domingo, 28 de diciembre de 2014

LA BATALLA DEL GARELLANO



Batalla de Garellano: Enfrentamiento bélico entre las tropas francesas y españolas que tuvo lugar en 1503 durante las guerras de Italia de comienzos del siglo XVI por el dominio de Napoles y Sicilia

 

Antecedentes

Un mes y medio después del último intento de los franceses por cruzar el rio Garellano, y tras haber sido reforzado con 3.000 soldados italianos al mando de Bartolomé Albiano, jefe de los Ursinos, el Gran Capitán decidió llegado el momento de asestar un golpe definitivo al ejército francés acampado frente a él en la orilla derecha del río Garellano.
El sencillo plan concebido por el Gran Capitán Fernando Fernández de Córdoba consistía en un ataque al campamento francés tras haber cruzado el río por un puente que habría que tenderse unas cuatro millas aguas arriba del puente de barcas construido por los franceses en la jornada del 6 de noviembre. El nuevo puente fue tendido con todo sigilo la noche del 27 al 28 de diciembre. Al día siguiente los españoles se pusieron en movimiento.

 

Organización de las tropas

Bartolomé Albiano iba en vanguardia con la caballería ligera. Pedro Navarro iba a continuación con el cuerpo de infantería española,donde marchaban García de Paredes, Zamudio, Pizarro y Villalba. Le seguía Próspero Colonna con los hombres de Armas. Cerraba la marcha el Gran Capitáncon el resto del ejército. Las tropas de Albiano y Pedro Navarro sorprendieron un destacamento normando y de caballería francesa en Suio y lo arrollaron a su paso.

 

Desarrollo de la Batalla

En vista del mal tiempo reinante desde hacía un mes y medio y de que las lluvias no cesaban, el marqués de Saluzzo, nuevo jefe del ejército francés, decidió retirarse a Gaeta a pasar el invierno, por creer imposible realizar ninguna operación militar en aquellas condiciones climatológicas. Ya había tomado acciones para iniciar esta retirada, pues había embarcado la artillería para que la llevasen por el río hasta el golfo de Gaeta, pues su traslado por aquellos empantanados caminos habría impedido la marcha del ejército francés. Por tanto, su sorpresa fue grande cuando los supervivientes del ataque a Suio le anunciaron la llegada inminente de los españoles. El marqués ordenó la inmediata retirada a Gaeta. Cuando las tropas de Albiano y Pedro Navarro llegaron al campamento francés lo encontraron vacío.
La caballería de Albiano y Colonna se adelantó y alcanzaron a los franceses cuando pasaban por un puente sobre el lecho de un corto río que hay antes de llegar a Mola di Gaeta, y les obligaron a hacerles frente, cosa que el marqués de Saluzzo hizo para evitar que la retirada se convirtiera en una desbandada. Al llegar al lugar el grueso del ejército del Gran Capitán, la infantería de Pedro Navarro y de García de Paredes atacó con tal ímpetu que los franceses atravesaron el puente y se refugiaron en Mola dispuestos a pernoctar aquella noche.
El Gran Capitán ordenó a Pedro Navarro y a García de Paredes que marcharan fuera de caminos hasta colocarse detrás del pueblo para cortar la retirada al enemigo y atacarles de flanco y por su retaguardia. Al amanecer del día siguiente, los franceses salieron de Mola. Les siguió el grueso del ejército español y cuando les alcanzaron, las tropas de Pedro Navarro y García de Paredes atacaron de flanco y por la retaguardia, provocando el colapso de los franceses, que se desbandaron e iniciaron una desordenada huida perseguidos por la caballería de Colonna, abandonando la artillería que llevaban consigo,banderas, equipajes y carros de transporte. Los supervivientes de aquel día se refugiaron en Gaeta, mientras que el ejército vencedor acampó aquel día en Castiglione, frente a Gaeta.
Los franceses sufrieron entre tres y cuatro mil muertos, y otros tantos desaparecidos y prisioneros. Ese día el caballero Bayardo se distinguió por su valor, peleando como un bravo y perdiendo tres veces su caballo. La destrucción del ejército francés fue total, de manera que el 1 de enero se efectuó la capitulación de Gaeta y el abandono de los franceses del reino de Nápoles.

 

Consecuencias

La derrota francesa fue de tal envergadura que provocó la capitulación de Gaeta el 1 de enero de 1504. El Gran Capitán hizo su entrada triunfal en Nápoles por segunda vez, donde el pueblo y las autoridades locales le recibieron con mayor entusiasmo que cuando la victoria de Ceriñola.
En Francia, la noticia del desastre de Garellano y la capitulación de Gaeta sumieron al rey, la Corte y la nación en un profundo abatimiento.Todo ello, unido a la derrota sufrida en el Rosellón, convencieron a Luis XII de la inutilidad de continuar la lucha. Abiertas las negociaciones con España,se concluyó un tratado de paz el 11 de febrero de 1504, que fue ratificado por los Reyes Católicos en Santa María de la Mejorada en el mes de marzo. En virtud del tratado, el reino de Nápoles pasó a poder de España.
Pocos meses después murió la reina Isabel la Católica, valedora de El Gran Capitán.

 

Consideraciones

Si en la primera campaña El Gran Capitán dió excelentes muestras de liderazgo y organización, en su segunda campaña brilló su genio militar.
En Calabria, Barletta, Ceriñola y Garellano permaneció a la defensiva inicialmente observando y estudiando al enemigo, estorbándole con audaces reacciones ofensivas y maniobrando para llevarle a su terreno, hasta estar en condiciones de asestar el ataque definitivo. Siempre evitó aceptar un batalla hasta no tener seguridad en la victoria o en obtener un mal menor que no entablando el combate.
1503, durante las guerras de Italia de comienzos del siglo XVI por el dominio de Nápoles y Sicilia
.http://www.ecured.cu/index.php/Batalla_del_Garellano

viernes, 26 de diciembre de 2014

FRANCIS BACON


(Londres, 1561-id., 1626) Filósofo y político inglés. Su padre era un alto magistrado en el gobierno de Isabel I, y fue educado por su madre en los principios del puritanismo calvinista. Estudió en el Trinity College de Cambridge y en 1576 ingresó en el Gray's Inn de Londres para estudiar leyes, aunque pocos meses después marchó a Francia como miembro de una misión diplomática. En 1579, la muerte repentina de su padre lo obligó a regresar precipitadamente y a reemprender sus estudios, falto de recursos para llevar una vida independiente.

Francis Bacon
En 1582 empezó a ejercer la abogacía, y fue magistrado cuatro años más tarde. En 1584 obtuvo un escaño en la Cámara de los Comunes por mediación de su tío, el barón de Burghley, a la sazón lord del Tesoro; durante treinta y seis años se mantuvo como parlamentario y fue miembro de casi todas las comisiones importantes de la cámara baja. La protección de Robert Devereux, segundo conde de Essex, le permitió acceder al cargo de abogado de la reina.
Su situación mejoró con la subida al trono de Jacobo I, quien lo nombró procurador general en 1607, fiscal de la Corona en 1613 y lord canciller en 1618, además de concederle los títulos de barón Verulam de Verulam y de vizconde de St. Albans. Sin embargo, en 1621, procesado por cohecho y prevaricación, fue destituido de su cargo y encarcelado. Aunque fue puesto en libertad al poco tiempo, ya nunca recuperó el favor real.
Durante toda su carrera persiguió una reforma coherente de las leyes y el mantenimiento del Parlamento y los tribunales a salvo de las incursiones arbitrarias de los gobernantes; pero, sobre todo, su objetivo era la reforma del saber. Su propósito inicial era redactar una inmensa «historia natural», que debía abrir el camino a una nueva «filosofía inductiva», aunque la acumulación de cargos públicos le impidió el desarrollo de la tarea que se había impuesto, a la que, de hecho, sólo pudo dedicarse plenamente los últimos años de su vida.
Sometió todas las ramas del saber humano aceptadas en su tiempo a revisión, clasificándolas de acuerdo con la facultad de la mente (memoria, razón o imaginación) a la que pertenecían; llamó a este esquema «la gran instauración», y muchos de los escritos dispersos que llegó a elaborar, como El avance del conocimiento (Advancement of Learning, 1605) -superado más tarde por el De augmentis scientiarum-, estaban pensados como partes de una Instauratio magna final. 

