El cine y últimamente la televisión nos tienen acostumbrados a mostrar a las romanas, salvo excepciones, algo frívolas en su modo de vestir y de adornarse. Esto ha llevado a la idea equivocada de que las mujeres romanas iban mostrando sus cuerpos, pero nada más lejos de la realidad.
Generalmente iban muy tapadas y, de hecho, en público y por la calle no debían mostrar su cuerpo ni siquiera casi las manos y muy poco de la cabeza.Evidentemente, como cualquier mujer, a las romanas también les gustaba vestir lo mejor posible y, ante todo, mostrar con ello su status social, pero todo ello sin caer en la obscenidad.
Buena prueba de que eran coquetas lo tenemos en la reacción a la Lex Oppia cuya promulgación, en el contexto de la II Guerra Púnica, dio lugar a la prohibición a las mujeres de portar, entre otras cosas, cierta cantidad de joyas. Ante esta restricción las matronas no dudaron en movilizarse y concentrarse en Roma para conseguir que se derogase, como finalmente se hizo.
Sus maridos no parecían entender esa afición, como en el caso de este fragmento del Satiricón de Petronio:
Petronio, II, 67, 6-11‘Ya veis (dice) los perifollos con que cargan las mujeres y nosotros, como estúpidos las dejamos que nos desplumen.Para no ser menos, Centella, echando mano a un estuche de oro que llevaba colgado al cuello y que ella llamaba su ‘buena estrella’, sacó unos pendientes y, a su vez, los ofreció a la consideración de Fortunata: ‘Son (dice) un regalo de mi señor marido; no hay otros mejores’. ‘¿Cómo? – salta Habinas – ¿No me habrás desangrado para comprarte esas lentejuelas de cristal?.Desde luego, si yo tuviera una hija, le cortaría las orejitas. Si no hubiera mujeres lo tendríamos todo regalado
En primer lugar, hemos de entender cuál era el ideal de mujer romana, que era el que representaba la matrona (de la raíz mater-madre se refiera a la mujer casada) que solían ser las mujeres pertenecientes la alta sociedad patricia de Roma. Éste era un modelo de mujer cuyo comportamiento, en todos los aspectos de la vida, debía ser irreprochable. Era el paralelo femenino del buen romano, que se resume en la gravitas, parsimonia pudicitias, certamen, pides, pietas y virtus (Gravitas (comportarse de acuerdo al rango social),Parsimonia (austera sobriedad en todo), Pudicitias (pudor, integridad moral),Certamen ( sentido de la competición), Pides(fe en la palabra dada, lealtad),Pietas (comportarse con justicia y respecto hacia las leyes e instituciones), y la virtus (la excelencia militar)). No es un modelo que nos quede muy lejos, pues es el que heredó la tradición cristiana.
Desde pequeñas, las niñas eran educadas para el matrimonio bajo la potestad de su padre y, con el casamiento, pasaban a estar bajo el poder de su marido. Por tanto, la mujer romana tendrá su espacio en el ámbito doméstico y la función esencial que tenía era la de traer al mundo a nuevos ciudadanos y transmitirles el mos maiorum.
Si estos valores son exigibles a todas las mujeres, el concepto de matrona iba vinculado además a la laboriosidad, a la austeridad en las costumbres, la fidelidad, la modestia, el amor hacia su marido y sus hijos… Pero ni la educación ni la cultura estaban entre las virtudes deseables para las matronas. Entre los méritos que distinguían a las matronas romanas se encontraba de forma recurrente el del hilado (el trabajo de la lana era esencial, símbolo de la matrona por antonomasia y el huso y la rueca son dos de los objetos que la novia llevará a su nuevo hogar en el día de la boda). Por tanto, la mujer se ocupaba en hilar y tejer, dirigía la educación de los hijos, vigilaba la servidumbre y llevaba una activa vida social acompañando a su marido.
