miércoles, 14 de enero de 2015

FELIPE IV Y EL CONDE DUQUE DE OLIVARES












FELIPE IV Y EL CONDE DUQUE DE OLIVARES
 
¿Cómo fue Felipe IV? Carlos Fisas lo define con cuatro palabras: abúlico, poeta, devoto y mujeriego.
 Su faceta de mujeriego se valora por sus resultados: cuarenta y tres hijos que se le reconocen, trece legítimos y treinta bastardos, y podemos suponer algunos más.
 Devoto, como hombre de su tiempo, busca el perdón de sus pecados en la misma medida que un fumador deja el tabaco entre pitillo y pitillo. La fuerte influencia del Conde Duque de Olivares fue sustituida, en 1643, por la de Sor María de Jesús de Agreda, abadesa del monasterio de las Concepcionistas de la villa de Agreda, una monja visionaria que le servía de intermediaria con la divinidad.
 Fue poeta firmando composiciones con el seudónimo de “Un ingenio de esta Corte” y organizando justas poéticas y recitales en el teatro de su Real Alcázar.
 Abúlico en lo personal y como rey, dejó el gobierno en manos del Conde Duque de Olivares y cuando este cayó, se abandonó en manos de un nuevo valido.

  
El valido: El Conde Duque de Olivares
 En abril de 1621, dieciocho meses antes de su muerte, Felipe III confía a Don Baltasar de Zúñiga el gobierno de la monarquía. La nueva administración pretende devolver el Estado a la situación en que se encontraba en tiempos de Felipe II y acabar con los abusos del gobierno reciente.
 Zúñiga, que tiene 60 años cuando llega a ministro principal, ha aprendido sus primeras lecciones de política de su cuñado, el segundo Conde de Olivares. Ahora él alecciona a su sobrino, el tercer conde de Olivares.
 Cuando muere, en octubre de 1622, y hasta 1643, el protagonismo corresponde a Don Gaspar de Guzmán, y Acevedo, tercer Conde de Olivares. Con la obtención del título de duque de San Lucar la Mayor se le empieza a conocer como el conde-duque.
 La política de austeridad que el Conde Duque propugna contra el despilfarro que se venía arrastrando en la corte de Felipe III, dura poco (realmente hasta la visita del príncipe de Gales en 1623).
 El príncipe de Gales había llegado a España para conocer a la hermana de Felipe IV con la que quería casarse. La intransigencia religiosa del conde duque impidieron un matrimonio que hubiera resultado muy beneficioso para la suerte de España.
 El propio Olivares, que tanto criticó la concesión de mercedes del duque de Lerma, irá acumulando honores, cargos y mercedes a través de los años. Su cuñado, el conde de Monterey, se hace famoso por las ganancias que consigue mediante los cargos que va ostentando. Los demás cuñados de don Gaspar son de otra pasta pero hace por ellos cuanto estuvo en su mano. Otros parientes comparten también el cambio de fortuna de la familia. La finalidad de todos estos nombramientos en la corte no es otro que proporcionar a don Gaspar un apoyo en palacio para mantener su poder.
 Dándose cuenta Olivares de la personalidad del rey hace todo lo posible por alimentar su sensualidad y proporcionarle aventuras amorosas. A Isabel la entretiene con bailes, fiestas y saraos.
 En 1633 se inaugura el palacio del Buen Retiro, escenario principal de la corte, planeado por Olivares como el escenario perfecto para proclamar al mundo la grandeza y el triunfo de la Monarquía Hispánica. Felipe IV se apropiaría de él cuando el conde duque cae en desgracia.
 Olivares es un tirano severo e impaciente, irritable e intolerante ante las equivocaciones de sus colegas o subordinados, y siempre le toca a él tomar el trabajo en las manos. Aunque constantemente se lamenta de ello, siente la íntima satisfacción de ser imprescindible. Es un Felipe II sin corona.
 El conde duque de Olivares tuvo la mala suerte de coincidir en el tiempo con Armand du Plessis, el cardenal Richelieu, quién le superó siempre en astucia y falta de escrúpulos. 
Ambos buscaron la unificación de los diversos reinos suprimiendo los fueros y privilegios de algunos de ellos, para conseguir una centralización económica y política. Pero el Cardenal Richelieu sabía lo que quería y no le importaba aliarse con el mismo demonio (en su caso los protestantes) para conseguir sus fines.
Por el contrario el conde duque tenía una persistente tendencia a vacilar. Le costaba tomar decisiones claras y netas, con la paradoja de que esta falta de capacidad para asumir un riesgo claro hacía que se involucrara en riesgos mayores que los que hubiera supuesto una decisión audaz.
 Carecía del sentido de lo posible. En su afán por conseguir un buen tratado (sobre todo con los holandeses) echaba por tierra la posibilidad de algún acuerdo. Un “mal” acuerdo a tiempo con los holandeses hubiera reducido el número de frentes que atender y hubiera ahorrado al país gastos y fracasos.
 Tenía una fe casi mística en la solidaridad de los Habsburgo austríacos para defender la cristiandad bajo el manto de los Austrias españoles y nunca entendió que estos solo estuvieran dispuestos a recibir el dinero español, dinero enviado para mantener una reputación tan absurda como inmerecida.
 Cada ejército y cada batalla exigía exprimir el bolsillo ya vacío de sus vasallos y de algunos nobles. Tuvo que inventar impuestos y cargas, supeditados a las necesidades del momento y no a una política fiscal meditada y coherente. En muchos casos ni esto bastaba para vestir y calzar a la tropa.