Criticando el planteamiento aristotélico, consideró que la verdad sólo puede ser alcanzada a través de la experiencia y el razonamiento inductivo, de acuerdo con un método del que dio una exposición incompleta en su Novum organum scientiarum (1620). El método inductivo que elaboró pretendía proporcionar un instrumento para analizar la experiencia, a partir de la recopilación exhaustiva de casos particulares del fenómeno investigado y la posterior inducción, por analogía, de las características o propiedades comunes a todos ellos. Según Bacon, ese procedimiento había de conducir, gradualmente, desde las proposiciones más particulares a los enunciados más generales.
Aun cuando el método baconiano ejerció, nominalmente, una gran influencia en los medios científicos, lo cierto es que el filósofo desarrolló su pensamiento al margen de las corrientes que dieron lugar al surgimiento de la ciencia moderna, caracterizada por la formulación matemática de sus resultados, a la que él mismo no concedió la importancia debida. Bacon concibió la ciencia como una actividad social ligada a la técnica, elaborando una utopía, Nueva Atlántida (The New Atlantis, publicada póstumamente en 1627), basada en la organización científica de la sociedad.
   
FRASES

La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad

Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde
.
Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas

Vengándose, uno se iguala a su enemigo; perdonándolo, se muestra superior a él.
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No hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente
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La ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue

 Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer.

Algunos libros son probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos
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El dinero es como el estiércol: no es bueno a no ser que se esparza
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Sin la amistad, el mundo es un desierto.


jueves, 25 de diciembre de 2014

SAN FRANCISCO DE ASIS INVENTA EL PRIMER PESEBRE

San Francisco de Asís y el primer "nacimiento" de Navidad

"Natividad con San Francisco y San Lorenzo", óleo sobre lienzo de Caravaggio. Pintado en 1609 para el oratorio franciscano de San Lorenzo en Palermo. Desafortunadamente fue robado en 1969, encotrándose en paradero desconocido. Tomado de: http://fotolog.miarroba.es/corremundos/romance-del-nacimiento-262/


De San Francisco de Asís al moderno pesebre.
En algunos países les llaman Belén o Pesebres. El primer nacimiento se creo en Italia. Fue Francisco de Asís, el iniciador de los nacimientos entre 1200 y 1226. Se cuenta que mientras recorría la pequeña población de Rieti en 1223, la Navidad lo sorprendió en la ermita de Greccio y fue allí donde todo comenzó.
Tuvo la inspiración de reproducir en vivo el nacimiento de Jesús. También se cree que el primer nacimiento con figures se construyo en Nápoles y que estuvo echo de figures de barro.
La tradición de los Belenes se difundió rápidamente por toda Italia y luego al mundo entero y hoy por hoy figura en las tradiciones navideñas de cientos de países alrededor del mundo. (Militza Cordero Santiago

Francisco de Asís en Greccio
Greccio es una pequeña población de 1.500 habitantes, situada entre Roma y Asís, a 15 quilómetros de Rieti, en la pendiente del Monte Lacerone y a 705 metros de altitud. El santuario se encuentra a poco más de dos quilómetros, encima de una escarpada roca y rodeado de bosques de encinas. Desde la explanada se contempla el castillo de Greccio y una hermosa vista del valle de Rieti.
A San Francisco este lugar le gustaba porque le parecía "rico en su pobreza", y el territorio porque decía que no había visto ningún otro con tantas conversiones como este. Muchos de sus habitantes, empezando por Juan Velita, señor de Greccio, profesaron la Regla de la Tercera Orden y llevaban una vida de penitencia en sus propias casas. Cada día, a una determinada hora, los frailes entonaban las alabanzas del Señor y la gente del castillo, grandes y pequeños, salían de sus casas y respondían: "Alabado sea el Señor". Esto les valió verse libres por un tiempo del pedrisco y de los lobos, mas luego de algunos años, empezaron a enorgullecerse y a odiarse entre ellos, como predijo San Francisco, lo que trajo como consecuencia que el castillo fuese pasto de las llamas, por obra de la soldadesca de Federico II, en 1242.
El primer "Nacimiento" viviente
Todo se celebró como estaba previsto: la noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar donde vivían los frailes, con cantando y con antorchas y en medio del bosque. En una gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, como escribió Tomás de Celano, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Para una celebración tan original Francisco había obtenido el permiso del papa Honorio III. La homilía corrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz era como el balido de una oveja. Un hombre allí presente vió en visión a un niño que dormía recostado en el pesebre, y Francisco lo despertaba del sueño. La gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego se demostró una buena medicina para curar a los animales.
San Francisco permaneció en Greccio hasta pasada la Pascua de 1224. De aquí se encaminó a Perusa, para echar en cara a sus habitantes el mal que estaban haciendo a sus vecinos y anunciarles las consecuencias que ello traería consigo.

El santuario de Greccio hoy
Hoy el santuario de Greccio ha crecido mucho: a la antigua iglesia y convento del siglo XIII se han añadido otras construcciones y una iglesia más espaciosa, pero el lugar conserva todo su encanto. La gruta, transformada en capilla el mismo año de la canonización del Santo, se conserva casi intacta, con la roca que sirvió de altar y de pesebre (ver foto arriba). Sobre la pared frontal hay restos de algunos frescos de la escuela de Giotto, de los siglos XIII-XIV.
En el conventito primitivo todo nos habla de la sencillez y pobreza de los primeros tiempos. El dormitorio mide apenas 7 metros de longitud por 1,40 - 2,00 metros de anchura. Al fondo hay una minúscula celdilla excava en la roca, donde se dice que dormía San Francisco. Aquí tuvo lugar, por tanto, el episodio de la almohada de plumas, regalo de Juan Velita, que no dejaba dormir al Santo.
En el piso superior hay otro dormitorio, de la segunda mitad del siglo XIII, todo de madera, con celdas a ambos lados. A continuación hay un coro del siglo XVII que conduce a la primera iglesia dedicada a San Francisco después de su canonización en 1228, como dice Tomás de Celano: "ahora aquel lugar ha sido consagrado al Señor, se ha construido encima un altar en honor de San Francisco y se le ha dedicado una iglesia" (1Cel. 87). En una capilla lateral, más moderna, se conserva un retrato del siglo XIV, copia de otro más antiguo, que representa a San Francisco con los estigmas y con un pañuelo en actitud de limpiarse los ojos, afectados por una grave infección que prácticamente lo dejó ciego al final de su vida.
En la explanada de delante del santuario está la nueva iglesia, del 1959, con algunas vidrieras modernas y varias representaciones del Nacimiento de Cristo. En los alrededores está la celda donde se retiraba San Francisco.
"Si yo hablara con el emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mis ruegos, firmara un decreto ordenando che ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castillos y en las villas obligaran a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres echen trigo y otras semillas por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves y, particular- mente las hermanas alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la dichosa Virgen María su Madre lo reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad, todos los pobres sean saciados por los ricos" (San Francisco, Leyenda de Perusa, 14).

