Rodeado de relatos misteriosos, el oráculo de Delfos fue, durante miles de años, uno de los enigmas más desconcertantes del mundo antiguo. Para el mundo griego, los oráculos eran fundamentales para su religión y su cultura;comerciantes, mendigos, filósofos, campesinos y reyes sabían de su existencia y acudían al santuario para saber lo que les deparaba el futuro. El recinto sagrado fue dedicado principalmente al Dios Apolo.
El principal motivo de veneración del santuario residía en la veracidad de sus vaticinios, siendo el oráculo de Delfos el más fiable de la época. Lo cierto es que los griegos tenían una fe ciega en el oráculo, si se equivocaba decían que se había interpretado mal.
Según la mitología griega, el culto tiene origen en la orden de acudir a ese lugar que Zeus dio a Apolo, su hijo, nada más nacer. Para el viaje le proporcionó un carro tirado por cisnes, pero éstos condujeron a Apolo al lejano país de los Hiperbóreos, una región situada en tierras desconocidas al norte de Tracia. El Dios tardó un año en presentarse el Delfos y lo hizo el verano cuando la naturaleza está exultante, a partir de entonces, todos los años se celebra la llegada de esa época con una hecatombe. Apolo antes de instalarse, debía matar al ser que lo custodiaba, una serpiente Pitón, de ahí sugiere el nombre de pitonisa con el que se denominaba a las mujeres que interpretaban el oráculo. Tras el triunfo de Apolo frente a la serpiente, se levantó un templo en su honor. La victoria final de Apolo, se celebrará periódicamente con unos juegos denominados juegos píticos. El oráculo se celebraba sólo el día 7 de cada mes, ya que se consideraba como la fecha de nacimiento de Apolo.
Cuando los peregrinos llegaban al pie del monte Parnaso, donde estaban la ciudad de Delfos y el recinto de Apolo, los recibía el próxenos, el embajador que cada polis tenía en el santuario y que atendía por igual a embajadores y a ciudadanos particulares. Hay que suponer que los días en que el recinto estaba abierto a consultas debía de concentrarse allí mucha gente, y que las colas para entrar eran constantes. Pero no todos tenían que esperar: ciudades como Atenas o Esparta disfrutaban del privilegio de la promanteia, la prioridad de consulta, de la que se beneficiaban tanto sus emisarios como los ciudadanos privados que los acompañaban.
A lo largo de esta avenida que lleva al templo de Apolo se suceden diversos edificios votivos, como el tesoro de los Atenienses, en la imagen, del siglo V a.C.
Lo primero que encontraban los viajeros, a un kilómetro y medio del recinto, era la zona conocida como Marmaria por los mármoles de los edificios allí construidos, entre ellos el templo circular de Atenea Pronaia. Luego los peregrinos pasaban por la fuente Castalia, que brotaba entre las dos piedras Fedríades («brillantes»), y se purificaban con sus aguas. Acto seguido entraban en procesión por la vía Sacra, ya en el interior del santuario propiamente dicho. Esta calzada ascendía por una pronunciada pendiente y estaba flanqueada por los tesoros de las más prominentes ciudades: Sición, Sifnos, Cnido, Tebas, Atenas, Corinto, Massalia. Los tesoros eran pequeños templos o capillas en los que se conservaban los exvotos y donaciones que los ciudadanos de una polis entregaban al santuario. Después la vía llegaba al templo de Apolo, más arriba del cual se encontraban la palestra, el gimnasio, el estadio y el teatro. Este edificio, con capacidad para unos 5.000 espectadores, acogía los certámenes artísticos de los juegos píticos, que se celebraban en honor de Apolo e incluían competiciones atléticas y celebraciones religiosas.
Los restos del templo de Apolo en Delfos datan del siglo IV a.C., cuando se levantó de nuevo después de que un terremoto destruyera el templo anterior.