 

La guerra de los 30 años

 Con Olivares, la Monarquía se implica plenamente en la guerra de los Treinta Años. Esta abarca una serie de conflictos, que se extienden desde 1618 (al final del reinado de Felipe III) hasta 1648, en los que participan la mayoría de los países de Europa Occidental.
 La paz de Aquisgran o de los Augsburgo, firmada por Carlos V, había cerrado en falso el antagonismo entre católicos y protestantes.
 Carlos V había dejado la corona del imperio austríaco a su hermano Fernando. A este le sucedieron su hijo Maximiliano y sus nietos Rodolfo y Matías.
 Como Matías no tiene descendencia es elegido sucesor el que sería Fernando II, un vástago de una rama secundaria de los Habsburgo. Este era un ferviente católico, que no respetó ciertos privilegios que su antecesor Rodolfo había otorgado a los habitantes de Bohemia, en la actual república checa, en cuanto al mantenimiento allí del luteranismo.
 El 23 de mayo de 1618, los protestantes de Praga invaden el palacio real, capturan a dos de los ministros del rey y los lanzan por una ventana. Este acto, conocido como la Defenestración de Praga, marca el comienzo de la guerra de los treinta años.
 A finales de ese año, los bohemios conceden la corona al calvinista Federico V del Palatinado, que había sido derrotado años antes por Fernando en la elección para suceder a Matías.
 El conde duque se involucra desde el primer momento al lado de Fernando participando en todos los frentes (Bohemia, Dinamarca y Suecia) para mantener la “reputación” de la monarquía española que consistía en no perder ningún territorio y defender la Pax Austriaca garantizada por los Habsburgo. El carácter quijotesco de esta guerra consiguió desangrar el país. No obedecía a ninguna necesidad puesto que no perseguía un beneficio tangible y fue la causa del derrumbamiento de la dinastía de los Austria.
 En su última fase la guerra evoluciona hacia una lucha por la hegemonía en Europa Occidental entre los Habsburgo y Francia. Termina con la Paz de Westfalia (1648), con Francia como gran triunfadora.
 En esta última fase Francia apoya los levantamientos de Cataluña y Portugal (1640) que provocan la más grave crisis interna de la Monarquía. Los múltiples descontentos provocados por la política fiscal y por la desvalorización del ducado causada por la introducción del vellón (cobre) en sustitución de la plata, llevan a la destitución del conde-duque. El emperador de Austria no mueve un dedo para ayudar a España en su lucha con Francia.