El primer nacimiento
En aquella ocasión, quiso celebrar el acontecimiento y hacer algo especial que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y su nacimiento en Belén.
Una de las tradiciones más arraigadas es la puesta del nacimiento del Niño Jesús cerca o bajo el árbol de Navidad. Pero ¿sabes de dónde proviene esta tradición? ¿Quién la inició? Nos cuenta Tomás de Celano que San Francisco de Asís pasó la Navidad de 1223 en Greccio, una pequeña población de 1,500 habitantes, situada entre Roma y Asís, a 15 kilómetros de Rieti, en la pendiente del Monte Lacerone y a 705 metros de altitud. En la actualidad, un santuario dedicado al santo se encuentra a poco más de dos kilómetros, encima de una escarpada roca y rodeado de bosques de encinas. Desde la explanada se contempla el castillo de Greccio y una hermosa vista del valle de Rieti. A San Francisco le gustaba este lugar porque, según cuenta su biógrafo Tomás de Celano, le parecía “rico en su pobreza”, y porque decía que no había visto ningún otro con tantas conversiones como éste. Muchos de sus habitantes, empezando por Juan Vellita, señor de Greccio, profesaron la Regla de la Tercera Orden, hoy Orden Franciscana Seglar, y llevaban una vida de penitencia en sus propias casas. Cada día, a una determinada hora, los frailes entonaban las alabanzas del Señor y la gente del castillo, grandes y pequeños, salían de sus casas y respondían: “Alabado sea el Señor”. Según Celano, esto les valió verse libres por un tiempo de tormentas y de lobos, pero después de algunos años empezaron a enorgullecerse y a odiarse entre ellos, como predijo San Francisco, lo que trajo como consecuencia que el castillo fuese arrasado por las huestes de Federico II, en 1242.
En su biografía del santo, Celano asegura que la Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco y quiso, en aquella ocasión, celebrar el acontecimiento y hacer algo especial que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y su nacimiento en Belén. Celano nos dice que, inspirado por el Evangelio según San Lucas (2, 1-7), unos quince días antes de la Navidad mandó llamar a Juan de Vellita y le dijo: “si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”. Todo se celebró como estaba previsto: la noche de Navidad, la gente del castillo se dirigió al lugar donde vivían los frailes, cantando y con antorchas cruzando alegremente el bosque. En una gruta prepararon un altar sobre un pesebre, junto al cual habían colocado una mula y un buey. Aquella noche, como escribió Tomás de Celano, se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén. Para una celebración tan original Francisco había obtenido el permiso del Papa Honorio III. La homilíacorrió a su cargo, pues era diácono, y mientras hablaba del niño de Belén, se relamía los labios y su voz era como el balido de una oveja. La gente volvió contenta a sus casas, llevándose como recuerdo la paja, que luego demostró ser una buena medicina para curar a los animales.
La idea de reproducir el nacimiento se popularizó rápidamente en todo el mundo cristiano, y de los seres vivos,se pasó a la utilización de figuras. En nuestro país la tradición se introdujo con los primeros misioneros franciscanos que llegaron a América y que trajeron la idea de su fundador. Asimismo, la tradición señala que el primer nacimiento se construyó en Nápoles a fines del siglo XV y fue fabricado con figuras de barro. Generalmente el nacimiento se monta antes de Navidad, el 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción, y se conserva armado hasta el 2 de febrero, fecha de la presentación de Jesús en el templo.
Que esta Navidad Cristo haya hacido en nuestros corazones y, como San Francisco de Asís, le demos un lugar preponderante en nuestras vidas para proclamar con fervor: ¡Oh alto y glorioso Dios! Ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame la recta esperanza y caridad perfecta; sentido y conocimiento, Señor, para que siga tu santo y veraz mandamiento. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.
(Por: Antonio Lara Barragán Gómez OFS, Escuela de Ingeniería Industrial, Universidad Panamericana, Campus Guadalajara, alara@up.edu.mx)

martes, 23 de diciembre de 2014

LA ESPAÑA DE JOSE BONAPARTE


Las intenciones de Napoleon estaban tan claras cuando se produjo la invasion de España,por parte de sua tropas que sin esperar que los Borbones le cediesen sus derechos al trono de España, comenzó a buscar entre sus hermanos a un monarca que los sustituyese. Luis se negó a abandonar el trono holandés que ya ocupaba, y el Emperador recurrió entonces a José. Previamente convocó en Bayona a una diputación general destinada a elaborar una Constitución en la que debía basarse la nueva monarquía. Al parecer, fue Murat de quien partió la idea de reunir una Asamblea en la pequeña ciudad fronteriza para "fijar las incertidumbres, reunir las opiniones y halagar el amor propio nacional". La convocatoria de la Asamblea fue publicada en La Gaceta de Madrid el 24 de mayo de 1808, y en ella se convocaba a 150 diputados entre los tres estamentos tradicionales: 50 miembros del estamento eclesiástico, entre arzobispos, obispos, canónigos, curas párrocos y generales de las órdenes religiosas; 51 elementos del estamento nobiliario, entre los que había grandes, títulos, caballeros, representantes del Ejército, la Marina y representantes de los Consejos; y por último, 49 representantes del estamento popular, entre comerciantes y miembros de lasUniversidades, de las provincias aforadas e insulares y de las ciudades con voto en Cortes                      
La reunión había de tener lugar el 15 de junio, pero al llegar esa fecha muchos de los diputados convocados no comparecieron. Para entonces, la mayor parte del país estaba ya en plena guerra y fue imposible llevar a cabo las correspondientes elecciones, excepto en aquellas zonas que estaban claramente bajo dominio francés. Finalmente, la mayor parte de los asambleístas no fueron elegidos, sino nombrados por Murat, la Junta de Madrid, o el mismo Napoleón. Los representantes que marcharon a Bayona, que pertenecían a la jerarquía nobiliaria o eclesiástica, estaban dispuestos a colaborar con el emperador francés y constituían los primeros ejemplos de los afrancesados, que jugarían un papel importante en la nueva Monarquía.
De los 150 previstos, sólo acudieron en un principio 65 representantes, aunque su número ascendía a 91 el 17 de julio, fecha en la que terminaron las reuniones. En el momento de abrirse la reunión, se presentó ante los diputados un proyecto de Constitución ya elaborado, de tal forma que la misión que se planteaba la Asamblea era, por una parte, adaptar aquel proyecto a los sentimientos y a las aspiraciones de los españoles, y por otra darle apariencia de legalidad como documento aprobado por las Cortes del Reino. Sin embargo, la labor de la Junta se limitó al último de estos dos cometidos. En realidad, no estaba claro quién había sido el autor del proyecto. El conde de Toreno creía que había sido un español, sin embargo el estudio que realizó Sanz del Cid sobre la Constitución de Bayona ponía de manifiesto lo contrario, aunque a juicio de este historiador, el proyecto sufrió varias transformaciones por parte de algunos españoles que fueron consultados en la Asamblea.