Como en toda sociedad, la indumentaria era un símbolo de la clase y poder social. Viendo a un romano por su vestimenta podríamos saber en cuestión de segundos si era pobre o rico, y además viendo a dos romanos ricos podríamos saber también inmediatamente cuál tiene un cargo público, cual es un patricio, y así una cantidad de distinciones considerables. La ropa en Roma no solo nos permitía diferenciar al romano del no romano, nos permite diferenciar al romano del romano.
Las diferencias sociales se acentuaban en la ropa. No solo por una cuestión de materiales y calidad sino también por una cuestión de simbología implícita en las prendas. Era la misma sociedad la que imponía estas reglas de vestimenta que permitían ver el poder o clase del individuo.
La vestimenta habitual de los romanos, desde los tiempos más antiguos, era la toga. Todos los ciudadanos que nacían libres la llevaban, de hecho, originariamente, la llevaban tanto las mujeres como los hombres. Los extranjeros y esclavos la tenían prohibida.
“Romanos, rerum dominos, gentemque togatam”
-Romanos, señores del mundo, los que visten con togas-
De esta forma tan peculiar definía Virgilio a los propios romanos, y es que la toga terminó por convertirse en el símbolo supremo del desarrollo romano.
Habitualmente era una tela hecha de lana blanca, que indicaba la ciudadanía romana, si bien habían diferencias de color según las edades, rangos y funciones: Toga virilis –la que vestían aquellos que llegaban a la madurez ;Toga Praetexta – toga blanca con una tira púrpura que llevaban los niños antes de adquirir la Toga Virilis; Toga Candida- extremadamente blanca y brillante que los candidatos a las magistraturas vestían para presentarse ante las asambleas; Toga Picta- ricamente decorada era utilizaba por los generales victoriosos; Toga Pulla- Era una toga de luto, de color negro; Toga Trabea: toda púrpura o blanca adornada de bandas púrpura, que usaban los cónsules, caballeros,… como vestidura de gala. Las mujeres romanas no vestían toga, que de hecho podía tener otras connotaciones como el adulterio o la prostitución.
Ellas usaban otras piezas de ropa que las distinguía...
En Roma, la vestimenta tenía fuertes influencias griegas y etruscas, y la principal característica como hemos visto eran las togas. Si bien, la mujer llegó a un nivel de refinamiento especial en la ropa, las joyas, ornamentos en el calzado y las prendas que evidentemente lograban distinguir a las mujeres patricias de las plebeyas.
Las matronas romanas iniciaban el día con su aseo y vestido. Lo primero que hacían era peinarse y maquillarse. Después pasaban a vestirse, y el tercer paso consistía en colocarse su ingente cantidad de joyas: diademas, pendientes, brazaletes, collares,etc. Estas tareas no las hacían ellas mismas sino que precisaba de la ayuda de sus sufridoras esclavas, las ornatrices.
Por supuesto la mujer contaba con prendas exclusivas como la stola, un indicador de su estado civil. Otra prenda de la mujer es la Palla, un velo o manto que la mujer utilizaba para cubrir sus hombros, o formar una capucha cuando se encontraba en la calle.
Las túnicas, tomadas de los griegos, eran la ropa básica tanto para hombres como para mujeres y fueron adaptadas a las diferentes necesidades de la sociedad. Hechas de lana sin teñir cosida a los lados, era una prenda que llegaba hasta las rodillas en los hombres y hasta media pierna o los tobillos en las mujeres. Era un pieza tan útil y cómoda que rápidamente se convirtió en la prenda de trabajo, de vestir en la privacidad del hogar y la ropa básica del soldado.
Las que más aprovecharon las túnicas fueron las mujeres. La stola era una variedad de túnica que la mujer empezaba a vestir inmediatamente después del matrimonio, pero por debajo las romanas también llevaban ropa interior.
La Stola se ponía sobre túnicas interiores sin mangas llamadas Indusium que eran el equivalente de la masculina Subucula (“bajo la túnica”). Con estas túnicas también se dormía. En cuanto a los materiales se usaban lino, algodón y sobre todo lana.