Frente al templo estaba el altar para los sacrificios. Las consultas al oráculo se «pagaban» en forma de sacrificio o de pastel: el propio templo vendía los animales que debían sacrificarse y las tartas sagradas (pélanos). Aunque no se conocen las tarifas, es de suponer que el precio mínimo por la ofrenda sería asequible para un ciudadano medio. Sin embargo, los más pudientes solían ofrecer, además de un sacrificio, presentes como estatuas, trípodes y otros exvotos. Lógicamente, las tasas en forma de sacrificios o tartas que había que comprar para acceder al oráculo debían de ser mucho más elevadas para las consultas cívicas que para las privadas;poco sabemos de la organización en el interior del templo. Allí se encontraban la sacerdotisa pitia, por cuya boca hablaba Apolo, y el cuerpo de sacerdotes que la atendía y que se repartía las diferentes tareas. Aunque no se conocen con certeza las atribuciones de cada grupo, se cree que los hieréis se encargarían de los sacrificios; los prophetai se ocuparían de ayudar a la pitia e interpretar sus palabras, y los hósioi se cuidarían del culto.
El peregrino entraba en el templo a través del chresmographeion, donde se guardaba el archivo del santuario con la lista de consultantes, sus preguntas y respuestas, así como la lista de vencedores en los juegos píticos; probablemente allí formulaba su pregunta. Según la tradición, en la parte más recóndita del templo de Apolo había un lugar subterráneo, el ádyton, al que la pitia descendía, con una corona y un bastón de laurel, cuando le llegaba el momento de entrar en éxtasis y comunicarse con la divinidad. Se cuenta que ahí masticaba laurel, bebía agua de la fuente Casotis y se sentaba en un gran trípode situado sobre una grieta natural del suelo de la que salían vapores. Al inhalarlos, la sacerdotisa entraba en un frenesí o delirio gracias al cual pronunciaba las palabras, quizás incomprensibles, que los sacerdotes del templo escuchaban y escribían, y que luego se entregaban al consultante. Pero el ritual de la consulta tal como se ha descrito aquí presenta un problema: es tardío y se trata más bien de una elaboración esotérica de la realidad.Los relatos de diferentes historiadores griegos ofrecen una imagen muy distinta de cómo se desarrollaba.
Egeo, mítico rey de Atenas, consultando a la Pitia, el Oráculo délfico, que está sentada en un trípode
Plutarco, que además de historiador y biógrafo fue sacerdote de Apolo en Delfos, no sólo ignora el procedimiento descrito, sino que su narración es incompatible con el mismo. Este autor, que vivió a caballo de los siglos I y II d.C., explica que el ádyton estaba abierto a los consultantes y no era una habitación secreta; y no dice nada sobre el frenesí o trance de la pitia, ni sobre lo incoherente de sus palabras. Sólo en una ocasión refiere que la sacerdotisa se retira a un lugar subterráneo, pero ello sucede en un momento en el que se siente indispuesta y no logra profetizar, cosa que la lleva a la locura. Por su parte, el historiador Heródoto, que vivió en el siglo V a.C., relata la entrada del dirigente espartano Licurgo en el recinto de la sacerdotisa y afirma que ella le habla directamente, sin esperar siquiera a su pregunta y, de hecho, le dicta la constitución espartana. También Jenofonte parece tener una relación directa con la pitia cuando, a finales del siglo V a.C., le pregunta a qué dioses debe encomendarse para tener éxito en el viaje que luego narrará en su Anábasis, el épico itinerario de un ejército de mercenarios griegos a través del Imperio persa.
Es más, algunos ejemplos de consultas históricas que se conservan presuponen no sólo que la pitia estaba presente ante los consultantes, sino que se dirigía directamente a ellos, como cuando los atenienses le solicitaron que escogiera los nombres de las diez tribus de su ciudad, o cuando los tesalios le pidieron que eligiera a un rey. Al parecer, en ambos casos se ofreció a la sacerdotisa una urna con distintos nombres para que ella eligiese. En definitiva, lo que ocurría dentro del templo y la manera en que actuaba la profetisa constituye un misterio. En cuanto al origen de su inspiración, se ha intentado explicar por el uso de sustancias psicoactivas que podían estar presentes en el agua o el laurel, o por algún vapor que actuara sobre su conducta (parece que está confirmada la existencia de etileno en el subsuelo de Delfos). Incluso hay quien afirma que pudo recurrir al hipnotismo o algún tipo de sugestión.
Orestes en Delfos
Después de la consulta, el peregrino regresaba al chresmographeion, donde los prophetai le entregaban por escrito un informe oficial y la respuesta del oráculo interpretada y formulada solemnemente, a menudo en verso. Tras esto emprendía el viaje de regreso a casa, tan peligroso como el itinerario de ida.