La Constitución de Bayona, la primera de la larga y variada historia constitucional española, tiene en realidad el carácter de una Carta Otorgada, puesto que fue el rey José, de su propia autoridad, quien la decretó. Consta de 146 artículos, repartidos en 13 títulos que tratan de los siguientes asuntos: I, De la Religión; II, De la sucesión a la Corona; III, De la Regencia; IV, De la dotación de la Corona; V, De los oficios de la Casa Real; VI, Del Ministerio; VII, Del Senado; VIII, Del Consejo de Estado; IX, De las Cortes; X, De los reinos y provincias; XI, Del orden judicial; XII, De la Administración y de la Hacienda; XIII, Disposiciones generales.
El texto de este documento no es más que una transcripción de disposiciones entresacadas del derecho constitucional de la Revolución y del Imperio, en la que a lo sumo se recogieron algunas referencias al carácter y tradición españoles para darle una apariencia de obra nacional. Establecía un régimen autoritario en el que, a pesar de un presunto carácter moderado que ofrecía ciertas garantías al ciudadano, seguía siendo el rey el centro y el resorte de todo el sistema. Ninguno de los demás órganos del Estado representaba una limitación insuperable a su iniciativa. En definitiva, se trataba de establecer un régimen en España que, adaptando las formas y las apariencias constitucionales, fuese adecuado para una enérgica y eficaz acción administrativa. Por otra parte, mediante este estatuto de Bayona trataban de introducirse tímidamente, sin grandes audacias, los principios liberales tales como la supresión de los privilegios, la libertad económica, la libertad individual y una cierta libertad de prensa
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lunes, 22 de diciembre de 2014

LUDWING VAN BEETHOVEN


A las cinco de la tarde del 26 marzo de 1827 se levantó en Viena un fuerte viento que momentos después se transformaría en una impetuosa tormenta. En la penumbra de su alcoba, un hombre consumido por la agonía está a punto de exhalar su último suspiro. Un intenso relámpago ilumina por unos segundos el lecho de muerte. Aunque no ha podido escuchar el trueno que resuena a continuación, el hombre se despierta sobresaltado, mira fijamente al infinito con sus ojos ígneos, levanta la mano derecha con el puño cerrado en un último gesto entre amenazador y suplicante y cae hacia atrás sin vida. Un pequeño reloj en forma de pirámide, regalo de la duquesa Christiane Lichnowsky, se detiene en ese mismo instante. Ludwig van Beethoven, uno de los más grandes compositores de todos los tiempos, se ha despedido del mundo con un ademán característico, dejando tras de sí una existencia marcada por la soledad, las enfermedades y la miseria, y una obra que, sin duda alguna, merece el calificativo de genial. 

Nacido en Bonn en 1770, Ludwig van Beethoven creció en el Palatinado, sometido a los usos y costumbres cortesanos propios de los estados alemanes; desde allí saludaría la Revolución francesa y luego el advenimiento de Napoleón como el gran reformador y liberador de la Europa feudal, para acabar contemplando desilusionado con la consolidación del Imperio francés. Su obra arrasó como un huracán las convenciones musicales clasicistas de su época y tendió un puente directo, más allá del romanticismo posterior, con Brahms y Wagner, e incluso con músicos del siglo XX como Bartók, Berg y Schonberg. Su personalidad configuró uno de los prototipos del artista romántico defensor de la fraternidad y la libertad, apasionado y trágico.
La familia Beethoven era originaria de Flandes, lo que no era un hecho extraordinario entre los servidores de la provinciana corte de Bonn en el Palatinado. Ludwig, el abuelo del compositor, en cuya memoria se le impuso su nombre, se había instalado en 1733 en Bonn, ciudad en la que llegó a ser un respetado maestro de capilla de la corte del elector. Dentro del rígido sistema social de su tiempo, Johann, su hijo, también fue educado para su ingreso en la capilla palatina. El padre de Beethoven, sin embargo, no destacó precisamente por sus dotes musicales, sino más bien por su alcoholismo; a su muerte, en 1792, se ironizó con crueldad en la corte sobre el descenso de ingresos fiscales por consumo de bebidas en la ciudad.
Johann se casó con María Magdalena Keverich en 1767, y tras un primer hijo también llamado Ludwig, que murió poco después de nacer, nació el 16 de diciembre de 1770 el que habría de ser compositor. A Ludwig siguieron otros dos niños, a los que pusieron los nombres de Caspar Anton Karl y Nikolauss Johann. A la muerte del abuelo, auténtico tutor de la familia (Ludwig contaba entonces tres años de edad), la situación moral y económica del matrimonio se deterioró rápidamente. El dinero escaseó; los niños andaban mal nutridos y no era infrecuente que fueran golpeados por el padre; la madre iba consumiéndose, hasta el extremo de que, al morir en 1787 a los cuarenta años, su aspecto era el de una anciana.
Parece ser que Johann se percató pronto de las dotes musicales de Ludwig y se aplicó a educarlo con férrea disciplina como concertista, con la idea de convertirlo en un niño prodigio mimado por la fortuna, a la manera del primer Mozart. En 1778 el niño tocaba el clave en público y llamó la atención del anciano organista Van den Eeden, que se ofreció a darle clases gratuitamente. Un año más tarde, Johann decidió encargar la formación musical de Ludwig a su compañero de bebida Tobias Pfeiffer, músico mucho mejor dotado y no mal profesor, pese a su anarquía alcohólica que, ocasionalmente, imponía clases nocturnas al niño cuando se olvidaba de darlas durante el día.



