada en el Colegio de Gresham. Mas adelante, aprovechando la Restauración de Carlos II, esta asociación se transformó en la Real Sociedad de Londres para el fomento del conocimiento natural. Su órgano literario "Transacciones Filosóficas" fue aprovechado por los hombres de ciencia para dar a conocer a través de esta revista sus experimentos según los iban realizando en sus laboratorios privados.
Francia, desde la primera parte del siglo, algunos científicos se empezaron a reunir privadamente en casa del sacerdote Merssene, con el fin de dar a conocer entre ellos sus investigaciones. A partir de esta iniciativa, las academias se convirtieron pronto en importantes instituciones oficiales, en su mayoría creadas bajo la tutela del cardenal Richelieu. En 1666, se creó la Academia de las Ciencias, que estaba dotada de laboratorios donde los socios podían realizar sus experimentos; de esta manera los demás socios teman un conocimiento práctico de ellos, y no sólo teórico como en el caso de la sociedad londinense.
En Alemania, solo se fundó una Academia y fue de índole muy diferente a las anteriores, pues la "Academia Imperial de los Curiosos de la Naturaleza de Alemania" fue creada para mantener correspondencia entre sus afiliados, siendo los trabajos de estos publicados individualmente; hasta 1670, en que fueron publicadas sus primeras memorias, no tuvo sede social.
En España, aparecieron dos academias: el "Colegio de San Telmo" y la "Real Sociedad de Medicina de Sevilla", fundada por seis médicos y un farmacéutico que en 1697 se empezaron a reunir en tertulias científico-literarias, si bien, no consiguieron que se aprobaran sus estatutos hasta 1700, por lo que la labor de esta Academia se sitúa en el siglo XVIII.
Además de las revistas publicadas por estas academias, aparecieron otras de carácter general como el "Journal des Savants" en Francia (1665), o el "Giornale d'Italia" en 1668.
A lo largo del XVII, se van a producir numerosos descubrimientos científicos que van a facilitar el trabajo de los investigadores; dos de ellos resultaron fundamentales para el mundo de la ciencia y ambos se los debemos al mismo genio; me refiero al microscopio, al termómetro y a Galileo.
Galileo inventó el péndulo y la balanza hidrostática y sacó partido al telescopio inventado por Drebbed, enfocándolo hacia los astros... y hacia los objetos mas pequeños que encontró; así construyó un precursor del microscopio al que llamó "occhialino"; el nombre de "microscopio" se debe a Juan Faber que fue miembro de la Accademia dei Lincei. El nombre de "telescopio" se debe al príncipe de Chesi. Galileo también desempeñó un papel importante en el descubrimiento del termómetro, pues, aunque él nunca nos habló directamente de este aparato, sus discípulos se refieren numerosas veces al "(…) termoscopio ideado por Galileo (…)" y lo describen como un tubo estrecho y abierto por un extremo, rematado con una bola de vidrio por el otro y lleno de aire y que se introducía por el lado del extremo abierto en una vasija que contenía un liquido de manera que éste subía dentro del tubo y luego, sometiendo el sistema al frío o al calor, se podía medir lo que descendía o ascendía el nivel del liquido dentro del tubo. Pero al ser un sistema abierto, las mediciones no eran exactas, ya que influía sobre ellas la presión atmosférica. Primeramente el tubo no tuvo ninguna graduación; con el tiempo se le dio una graduación arbitraria.
El médico italiano Sanctorius ideó varios termoscopios con los que media la temperatura de las manos, el aliento y la boca de sus enfermos. A lo largo de este siglo, estos aparatos se perfeccionaron mucho: se llenaron de alcohol, se fue cerrando el extremo abierto, hasta que Carlos Rinaldini, miembro de la Accademia dei Cimento, propuso adoptar dos temperaturas fijas para graduarlo y eligió el punto de fusión del hielo y el punto de ebullición del agua, que ya Hooke había demostrado que eran constantes. Entre ambos puntos se hicieron unas graduaciones arbitrarias, hasta que en el siglo XVIII se hicieron ya escalas científicas. También en este siglo XVII, Torricelli y Pascal idearon el barómetro, aunque su nombre se debe a Mariotte,
Las boticas,cuyo interior lo conocemos por distintos grabados de la época y en ellos se aprecia la existencia de cosas colgadas del techo, como las que se veían en las boticas del XVI; una separación entre la zona destinada a atender al público y la destinada a la preparación de medicamentos; la presencia, además del boticario, de varios ayudantes que eran estudiantes de farmacia y la aparición de los distintos aparatos, como el termógrafo de Galileo, según éstos se fueron incorporando al trabajo farmacéutico. En estos grabados aparece un motivo religioso, generalmente una imagen del Niño Jesús o del Espíritu Santo.
