sábado, 23 de diciembre de 2017

ARQUETA DE LA INFANTA DOÑA MARIA


María de Aragón fue una infanta de Aragón, hija de Jaime I de Aragón y de su segunda esposa, la reina Violante de Hungría. Muere en 1267 en Zaragoza y sus restos se depositan en la Seo de San Salvador en discrepancia con los deseos de su padre que quería que reposaran junto a los de la reina Violante en el Real Monasterio de Santa María de Valbona. Los restos se depositaron en una arqueta durante la primera mitad del siglo XVI con el fin de exponerla en el presbiterio de la catedral.
Esta arqueta que albergaba los restos de la infanta Doña María, ubicada en la capilla mayor de la Seo, en un pequeño nicho en la pared del lado del Evangelio, sobre el zócalo de piedra de Calatorao, fue descubierta en 1994. La arqueta se ocultaba tras el repostero que ocupaba dicha pared.
Se trata de una obra policromada al temple, en cuyo frente y laterales destaca la existencia de una base rosa sobre la que se aplicó un dorado.
Actualmente se exhibe en el Museo de Tapices de la Seo de San Salvador.
En cuanto a su construcción fué en el Siglo XVI
Los restos de la infanta de Doña María se depositaron en una arqueta en la primera mitad del siglo XVI con el fin de exponerla en el presbiterio de la catedral.

Tras su descubrimiento en 1994 el Gobierno de Aragón inicia una intervención para la recuperación de la arqueta funeraria. Se comenzó con el empapelado de la misma (aplicando cola animal en caliente) con el fin de proteger la pintura y proceder a la apertura de la misma. Una vez la obra se inició el tratamiento de la misma con una limpieza mecánica superficial. Posteriormente, comenzó la limpieza físico-química de la película pictórica. Destaca la reintegración mediante estarcido del lateral izquierdo de la arqueta en el que la laguna suponía más del 50% de la superficie total.
Bibliografía
CORRAL LAFUENTE, J.L. (COORD.) ET AL. La Seo del Salvador: Catedral Metroplitana de Zaragoza, Librería General-Diputación de Zaragoza, Zaragoza, 2000.
DUCE, J.A. ET AL. La Seo, Caja de Ahorros de la Inmaculada-Cabildo Metroplitano, Zaragoza, 2005.
MÉNDEZ DE JUAN, J.F., GALINDO PÉREZ, S. Y LASHERAS RODRÍGUEZ, J. (COORD.). Aragón Patrimonio Cultural Restaurado 1984/2009. Bienes Inmuebles (Tomo 2)), Gobierno de Aragón- Departamento de Educación, Cultura y Deporte, Zaragoza, 2010.
http://www.patrimonioculturaldearagon.es/bienes-culturales/arqueta-de-la-infanta-de-dona-maria-seo-de-zaragoza

lunes, 18 de diciembre de 2017

OPHTHALMODOULEIA DAS IST AUGENDIENST Y GEORG BARTISCH


En 1583 el médico George Bartisch publicó Ophthalmodouleia: Das ist, Augendienst, el primer manuscrito renacentista de Oftalmología. Se trata de un manuscrito que a diferencia de otros textos contemporáneos fue escrito en alemán. En él recoge sus investigaciones sobre enfermedades del ojo y cirugía ocular por lo que se le considera como el padre de la Oftalmología moderna.
Bartisch (1535-1606) comenzó a los 13 años como aprendiz de un cirujano barbero. En este trabajo comenzó a interesarse en las enfermedades oculares y por ello dedicó su vida a esta materia. Su obra magna, Ophthalmodouleia: Das ist, Augendienst, fue publicada cuando tenía 45 años; el mismo asumió la impresión que realizó Matthes Stöckel en Dresde.
Georg Bartisch llegó a ser en 1588 oculista de la Corte del Duque Augusto I de Sajonia, un puesto importantísimo para su carrera. Su método para el cuidado de los ojos lo basó en un esfuerzo para comprender la anatomía, la fisiología y la óptica del ojo.
También fue el inventor de una serie de instrumentos quirúrgicos, uno de los cuales es una cuchara con forma de cuchillo que utilizaba para extraer ojos enfermos.


