Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles;
cólera funesta que causó infinitos males a los
aqueos
y precipitó al Hades muchas almas valerosas
de héroes,
a quienes hizo presa de perros
y pasto de aves
-cumplíase la voluntad de
Zeus-
desde que se separaron disputando el
Atrida,
rey de hombres, y el divino Aquiles...
Poema épico griego, en 24 cantos de versos hexámetros (con seis pies formados por una sílaba larga y dos breves en cada verso) que la tradición atribuye a Homero; en él, se narran unos momentos especialmente intensos de la guerra de Troya (ca. 1200 a. C.), que corresponden a una fase posterior en nueve años al inicio del conflicto. El título de la obra deriva del topónimo Ilion, nombre con el que también era conocida Troya por el hecho de haber sido Ilo su fundador de acuerdo con la leyenda.
Mark Pagel, un teórico evolucionista de la Universidad de Reading (Inglaterra), y sus colaboradores, Eric Lewin, Andreea S. Calude y Andrew Meade, consideran que esta epopeya homérica fue creada aproximadamente en el año 762 a.C., según un artículo que publicaron en Bioessays, un periódico científico. Los investigadores han aplicado métodos estadísticos basados en la evolución del lenguaje para determinar la fecha, que coincide con la que han propuesto la mayoría de historiadores. "El cognado es la unidad básica de análisis en el estudio sobre el cambio de léxico. Los cognados son palabras que derivan de una palabra ancestral común, de la misma forma que en la biología los genes homólogos derivan de un gen ancestral común", afirman.
De esta forma han comparado el lenguaje contenido en la Ilíada de Homero con el griego moderno y el hitita (una lengua muerta de origen indoeuropeo que se habló aproximadamente entre el 1600 a.C. y el 1100 a.C.) para confirmar que este poema data del siglo VIII a.C. Los investigadores demuestran así que incluso "los textos literarios pueden conservar rastros de la historia".
Según el relato mitológico-épico, la guerra se había desencadenado por el Juicio de Paris. A la celebración de la boda entre Tetis y Peleo no fue invitada la Discordia, quien, enojada, dejó caer una manzana con la leyenda "para la más hermosa". Tres diosas se consideraron merecedoras de dicho galardón y, ante la falta de acuerdo, se decidió que fuera el bello pastor Paris quien hiciera de juez de tan fatídica contienda. En realidad, las tres diosas, Hera, Atenea, y Afrodita, simbolizan las tres fuerzas primarias de la naturaleza: el poder, la sabiduría y el éxito en el amor.
Paris fue seducido por Afrodita, quien le otorgó como premio el éxito en todos los asuntos relativos al amor; de ese modo, era inevitable que la bella Helena quedara prendada de él. El enojo de las otras dos diosas les llevó a jurar odio eterno a los troyanos y a proclamar su apoyo a los griegos. Esta declaración de principios fue más allá de la pura palabra cuando Paris raptó a Helena, esposa del rey de Esparta, Menelao, quien promovió la expedición de los griegos contra Troya. En este conflicto, los dioses adoptarán posturas enfrentadas e incluso llegarán a luchar entre ellos.
Los estudiosos resumen la Ilíada a través de su tema principal: la ira de Aquiles y su afrenta por parte de Agamenón, hermano de Menelao, aunque este motivo tan sólo corresponde a un momento del último año (décimo en concreto) del asedio de las fuerzas griegas a Troya; en realidad, los hechos narrados corresponden, básicamente, a cuatro días de la guerra, que concluyen con la muerte de Héctor. La muerte del hijo de Príamo, Héctor, supone una premonición de la inminente destrucción de Troya.
