La progresiva entrada de Roma en la esfera política
helenística produjo, en el campo que aquí nos interesa, una consecuencia
de interés, como fue que por vez primera buena parte del mundo conocido
fue unificada por un solo estado que, además, consiguió imponer una paz
duradera. Los romanos no parecen haber tenido un especial interés por
la geografía o la cartografía pero permitieron que los griegos siguieran
dedicándose a estas tareas, y su labor se vio favorecida por la paz
romana o, antes de que la misma se instalase, por el avance de sus
ejércitos. Del mismo modo que las campañas de Alejandro en Asia habían
permitido el avance de los conocimientos empíricos sobre esos países, la
conquista romana del Occidente favoreció también el conocimiento de
territorios que antes eran casi por completo desconocidos. Así, autores
como Polibio, Crates de Malos o Hiparco aprovecharon las nuevas
oportunidades para corregir errores del pasado y hacer sus propias
propuestas cartográficas.
Es en este contexto en el que habría que
integrar, como resultado de descubrimientos recientes, el “Papiro de
Artemidoro”. Este documento, las circunstancias de cuyo hallazgo y
restauración distan de ser claras, se presenta en la actualidad como un
papiro de 2,57 m. de longitud y 32,5 cm. de altura, en tres grandes
fragmentos, resultado de unir más de cincuenta piezas de papiro. Su
hallazgo, restauración y contenido han recibido una gran cobertura
mediática, en especial en Italia, pero también en otros países. Además
de otros contenidos, poco relevantes para lo que aquí nos ocupa, el
papiro contendría una introducción y el inicio del segundo libro de la
geografía de Artemidoro, así como un mapa, incompleto.
Artemidoro de Éfeso, nacido hacia mediados
del s. II a.C., es uno de los grandes geógrafos del helenismo avanzado.
Personaje importante en su ciudad, fue embajador de la misma ante Roma,
obteniendo la devolución a Éfeso y a su santuario de Ártemis de antiguos
derechos que le habían arrebatado los republicanos, lo que le valió que
la ciudad le dedicase una estatua de oro. Gran viajero, recorrió la
mayor parte del Mediterráneo, estuvo en la Península Ibérica y llegó
hasta la región del Cabo de San Vicente y, tal vez, incluso más allá. Su
obra, en once libros, no nos ha llegado completa, aunque fue bastante
utilizada por Estrabón y fue objeto de un resumen amplio por Marciano de
Heraclea ya en época tardía.
Acerca del Papiro de Artemidoro ha surgido
en los últimos tiempos una amplia polémica centrada en el tema de su
autenticidad: mientras que la mayor parte de los especialistas
consideran todo el documento auténtico, un grupo de ellos, lo consideran
una falsificación del siglo XIX. El debate continúa con tonos
encendidos y mientras que hay partes del papiro, por ejemplo, el
proemio, que resultan, cuanto menos, sospechosas, sobre otras es más
difícil pronunciarse aunque aquí aceptaremos, mientras no haya datos
nuevos, su autenticidad. Entre estas partes auténticas parece estar la
principal novedad que presenta este papiro, su mapa que sería así el
mapa griego más antiguo conocido, aunque también presenta problemas, y
no pocos, como veremos.
El tamaño del mapa es de unos 85 cm. de
anchura, siendo su altura la misma que la del papiro. Está claro que el
mal estado del soporte en algunas zonas ha impedido que haya llegado
completo; su tamaño máximo antes de ese deterioro debía de oscilar entre
los 99 y los 113 cm. Sin embargo, se trata de un mapa incompleto,
puesto que sólo contiene líneas y dibujos, no textos ni colores, sin
duda ninguna porque no llegó a ser concluido. Las diferentes líneas que,
sin orden aparente, cruzan el mapa han sido interpretadas por los
estudiosos del papiro. Así, y tras barajar distintas posibilidades, han
reconocido dos grandes ríos que recorren el mapa en toda su anchura, uno
más arriba y otro más abajo (tampoco se ha terminado de decidir si el
mapa está o no orientado hacia el norte aunque desde Eratóstenes esto
era lo habitual). El de la parte superior se bifurca en su parte
izquierda en dos brazos que rodean lo que puede ser una isla o una
península o un afluente de un río principal. Otra serie de líneas se han
interpretado como vías o caminos de las que habría unas veintiséis.