Bartisch fue capaz de definir diferentes clases de cataratas de acuerdo con su color: blanca, azul, gris, verde, amarillo y negro. También recomendó distintas clases de cirugía de párpados y entre sus sugerencias estaba la utilización de máscaras para la corrección de los ojos mal alineados.
De la obra de este oftalmológo han sobrevivió unos pocos ejemplares. Se trata de un libro raro y muy apreciado por los coleccionistas que incluye unos 90 grabados en madera a toda página realizados por Hans Hewamaul a, partir de las propios dibujos de Bartisch, a cual más interesante.
Un par de esos ejemplares fueron coloreados cuidadosamente a mano, y uno de ellos se conserva en la Universidad de Duke, en Durham (Carolina del Norte). Fue donada por Emile Javal de la Sociedad Francesa de Oftalmología.


El autor de Ophthalmodouleia: Das ist, Augendienst organizó muy bien su contenido en 16 secciones. Empieza tratando la anatomía de la cabeza y ojo, continuando con el estrabismo, las cataratas, las enfermedades externas y los traumatismos.
También encontramos un capítulo sobre lesiones y problemas provocados por la magia y la brujería. En estos capítulos incluyen una descripción de la enfermedad, un debate sobre la dolencia y una amplia lista de recetas a base de hierbas (la obra incluye hasta 6.000) y finalmente se cierra con métodos quirúrgicos.

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http://www.labrujulaverde.com/2015/11/ophthalmodouleia-un-tratado-de-oftalmologia-del-siglo-xvi

domingo, 17 de diciembre de 2017

BEATO DE SAIN SEVER



Copia de los Comentarios al Apocalipsis realizada a mediados del siglo XI en algún scriptorium francés de la zona de Pirineos, dedicada, según consta en el "exlibris" de la primera página, "a Gregorio de Muntaner, abad de Saint Sever"  y firmado en una columna de las "Genealogías" por Stephanus Garsia, nombre que corresponde evidentemente a un monje español, aunque además de este copista e iluminador principal, los expertos han reconocido al menos otros tres autores que, según parece, trabajaron repartiéndose los folios de un original que no se ha podido identificar. 
Se considera como muy probable que su origen fuera el scriptorium de la propia abadía de Saint Sever ya que la imagen de su iglesia y a su lado la del palacio ducal de Gascuña, aparecen en la zona de Vasconia de su Mapamundi, uno de los más completos y más interesantes de todos los beatos conservados. 
Refuerza esta teoría el hecho de que la abadía fuera fundada el año 988 por Guillermo Sancho, conde de Gascuña y su mujer Urraca hermana de Sancho III el Mayor de Navarra. Debido a esta relación con Pamplona, parece posible que llegara a Saint Sever en sus primeros tiempos un Beato procedente de algún monasterio español y que años después, en una época de gran esplendor de esta abadía, Gregorio de Muntaner decidiera hacer una "versión moderna" en su propio scriptorium, manteniendo el contenido y la estructura pero reflejando las nuevas tendencias artísticas. 
El manuscrito ha llegado hasta nuestros días con las armas del Cardenal de Sourdis, arzobispo de Burdeos en el siglo XVI, por lo que se piensa que le fue entregado antes del saqueo de Saint Sever por los hugonotes en 1569. En el siglo XIX, después de haber estado durante un periodo indeterminado en la Biblioteca de Saint Germain des Prés, pasó a la Biblioteca Imperial, actualmente Biblioteca Nacional de París, donde se conserva en muy buen estado.