El contenido de los cantos es el siguiente: (Cantos 1-8) Los griegos sufren fuertes reveses tras una serie de acontecimientos: Agamenón ha abandonado a su prisionera, Criseida, por indicación del adivino Calcante (para quien la reciente plaga entre sus hombres era derivada de la ira de Apolo al haber raptado a la hija del sacerdote de esta divinidad) y, en su lugar, le quita su concubina (Briseida) a Aquiles, quien enojado abandona el campo de batalla y deja mermadas las fuerzas de los sitiadores, que han de retirarse a su campamento. La suerte de la guerra debería haberse resuelto en un combate singular entre Menelao y Paris, que no llega a producirse porque éste es raptado por Afrodita en el momento en que iba a producirse su derrota. (Canto 9) Agamenón pide disculpas al iracundo Aquiles, aunque sin éxito, pues éste se dispone a regresar a su tierra; ni siquiera Ulises ha conseguido que Aquiles retorne al campo de batalla. (Cantos 10-17) Los troyanos llegan a invadir el campo griego y alcanzan hasta las naves de sus sitiadores. Enojado por las derrotas de los griegos, Aquiles permite a su amigo Patroclo, a quien ha dejado su propia armadura, que entre en combate. Tras la retirada de los troyanos, Héctor da muerte a Patroclo, hecho que despierta la ira de Aquiles en esa nueva dirección. (Cantos 18-22) Ahora furioso, Aquiles se presenta sin armas ante los troyanos para retarlos; no obstante, Tetis, su madre, le entrega una nueva armadura forjada por Hefesto (el Vulcano de los romanos). Pertrechado para el combate, mata a Héctor y ultraja su cadáver, que arrastra por el suelo tras atarlo al eje de su carro. (Cantos 23-24) Sólo ahora, Aquiles entierra el cuerpo de Patroclo con todo honor. El rey de Troya, el viejo Príamo, acude implorante a Aquiles para pedirle el cuerpo de su hijo; conmovido por el lamento paterno, Aquiles accede. El poema concluye con los funerales por Héctor, antes de que se produzcan la muerte de Aquiles y el final de la guerra de Troya. La crítica ha señalado tradicionalmente que algunos de los mejores momentos del poema, entre los cantos II y VII, corresponden a distintos momentos de la guerra de Troya que poco tienen que ver con las acciones descritas.
Éstos, en esencia, son los acontecimientos narrados, teñidos por la tragedia de la muerte de los hijos de Príamo y Hécuba, entre ellos el amado Héctor. El conjunto se apoya en diversos momentos en que sobresalen héroes de uno y otro bando o en que se describen escenas o sucesos memorables: en el canto segundo, la relación de las naves griegas o la descripción del ejército troyano; en el tercero, la vista del ejército griego desde las murallas por parte de Príamo y Helena; en el cuarto y quinto, las hazañas de Diomedes; en el sexto, la despedida de Héctor y Andrómaca, su mujer; en el décimo cuarto, el engaño de Zeus por Hera; en el décimo octavo la forja de las armas de Hércules por Hefesto; en el vigésimo tercero los juegos fúnebres en homenaje a Patroclo; los ruegos de Príamo a Aquiles, etc.
En realidad, hemos de ver en Homero,el autor que vivió en el s. VIII a. C., como el heredero de una larga tradición de recitadores que habrían ido transmitiendo oralmente una serie de relatos o cantos de raigambre épica. Incluso la lengua refleja diversos estratos dialectales como consecuencia de este largo proceso de transmisión oral.
Homero fue capaz de articular en un todo unitario, en un largo y extenso poema, diversos relatos de diversa datación, alusivos a una época remota, en torno al año 1200 a. C., en que Troya fue destruida violentamente (como han demostrado los modernos estudios de Arqueología) por las tropas griegas. Aquí reside su mérito: en el hecho de haber sabido organizar en su narración retazos de antiguas tradiciones, por medio de unas reglas compositivas estudiadas por Lord y Parry, los dos grandes maestros del oralismo.
Por tratarse de poemas recitados de memoria, el aedo se habría auxiliado con toda una serie de recursos mnemotécnicos; entre ellos, hay temas, motivos y fórmulas o, en este último y amplio grupo de recursos, frecuentes epítetos épicos, que caracterizan a los héroes, como “Ulises rico en ardides", "Aquiles de pies ligero" o "Agamenón, pastor de hombres"; sin embargo, el epíteto épico también se aplica a otros elementos descritos en la obra, como "las cóncavas naves"; "el mar que brama sonoro", etc.
Como quiera que sea, todo apunta a que hacia mediados del siglo VI a. C. ya había un texto común, una especie de vulgata, de la obra, seguramente semejante al que hoy se conoce; antes, parece que la memoria fue básica, si no únicamente, la garante de la supervivencia y transmisión de la Iliada. Sobre esa versión escrita, de seguro, hubieron de trabajar los filólogos de la que hoy se conoce como Escuela de Alejandría, desde el siglo III a. C. en adelante.
La primera edición de la obra propiamente dicha que nos ha llegado es la de Zenódoto de Éfeso, tutor del rey Ptolomeo II (mediados del siglo III a. C.). Determinante para el texto que hoy leemos fue la labor desarrolada por los eruditos de Bizancio, desde el siglo II de nuestra era hasta el reencuentro de Occidente con la cultura helénica. Desde ahí en adelante, la historia del texto es bien conocida, con un hito principal en la editio princeps de Demetrio Calcóndyles en las prensas florentinas de Demetrio Damilas en 1488.
