Es obligado considerar que el corpus literario ruso, uno de los legados culturales más ricos del mundo, es el resultado de un largo y laborioso proceso de unificación política y lingüística. Vehículo de la Iglesia en sus inicios, la progresiva incorporación de elementos procedentes de la tradición y de la cultura occidental configuraron una literatura que alcanzó su plenitud en el siglo XIX. La literatura posterior, conforme a los sucesos políticos acaecidos, habría de caracterizarse por la experimentación.
Primera página del Códice de Nóvgorod, años 1010.
La literatura rusa, muy aislada de la Europa occidental, nació en el siglo XI con la evangelización de los pueblos eslavos orientales llevada a cabo por Bizancio. La literatura escrita de este período servía a las necesidades de la Iglesia: era fomentada principalmente por sacerdotes y monjes, y estaba muy centrada en temas religiosos. De la antigua literatura de tradición oral proceden los cuentos folclóricos y los bilini, pequeñas epopeyas en verso.
Hasta comienzos del siglo XIII, el principal centro literario fue Kiev, primera capital rusa. Los escritos de este período eran en su mayoría traducciones, fundamentalmente del griego. El primer texto conocido en lengua rusa es una copia del Nuevo Testamento, de 1056-1057, hecha por Ostromir, gobernante de la ciudad de Novgorod. A este texto le siguieron devocionarios, vidas de santos, crónicas, sermones, leyendas, mitos y pateriki (antologías de máximas morales y anécdotas religiosas). En su conjunto era una literatura moralista que tenía por objeto instruir.
Fragmento del Viaje del higúmeno Daniíl a la Tierra Santa
El desarrollo normal de la cultura rusa fue interrumpido por la ocupación extranjera. La invasión mongola, a principios del siglo XIII, puso fin al reino de Kiev. Su dominio duró dos siglos. Las obras más significativas del siglo XIII daban cuenta de este hecho, como Povest o razoreni Riazani Batiem (Historia de la destrucción de Riazán por Batú) y los sermones de Serapión, obispo de Vladímir, los cuales reflejaban un profundo dolor por la ocupación extranjera.
En 1480, Rusia se liberó definitivamente del dominio tártaro y Moscú se convirtió en centro de poder y centro cultural. Mamaievo poboische (La matanza de Mamai) perpetúa la victoria de Kulikovo, en la que Dimitri, gran príncipe de Moscú, derrotó en 1830 a los tártaros. La caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453 dio origen a numerosas obras en las que se proclamaba a Moscú como la sucesora de Bizancio.
La lucha iniciada a mediados del siglo XVI por Iván el Terrible contra los príncipes feudales, los boyardos, se reflejó en la literatura. De un lado, Iván Peresvetov elogiaba en su obra literaria la figura de Iván el Terrible; de otro, Andréi Kurbski, partidario de los boyardos, en su Istoriia o velikom kniaze moskovskom (Historia del gran príncipe de Moscú), de gran valor literario, atacó ferozmente a Iván.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII, la agitación provocada por las revueltas de campesinos y boyardos hizo que se conociese este período como "los tiempos revueltos". Muchos relatos narraban las sublevaciones y celebraban el patriotismo que hizo fracasar la intervención extranjera. Obras de gran valor literario fueron las historias de la toma de Azov por los cosacos del Don en 1637 y su asedio por los turcos en 1641.
Una familia del mercader ruso en el siglo XVII, cuadro pintado por Andréi Riábushkin
Uno de los hechos más sobresalientes en el siglo XVII fue la revisión de los libros litúrgicos, que contenían graves errores debido a traductores y copistas, lo que supuso la reforma del ritual de la Iglesia. Pero, la reforma eclesiástica dio origen a un cisma. Los cismáticos se negaban a aceptar los nuevos libros y el nuevo ritual, por lo que fueron perseguidos por las autoridades políticas y las eclesiásticas. Uno de los mártires de los "antiguos creyentes", el arcipreste Abacum, que fue quemado en la hoguera en 1682, escribió, entre 1672 y 1675, una interesante Autobiografía, libro de tono polémico, escrito en ruso coloquial.
Los temas profanos fueron ganando posiciones frente a la tradición literaria didáctico-religiosa de origen bizantino. Obras como Povest o Frole Skobeieve (El cuento de Frol Skobeyev) y Povest o Karpe Sutulove (La historia de Karp Sutulov) estaban libres de planteamientos morales o religiosos, y ya se empezaban a escribir sátiras y parodias de la corte, la iglesia y la justicia.