La Rebelión de Cataluña

 La Rebelión de Cataluña (1640) es un conflicto entre la monarquía y los territorios catalanes, conocido también como guerra dels Segadors (1640-1652 o 1659). Las causas de esta rebelión se encuentran en:
 -         Los elevados costes de la política imperial.
-         La oposición a la monarquía absoluta.
-         El malestar campesino.
-         La presencia de tropas en Cataluña.
 Durante el siglo XVI solo Castilla y la llegada de oro y plata de América ayudaron a mantener el Imperio.
 A finales de siglo, durante el reinado de Felipe III (1598-1621) la Hacienda castellana se encuentra en estado ruinoso. A partir de 1618 la guerra de los Treinta Años (1618-1648) acentúa los problemas económicos de la monarquía, y, en 1627, se llega a la bancarrota.
 En este contexto, el programa del conde-duque de Olivares tiene por objetivo la reforma institucional del Estado para conseguir la colaboración de los reinos no castellanos en la financiación del Estado.
 Se trata de unificar legislativa e institucionalmente la monarquía suprimiendo leyes e instituciones feudales, crear un Ejército en el que todos los reinos participen – la Unión de Armas- e imponer una fiscalidad más exigente y un sistema bancario nacional.
 Este programa reformista, fundamento de la monarquía absoluta, es rechazado por las Cortes catalanas, lo que crea una relación conflictiva entre Cataluña y la monarquía. A ello ayuda un clima de inestabilidad provocado por el bandolerismo.
 Durante los primeros años del reinado de Felipe IV tres problemas hacen aumentar la tensión:
 -         El rechazo de las Cortes de 1626 y 1632, a la Unión de Armas.
-         Los abusos de los tercios imperiales alojados en Cataluña (1626) en previsión de la guerra con Francia. Estas tropas se alojan en las casas de particulares y viven a su costa. Las obligaciones formales del dueño de la casa se limitaban a proporcionar al soldado cama, mesa, luz y servicio, así como sal, vinagre y agua. Pero Madrid daba por supuesto que la población local daría de comer a sus expensas al ejército que tenía alojado, aunque no podía exigirlo. Cuando Francia declara la guerra en 1635, se envían más tropas para defender la frontera, lo que acentúa al malestar campesino.
-         La aparición del hambre.
 Entre 1635 y 1640 los enfrentamientos entre campesinos y soldados son constantes.
 En 1638 la elección del canónigo radical Pau Claris como presidente de la Generalitat, desplaza a la burguesía y a la nobleza partidaria del pacto de la dirección de las instituciones.
 A partir de enero de 1640, los enfrentamientos entre las tropas imperiales y los campesinos aumentan. Un clima antiseñorial se mezcla con el conflicto político abierto.
 En mayo de 1640, 4.000 campesinos se enfrentan a los tercios en Gerona y el obispo sanciona con la excomunión a los soldados. Ello da fuerzas a la religiosidad popular, que apoya la revuelta campesina espontánea.
 El 22 de mayo los segadores entran en Barcelona y abren las puertas de la cárcel liberando al diputado militar Tamarit, encerrado por desobedecer las órdenes de reclutamiento de Olivares. El 7 de junio, día del Corpus, entran por segunda vez en la ciudad y el virrey, el conde de Santa Coloma, cae asesinado.
 La ruptura con el Estado es inevitable. Los dirigentes de la Generalitat optan por encabezar la revuelta y sumar así a los objetivos sociales o antiseñoriales del pueblo los objetivos políticos de rechazo del programa unificador.
 Ante la gravedad de los acontecimientos, Olivares forma un ejército para invadir Cataluña. Al mismo tiempo la Generalitat se alía con los franceses. Así es como la rebelión de 1640 de Cataluña se convierte en un episodio local de la guerra de los Treinta Años.
 En 1641 los franceses no respetan la independencia de las instituciones catalanas, pactada previamente, y nombran al rey Luis XIII conde de Barcelona, cediendo a las presiones políticas del cardenal Richelieu. El ejército de Felipe IV, que avanza desde el sur, es frenado en la batalla de Montjuic a las puertas de Barcelona (enero de 1641).
 La revuelta nobiliaria de Francia debilita el ejército francés, coyuntura aprovechada por las acciones ofensivas de Juan José de Austria (fruto de las relaciones del rey con la actriz María Calderón), que dieron como fruto la conquista de Barcelona (1652).
 Los franceses continúan presionando militarmente durante siete años más, razón por la cual algunos historiadores sitúan el final de la guerra en 1659 y otros en 1652, con la caída de Barcelona. Las aspiraciones territoriales francesas se vieron satisfechas en 1659, año en que se firma la Paz de los Pirineos, por la que una parte de Cataluña pasa a ser dominio francés (El Rosellón = la Cataluña francesa).