Debajo del Indusium, a modo de ropa interior las mujeres solían utilizar losfascia pectoralis, una banda de lino a modo corpiño que ayudaba a darle mayor firmeza al busto. El strophium y la mamillare eran también dos prendas interiores utilizadas por las mujeres. Estas eran más semejantes a los corpiños actuales. Estaban compuestas por tiras de cuero que cubrían el busto sosteniéndolo y afirmándolo. En cuanto a la parte inferior era similar al subligaculum masculino.
La Stola, que era una pieza exclusiva de las matronas romanas, se confeccionaba con una sólo pieza de tela con abertura central para introducir la cabeza o bien con dos trozos unidos. Se abrochaba por medio de botones en las mangas, con fíbulas en los hombros o simplemente sin abrochar, cosida. Podían ser de manga larga, de manga corta o sin mangas y sus modelos eran mucho más elegantes, coloridos y elaboradas que las de los hombres y se ataban con cinturones.
En cuanto al material con el que se confeccionaban solía ser lino, lana, algodón, si bien el más apreciado era la seda, de brillantes colores y rematada con bordados en la parte de inferior, en el cuello y laterales. Sus colores iban del blanco crema -el color natural de la lana- al gris, el rojo y el purpura. Colores obtenidos con diferentes tinturas naturales. Se distinguía y valoraba a las mujeres con muchos hijos. Cuando estas tenían más de tres hijos podían vestir la stolae matronae que les otorgaba orgullo y prestigio en la sociedad.
Esta pieza era generalmente complementaba con la palla, que era un manto rectangular que podía ser utilizado como velo o bufanda. Realizada con finos materiales y confección, variaba mucho dependiendo la clase social de la dueña.
Era normal adornar la stola con un patagium. Este era una especie de cinturón que se ponía debajo del pecho sobre la stola no muy ajustado. Podían ser de diversos colores, bordados a veces con hilo de oro, e incluso estar adornadas con incrustaciones de piedras preciosas. Las mujeres de clase alta solían llevarla doradas o de púrpura, una tintura bastante costosa, que indicaba una mayor dignidad y poder adquisitivo. Las mujeres que se habían casado varias veces (multivirae) añadían una parte en la zona inferior como distintivo de dignidad por ello.
El manto o palla ( el de los hombres era el pallium ) era según Tertuliano(De Pallio I) una pieza fundamental para toda romana decente. Era un manto, evolución del himation griego, que las mujeres utilizaban cuando salían en público, habitualmente cubriéndose lo cabeza, si bien en casa se sujetaba de la manera más cómoda. Estaba formado por una tela rectangular o cuadrada (no semicircular como la toga), de unos 3,50-4 metros de ancho y 1,30 o 2 de largo, era un manto que se ponía sobre la stola.
Como tantas otras prendas era un indicador de status instantáneo. Los más vistosos solían ser bordados y de seda pero también eran de algodón, lino u otras materias. Los colores eran variados y se apreciaban los colores brillantes.
Iba de la cabeza hasta los pies, ya que generalmente se utilizaba enganchado al pelo a modo de velo, y se podía utilizar como bufanda, como chal o como capucha. Se colocaba pasándolo sobre el hombro izquierdo y por debajo del derecho, recogiéndolo de nuevo con el brazo izquierdo.
En el año 215 a.C. Roma padecía los estragos derivados del desarrollo de la II Guerra Púnica. La crisis económica se había apoderado de la ciudad y la plebe amenazaba con sublevarse. Así, no resulta extraño que el Senado decidiera aprobar una ley que limitase la ostentación pública de riquezas, concretamente de más de media onza de oro y vestidos de colores llamativos, así como el uso del carruaje de dos o cuatro caballos. La excepción la suponían los oficios religiosos.