En cuanto a los medicamentos,la quina fue dada por los indígenas del Perú a los jesuitas, quienes la llevaron primeramente a Italia; después llegó a España, donde fue muy bien recibida e, inmediatamente, incorporada a las farmacopeas, se cree que fue difundida por la condesa de Chinchón, Virreina del Perú, de ahí que fuera conocida con el nombre de "polvos de la condesa". El que fuera un medicamento traído por los jesuitas retardó su uso en la Europa protestante. Se dice que fue aceptada en ese mundo cuando un medico ingles, Talbot, curó con ella de un ataque de malaria al rey inglés Carlos II. La quina acabó definitivamente con la creencia de que Galeno había investigado y descubierto toda la ciencia médica, al tratarse de un medicamento del que no había hablado nunca y, sin embargo, ser muy activo farmacológicamente frente a una enfermedad existente en Europa.
La Ipecacuana era usada por los indígenas del Brasil. El primer europeo que la mencionó fue el jesuita Manuel Tristao. Con ella fue tratado de una disentería el Delfín de Francia, hijo del rey Luís XIV, y futuro rey de este país. La droga le curó y así quedó definitivamente aceptada en Europa.
Bálsamo de Perú y Tolú, raíz de colombo, liquen de Islandia, jalape, coca, te, café, chocolate y tabaco para fumar son productos que ya eran conocidos pero que su uso no se generalizó hasta este siglo. El uso de la digital también es de este siglo.
El tabaco se generalizó entre los españoles que fueron a América, pero su difusión por Europa se debe a británicos y holandeses; esta difusión fue muy rápida y entre todas las clases sociales; el uso que se le dio fue como medicamento, así que se vendía en las farmacias. Sin embargo, su uso fue combatido por el rey Jacobo I y el papa Urbano VIII, quienes, por supuesto, no consiguieron su erradicación.
Surge la lucha en Francia: Paracelsianos frente a Galenistas y el triunfo de los medicamentos quimicos.
Este siglo fue el del triunfo definitivo de la Yatroquímica: los medicamentos químicos de Paracelso fueron ganando adeptos progresivamente en Alemania, en Inglaterra y en el resto de Europa, salvo en España y en Francia, cuyas instituciones médicas, profundamente conservadoras, seguían instaladas en el mas estricto galenismo negándose a cualquier innovación, aunque no sin ciertos problemas. En Francia, este enfrentamiento resultó especialmente conflictivo al darse la circunstancia agravante de que la mayoría de los médicos paracelsianos fueran hugonotes y, por lo tanto, considerados, por sus ideas religiosas, como enemigos del poder establecido. A finales del siglo XVI y principios del XVII la confrontación saltó a la prensa y a los tribunales: los enfrentamientos verbales entre el claustro de la Facultad de Medicina de Montpelier, paracelsiano, y el de la Universidad de París, profundamente conservador y galenista, fueron especialmente feroces; los enfrentamientos escritos entre ambos claustros se tradujeron del latín al francés, al alemán y al ingles, y alcanzaron una gran difusión. El odio llegó a ser tal, que la Academia de Paris durante mucho tiempo se negó a aceptar el ingreso de ningún medico seguidor de las doctrinas de Paracelso, e, incluso, expulsó de su seno a aquellos médicos que las practicaran. La "guerra" llegó hasta los farmacéuticos cuando el rector de la facultad de Medicina de París, Guy Patin, acérrimo enemigo de los medicamentos químicos, intentó que se pusieran de su parte, y que ni los preparasen ni los vendiesen en sus boticas, y, como no lo consiguió, se enfrentó a ellos y les acusó de utilizar en sus en sus preparados medicamentosos sustancias químicas y nuevos fármacos vegetales (concretamente la quina, de la que se declaró su completo enemigo) importados desde América, en contra de la orden dada por la Facultad de Medicina de París. Los boticarios, que tenían el criterio de poder usar toda aquella sustancia medicamentosa que consideraran útil, no aceptaron su intromisión.