Guerra de Separación de Portugal
 Es un conflicto que también se inicia en 1640, y que finalizará en 1668 con la independencia definitiva del reino de Portugal de la Monarquía española.
 La política del conde-duque de Olivares supuso la gota que rebasó el vaso del progresivo descontento político vivido en Portugal por la falta de respeto hacia lo acordado por Felipe II en 1579, en los artículos de Lisboa.
 El derecho de exclusivismo, llamado también “indigenato”, debería haber garantizado que todos los cargos del aparato estatal, militares y de defensa metropolitana e imperial fueran para los portugueses. Sin embargo los castellanos los fueron copando.
 Asimismo, se incumplió lo estipulado con respecto a las formas de gobierno delegado en caso de absentismo real, que debía circunscribirse al virreinato de sangre y a una gobernación integrada por naturales. Aunque en ese momento la Corona estaba representada por Margarita de Saboya, prima de Felipe IV, esta era asesorada por castellanos.
 El descontento se agravó porque a la negativa coyuntura económica - pérdida del monopolio comercial, incremento de los ataques holandeses a la América portuguesa y escasez cerealista - se sumó la subida de la tributación y la desnaturalización del fisco lusitano.
 Todo ello produjo alteraciones en 1637 en Évora, Alentejo y Algarve. En marzo del siguiente año se había vencido la oposición y se proclamó un perdón general.
 La existencia de un descendiente directo al trono, don Joao (Juan) de Braganza, el futuro Juan IV de Portugal, permitió que este descontento se encauzara hacia la separación de los Austrias (Habsburgos españoles). Aunque en las alteraciones de 1637 don Joao había sido aclamado como rey de Portugal, se mantuvo prudentemente en la retaguardia hasta los últimos meses.
 La situación de Felipe IV, con la balanza inclinada en su contra en la guerra de los Treinta Años, y la exigencia del conde-duque de Olivares a la nobleza portuguesa de que se uniera a la campaña militar contra los catalanes, que en 1640 habían iniciado su rebelión, fueron determinantes en los apoyos al movimiento separatista.
El 1 de diciembre de 1640, con gran secreto se tomó el pazo (casa de campo) donde residía la virreina, se dio muerte a Miguel de Vasconcellos, secretario del Consejo del Reino, se consiguió la rendición del gobernador del castillo de San Jorge y la de las naves castellanas fondeadas en el Tajo.
 Pronto el nuevo reino tuvo apoyo internacional, salvo de la Santa Sede que junto con España no asumió la separación hasta el Tratado de Lisboa (1668). En estos años el enfrentamiento militar se limitó a acciones fronterizas puesto que las tropas de Felipe IV se encontraban en Cataluña y en Centro-Europa luchando contra Richelieu.
 Tres veces se intentó la penetración a lo largo del Tajo hacia Lisboa y las tres veces fueron rechazados los invasores con grandes pérdidas. Con poco dinero, pocas tropas, poca moral y jefes de mediocres cualidades el éxito no podía sonreir a las armas españolas.

Caída del Conde duque de Olivares; nuevo valido Luis Menéndez de Haro

 En 1643 el rey ordena al Conde Duque de Olivares que entregue todos sus poderes y se retire a su villa de Loeches (cerca de Alcalá). Dispone que desde aquel momento será el rey quien gobernará, de lo que se cansa a los pocos días. Entrega el mando a un nuevo valido, llamado Luis Menéndez de Haro (sobrino del conde duque de Olivares).
 La reina Isabel muere al año siguiente. Le falta un mes para cumplir cuarenta y un años. A los dos años le sigue su hijo, el príncipe Baltasar Carlos. A Felipe solo le queda una hija, la infanta María Teresa.
 Poco después, el conde duque se traslada de su hacienda de Loeches a Toro. Allí algunas versiones mantienen que sus parientes, para evitarle un fin ignominioso (la inquisición iba a por él), apresuran su muerte por medio de un veneno en 1645.
 El jardín del Buen Retiro pertenecía a Olivares. El rey se queda con él, ensanchándolo y embelleciéndolo.