En el desarrollo de la leyenda troyana, se relata la aventura de las amazonas y la reina de todas ellas, Pentesilea; la llegada de las fuerzas etíopes para engrosar las filas troyanas; la muerte de Aquiles; la historia de Neoptólemo y Filoctetes; la construcción del caballo de Troya y, finalmente, la caída de la ciudad. Sobre estos hechos, tenemos noticia de la existencia de otros muchos textos posthoméricos de índole diversa; entre ellos, es preciso mencionar la llamada Iliada pequeña o Ilias Parva, poema épico en cuatro libros escrito acaso por Lesques de Pirra o Mitilene de Lesbos y que no ha llegado a nuestros días; en él, se ampliaban, recreaban o continuaban ciertos pasajes del texto homérico. En su interior, se relataban, precisamente, la entrega de armas a Ulises por parte de Aquiles; el suicidio de Áyax tras enloquecer; la profecía de la destrucción de Troya por Filoctetes; la entrada de Ulises en Troya secretamente; y la estratagema del caballo de madera.
La materia troyana fue una de las más gratas para el hombre de todos los tiempos, como se desprende de la pervivencia de la leyenda a pesar de circunstancias claramente adversas, debidas sobre todo al olvido de la lengua griega en Occidente durante casi diez siglos y al desconocimiento del texto homérico; no obstante, la continuidad del mito estaba asegurada de distintas maneras, entre ellas gracias a la prolongación de la leyenda a través de la Eneida de Virgilio.
Por ese lado, llegamos a otras muchas leyendas romanas y a otras tantas exclusivas de la civilización europea posterior, como las que derivan en la figura de Bruto, bisnieto de Eneas y fundador de Britania, que tanto juego dará en el roman courtois o novela medieval (ahí está el Roman de Brut, escrito en 1155 por Wace para Enrique II y Leonor); además, el Medievo más temprano potenció varios relatos supuestamente surgidos en la Antigüedad, como los de Dares y Dictis. En conjunto, las leyendas de Alejandro Magno, Eneas, Tebas o Troya gozaban de una alta consideración por cuanto se veía en ellas un conjunto de altas lecciones históricas; todas ellas estuvieron estrechamente asociadas y hasta fueron hermanadas hacia 1200 por el francés Jean Bodel bajo el rótulo de matiére de Rome o materia de Roma.
Dares Frigio es sólo el sacerdote de Hefesto en la Iliada; sin embargo, la tradición posterior lo convirtió en personaje histórico y le adjudicó un relato prehomérico sobre la destrucción de la ciudad del que derivaría directamente la versión latina conocida, titulada Historia de excidio Troiae que debe datarse en el siglo V o VI d. C. El éxito de esta obra, que leyó con fruición el hombre medieval, sólo puede compararse al obtenido por su eterno compañero de viaje, su contrario en el campo de batalla, Diris Cretense, quien habría acompañado al rey Idomeneo de Creta a la guerra de Troya; de resultas de su visión directa de los hechos, habría escrito un diario de ese conflicto que Lucio Septimio vertió al latín en el siglo IV d. C. bajo el título de Ephemeris belli Troiani (‘Diario de la Guerra de Troya’). Los estudios modernos han demostrado que ambos relatos son de índole seudo-histórica y que hubieron de ver la luz en torno al siglo III d. C.
Los siglos medievales contaron con un poema en lengua latina, conocido a menudo como Homerus latinus, que transmitió el relato de la caída de Troya a modo de vulgata. El conjunto está formado por un total de 1.070 versos hexámetros de autor anónimo (algunos apuntan al nombre de Bebio Itálico, tras descartarse ya por completo el de Silio Itálico) que muchos han datado en el siglo V, aunque hay indicios que invitan a mirar al siglo I de la era cristiana. El texto tiene todas las trazas de ser un trabajo escolar y, a ojos de los críticos, se muestra carente de cualquier mérito literario; no obstante, su importancia es innegable, si tenemos en cuenta su extraordinaria fortuna en Occidente y su poderoso influjo en el conjunto de la literatura medieval. En España, la Ilias latina se percibe en el antiguo Libro de Alexandre y más tarde gozó de notable fama en el romanceamiento de Juan de Mena; de esta obra, hay numerosos manuscritos cuatrocentistas y una primera edición impresa, ya posincunable, de 1519.
Hacia 1165, este erudito ligado a la corte de los Plantagenet dio nueva forma a la leyenda troyana, a partir de la informacion que le brindaban Dares y Dictis. El resultado fue una obra ambiciosa, de 30.302 versos, en que Troya adquiere una importancia extraordinaria para toda la cultura occidental. De esta obra derivan otras muchas, como el Roman de Troie en prosa y otras tantas adaptaciones en romance y otras lenguas vernáculas (al alemán del siglo XIII de Herbort von Fritzlar y Konrad von Würzburg, con un extenso poema incompleto del que se pueden leer unos 40.000 versos) y en el latín de Guido de Colonna.