i
infancia y formación
Los testimonios de estos años trazan un sombrío retrato del niño, hosco, abandonado y resentido, hasta que en su destino se cruzó Christian Neefe, un músico llegado a Bonn en 1779, quien tomó a su cargo no sólo su educación musical, sino también su formación integral. Diez años más tarde, el joven Beethoven le escribió: «Si alguna vez me convierto en un gran hombre, a ti te corresponderá una parte del honor». A Neefe se debe, en cualquier caso, la nota publicada en el Cramer Magazine en marzo de 1783, en la que se daba noticia del virtuosismo interpretativo de Beethoven, superando «con habilidad y con fuerza» las dificultades de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, y de la publicación en Mannheim de las nueve Variaciones sobre una marcha de Dressler, que constituyeron sin duda alguna su primera composición.
En junio de 1784 Maximilian Franz, el nuevo elector de Colonia (que habría de ser el último), nombró a Ludwig, que entonces contaba catorce años de edad, segundo organista de la corte, con un salario de ciento cincuenta guldens. El muchacho, por aquel entonces, tenía un aire severo, complexión latina (algunos autores la califican de «española» y recuerdan que este tipo de físico apareció en Flandes con la dominación española) y ojos oscuros y voluntariosos; a lo largo de su vida, algunos los vieron negros, y otros gris verdosos, siendo casi seguro que su tonalidad varió con la edad o con sus estados de ánimo.
Amarga habría sido la vida del joven Ludwig en Bonn, sobre todo tras la muerte de su madre en 1787, si no hubiera encontrado un círculo de excelentes amigos que se reunían en la hospitalaria casa de los Breuning: Stefan y Eleonore von Breuning, a la que se sintió unido con una apasionada amistad, Gerhard Wegeler, su futuro marido y biógrafo de Beethoven, y el pastor Amenda. Ludwig compartía con los jóvenes Von Breuning sus estudios de los clásicos y, a la vez, les daba lecciones de música. Habían corrido ya por Bonn (y tal vez este hecho le abriera las puertas de los Breuning) las alabanzas que Mozart había dispensado al joven intérprete con ocasión de su visita a Viena en la primavera de 1787. Cuenta la anécdota que Mozart no creyó en las dotes improvisadoras del joven hasta que Ludwig le pidió a Mozart que eligiera él mismo un tema. Quizá Beethoven recordaría esa escena cuando, muchos años más tarde, otro muchacho, Liszt, solicitó tocar en su presencia en espera de su aprobación y aliento.
Estos años de formación con Neefe y los jóvenes Von Breuning fueron de extrema importancia porque conectaron a Beethoven con la sensibilidad liberal de una época convulsionada por los sucesos revolucionarios franceses, y dieron al joven armas sociales con las que tratar de tú a tú, en Bonn y, sobre todo, en Viena, a la nobleza ilustrada. Pese a sus arranques de mal humor y carácter adusto, Beethoven siempre encontró, a lo largo de su vida, amigos fieles, mecenas e incluso amores entre los componentes de la nobleza austriaca, cosa que el más amable Mozart a duras penas consiguió.
Beethoven tenía sin duda el don de establecer contactos con el yo más profundo de sus interlocutores; aun así, sorprende la fidelidad de sus relaciones en la élite, especialmente si se considera que no estaban habituadas a un lenguaje igualitario, cuando no zumbón o despectivo, por parte de sus siervos, los músicos. Forzosamente la personalidad de Beethoven debía subyugar, incluso al margen de la genialidad y grandeza de sus creaciones. Así, su amistad con el conde Waldstein fue decisiva para establecer los contactos imprescindibles que le permitieron instalarse en Viena, centro indiscutible del arte musical y escénico, en
noviembre de 1792
.
En Viena
El avance de las tropas francesas sobre Bonn y la estabilidad del joven Beethoven en Viena convirtieron lo que tenía que ser un viaje de estudios bajo la tutela musical de Haydn en una estancia definitiva. Allí, al poco de llegar, recibió la entusiasta protección del príncipe Lichnowsky, quien lo hospedó en su casa, y recibió lecciones de Johann Schenck, del teórico de la composición Albrechtsberger y del maestro dramático Antonio Salieri.
Sus éxitos como improvisador y pianista eran notables, y su carrera como compositor parecía asegurada económicamente con su trabajo de virtuoso. Porque, entretanto, el joven Beethoven componía infatigablemente: fue éste, de 1793 a 1802, su período clasicista, bajo la benéfica influencia de la obra de Haydn y de Mozart, en el que dio a luz sus primeros conciertos para piano, las cinco primeras sonatas para violín y las dos para violoncelo, varios tríos y cuartetos para cuerda, el lied Adelaide y su primera sinfonía, entre otras composiciones de esta época. Su clasicismo no ocultaba, sin embargo, una inequívoca personalidad que se ponía de manifiesto en el clima melancólico, casi doloroso, de sus movimientos lento y adagio, reveladores de una fuerza moral y psíquica que se manifestaba por vez primera en las composiciones musicales del siglo.
Su fama precoz como compositor de conciertos y graciosas sonatas, y sobre todo su reputación como pianista original y virtuoso le abrieron las puertas de las casas más nobles. La alta sociedad lo acogió con la condescendencia de quien olvida generosamente el origen pequeño burgués de su invitado, su aspecto desaliñado y sus modales asociales. Porque era evidente que Beethoven no encajaba en aquellos círculos exclusivos; era un lobo entre ovejas. Seguro de su propio valor, consciente de su genio y poseedor de un carácter explosivo y obstinado, despreciaba las normas sociales, las leyes de la cortesía y los gestos delicados, que juzgaba hipócritas y cursis. Siempre atrevido, se mezclaba en las conversaciones íntimas, estallaba en ruidosas carcajadas, contaba chistes de dudoso gusto y ofendía con sus coléricas reacciones a los distinguidos presentes. Y no se comportaba de tal manera por no saber hacerlo de otro modo: se trataba de algo deliberado. Pretendía demostrar con toda claridad que jamás iba a admitir ningún patrón por encima de él, que el dinero no podía convertirlo en un ser dócil y que nunca se resignaría a asumir el papel que sus mecenas le reservaban: el de simple súbdito palaciego. En este rebelde propósito se mantuvo inflexible a lo largo de toda su vida. No es extraño que tal actitud despertase las críticas de quienes, aun reconociendo sinceramente que estaban ante un compositor de inmenso talento, lo tacharon de misántropo, megalómano y egoísta. Muchos se distanciaron de él y hubo quien llegó a retirarle el saludo y a negarle la entrada a sus salones, sin sospechar que Beethoven era la primera víctima de su carácter y sufría en silencio tales muestras de desafecto.
Durante estos «años felices», Beethoven llevaba en Viena una vida de libertad, soledad y bohemia, auténtica prefiguración de la imagen tópica que, a partir de él, la sociedad romántica y postromántica se forjaría del «genio». Esta felicidad, sin embargo, empezó a verse amenazada muy pronto, ya en 1794, por los tenues síntomas de una sordera que, de momento, no parecía poner en peligro su carrera de concertista. Como causa los biógrafos discutieron la hipótesis de la sífilis, enfermedad muy común entre los jóvenes que frecuentaban los prostíbulos de Viena, y que, en cualquier caso, daría nueva luz al enigma de la renuncia de Beethoven, al parecer dolorosa, a contraer matrimonio. La gran crisis moral de Beethoven no estalló, sin embargo, hasta 1802.
La crisis
En 1801 y 1802 la progresión de su sordera, que Beethoven se empeñaba en ocultar para proteger su carrera de intérprete, fue tal que el doctor Schmidt le ordenó un retiro campestre en Heiligenstadt, un hermoso paraje con vistas al Danubio y los Cárpatos. Ello supuso un alejamiento de su alumna, la jovencísima condesa Giulietta Guicciardi, de la que estaba profundamente enamorado y por la que parecía ser correspondido. Obviamente, Beethoven no sanó y la constatación de su enfermedad le sumió, como es lógico que ocurriera en un músico, en la más profunda de las depresiones.
En una carta dirigida a su amigo Wegener en 1802, Beethoven había escrito: "Ahora bien, este demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada, pues mi oído desde hace tres años ha ido debilitándose más y más, y dicen que la primera causa de esta dolencia está en mi vientre, siempre delicado y aquejado de constantes diarreas. Muchas veces he maldecido mi existencia. Durante este invierno me sentí verdaderamente miserable; tuve unos cólicos terribles y volví a caer en mi anterior estado. Escucho zumbidos y silbidos día y noche. Puedo asegurar que paso mi vida de modo miserable. Hace casi dos años que no voy a reunión alguna porque no me es posible confesar a la gente que estoy volviéndome sordo. Si ejerciese cualquier otra profesión, la cosa sería todavía pasable, pero en mi caso ésta es una circunstancia terrible; mis enemigos, cuyo número no es pequeño, ¿qué dirían si supieran que no puedo oír?"
Para colmo, Giulietta, la destinataria de la sonata Claro de luna, concertó su boda con el conde Gallenberg. La historia, que se repetiría años después con Josephine von Brunswick, debiera haber hecho comprender al orgulloso artista que la aristocracia podía aceptarle como enamorado e incluso como amante de sus mujeres, pero no como marido. El caso es que el músico creyó acabada su carrera y su vida y, acaso acariciando ideas de un suicidio a lo Werther, la famosa novela de juventud de Goethe, se despidió de sus hermanos en un texto ciertamente patético y grandioso que, de hecho, parecía más bien dirigido a sus contemporáneos y a la humanidad toda: el llamado Testamento de Heiligenstadt.
No intentó el suicidio, sino que regresó en un estado de total postración y desaliño a Viena, donde reanudó sus clases particulares. La salvación moral vino de su fortaleza de espíritu, de su arte, pero también del benéfico influjo de sus dos alumnas, las hermanas Josephine y Therese von Brunswick, enamoradas a la vez de él. Parece ser que la tensión emocional del «trío» llegó a un estado límite en el verano de 1804, con la ruptura entre las dos hermanas y la clara oposición familiar a una boda. Therese, quien se mantuvo fiel toda su vida en sus sentimientos por el genio, lamentaría años más tarde su participación en el alejamiento de Ludwig y Josephine: «Habían nacido el uno para el otro, y, si se hubiesen unido, los dos vivirían todavía». La reconciliación tuvo lugar al año siguiente, y fue entonces Therese la hermana idolatrada por Ludwig. Pero ahora era el músico el que no se decidía a dar un paso definitivo y, en 1808, pese a que le había dedicado la Sonata, Op. 78, Therese abandonó toda esperanza de vida en común y se consagró a la creación y tutela de orfanatos en Hungría. Murió, canonesa conventual, a los ochenta y seis años.