Balance de las guerras

 Durante el reinado de Felpe IV, España sufre un revés tras otro: Pérdida de Holanda (Tratado de Munster en 1648), guerra con Francia que termina con el tratado de los Pirineos y la guerra de secesión de Portugal, que terminará logrando su independencia en 1668 (Tratado de Lisboa).
 La paz con Francia (Paz de los Pirineos) se logra con la pérdida de ciudades en Flandes, y la cesión a Francia del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y parte de la Cerdaña. El pacto se firma en 1659 y se sella con la boda, el año siguiente, de la infanta María Teresa (hija de Isabel) con Luis XIV, su primo por partida doble, previa renuncia a la corona de España. Sin embargo este matrimonio permitirá que el nieto de Luis XIV sea el futuro Felipe V de España, el primer Borbón.
 La regencia y un nuevo valido: el jesuita Nithard
 A la muerte del rey en 1665, el príncipe don Carlos tenía cuatro años. La reina Mariana asume la regencia asesorada por un Consejo de Regencia integrado por dos personajes de la corona de Aragón y tras de la de Castilla. Pero la reina viuda prescinde de los consejeros y entrega el gobierno a su confesor, el jesuita austriaco Everardo Nithard.
 Pretextando la falta de dote prometida a su esposa, Luis XIV de Francia envía sus ejércitos contra las enflkauqecidas guarniciones de las plazas españolas en Flandes. La guerra fue breve y terminó con la paz de Aquisgrán que entregaba Lille y otras plazas a Francia.
 El padre Nithard dura cuatro años en los que fue acumulando errores y derrotas. Juan José de Austria, fruto de las relaciones del rey con la actriz María Calderón, se subleva en Barcelona y llega hasta Torrejón de Ardoz, desde donde envía un ultimátum a la reina. Esta destituye al valido, y lo envía a Roma como embajador. Dos años después muere como cardenal.
 Cuarto valido: Fernando Valenzuela
 Don Juan hubiera podido suplantar a la reina pero se contentó con la destitución del valido y volvió a Aragón. Doña Mariana, que experimentaba la necesidad de apoyarse en alguien, se encaprichó entonces de un hidalgüelo, Don Juan de Valenzuela, quien aprovechó la ocasión para reunir en poco tiempo una saneada fortuna.
 El nuevo valido es un hombre listo, con pocos escrúpulos y muchas ambiciones. Inventa una serie de impuestos que, en algunos casos llega a la simonía (venta de beneficios eclesiásticos) y se apodera de la Renta del Tabaco.
Un grupo de Grandes de España se hacen eco de la indignación genearl y apoyaron un nuevo levantamiento de Don Juan José de Austria. El favorito fue desterrado, la reina madre confinada en Toledo y el rey niño, un pelele sin voluntad, quedó al cuidado de su hermanastro que durante tres años gobernó España en calidad de primer ministro. 
Tras la prematura muerte de Don Juan Joseé de Austria, el duque de Medinacelli primero y el conde de Oropesa después llevaron las riendas.
 La nobleza, descontenta, llama al confesor de Carlos II que le convence para que asuma el poder el mismo día de su decimocuarto cumpleaños, 6 de noviembre de 1675, frente a la opinión de su madre que quería prorrogar la regencia otros dos años.
 Familia de Felipe IV
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Primera esposa: Isabel de Borbón

 Cuando tenía seis años, su padre propuso al rey de Francia, Enrique IV, el matrimonio del entonces Príncipe de Asturias con la hija de aquel, Isabel, al mismo tiempo que se concertaba el matrimonio del Delfín de Francia, el futuro Luis XIII, con Ana, su hermana.
 Enrique IV era aquel rey de Navarra, protestante, que, para ser rey de Francia, abjuró de sus creencias y se convirtió al catolicismo. No le hizo gracia casar a su hija con el rey español, que representaba el más rancio catolicismo, pero su asesinato por un extremista católico, Jean François Ravaillac, en 1610, facilitó la aprobación de la reina viuda, María de Médicis.
 La cuestión económica se saldó de una manera ejemplar. Ambos padres dotaban a su hija con quinientos mil escudos de oro, con lo que ninguno desembolsó un duro.
 Ana de Austria casó con Luis XIII de Francia en 1615, cuando tenía catorce años. Su matrimonio no fue feliz y, desde 1620 hasta la muerte de Luis en 1643, la pareja vivió prácticamente separada. El jefe del Consejo de Ministros, el Cardenal Richelieu, dudaba de su lealtad hacia Francia, por su origen español, y la acusó de conspirar contra el rey aunque no pudo probar nada. Otras lenguas afirman que su odio procedía de no haber querido acostarse con él. La reina Ana es el protagonista femenino de la novela de Alejandro Dumas “Los tres mosqueteros”
 Cuando Felipe IV se casa, en 1615, tiene diez años y medio, e Isabel uno más. Tienen que esperar hasta 1620 para vivir juntos. Un mes después de verse, ella, que tiene 17 años, ya estaba embarazada.
Del matrimonio de Felipe IV e Isabel nacen dos hijos.
El heredero Baltasar Carlos.- era una promesa de continuidad pero su temprana muerte truncó el destino
Maria Teresa.- La infanta se casó con el rey frances Luis XIV (el rey sol). Este matrimonio haría posible la entrada de los borbones en España ya que un nieto suyo Felipe de Anjou, hijo de Luis XV heredaría el trono español tras la muerte de Carlos II sin descendencia directa. Esto produciría la guerra de sucesión.

La segunda esposa: Mariana de Austria

 Necesitado de buscar descendencia, tras la temprana muerte de Baltasar Carlos, casa con Mariana de Austria hija de su hermana María. Mariana tiene en esos momentos 13 años y Felipe 41.
 De nuevo un acuerdo económico neutro: El padre de la novia, el emperador Fernando II de Alemania, igual de arruinado que Felipe IV, paga una dote de 100.000 escudos y recibe la misma cantidad en concepto de arras.
De este matrimonio nace un niño débil y enfermizo y que pasaría a la historia con el nombre de Carlos II el Hechizado.
 Carlos II el Hechizado.
http://www.incerba.com/espana/photo21.htm

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