La occidentalización de Rusia se inició a principios del siglo XVIII, con el zar Pedro el Grande en el poder. La finalidad principal de las reformas llevadas a cabo por el zar era que ciencias y artes se liberaran del dominio de la Iglesia. Las escuelas se secularizaron, se tradujeron obras de filósofos y científicos, se favoreció la impresión de los libros que se consideraban útiles; el monarca se rodeó de escritores que le ayudaran en sus esfuerzos y él mismo fundó el primer periódico ruso. El siglo XVIII supuso el triunfo de la estética neoclásica francesa; poco a poco, la literatura laica desplazó a la religiosa y, ya en el siglo XIX, la literatura rusa alcanzó su máximo esplendor.
La muerte de Avvakum en la hoguera. Icono del siglo XIX.
Hacia la mitad del siglo XIX se empezó a filtrar en los círculos culturales europeos la existencia de una notable y extraña literatura surgida en Rusia. Al principio parecía una extravagancia, una broma mayúscula. De aquel lugar se esperaría recibir a hombres silvestres y cándidos, el buen salvaje soñado por los enciclopedistas, o a príncipes de fachada intensamente elegante que encubría una realidad más tumultuosa que la establecida en Europa. De ellos se podía esperar todo, pero no la creación del arte y menos la literatura.
De pronto la entrada de los rusos apasionó a los lectores occidentales y venció todas las fortalezas. En el fin del siglo ya Tolstói, Dostoievski y Turguénev se traducían en casi todos los idiomas europeos y estaban en boca de Nietzsche, Freud, Gide, Hamsun, Fontane y muchos más.
Era un prodigio que de esa nación que jamás conoció el Renacimiento ni el Siglo de las Luces, aplastada por un gobierno feroz, donde un espía estaba en torno a cada ciudadano surgiera esa floración. Los grandes escritores rusos conocieron a menudo la cárcel, los trabajos forzados, el destierro, las humillaciones impuestas por una censura obtusa, la perpetua vigilancia de sus movimientos y la revisión de su correspondencia.
El periodo que corre de 1825 a 1904 tiene sus límites bien marcados. En 1825 aparece publicado el primer capítulo de Eugenio Oneguin, la novela en verso de Alejandro Puschkin, quien transformó a la literatura rusa o, más bien, el que la creó. Y esa Edad de Oro concluye en 1904, año en que muere Antón Chéjov. El elenco de autores y su repertorio son incomparables. Eugenio Oneguin y La dama de espadas, de Puschkin; Un héroe de nuestro tiempo, de Mijaíl Lermontov; Las almas muertas, La nariz, El diario de un loco, El inspector general, de Nikolái Gógol; El idiota, Los demonios, Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoievski; Padres e hijos y Primer amor, de Iván Turguénev; Oblómov, de Iván Goncharov; La muerte de Iván Ilich, Ana Karenina y Guerra y paz, la madre de todas las novelas, de León Tolstói, y El pabellón número seis, En el barranco, La fiesta onomástica, Las tres hermanas, El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov.
Los rusos no descubrieron el género (fueron, eso sí, lectores asiduos y entusiastas de Cervantes, Sterne, Hoffmann y Stendhal), pero lo transformaron y ampliaron sus límites por intuición personal. Tolstói concibe una apoteósica exaltación de la vida y logra la creación de un mundo inmenso. En Guerra y paz hay 559 personajes, todos individualizados en la forma de hablar y conducirse. Y la riqueza gestual imprime una deslumbrante visualidad a las escenas. A Proust le asombraba la fluidez de aquel lenguaje que le permitía los más tenues cambios de emociones. Un cuento de Gógol escrito apenas salido de la adolescencia: Iván Fedorovich Schinka y su tía, se podría incorporar perfectamente con la literatura del absurdo que cultivaba Ionesco siglo y medio más tarde. Sus cuentos son todos excepcionales, y, sobre todo, Las almas muertas, quizás la novela más esperpéntica que alguien haya escrito. Para Cioran, "Dostoievski es el escritor más profundo, más complicado de todos los tiempos". Nadie ha sabido explorar con mayor intensidad la oscura relación que el mal establece con el bien, y lo atroz con lo místico.