Las pitonisas eran escogidas y entrenadas desde muy pequeñas por los sacerdotes, tenían que tener ciertas cualidades y vivir rodeada de pureza física, psíquica y espiritual, generalmente, las pitias ostentaban su cargo de manera vitalicia.
Para entrar en el ádyton, se sometían al ayuno y la purificación mediante una baño ritual en las aguas del manantial de Castalia y masticando hojas de laurel. El templo de Apolo era el lugar donde la pitonisa daba consejos. La pitonisa entraba en la zona más profunda y misteriosa del templo, allí se sentaba en un trípode y comenzaban los mensajes. La manera que tenían de revelar los mensajes las pitias nos la cuentan numerosos historiadores y filósofos como Cicerón, Plinio o Estrabón.
Todos coinciden en lo mismo, la pitonisa aspiraba unos gases que emanaban desde una grieta que provenía del fondo de la tierra, de esta forma la pitonisa entraba en una forma de trance delirando y gritando, incluso con espuma en la boca, de esta forma revelaba el mensaje de Apolo.
Muchos científicos dan respuesta al mito del oráculo y se han puesto de acuerdo en que lo sucedido a las pítias no es más que la inhalación de gases narcóticos, como el etano, que fluyen por las grietas producidas por las fallas que hay debajo del templo, y hacen que entren en una especie de trance.
Las Excavaciones
En 1676 Jacques Spon (francés) y Geroge Wheler (inglés) llegaron al emplazamiento del santuario convertido en un poblado llamado en ese momento Castri. En su visita por el lugar se fijaron en muchas inscripciones en la iglesia de un monasterio que había sido construida justamente sobre los muros del antiguo gimnasio. En estas inscripciones leyeron la palabra Delphi. Lo mismo les ocurrió en algunas casas del poblado. En estos años no pasó de ser una noticia para los historiadores; no hubo excavaciones.
Pasados dos siglos, en 1840, un arqueólogo alemán llamado Karl Otfried Müller trabajó en esta zona y descubrió entre las casas del poblado una parte del gran muro poligonal del recinto del santuario.
El descubrimiento fue una llamada a seguir trabajando. Llegaron más arqueólogos franceses y alemanes, que fueron poco a poco descubriendo indicios y vestigios de la joya arqueológica que se escondía en aquel lugar. Pero la tarea era muy difícil, pues la presencia del poblado impedía hacer excavaciones en serio.
Empezaron entonces los tratos y los proyectos para trasladar a otro sitio todo el poblamiento de Castri, hasta que en 1881 hubo un acuerdo entre el gobierno griego y el gobierno francés (muy interesado en las excavaciones) para expropiar, trasladar y reconstruir el nuevo emplazamiento, la ciudad actual llamada Dhifis (Delfos). Comenzó una gran actividad arqueológica dirigida por el jefe de la Escuela Francesa de Arqueología de Atenas, Téophile Homolle.
Fueron apareciendo piezas restos de estatuas criselefantinas (es decir, estatuas que tenían la cara, las manos y los pies de marfil y el cabello de oro), piedras de edificios, columnas rotas, etc. Después vinieron las restauraciones llevadas a cabo por la Escuela Francesa de Arqueología, con las subvenciones del Ayuntamiento de Atenas y aportaciones particulares de ciudadanos griegos.
De esta forma vieron la restauración:
El Tesoro de los Atenienses que fue reconstruido pieza a pieza
Templo de Apolo, del que apenas se conserva algunas columnas.
Estadio, que es el mejor conservado de la Antigüedad.
Teatro de Delfos
Tholos o santuario de Atenea.
La fuente Castalia.
Ágora romana.
Altar de Quíos.
Altar de Apolo
Muchas de las piezas fueron llevadas al museo de Delfos que, en la actualidad, es uno de los más ricos de Grecia: entre otras el famoso Auriga, de bronce, tamaño natural ofrendado por Polyzelos; la Esfinge de Naxos, los Mellizos de Argos y una copia romana del Ónfalos que era la piedra en forma de huevo que señalaba el centro u "ombligo del mundo" en Delfos y que fue encontrado durante las excavaciones hechas en el templo de Apolo.
Auriga de Delfos
Esfinge de Naxos
Mellizos de Argos (Cléobis y Bitón)
Onfalo de Delfos
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