En respuesta a la postura de los farmacéuticos, en 1625 se publicó "Le medecin charitable" escrito por el medico Philibert Guibert, en el que se daban formulas muy asequibles en cuanto a su elaboración y su costo, para que cualquier persona se pudiera preparar sus propias medicinas en su casa a base de hierbas compradas en herboristerías. Este tratado de remedios caseros alcanzó gran popularidad y numerosas ediciones, hasta el punto de que Patin afirmó en 1649 que él había arruinado a todos los boticarios de Paris. Sin embargo, los boticarios consiguieron resistir de manera que finalmente el profesorado medico acabo reconociendo la mayor eficacia de los medicamentos de botica frente a los cocimientos caseros. Este cambio también fue favorecido por el hecho de que Luís XIV fuese curado con vino emético, y esta indudable y real cura obligó a los médicos franceses a cambiar su postura hacia los medicamentos químicos.
Como medicamentos químicos se usaron: tartrato de sodio y potasio o medicamento laxativo secreto; sulfato sódico y sulfato amónico o glaubero; sulfato potásico impuro o sal policresta y sulfato potásico fundido o sal prunella; nitrato de plata en barras; quermés mineral o polvos de los cartujos y píldoras perpetuas de antimonio; muchas de estas recetas se transmitieron por herencia de padres a hijos farmacéuticos.
En este siglo se logró aislar la lactosa y se obtuvo el ácido fórmico, tratando hormigas con aceite.
Entre los preparados galénicos sobresalen el electuario lenitivo de sen, la pócima de sen compuesta o bebida vienesa; el láudano de Sydenham; las píldoras escocesas y un sin fin de medicamentos "secretos" como el agua de la vida, de la que se desconoce su composición; el orvilano, mezcla de distintas plantas y de la que se decía que curaba la viruela, la peste y la gota. Moliere la dedicó unos versos. El elixir de Garus estaba hecho a base de tinturas de aloe, mirra, vainilla y canela y paradójicamente cuando fue atacado por la Academia francesa alcanzó una gran difusión hasta el punto de que, a la muerte de su inventor, su viuda gozó de un permiso especial del rey para poder seguir preparándolo. El remedio provenzal contra las fiebres tercianas de efecto termostático; el agua de Rabel y el agua de Alibar.
En esta época el intrusismo en la profesión farmacieutica fue total: los monjes fabricaban medicamentos como el elixir de quina de Fray Cavalieri, o los cosméticos de fray Paladini, ambos muy usados; se puede decir que no hubo monasterio, convento u hospital religioso que no contara con su farmacia, y que estas fueron regentadas por religiosos que no estaban obligados a seguir el plan de estudios obligatorio para los farmacéuticos seglares.
Y también, sobre todo en Francia, fue la época de los clisteres o lavativas, que se llegaron a considerar fundamentales para conservar la belleza de fuera... y la salud de dentro: las damas francesas de alta alcurnia se llegaban a poner hasta tres al día, generalmente de esencia de rosas y agua de azahar, y se sabe que el rey Luís XIII llegó a ponerse 312 lavativas en un año. Los clisteres eran generalmente preparados por los farmacéuticos: un dibujo de su jeringuilla llegó a estar incluido en el emblema de algunas corporaciones de farmacéuticos franceses. Y para mas datos diré que la gente rica tenia su propia jeringuilla, mientras que los menos adinerados alquilaban la suya a la farmacia.
La facultad de Medicina de París, que también los preparaba, llegó a comparar los clisteres como método curativo a la sangría y a las purgas. Se preparaban clisteres purgantes, astringentes, anodinos, alterantes, carminativos... Sobre como eran administrados por los farmacéuticos se han hecho muchas caricaturas, algunas francamente sangrantes, pero, en general, y, aunque eran preparados en las boticas, a la hora de la verdad no eran administradas por los boticarios sino por sus ayudantes o por criados.