La mayoría de críticos, aun respetando la unidad orgánica de la obra de Beethoven, coinciden en señalar este período, de 1802 a 1815, como el de su madurez. Técnicamente consiguió de la orquesta unos recursos insospechados sin modificar la composición tradicional de los instrumentos y revolucionó la escritura pianística, amén de ir transformando poco a poco el dualismo armónico de la sonata en caja de resonancia del contrapunto. Pero, desde un punto de vista programático, el período de madurez de Beethoven se caracterizó por su empeño de superación titánica del dolor personal en belleza o, lo que es lo mismo, por su consagración del artista como héroe trágico dispuesto a enfrentarse y domeñar el destino.
Obras maestras de este período son, entre otras, el Concierto para violín y orquesta en re mayor, Op. 61 y el Concierto para piano número 4, las oberturas de Egmont y Coriolano, las sonatas A Kreatzer, Aurora y Appassionata, la ópera Fidelio y la Misa en do mayor, Op 86. Mención especial merecen sus sinfonías, que tanto pudieron desconcertar a sus primeros oyentes y en las que, sin embargo, su genio consiguió crear la sensación de un organismo musical, vivo y natural, ya conocido por la memoria de quienes a ellas se acercan por primera vez.
La tercera sinfonía estaba, en un principio, dedicada a Napoleón por sus ideales revolucionarios; la dedicatoria fue suprimida por Beethoven cuando tuvo noticia de su coronación como emperador. («¿Así pues -clamó-, también él es un ser humano ordinario? ¿También él pisoteará ahora los derechos del hombre?»). El drama del héroe convertido en titán llegó a su cumbre en la quinta sinfonía, dramatismo que se apacigua con la expresión de la naturaleza en la sexta, en la mayor alegría de la séptima y en la serenidad de la octava, ambas de 1812.
La gran crisis fue superada y se transmutó en la grandiosidad de su arte. Su situación económica, además, estaba asegurada gracias a las rentas concedidas desde 1809 por sus admiradores el archiduque Rudolf, el duque Lobkowitz y su amigo Kinsky o la condesa Erdödy. Pese a su carácter adusto, imprevisible y misantrópico, ya no ocultaba su sordera como algo vergonzante, y su vida sentimental, acaso sin llegar a las profundidades espirituales de su amor por Josephine y Therese, era rica en relaciones: Therese Maltati, Amalie Sebald y Bettina Brentano pasaron por su vida amorosa, siendo esta última quien propició el encuentro de Beethoven con su ídolo Goethe.
La relación fue decepcionante: el compositor reprochó a Goethe su insensibilidad musical, y el poeta censuró las formas descorteses de Beethoven. Es famosa en este sentido una anécdota, verdadera o no, que habría tenido lugar en verano de 1812: mientras se hallaba paseando por el parque de Treplitz en compañía de Goethe, vio venir por el mismo camino a la emperatriz acompañada de su séquito; el escritor, cortés ante todo, se apartó para dejar paso a la gran dama, pero Beethoven, saludando apenas y levantando dignísimamente su barbilla, dio en atravesar por su mitad el distinguido grupo sin prestar atención a los saludos que amablemente se le dirigían.

En términos generales, y pese a sus fracasados proyectos matrimoniales, el período fue extraordinariamente fructífero, incluso en el terreno social y económico. Así, Beethoven tuvo ocasión de dirigir una composición de «circunstancias», Victoria de Wellington, ante los príncipes y soberanos europeos llegados a la capital de Austria para acordar el nuevo orden europeo que habría de regular la sucesión napoleónica y contrarrestar el peligro de toda revolución liberal en Europa. Los más reputados compositores e intérpretes de Viena actuaron como humildes ejecutantes, en homenaje a Beethoven, en aquel concierto de éxito apoteósico.
El genio, sin embargo, no se privó de menospreciar públicamente su propia composición, repleta de sonidos onomatopéyicos de cañonazos y descargas de fusilería, tildándola de bagatela patriótica. El Congreso de Viena marcó en 1813 el fin de la gloria mundana del compositor, pues sólo dos años más tarde habría de derrumbarse el frágil edificio de su estabilidad. Ello ocurriría en el terreno más inesperado, el familiar, y concretamente en el ámbito de sus relaciones, de facto paternofiliales, con su sobrino Karl: si el genio había rehuido el matrimonio para mejor poder consagrarse al arte, de poco habría de servirle tal renuncia en los últimos y dolorosos años de su vida.
El final
En 1815 murió su hermano Karl, dejando un testamento de instrucciones algo contradictorias sobre la tutela del hijo: éste, en principio, quedaba en manos de Beethoven, quien no podría alejar al hijo de Johanna, la madre. Beethoven entregó de inmediato por su sobrino Karl todo el afecto de su paternidad frustrada y se embarcó en continuos procesos contra su cuñada, cuya conducta, a sus ojos disoluta, la incapacitaba para educar al niño. Hasta 1819 no volvió a embarcarse en ninguna composición ambiciosa. Las relaciones con Karl eran, además, todo un infierno doméstico y judicial, cuyos puntos culminantes fueron la escapada del joven en 1818 para reunirse con su madre o su posterior elección de la carrera militar, llevando una vida ciertamente escandalosa que le condujo en 1826 al previsible intento de suicidio por deudas de juego. Para Beethoven, el incidente colmó su amargura y su pública deshonra.
Desde 1814 dejó de ser capaz de mantener un simple diálogo, por lo que empezó a llevar siempre consigo un "libro de conversación" en el que hacía anotar a sus interlocutores cuanto querían decirle. Pero este paliativo no satisfacía a un hombre temperamental como él y jamás dejó de escrutar con desconfianza los labios de los demás intentando averiguar lo que no habían escrito en su pequeño cuaderno. Su rostro se hizo cada vez más sombrío y sus accesos de cólera comenzaron a ser insoportables. Al mismo tiempo, Beethoven parecía dejarse llevar por la pendiente de un caos doméstico que horrorizaba a sus amigos y visitantes. Incapaz de controlar sus ataques de ira por motivos a veces insignificantes, despedía constantemente a sus sirvientes y cambiaba sin razón una y otra vez de domicilio, hasta llegar a vivir prácticamente solo y en un estado de dejadez alarmante. El desastre económico se sumó casi necesariamente al doméstico pese a los esfuerzos de sus protectores, incapaces de que el genio reordenara su vida y administrara sus recursos. El testimonio de visitantes de toda Europa, y muy especialmente de Inglaterra, es, en este sentido, coincidente. El propio Rossini quedó espantado ante las condiciones de incomodidad, rayana en la miseria, del compositor. Honesto es señalar, sin embargo, que siempre que Beethoven solicitó una ayuda o dispendio de sus protectores, austriacos e ingleses, éstos fueron generosos.