Estas rutas no siguen trazados rectos sino, por el contrario, sinuosos y
aunque algunas siguen una dirección general de derecha a izquierda,
otras cortan las anteriores y van de arriba abajo, mostrando así una red
viaria bastante articulada.
El mapa presenta también toda una serie de
símbolos, algunos de interpretación más fácil que otros. Los más
abundantes son pequeños cuadrados que pueden representar desde mansiones
o puntos de reposo a lo largo de las rutas hasta establecimientos
rurales o villae. Además de estos cuadros en el mapa aparecen otros
dibujos, catorce en total, que parecen representar diversos motivos.
Así, nos encontramos con la imagen de una localidad situada entre
montañas, zonas montañosas cubiertas de bosques, ciudades amuralladas de
diversos tipos, ciudades o asentamientos sin amurallar y monumentos de
diverso tipo, uno de ellos en apariencia bastante imponente, alto y
rematado por frontones. A veces, y a pesar del pequeño tamaño de las
imágenes, hay algunos detalles, como la representación de puertas o
ventanas en las murallas así como de tejados en las viviendas; hay
ciudades de aspecto más regular, cuadrado, y otras que pueden ser más
grandes y dispersas.
Un problema aún no resuelto es saber a qué
parte del mundo conocido se refiere el mapa; el hecho de que aparezca
inserto dentro del libro dedicado a Iberia ha hecho sugerir a los
comentaristas que el mismo puede representar una parte de ella; no
obstante, aunque se han avanzado bastantes interpretaciones ninguna de
ellas es definitiva dada la ausencia de referencias precisas en el
dibujo aunque los editores del papiro parecen inclinarse por
considerarlo una representación de la Hispania Citerior.
En cualquier caso no se trataba de un mapa
viario, como será la posterior tabula Peutingeriana ni tampoco del tipo
de mapa que creará Claudio Tolomeo sino tal vez de algo intermedio entre
el mapa del mundo conocido de Eratóstenes y los mapas que se habían
popularizando en época helenística de zonas y territorios más concretos,
aunque sometido a las limitaciones físicas del rollo de papiro en el
que está realizado, lo que acentuaría las deformaciones necesarias para
inscribir en ese espacio la imagen de un territorio. En todo caso, lo
que conocemos del mapa de Artemidoro indica que debía de contener
bastantes detalles y que sería un complemento espléndido a su obra
geográfica. Es también objeto de discusión si el diseño del mapa pudo
corresponder al propio Artemidoro o, por el contrario, a algún
cartógrafo que, con los datos del autor, pudo trazar el mapa. Sí puede
haber ocurrido también que en el momento en el que se realiza el
ejemplar que poseemos (s. I d.C.) el cartógrafo no se haya limitado a
copiar el mapa presente en la edición de la obra de Artemidoro empleada
para hacer la copia, sino que lo habría actualizado para adaptarlo a los
conocimientos del momento.
Por la época en la que se produjo y se
copió o modificó el mapa (entre fines del s. II a.C. y primeros decenios
del s. I d.C.) nos muestra, a pesar de su estado incompleto, la
popularización de una cartografía descriptiva, que presentaba datos de
un territorio dado, favorecidos por el control político que ejercía
Roma, pero sin las preocupaciones de una representación exacta de las
partes de la tierra ni de la ubicación correcta de los lugares dentro de
ella; nuestro mapa parece hallarse lejos de las preocupaciones
matemáticas que había manifestado Eratóstenes y que siglos después
desarrollaría Tolomeo. Se trata, más bien, de un refuerzo visual del
texto geográfico en el que la representación de los lugares junto con
algunos elementos topográficos (ríos, caminos, montañas, monumentos,
etc.) servía para ilustrar el país al lector. Estamos lejos de la
cartografía científica, pero también de los mapas viarios que Roma
empleará con gran profusión y su novedad hace que aún subsistan muchas
dudas sobre este, por el momento, único documento cartográfico
conservado del mundo grecorromano.