Anton Chéjov
El último gran escritor de ese espléndido siglo de milagros fue Chéjov. Simón Karlinski esbozó de su presencia: "De un modo tranquilo y educado, Chéjov es uno de los escritores más profundamente subversivos que haya existido en toda la historia". El eslavista que más me impresiona es el italiano Angelo M. Ripellino, por su enorme cultura, su intensa percepción, y por su escritura que es altísima literatura. Lo sabe todo, pero no se percibe en sus enfoques nada de libresco. Cito unos párrafos suyos que resumen el universo chejoviano:
"Palpita en estas obras la música apagada de la vida cotidiana; una vida sin ímpetus heroicos, un lentísimo arrastrarse; un flujo de vida angustiosa... Un universo donde los hombres, mónadas afligidas, se fastidian, se vacían, gimen y se pierden en sueños estériles"... "A veces, el balbuceo de estas mónadas se organiza, y hacen lo posible para volver a juntarse, como hombres que excavan una muralla por lados opuestos. Pero, con más frecuencia, sus golpes son pensamientos dispersos, fragmentos de frases escapadas de un mudo fluir de la conciencia. Traslúcese de sus palabras un oculto gorgoteo de vibraciones psicológicas, un subtexto que es como la sombra, la otra cara de lo que dice"... "
El diálogo deja de ser un medio de comprensión, es un collage de soliloquios divergentes".
Los bateleros del Volga (Ilea Repin)
Las historias de la literatura rusa repiten con frecuencia un comentario de Dmitri Merejkovski sobre la pobreza y disgregación cultural de la última década del siglo XIX y los primeros años del XX: "La intensidad de la obra de los más grandes novelistas decimonónicos fue extraordinaria, pero no logró formar una civilización semejante a la de Francia de esa época, la Grecia antigua o la Florencia del Renacimiento. Todo escritor era único; de esa falta de espíritu orgánico y comunitario provenía la decadencia y la paralización intelectual rusas del presente".
Merejkovski debió estar perdido en el cambio de siglos. Por ejemplo, jamás logró la grandeza de Chéjov, ni siquiera la de los últimos años, donde apareció lo más notable de su obra. Tampoco orientarse en el primer movimiento simbolista, donde participaba su esposa, la poeta Zenaida Gippius. Los simbolistas descubrieron nuevos ritmos cargados de erotismo, decadentismo y misticismo. La figura más importante de ese movimiento fue Vasili Rozanov, quien ahora en la nueva Rusia ha resucitado como uno de los personajes más importantes del pasado, y también el novelista Fiódor Sologub. La segunda generación de simbolistas cuenta con dos gigantes: el poeta Alexandr Blok, marcado por el presentimiento de una inminente apocalipsis en dos libros espléndidos: Los doce y Los escitas, y el novelista Andréi Bieli, el Joyce ruso, y además con dos escritores excéntricos: Alexéi Remizov, un novelista para escritores, cuyas novelas influyeron en Bulgákov y Zamiatin. Y el último, Mijaíl Kuzmin, el más elegante esteta de esa época decadente, quien escribió Vania, la primera novela homoerótica en Rusia.
Otros autores, todos ellos novelistas, se iniciaron en el oficio durante los años del comunismo de guerra, los tres posteriores a la revolución bolchevique, inspirados por Máximo Gorki. Cada uno descubrió un estilo diferente, la cepa realista gorkiana se convirtió en una soberbia escritura trágica, compleja e imaginativa. Los mejores: Isak Babel y Andréi Platónov. La literatura rusa en el exilio tuvo personajes espléndidos, entre ellos, Iván Bunin, el primer Premio Nobel otorgado a un ruso; Nina Berbereva, quien a los ochenta años fue descubierta y traducida en casi todos los idiomas cultos. Vladímir Nabokov escribió en ruso la mayoría de sus libros. Su obra maestra en esa lengua es La dádiva.
Hacia 1925, la presión ideológica comenzó a distorsionar bárbaramente la cultura. En el Congreso de Escritores Soviéticos de 1934 se clausuraron todas las posibilidades de libertad. La única vía para la literatura se convirtió al realismo socialista. El destino de millares de escritores, académicos, periodistas literarios fue en el exilio a las lejanas repúblicas soviéticas, en el Gulag y en la exterminación.
Chéjov
Entre frascos de brebajes se curan las letras de su vida y de la mía,
Existen en su herencia inyecciones letales de libertad e independencia.
Lo cotidiano se vuelve eróticamente cruel y lo infrecuente, deshumanizador
Bajo la crónica de una vida rusa donde una esposa se convierte en medicina
y las amantes en plumas de renglones de inspiración
cuando escriben fracasos que siempre volaron alto
y otros más bajos que siempre fueron , son y serán
éxitos de unos pacientes curados por su arte.
https://es.wikipedia.org/wiki/Literatura_rusa#:~:text=La%20literatura%20rusa%20se%20caracteriza,un%20alfabeto%20adecuado%20para%20acogerla.
http://www.enciclonet.com/articulo/rusia-literatura/
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