Las cuatro bestias de Daniel
Nos encontramos ante una obra realmente excepcional en todos los sentidos. Desde el punto de vista de la miniatura altomedieval española, aunque no hay duda que se trata de la copia de un manuscrito español y que su autor principal era también español, no sólo es el primer Beato plenamente románico, sino también es el único que conocemos creado fuera de España. Pero aún más atípico resulta al compararlo con los manuscritos franceses de esa época. En efecto, al hecho de ser el único caso en que en Francia se copia un libro español de tanta trascendencia, respetando su estructura y contenido,se añade la particularidad de que,aunque su estilo es comparable al de algunos manuscritos ilustrados en el sur de Francia a fines del siglo XI, su gran número de miniaturas le diferencia claramente de todos ellos, que no pasaban de una veintena de páginas iluminadas. 
Otro hecho interesante a destacar es que el texto del Beato de Saint Sever -que incluye los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana y los del Libro de Daniel de San Jerónimo-, corresponde a la primera versión textual, la que se considera fechada en el año 776, según la clasificación generalmente aceptada por los expertos. Está escrito en su mayor parte en letra visigótica -posiblemente la parte que copió el monje español que lo firma, que parece probable que proviniera de algún scriptorium al sur de los Pirineos- y el resto, quizá desarrollado por varios monjes de Saint Sever, ya en letra carolina.
El sexto angel vacia su copa en el rio Eufrates


Mucho más difícil es determinar a qué versión pictórica pertenecía el original que se ha copiado, ya que mientras en algunas miniaturas se reconocen características de la familia I, otras se pueden considerar como de la familia II. Al margen de nuestras reservas hacia ese tipo de clasificación, que parece no tener en cuenta la cantidad de Beatos desaparecidos -entre ellos el que ha dado origen al de Saint Sever-, que probablemente habrían generado un sistema de relaciones muy diferente, pensamos que las especiales características de esta obra se deben en su mayor parte al cambio de estilo y a la gran calidad, conocimientos -tanto artísticos como sobre los textos sagrados-, y capacidad creativa de Esteban García, que le permitieron desarrollar en muchos casos versiones modificadas de las antiguas ilustraciones y en otros añadir nuevas imágenes, no existentes en los Beatos anteriores conocidos, creando una obra excepcional que abría nuevos caminos a la iconografía altomedieval europea y que influyó de forma significativa en la pintura y la escultura románica posteriores. 

En cierta forma este Beato es un claro exponente del espíritu de integración existente en toda la Europa occidental al final del primer milenio que, impulsado por la reforma gregoriana y la expansión de la orden cluniacense, permitió que se fusionaran las múltiples tendencias culturales en un arte de unión como fue el románico. En efecto, en él encontramos representada la liturgia visigótico-mozárabe, en un monasterio de origen hispano-francés, que posiblemente utilizó esta liturgia hasta la llegada de Gregorio de Muntaner, abad de procedencia cluniacense que establece en él la regla de San Benito en una reunión de obispos y abades el año 1065. Esto sucede posiblemente pocos años después de haber encargado la copia de este manuscrito, en una época en la que ya ha desaparecido el terror milenarista y cuando ha dejado de ser obligatoria la lectura del Apocalipsis entre Pascua y Pentecostés que ordenaba el IV Concilio de Toledo. Sin embargo la obra de Esteban García, que conserva la estructura y el espíritu de la cultura exclusivamente española anterior, pero que está ya totalmente integrada en los nuevos tiempos y se expresa en otro lenguaje artístico, resulta ser un claro referente para la iconografía posterior, no sólo en la miniatura, sino también en la pintura y la escultura europea, y da inicio a una serie de nuevos Beatos creados en España y Portugal hasta el siglo XIII, la mayor parte de ellos en monasterios cluniacenses y cistercienses. 

Dentro del análisis de la influencia del Beato de Saint Sever en el arte posterior, no podemos dejar de señalar las coincidencias que se pueden encontrar entre el Guernica de Picasso y la miniatura titulada "El Diluvio"podemos observar la relación entre los manuscritos españoles de aquella época y el arte europeo de principios del siglo XX, especialmente con el Picasso cubista. En este caso la relación nos parece aún más evidente, sobre todo teniendo en cuenta el espíritu investigador de Picasso y todas las posibilidades que tuvo un artista tan famoso y respetado, que además residía en París, de estudiar en su Biblioteca Nacional este manuscrito. 