En cuanto a los usos y costumbres de la profesion en este siglo.En España, en 1650, Felipe IV dictó una orden para que en todo su reino la farmacia fuera considerada un Arte Científico, en todo igual a la Medicina, eximiéndose por ello a los boticarios de pagar toda contribución gremial de oficios mecánicos o de comercio. Poco tiempo después los boticarios fundan un Colegio de Boticarios de San José, cuya finalidad es ante todo religiosa, aunque como corporación veló por los intereses de sus afiliados. También, en este siglo, el Protomedicato ordena que en los virreinatos americanos solo puedan preparar medicamentos aquellos que sean de origen español.
En Portugal, todavía a lo largo de este siglo, los medicamentos podrán ser preparados por médicos, cirujanos y boticarios.
En Inglaterra, los médicos podían ejercer como boticarios y fue una practica común que tuvieran un ayudante encargado de preparar los medicamentos que ellos recetaban, a la vez que se ocupaba de realizar operaciones de cirugía menor. A principios de este siglo se creó la Sociedad de Apotecarios de Londres, que agrupaba a boticarios y especieros y, mas tarde, apareció la "Society of the Art and Mystery of the aphotecaires of the city of London", a la que pertenecieron sólo boticarios y cuyos miembros fueron los autorizados para preparar, vender, aplicar y administrar medicamentos en Londres y en siete millas a la redonda. Esta sociedad, que en un primer momento fue mal acogida por especieros, químicos -por quitarles ventas- y médicos -porque sus miembros también ejercían la medicina- creó un jardín para el estudio y cultivo de plantas medicinales.
En Alemania el desarrollo de la profesión durante este siglo estuvo bajo el control estatal: hacia 1600, unas doscientas ciudades alemanas poseían ordenanzas regulando la práctica de las oficinas de farmacia en la línea marcada por las directrices dadas en las Constituciones de Federico II.
El ejercicio de la profesión durante este siglo se vio sospechosamente relacionado con una "costumbre" muy extendida entre todas las capas sociales: me refiero a la costumbre de envenenar.
La costumbre de administrar sustancias venenosas a diestro y siniestro estuvo particularmente extendida en Italia (alguien que había sido "italianizado" quería decir alguien que había sido envenenado) y en Francia. Como su Finalidad solía ser acelerar una herencia que no llegaba, al veneno se le llamó "polvos de sucesión". La italiana Teofonia de Adamo se hizo famosa por preparar un líquido sin olor ni sabor a base de arsénico, de excelente aceptación entre las señoras a quienes estorbaban sus maridos, a las que se lo vendía como producto de belleza bajo el nombre de "Maná de San Nicolás de Bari" acompañado de una imagen de este santo. En Francia sobresalió la marquesa de Briuvilliers quien, muy profesional, probaba la eficacia de sus venenos en asilos y hospitales por el procedimiento de repartir comida que los contenía entre los allí acogidos, antes de administrarlo a su padre, a sus hermanos, a algún criado y a su amante. Después de un sonado proceso, en el que se vio envuelto un boticario llamado Glaser, fue condenada. Y como consecuencia de este sonado proceso, una orden religiosa llamada "Los Penitentes de Nuestra Señora" denunció, sin dar nombres, el hecho de que frecuentemente se confesaran personas de haber envenenado o intentado envenenar a alguien, e, incluso, una vez apareció en un confesionario una nota en la que se denunciaba el hecho de que se estaba intentando envenenar a Luís XIV.
A la vista de los frecuentes casos de envenenamiento, en Italia, Francia y Alemania se dictaron una serie de leyes destinadas a controlar la venta de sustancias venenosas por parte de los boticarios.
Viendo el panorama, se entenderá perfectamente la enorme difusión que tuvieron a lo largo de este siglo tres remedios tenidos por absolutamente infalibles contra todo tipo de venenos: me refiero a la Triaca, el Unicornio y la Piedra Bezoar.