En la producción de este período 1815-1826, comparativamente más escasa, Beethoven se desvinculó de todas las tradiciones musicales, como si sus quebrantos y frustraciones, y su poco envidiable vida de anacoreta desastrado le hubieran dado fuerzas para ser audaz y abordar las mayores dificultades técnicas de la composición, paralelamente a la expresión de un universo progresivamente depurado. Si en su segundo período Beethoven expresó espiritualmente el mundo material, en este tercero lo que expresó fue el éxtasis y consuelo del espiritual. Es el caso de composiciones como la Sonata para piano en mi mayor, Op. 109, en bemol mayor, Op. 110, y en do menor, Op. 111, pero, sobre todo, de la Missa solemnis, de 1823, y de la novena sinfonía, de 1824, con su imperecedero movimiento coral con letra de la Oda a la alegría de Schiller.
La Missa solemnis pudo maravillar por su monumentalidad, especialmente en la fuga, y por su muy subjetiva interpretación musical del texto litúrgico; pero la apoteosis llegó con la interpretación de la novena sinfonía, que aquel 7 de mayo de 1824 cerraba el concierto iniciado con fragmentos de la Missa solemnis. Beethoven, completamente sordo, dirigió orquesta y coros en aquel histórico concierto organizado en su honor por sus viejos amigos. Acabado el último movimiento, la cantante Unger, comprendiendo que el compositor se había olvidado de la presencia de un público delirante de entusiasmo al que no podía oír, le obligó con suavidad a ponerse de cara a la platea.
El año siguiente todavía Beethoven afrontó composiciones ambiciosas, como los innovadores Cuartetos para cuerda, Op. 130 y 132, pero en 1826 el escándalo de su sobrino Karl le sumió en la postración, agravada por una neumonía contraída en diciembre. Sobrevivió, pero arrastró los cuatro meses siguientes una dolorosísima dolencia que los médicos calificaron de hidropesía (le torturaban con incisiones de dudosa asepsia) y que un diagnóstico actual tal vez habría calificado de cirrosis hepática.
Ningún familiar le visitó en su lecho de enfermo; sólo amigos como Stephan von Breuning, Schubert y el doctor Malfatti, entre otros. La tarde del 26 de marzo se desencadenó una gran tormenta, y el moribundo, según testimonia Hüttenbrenner, abrió los ojos y alzó un puño después de un vivo relámpago, para dejarlo caer a continuación, ya muerto. Sobre su escritorio se encontró la partitura de Fidelio, el retrato de Therese von Brunswick, la miniatura de Giulietta Guicciardi y, en un cajón secreto, la carta de la anónima «Amada Inmortal».
Tres días más tarde se celebró el multitudinario entierro, al que asistieron, de luto y con rosas blancas, todos los músicos y poetas de Viena. Hummel y Kreutzer, entre otros compositores, portaron a hombros el féretro. Schubert se encontraba entre los portadores de antorchas. El cortejo fue acompañado por cantores que entonaban los Equali compuestos por Beethoven para el día de Todos los Santos, en arreglo coral para la ocasión. En 1888 los restos fueron trasladados al cementerio central de Viena.
Teniendo en cuenta que sus sinfonias son sobradamente conocidas, me permito la licencia de hablar solamente de su biografia en una fecha  tan importante para el insigne compositor.El estreno de la 5ª y 6ª sinfonia un 22 de diciembre del año 1808,















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EL GRECO


El Greco es el apodo por el que popularmente se conoce a Doménikos Theotokópoulos, uno de los artistas que mejor supo entender y desarrollar el Manierismo. Nació en 1541 en la localidad de Candía, actual Heraklion, capital de la isla de Creta, que en aquel momento era posesión de la Serenísima República de Venecia. Conocemos pocos datos sobre su familia; su padre se llamaba Giorgio y su hermano mayor Manussos, hombre de una importante posición económica ya que ejerció como recaudador de impuestos durante casi 20 años, siendo también presidente de la Cofradía de Navegantes, llegando a obtener patente de corso del Dux de Venecia para ejercer la piratería contra los turcos. Manussos se vio obligado a vender sus bienes en 1583 para pagar una deuda de 6.000 ducados al gobierno; años más tarde se trasladó a Venecia. Los Theotokopoulos pertenecían con toda probabilidad a la colonia católica de Candía, recibiendo el joven Doménikos una acertada y amplia formación humanística. Artísticamente parece probable que se formara en el taller de un pintor de iconos llamado Juan Gripiotis aunque parece tener también contacto con Georgios Klontzas. Doménikos trabajó en las dos vías existentes en la pintura cretense de la segunda mitad del siglo XVI: la tradicional - "alla greca" siguiendo los modelos bizantinos - y la moderna - "alla latina" según los modelos llegados del Renacimiento italiano -. Trabajando en esa doble dirección, El Greco pronto alcanzó una importante posición entre los pintores cretenses, siendo denominado "maistro" hacia 1563. Doménikos es un hombre de buena educación, espíritu inquieto, grandes ambiciones y altas aspiraciones, tanto económicas como sociales o profesionales. Candía se quedó pequeña y decidió abandonar la isla para continuar su aprendizaje. Al estar Creta bajo el dominio de Venecia, parece lógico que fuera ése el primer destino del joven pintor. Efectivamente, entre enero de 1567 y agosto de 1568 El Greco parte hacia la Ciudad de los Canales, donde vivían unos 4.000 griegos, entre los que podía estar su hermano Manussos. No existen datos fidedignos de la estancia en Venecia, aludiéndose más tarde a una estancia en el taller de Tiziano; concretamente su amigo Giulio Clovio le presenta como "discípulo del Tiziano" mientras Mancini añade que "había estudiado en Venecia y particularmente las cosas de Tiziano". Esto no se puede probar pero es lógico pensar que Doménikos se relacionase con los talleres más prestigiosos del momento, no para realizar un proceso de aprendizaje normal - tenía 26 años - ni para colaborar estrechamente con ellos sino para tomar los elementos que más le interesaran. El Greco realizará en Venecia un trabajo de asimilación de la pintura renacentista, como se observa en sus obras. Brown considera, con buen criterio, que no se formó plenamente en el taller de Tiziano ya que una relación prolongada entre ambos hubiera permitido a Doménikos establecerse en la ciudad y continuar con el taller del anciano pintor, asegurándose un aceptable futuro. Sería más lógico pensar que El Greco reaccionó recogiendo de manera ecléctica lo que le pareció interesante de los diferentes maestros que trabajaban en la Serenísima República: Tiziano, Tintoretto, Veronés, Bassano, Pordenone o Schiavone, interesándose especialmente por el Manierismo. Tres años después, Doménikos se traslada a Roma, donde pasará siete años. Desconocemos las razones de este viaje, posiblemente por la importante competencia que existía en Venecia mientras que en la Ciudad Eterna, tras el fallecimiento de Miguel Ángel en 1564, existían más posibilidades de recibir buenos encargos. Durante el viaje parece casi seguro que se detuvo en Parma, donde estudió las obras de Correggio y Parmigianino. En noviembre de 1570 está en Roma, contacta con el miniaturista Giulio Clovio, iniciando una estrecha amistad que permitió a Doménikos ingresar en el palacio de uno de los mecenas más importantes de su tiempo: el Cardenal Alejandro Farnesio. Allí conocerá a uno de sus pilares durante su estancia romana, el bibliotecario Fulvio Orsini, procedente de una ilustre familia e interesado por la Antigüedad, un auténtico humanista, sin renunciar a poseer una importante colección de pintura. Doménikos aprovechó las oportunidades de formación que se le brindaron, estudió las colecciones del cardenal y su bibliotecario, admiró la obra de Miguel Ángel y los manieristas romanos, y fue admitido en la Academia de San Lucas en 1572, eso sí, dentro de la modesta categoría de miniaturista. Esta noticia indica que El Greco no destacó mucho en el competitivo mundo romano, sin conseguir ningún encargo público de importancia. Aunque parezca que los años pasados por Doménikos en Roma no le condujeron a nada serán fundamentales para su llegada a España. En las tertulias que tenía Fulvio Orsini en el Palacio Farnesio acudían eruditos de diversas nacionalidades, entre los que destacaba el español Don Luis de Castilla, joven clérigo e hijo del deán de la catedral de Toledo, cuya estancia en Roma está documentada entre 1571 y 1575, convirtiéndose en amigo y defensor del artista durante toda su vida, hasta el punto que participó como albacea en su testamento. Hacia 1575 Doménikos empezaría a considerar su marcha a España; en primer lugar, por las posibilidades existentes para trabajar debido a la construcción del Monasterio de El Escorial, en cuya decoración estaban participando pintores romanos como Tibaldi o Zuccaro; en segundo lugar es probable que don Luis de Castilla invitara a su amigo a trasladarse a Toledo, donde podía encontrar también trabajo fácilmente. La suerte está echada para Doménikos; su próximo destino es la Península Ibérica, adonde llegaría en 1577 pasando una temporada por la Corte madrileña para después trasladarse a Toledo, donde recibirá sus dos primeros encargos: el Expolio de Cristo y los retablos del convento de Santo Domingo el Antiguo, siendo el cliente en ambos casos la misma persona: don Diego de Castilla, el deán de la catedral toledana y padre de don Luis. Los documentos relacionados con ambos encargos indican que El Greco estaba en Toledo de paso, teniendo en mente intentar triunfar de nuevo en Madrid. Ésta sería la razón por la que realiza una serie de obras para el rey Felipe II: la Alegoría de la Liga Santa y el Martirio de San Mauricio. Dichas obras no fueron del agrado del rey católico por lo que Doménikos se instala definitivamente en Toledo, ciudad donde triunfará el resto de su vida. Allí contará con la protección de un importante número de personajes cultos e influyentes que le encargarán sus obras más espectaculares, estableciendo con la mayor parte de ellos relaciones de amistad. En Toledo formará El Greco una familia aunque apenas existan datos en este sentido.