Pero a pesar del poder de tan gran tradición, a veces más fiable que lo que generalmente se cree, Artemidoro será el obligado testigo de una realidad nueva, la administración romana. A falta de una gran editio princeps los retazos del Papiro que nos van presentando Gallazzi y sobre todo Kramer, permiten entrever la enorme y nueva pujanza que se va superponiendo a las imágenes anteriores de la Península. En los restos de la Para/plouj en el Papiro de Artemidoro, además de las ciudades costeras, se pone de relieve la construcción de una poderosa línea de torres/faro destinada a asegurar la navegación. Este viaje costero comienza a la altura de los Pirineos; parece que hay varias partes del Papiro practicamente ilegibles hasta que aparece la mención del río Sou/krwn o Júcar . Tras otros pasajes perdidos, se encuentra, según Kramer, el "puerto de Menesteo" con una torre del mismo nombre que formaría parte de la mencionada línea de faros que punteaba la costa. Despues de ciudades importantes de la costa hispana como Cádiz y Huelva y otras de la actual Portugal, aparece la (Iera\ )/Akra, la Punta de Sagres y el cabo San Vicente; se menciona Sala/keia o Salacia (Alcácer do Sal) y se constata su torre/faro. Finalmente el viajero llega a Me/gaj Limh/n, según Kramer el puerto de La Coruña, cuyo faro aún hoy puede contemplarse. Casi más que algunos de los historiadores y geógrafos posteriores, Artemidoro es testigo del cambio a una realidad enormemente potente. Iberia ya no se llama así, sino ÔIspani¯a; las costas del temible Océano en el que se produce el sacro y maravilloso espectáculo del Sol que se apaga con gran estrépito están siendo domadas por la administración romana mediante una línea de torres/faro que asegura la navegación de cabotaje. La geografía y la historia ya no pueden ser interpretadas a la luz de la larga y venerada tradición. No falta en el Artemidoro arcaizante cierta melancolía por el fin de una parte importante del mundo antiguo del que lo que queda fuera de la adminstración romana, parece ya irremediablemente periclitado.
Pero a pesar del poder de tan gran tradición, a veces más fiable que lo que generalmente se cree, Artemidoro será el obligado testigo de una realidad nueva, la administración romana. A falta de una gran editio princeps los retazos del Papiro que nos van presentando Gallazzi y sobre todo Kramer, permiten entrever la enorme y nueva pujanza que se va superponiendo a las imágenes anteriores de la Península. En los restos de la Para/plouj en el Papiro de Artemidoro, además de las ciudades costeras, se pone de relieve la construcción de una poderosa línea de torres/faro destinada a asegurar la navegación. Este viaje costero comienza a la altura de los Pirineos; parece que hay varias partes del Papiro practicamente ilegibles hasta que aparece la mención del río Sou/krwn o Júcar . Tras otros pasajes perdidos, se encuentra, según Kramer, el "puerto de Menesteo" con una torre del mismo nombre que formaría parte de la mencionada línea de faros que punteaba la costa. Despues de ciudades importantes de la costa hispana como Cádiz y Huelva y otras de la actual Portugal, aparece la (Iera\ )/Akra, la Punta de Sagres y el cabo San Vicente; se menciona Sala/keia o Salacia (Alcácer do Sal) y se constata su torre/faro. Finalmente el viajero llega a Me/gaj Limh/n, según Kramer el puerto de La Coruña, cuyo faro aún hoy puede contemplarse. Casi más que algunos de los historiadores y geógrafos posteriores, Artemidoro es testigo del cambio a una realidad enormemente potente. Iberia ya no se llama así, sino ÔIspani¯a; las costas del temible Océano en el que se produce el sacro y maravilloso espectáculo del Sol que se apaga con gran estrépito están siendo domadas por la administración romana mediante una línea de torres/faro que asegura la navegación de cabotaje. La geografía y la historia ya no pueden ser interpretadas a la luz de la larga y venerada tradición. No falta en el Artemidoro arcaizante cierta melancolía por el fin de una parte importante del mundo antiguo del que lo que queda fuera de la adminstración romana, parece ya irremediablemente periclitado.
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