Por otra parte, Benoît dio nueva a las historias amorosas de la materia troyana que, hasta ese momento, apenas si habían llamado la atención de los lectores. De todas ellas, la principal es la de Briseida con Troilo, que subyugará a infinitos autores, entre ellos Geoffrey Chaucer, Boccaccio (en Filocolo) y el propio William Shakespeare (en su Troilus and Cressida); no obstante, tampoco cabe olvidar las de Jasón y Medea o la Aquiles y Polixena. En esta última, Aquiles es, antes de nada, el amante recordado por Dante en el Inferno, el leal amante que marcha al encuentro de Polixena y es abatido en una emboscada que había preparado Hécuba, la dolida madre de Héctor.
Guido de Colonna compuso su Historia destructionis Troiae en 1287 (la tarea, rematada en poco tiempo, la había iniciado en 1271), de nuevo con el supuesto patrón de Dares y Dictis, aunque en realidad tiene su principal modelo en Benoît; con ella, se ganó no poca fama entre los lectores europeos del Medievo. Por lo demás, existían ya varias compilaciones de historia antigua que habían acogido el relato de los hechos de Troya y que los difundirían por nuevas vías, como los Faits des Romains (1213-1214), que se cuelan en la Estoria de España de Alfonso X, y la Histoire ancienne jusqu’á César (1223-1230), que están presentes en la General Estoria del monarca español.
Aparte de su presencia en Alfonso X por las dos vías indicadas y del romanceamiento de la Ilias latina por Juan de Mena, la materia troyana está presente en diversos textos, entre los cuales hay que destacar la Historia troyana polimétrica, obra escrita a finales del siglo XIII o comienzos del siglo XIV a partir del Roman de Troie y a manera de prosímetro o, lo que es igual, en prosa y verso. Inmediatamente posterior es la Crónica troyana, cuya traducción fue encomendada por Alfonso XI sobre el texto de Benoît y para la que contamos con versión castellana y gallega. El siguiente testigo en esta línea de textos lo constituyen las Sumas de Historia Troyana de Leomarte, basadas en Guido de Colonna y redactadas en algún momento del siglo XIV; de esta misma centuria son las versiones catalana de Jaume Conesa y aragonesa de Juan Fernández de Heredia. Al cierre del siglo XIV, contamos con una Corónica troyana de El Escorial que pudiera haber sido compuesta por el mismísimo Canciller Ayala.
El siglo XV europeo volverá a la fuente primera de Homero, aunque antes recuperará los textos de antaño en copias cuatrocentistas o acometerá nuevas traducciones de viejos títulos, como el Guido vuelto al castellano por Pedro de Chinchilla en 1443 o la Crónica troyana impresa por Juan de Burgos en 1490, en que se unen las obras de Guido y Leomarte. Por esas décadas y antes de que Homero se imponga por doquier, cabe hablar de una verdadera omnipresencia de la materia troyana, como vemos en los cancioneros, las novelas sentimentales y tantos otros géneros del momento.
A esas alturas, no obstante, el panorama estaba transformándose de una vez por todas gracias a la iniciativa de los humanistas italianos. En 1354, Petrarca se había hecho con un manuscrito griego de la Iliada traído desde Constantinopla; años después, él mismo encomendó la traducción de este texto a Leonzio Pilato. Lo que viene después es bien conocido y resultó decisivo para la historia de la cultura occidental: la labor de verter a Homero al latín por parte de esos dos grandes humanistas que fueron Leonardo Bruni y Pier Candido Decembrio, cuyos esfuerzos dieron en breve en varios romanceamientos, entre los que se cuenta el del español Pedro González de Mendoza. Este trabajo lo llevó a cabo en años mozos, antes de ser elevado al cardenalato, y con el propósito de satisfacer una demanda de su padre, Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, que ardía en deseos de leer la Iliada del gran Homero.
Tras esa pareja de humanistas italianos, y superadas las ansias de bibliófilo y lector curioso de don Íñigo, sólo quedaba el retorno admirado de Occidente a la poesía homérica, con una larga lista de traducciones modernas. Entre ellas, cabe destacar las versiones al español llevadas a cabo desde el siglo XVI en adelante, como las de Juan de Lebrija Cano, Cristóbal de Mesa, Ignacio García Malo, José Gómez de Hermosilla o Luis Segalá Estalella, ésta ya de comienzos del siglo XX.
http://www.nocierreslosojos.com/iliada-resumen-guia-lectura/
http://www.enciclonet.com/articulo/iliada-la/#:~:text=Poema%20%C3%A9pico%20griego%2C%20en%2024,1200%20a.
http://www.ataun.eus/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Homero/Iliada.pdf
http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/libros/00040669/00040669.pdf
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