http://www.turismo-prerromanico.com/es/miniatura/manuscrito/beato-de-saint-sener-20130927021224/#ad-image-0



sábado, 9 de diciembre de 2017

JOSEPH TEODOR KONRAD KORZENIOWSKI Y LORD JIM


Narrador británico de origen ruso-polaco, nacido en Berdichev (ciudad polaca sometida, a la sazón, al Imperio Ruso, y actualmente perteneciente a Ucrania) el 3 de diciembre de 1857, y fallecido en Bishopsbourne (cerca de Canterbury, en el condado británico de Kent) el 3 de agosto de 1924. Aunque su verdadero nombre era el de Teodor Józef Konrad Korzeniowski, es universalmente conocido como Joseph Conrad, adaptación al inglés de su antropónimo y patronímico, que él mismo adoptó cuando recibió la nacionalidad británica. Autor de una extensa y deslumbrante producción narrativa en la que, en líneas generales, aborda el problema de la soledad del individuo abandonado en un mundo hostil y sometido a los inesperados golpes de la fortuna, está considerado como una de las figuras cimeras de la narrativa universal de finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria.
Nacido en el seno de una familia relevante en el ámbito cultural y político de la Polonia de mediados del XIX, quedó huérfano a muy temprana edad, por lo que se educó bajo la tutela de su tío materno, Thaddeusz Bobrowski. Fue el único vástago del matrimonio formado por Appolonius Nalecz Korzenowski -poeta romántico, traductor al polaco de algunas obras de Shakespeare (1564-1616) y ferviente patriota- y Evelina Bobrowska -también luchadora por la independencia de su pueblo, aunque algo más conservadora que su esposo-. El padre del futuro escritor, militante activo en la lucha independentista, fue uno de los integrantes del comité que encabezó la insurrección polaca contra el dominio ruso, por lo que fue detenido en 1861 -cuando el pequeño Józef sólo contaba cuatro años de edad- y deportado a Vologda, una inhóspita región del nordeste de Rusia. Un año después, su mujer y su hijo viajaron hasta allí para reunirse con él, y la familia entera permaneció en Vologda hasta 1865, en medio de unas deplorables condiciones de vida que, a buen seguro, habrían de influir posteriormente en la obra del escritor, dominada por la vulnerabilidad del ser humano y la inestabilidad moral que se apodera de él en situaciones extremas.
Tras una serie de circunstancias familiares,en las que queda huerfano y durante cerca de cuatro años ejerció de marinero raso en la marina mercante francesa, donde tuvo ocasión de vivir algunas singladuras novelescas que luego habrían de surtir de abundante material narrativo a sus obras. Así, v. gr., en 1876 tomó parte en una travesía a las Islas Occidentales que, bajo la tapadera de la actividad comercial, escondía un turbio negocio de tráfico ilegal de armas. El primer oficial de la tripulación enrolada en esta singladura, un ciudadano corso llamado Dominic Cervoni, dejó una huella imborrable en su vida y en su obra (en la que apareció reflejado como el protagonista de su novela Nostromo). Al mismo tiempo, su experiencia vital se enriquecía con numerosos lances rocambolescos que, convenientemente adornados después por su imaginación de escritor -en opinión de sus más autorizados biógrafos-, le convirtieron también en un personaje cercano a sus entes de ficción: al parecer, vivió peligrosamente endeudado durante mucho tiempo, se enamoró de mujeres que no le correspondieron (una de las cuales le arrastró hasta un intento fallido de suicidio) y sufrió varias heridas de extrema gravedad (provocadas por accidentes de trabajo y por románticos duelos que no han podido ser verificados por los estudiosos de su vida y obra).