La Triaca, atribuida a Andrómaco, medico de Nerón, quien la compuso por primera vez a partir de una formula de polifarmacia creada por el griego Eudemas a la que él añadió la carne de víbora, ha sido, por su fórmula enormemente complicada, el símbolo de la polifarmacia. Su composición varió mucho con las épocas, aunque siempre tuvo entre sus componentes la carne de víbora añadida por Andrómaco, reputada como el más infalible contraveneno. Tenia que ser víbora hembra pero sin huevos, y en sus cualidades influía la edad, el tamaño y el color; otros componentes, casi todos de procedencia oriental, eran el regaliz, la salvia, la goma arábiga, el azafrán, la mirra, ect ...y su importancia, enorme: fue descrita en todas las farmacopeas hasta este siglo. Modernamente, se han hecho estudios farmacológicos sobre sus efectos, llegándose a la conclusión de que la única acción que tenia era la de ser ligeramente antiséptica sobre el aparato digestivo, acción conferida por las sustancias balsámicas que entraban en su composición, pero no era activa contra la peste, la rabia o la sífilis como se creía. Sin embargo, la fe que tenían en ella era tan grande, que si una Triaca no curaba las enfermedades como se esperaba de ella, es que estaba mal hecha.
Durante siglos, la Triaca se preparó en Venecia, desde donde era vendida al resto de los países que la empleaban, hasta que en el siglo XVII, cuando, dados los precios que llegó a tener la Triaca veneciana, los colegios farmacéuticos decidieron hacerla ellos mismos: su preparación constituía todo un ceremonial: primeramente se exponía ante el público sus componentes ricamente adornados y luego era preparada ante las autoridades medico-farmacéuticas del lugar. El colegio oficial de Farmacéuticos donde se había elaborado era el que luego la vendía a sus miembros.
Se conocía como "unicornio" el cuerno procedente de distintos animales reales o imaginarios como ciertas especies de cabras, de caballos fantásticos, o de rinocerontes, sin especificar exactamente de cual se trataba y era considerado efectivo frente a la epilepsia, las convulsiones, o la locura y, sobre todo, como antídoto contra las bebidas venenosas, hasta el punto de que se llegó a creer que un veneno bebido en una copa de unicornio no hacia efecto, razón por la cual la gente importante, es decir, susceptible de ser envenenada con mayor probabilidad, se proveía de ellas aunque tuviera que pagarlas a precios fabulosos. Hoy se sabe que el unicornio era el diente del narval; también fue usado como símbolo de algunas corporaciones farmacéuticas.
La piedra bezoar de origen arábigo, de la que ya se ocuparon Rasis, Avicena y Averroes, también tenia una acción farmacológica y otra como antídoto; su naturaleza era desconocida: unos opinaban que era de origen mineral y otros que era una sustancia animal formada dentro de una cabra, o mas concretamente que se trataba de las lágrimas solidificadas de una cabra que había sido mordida por una serpiente. Hoy día se sabe que eran cálculos formados en el aparato digestivo de ciertos rumiantes. Su fama decayó mucho cuando Ambrosio Paré, cirujano (no era médico) de Carlos IX de Francia, hizo el siguiente experimento: el rey tenia uno al que daba un gran valor y Paré, que no creía para nada en las cualidades de esa piedra, le propuso ensayarla en un condenado a muerte; había por aquellos días un cocinero de palacio condenado a muerte por el robo de algunos objetos de plata, a quien propusieron el experimento. El pobre hombre aceptó, y se bebió su veneno en una copa en la que se había introducido, sujeto por una cadena de oro, el bezoar del rey.... y murió, claro. Después de recuperar su bezoar, se dice que el rey lo echó al fuego.
Otra costumbre de este siglo tan lleno de supersticiones fue el uso de una colección de sustancias de lo mas pintoresco como, por ejemplo:
El ungüento armorum, de los tiempos de Paracelso, servia para curar heridas siempre que no afectasen órganos vitales. Se lavaba la herida con agua y se vendaba; a continuación se aplicaba el ungüento sobre el instrumento causante de la herida día tras día hasta que la herida era curada por los efluvios emanados desde el arma hasta ella.