La lex Oppia tenía varios objetivos. Por un lado, obligaba a todos los ciudadanos a ceñirse a la misma austeridad a la que se encontraba sometido el Estado romano y la gran mayoría de la población. Por otro lado, permitía confiscar los bienes de aquellos que incumpliesen la norma, llenando así las arcas estatales, vacías por los esfuerzos bélicos. Finalmente, servía para evitar que la masa poblacional de las capas inferiores de la sociedad, la más afectada por la guerra, no se sintiese insultada al ver cómo, mientras el hambre y la pobreza les acuciaban, los poderosos se paseaban por las calles de Roma en lujosos carros y llenos de joyas.
No existen noticias de que en el momento de su promulgación la ley suscitara quejas por parte de las afectadas, las mujeres cuya fortuna fuera la suficiente como para poder exhibir la mencionada cantidad de oro lo continuaron haciendo. Además, se tiene constancia de que las romanas más eminentes habían realizado ya donaciones al Estado para poder sufragar los gastos inherentes a la compensación de la sanción.Finalmente, la ley fue derogada, y las mujeres romanas vieron devueltos sus derechos.
Para el año 195 a.C. la situación había cambiado por completo. Tras derrotar a los cartagineses, los generales victoriosos habían regresado a sus hogares con las manos repletas de riquezas, una bonanza que también llenó las arcas del Estado y que repercutió de forma general en toda la población romana. Así, los tribunos de la plebe Marco Fundanio y Lucio Valerio decidieron solicitar la derogación de la lex Oppia; no tenía sentido prohibir que una población enriquecida exhibiera el botín obtenido en la guerra.
En el Senado se formaron dos bandos. Uno de ellos, encabezado por los dos tribunos que habían realizado la propuesta, defendía la derogación de la ley; el otro, capitaneado por Catón, defensor de los valores tradicionales de austeridad de la Roma primitiva, pretendía mantenerla. El día de la votación, los tribunos Marco y Publio Bruto pretendían imponer su veto para que la propuesta no llegase a buen puerto. Fue entonces cuando ocurrió lo que nadie esperaba.
Decenas de mujeres romanas, algunas llegadas desde el entorno rural de Roma, tomaron las calles para exigir a los senadores que la ley fuera derogada. Se agruparon delante de las casas de los dos Bruto e impidieron que éstos salieran hacia el foro para interponer su veto. El asunto escandalizó tanto a los romanos que fue discutido en el Senado. Dos son los discursos que más destacan en este debate, legads hasta nosotros gracias a Tito Livio: el de Marco Porcio Catón y el de Lucio Valerio.
Catón se encontraba escandalizado con la situación. Habla de un tumulto mujeril y reprocha al resto de senadores que no sean capaces de contener a sus esposas dentro de los muros de sus casas, ya que, si las mujeres salen a la calle y se inmiscuyen en los asuntos masculinos, los hombres acabarán perdiendo su libertad, señalando que “desde el momento mismo en que comiencen a ser iguales, serán superiores” (Liv. XXXIV). Catón ataca la virtud de las mujeres que piden la derogación de la ley, y señala además que éstas no se manifiestan por recuperar un derecho que creen suyo, sino porque son tan vanidosas que no pueden soportar que las mujeres de las clases inferiores vistan igual que ellas.
A Catón le responde Lucio Valerio defendiendo el derecho de las mujeres de los generales victoriosos a exhibir las riquezas que éstos habían obtenido, ya que era la única forma que poseían las mujeres de mostrar su estatus. Si no podían obtener beneficio político ni bélico de la victoria en la guerra, se merecían al menos compartir el botín y mostrar en público el orgullo que sentían hacia sus parientes masculinos. Ya que habían sufrido también los horrores de la guerra, que compartieran al menos parte de las alegrías de la victoria.
Finalmente, la ley fue derogada, y las mujeres romanas vieron devueltos sus derechos. No podemos comparar a las romanas que se movilizaron para conseguir la abolición de la lex Oppiacon con las feministas que en siglos pasados pidieron el acceso al voto y otros derechos para las mujeres, pero sí podemos afirmar, en todo caso, que se trata de féminas que transgredieron la norma establecida y exigieron lo que creían que les correspondía.
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