Parece probable que nada más llegar a España inicia una relación con doña Jerónima de las Cuevas, naciendo Jorge Manuel en 1578. Sobre doña Jerónima se ha especulado mucho considerándose que se trataba de una noble o descendiente de una familia morisca. El caso es que no existen noticias sobre el matrimonio entre ambos amantes, apuntándose a que Doménikos ya estaba casado en Italia, sin dejar de lado la posibilidad de un desliz juvenil entre ambos, lo que llevaría a doña Jerónima a un convento. No hay duda que Jorge Manuel era hijo natural, refiriéndose a él en una ocasión como "sobrino" apelativo que se utilizaba en la época para referirse a los bastardos. El Greco estableció su hogar en la Ciudad Imperial y ocupó un viejo palacio gótico-mudéjar propiedad de los marqueses de Villena, del que en la actualidad no queda ningún resto. Allí formó su próspero taller, dedicándose a la elaboración de cuadros, diseño de retablos y escultura. En este taller trabajarán su buen amigo, y posiblemente socio, Preboste, Jorge Manuel, Luis Tristán y Pedro de Orrente, éstos dos últimos durante una temporada. Antón Pizarro, Pedro López y los escultores Miguel González y Giraldo de Merlo también estaban vinculados al taller, incluyéndose entre ellos el grabador flamenco Diego de Astor en 1605. Los precios cobrados por las obras que realizaba el taller eran elevados para lo que acostumbraban a pagar los españoles, lo que provocó numerosos litigios, como en los casos del Expolio, el Entierro del señor de Orgaz o los retablos del Hospital de la Caridad de Illescas. La mayor parte de ese dinero que ganó Doménikos fue derrochada al llevar un fastuoso tren de vida, como indica Jusepe Martínez: "ganó muchos ducados, pero los despilfarró en una vida ostentosa; incluso mantenía a músicos asalariados en su casa de modo que pudiera gozar de todos los placeres mientras comía". Pacheco observó que "era extraordinario en todo, y tan extravagante en sus pinturas como en sus costumbres". Paulatinamente se irá afianzando entre la clientela toledana, de la que recibe sus mejores encargos: entre 1586-1588 el famoso Entierro del señor de Orgaz, diversos retablos para instituciones religiosas tanto de Toledo como de Madrid - el famoso encargo del Colegio de doña María de Aragón que actualmente ocupa el edificio del Senado español - o pueblos limítrofes como Illescas o Talavera la Vieja. Sus figuras se hacen cada vez más estilizadas, en un estilo muy personal con figuras desproporcionadas, colores violentos y vibrantes, fuertes escorzos, que consigue calar profundamente en la mística sociedad toledana. Algunos especialistas han llegado a especular sobre una posible enfermedad visual como causante de esas deformaciones pero recientes estudios han demostrado que El Greco empleaba ese estilo porque era de su agrado y también del de su clientela. En Toledo fallecerá Doménikos el 7 de abril de 1614 a la edad de 73 años, según consta en la partida de defunción que se encuentra en la parroquia de Santo Tomé - "en siete del falescio Dominico Greco no hizo/ testamento. Recibió los sacramentos. Enterrose en / Santo Domingo el Antiguo, dio velas" (sic) -. Días atrás había otorgado un poder a su hijo para que pudiera hacer testamento en su nombre, indicando que se encuentra "echado en la cama, enfermo de una enfermedad que Dios Nuestro Señor fue servido de me dar y en mi buen seso, juicio y entendimiento natural", nombrando heredero universal de todos sus bienes a Jorge Manuel y figurando entre sus albaceas su buen amigo don Luis de Castilla. Acerca del entierro del pintor también existen algunas incógnitas. Se sabe que fue enterrado en la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo en un altar cedido en 1612 por las monjas "para siempre jamás" a cambio de 32.000 reales condonados por un monumento para la Semana Santa y por el compromiso de decorar el altar - para ello realizó la Adoración de los pastores que hoy guarda el Museo del Prado -. A partir de estas noticias existen dos hipótesis: sigue en Santo Domingo enterrado junto a su nuera, Alfonsa de los Morales, cubiertas las tumbas por construcciones posteriores, o en 1618 fueron trasladados su cuerpo y el de su nuera a la iglesia de San Torcuato, cuyas obras estaba dirigiendo Jorge Manuel. Esta iglesia toledana ha desaparecido por lo que no sabemos en la actualidad dónde se ubica el cuerpo del gran pintor cretense cuya vida resume en unos versos su buen amigo el poeta Fray Hortensio Felix Paravicino: "Creta le dio la vida y los pinceles, / Toledo mejor patria, donde empieza / a lograr con la muerte eternidades".