La munia era una sustancia dura, negra y de aspecto resinoso, obtenida en los primeros tiempos de su uso de preparados resinoso-aromáticos que habían sido exudados por cadáveres embalsamados, sobre todo en el antiguo Egipto; mas tarde, debido a su escasez y gran demanda, se hizo munia con trozos de cadáveres de personas contemporáneas que fueron embalsamadas en el momento de su muerte: evisceradas y rellenas con mirra, acíbar, pez, y betún, envueltas en arpilleras empapadas en trementina y puestas a desecar con calor fuerte hasta que perdían toda su humedad. Era usada contra la gangrena, tisis y se recetó hasta el siglo XIX.
El llamado "mal del rey", en contra de lo que pueda parecer no era una enfermedad, sino un "remedio": la enfermedad era la escrofulariosis y el remedio, que no se sabe como nació, consistía en la costumbre de pedir al rey ayuda contra ella. Shakespeare en su obra “Macbeth” nos describe la ceremonia: el rey se sentaba en la sala de banquetes rodeado de médicos-cirujanos y personajes de la corte, y ponía sus manos sobre la cara del enfermo mientras un capellán decía: "el rey pone sus manos sobre ellos y los cura". Esta ceremonia también se hizo en Francia.
A lo largo de este siglo se publicaron numerosas farmacopeas, bien revisiones de ediciones publicadas en siglos anteriores, como la del “Dispensatorium de Nuremberg”, de la “Farmacopea Augustana de Augsburgo” (1601), del “Códice Farmacéutico de Venecia”; de la “Farmacopea de Ámsterdam”, de la de Londres (en cuya redacción intervino el francés Teodoro Turquet) y de la de París (en cuya redacción participó Francisco de Boé), bien de nueva publicación, siendo muy variable la extensión territorial que cubría cada una de estas ediciones. Numerosas ciudades europeas prepararon } editaron su farmacopea en abierta rivalidad entre ellas, como es el caso de los Países Bajos, donde entre 1638 y 1699 aparecieron publicadas farmacopeas en Bruselas, Utrech, La Haya, Amberes, Gante, Lovaina y Brujas, que solo se consideraban validas para cada una de estas ciudades. En la ciudad de Valencia (España) se editaron dos farmacopeas llamadas "Oficina Medicamentorum", en 1603 y en 1698.
En otros casos las farmacopeas eran únicas para todo un país, como la Farmacopea de Madrid, publicada en 1739 y de obligado cumplimiento para todos los boticarios españoles. La finalidad de estas farmacopeas publicadas bajo el control gubernamental era la intervención en la profesión farmacéutica por parte de las autoridades, garantizando la estandarización en los medicamentos y que los farmacéuticos dispensaran los medicamentos prescritos. En general, eran redactadas por profesionales pertenecientes al Collegium local; solamente la farmacopea de Lieja de 1714 fue redactada por cuatro médicos y dos boticarios. Habrá que esperar hasta 1799, a que aparezca la primera farmacopea redactada solo por farmacéuticos.
Estas farmacopeas constaban de cuatro partes:
Estas farmacopeas constaban de cuatro partes:
La primera parte titulada "De medicamentis simplicibus" consistente en una lista de simples de origen vegetal, divididos en categorías como raíces, cortezas, hierbas, hojas, flores, frutos, semillas, gomas, resinas, bálsamos, lágrimas y hongos. A continuación solía aparecer otra bajo el epígrafe "Animalia, Eorum Partes, et Excrementa" seguida de la lista titulada "Mineralia, Metalla, Lapides et Salía Terrae". Los simples de origen marino estaban descritos bajo el titulo "Marina".
La segunda titulada "Composita Galenica" donde se describían las aguas destiladas simples, las aguas destiladas compuestas, licores, vinagres destilados, tinturas, elixires, decocciones, jarabes compuestos purgantes, mieles, conservas, electuarios, confecciones laxantes, antídotos y opiáceos, polvos purgantes, polvos aromáticos, píldoras, extractos, trociscos, aceites exprimidos, aceites destilados, bálsamos, ungüentos, emplastos y ceras.
La tercera parte contenía las composiciones químicas: la descripción de un gran número de estos compuestos fue el reflejo de la importancia alcanzada en este siglo por ellos. La mayor parte de estos medicamentos estaban elaborados a base de mercurio, antimonio o azufre.
La cuarta y última parte describía las complicadas fórmulas de polifarmacia, por ejemplo, la Triaca descrita en la Farmacopea de Lieja de 1741 requería sesenta y dos ingredientes.
Además de esta descripción de substancias, las farmacopeas orientaban a los farmacéuticos sobre lo que se esperaba de ellos que supieran, lo que se esperaba de ellos que hicieran y sobre el equipamiento y suministros que debían poseer en sus establecimientos.
Como autores importantes de este siglo debemos considerar a:
Teodoro Turquet de Mayerna: suizo de nacimiento, pasó la mayor parte de su juventud en Paris, donde ejerció como médico y farmacéutico. Enfrentado a los miembros de la Facultad de Medicina de París por haber escrito una obra "Apología del Antimonio" en la que defendía los preparados antimoniales, tuvo que huir a Inglaterra donde llegó a ser médico personal de la casa real y a intervenir en la redacción de la farmacopea de ese país. Como químico trató el hierro con acido sulfúrico y se dio cuenta de que el gas que se desprendía en la reacción era inflamable aunque nunca supo que ese gas era hidrógeno.
Moisés Charás, medico y farmacéutico francés, profesor del Jardín de Plantas de París, también tuvo serios problemas con sus colegas de la facultad de Medicina de París (por sus creencias religiosas) que le obligaron a huir, primero a Inglaterra y, después, a Holanda y a España. Denunciado a la Inquisición de este país y harto de huir siempre por lo mismo, optó por convertirse al catolicismo y así pudo volver a su país natal, donde fue aceptado como miembro de la Academia de Medicina. Sus obras mas importantes fueron "Pharmacopea royale galenique et chimique" y""Tratado de la Triaca".
Juan Scodero, medico alemán, escribió una "Farmacopea medico-química". Aficionado a la medicina astrológica, en esta obra, junto a descripciones de medicamentos químicos, hay clasificaciones astrológicas de plantas.
Francisco de Boé, más conocido como Silvio, autor de una "Opera Medica" en la que describió un gran numero de medicamentos químicos. Seguidor de Paracelso, pensaba que todo lo que se forma dentro del organismo es el resultado de una serie de fermentaciones producidas a partir de los alimentos ingeridos: estas fermentaciones estaban influidas por la temperatura del organismo y por su espíritu vital y determinaban el equilibrio acido-base del cuerpo humano.
La buena salud se establecía cuando la acidez y la alcalinidad se encontraban en las debidas cantidades y en las debidas proporciones. La enfermedad suponía una acrinomia (el exceso de una o de la otra) y el tratamiento consistía en reestablecer el equilibrio por medio de fármacos químicos que poseyeran la naturaleza contraria al sentido en que se hubiera desequilibrado el organismo enfermo. Esto es exactamente el fundamento de la Yatroquímica.
Fue el primero que distinguió entre sangre arterial y venosa y consideró que el color de la sangre arterial se debía al aire obtenido en la respiración.
Angel Sala, italiano que estudió y ejerció la medicina en Alemania. Buen químico, consideraba que el espíritu vitriólico (acido sulfúrico) no era otra cosa que vapor sulfúrico al que se le había quitado algo de aire y observó que distintos espíritus vitriólicos preparados por distintos caminos eran semejantes entre si y por lo tanto de la misma naturaleza.
En toda la literatura de este siglo se pueden apreciar las dos corrientes que existieron: la renovadora, partidaria de las teorías de Paracelso y de los medicamentos químicos, que se extendió desde Alemania a Italia, a Inglaterra y al resto de los países protestantes, y la conservadora, apegada a la vieja medicina galénica, practicada en España y en Francia en donde se erigió como su gran defensora la Facultad de Medicina de París.
Estas dos corrientes no tuvieron una coexistencia pacífica, dado que los seguidores de una y de otra se enfrentaron repetidamente, en muchos casos con verdadera saña, hasta que la evidencia de los hechos consiguió imponerse y los partidarios de la vieja medicina galénica acabaron aceptando su error.
https://www.elsevier.es/es-revista-offarm-4-articulo-la-farmacia-del-siglo-xviii-13101547
http://historiadelafarmacia.perez-fontan.com/cap_10.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_la_farmacia
No hay comentarios:
Publicar un comentario