En 1878, cumplidos los veintiún años de edad, Józef Konrad fue requerido para el cumplimiento de sus obligaciones militares. Para eludirlas, abandonó la marina mercante francesa y se enroló en un buque inglés que, tras tocar puerto en Estambul, regresó a su punto de partida y desembarcó al joven en las costas británicas de Lowestoft, donde por vez primera pisó la tierra de la nación a la que había de quedar vinculado durante el resto de su vida. Al servicio, a partir de entonces, de la flota mercante británica, refrescó pronto aquellos rudimentos de inglés que había aprendido al lado de su padre y protagonizó, nuevamente, otras muchas aventuras dignas de sus mejores novelas. Entre ellas, por su importante reflejo en su posterior producción literaria, cabe destacar la que vivió a bordo del navío Palestine, a cuya tripulación se unió en abril de 1881 para colaborar en el transporte de un gigantesco cargamento de carbón hasta el Lejano Oriente. La colosal embarcación, de más de cuatrocientas toneladas, fue azotada durante la navegación por vientos huracanados que estuvieron a punto de hundirla; poco después, sufrió en su quilla el impacto de un buque de vapor, lo que provocó el pánico de la tripulación y el abandono de la nave por parte de muchos marineros; y, para colmo de males, antes de arribar a su destino final en las Islas Orientales, se declaró a bordo un pavoroso incendio originado en la carga de carbón, lo que obligó a los escasos tripulantes que aún navegaban en el Palestine a abandonarlo urgentemente en botes salvavidas. En uno de ellos escapó de la tragedia Józef Konrad, quien, tras más de trece horas a la deriva, tocó finalmente tierra en una isla de Sumatra. El recuerdo de esta accidentada singladura le habría de inspirar, años después, la novela breve titulada Youth (Juventud)
Subyugado por esta vida de emociones y aventuras, Józef Konrad formó parte de las tripulaciones de otras dos naves durante 1882 y 1883, y a finales de dicho año decidió que había llegado el momento de empezar a poner por escrito los recuerdos de sus vivencias y las reflexiones extraídas de ellas. Sin embargo, aún le faltaba mucho para dedicarse profesionalmente a la creación literaria, por lo que siguió navegando hasta alcanzar, en 1886, el certificado de capitán de altura, al tiempo que solicitaba -para poder ejercer su profesión en la nación que le había acogido- la ciudadanía británica. Surcó, a partir de entonces, todos los mares -aunque con recurrente presencia en el archipiélago malayo-, y en una penosa travesía desde Bangkok hasta Singapur se hizo cargo por vez primera de una embarcación, de nombre Otego, cuyo capitán había fallecido en plena travesía.
En el verano de 1889, recién llegado a Londres después de muchos meses de navegación, Józef tomó alojamiento en una habitación que daba al Támesis y empezó a redactar la que, al cabo de seis años, habría de convertirse en su primera novela publicada, Almayer's Folly (La locura de Almayer), centrada en las vivencias de un comerciante holandés que había conocido en Borneo. Pero antes de exhibir su nombre por vez primera en los estantes de las librerías londinense, protagonizó otras muchas aventuras exóticas, como la que le condujo en 1890 hasta el Estado Libre del Congo. Al parecer, desde su niñez solitaria y ensoñadora en Polonia había albergado la ilusión de conocer aquellas misteriosas tierras africanas, en las que por fin, a los treinta y tres años de edad, logró pasar cuatro intensos meses, fascinado por una serie de vivencias y sensaciones que, años después, habrían de quedar plasmadas en la que tal vez sea su obra más célebre, Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas).


Lord Jim se publica en 1900 por entregas. Diecisiete años más tarde se edita como libro. Pero mientras tanto, su autor ha tenido tiempo de atender a los cuestionamientos críticos con que se recibió  la obra.  La respuesta a ellos, la plasma Conrad en su célebre prólogo, ejemplo de ironía y a la vez de lección de narrativa. La recepción de los lectores (profesionales y no profesionales) de Lord Jim, apuntaban al tiempo que empleaba Marlowe en contar la historia del aventurero Jim. Y no menos sorprendidos, a la paciencia de los que escuchaban dicha historia, inverosímil según los críticos, ya que no imaginaban a nadie tan atento a tan prologado relato. Conrad responde con una fina ironía, pero enseguida entra en materia y argumenta que su novela, que al principio iba a ser un simple cuento, se fue transformando en una novela de estructura “errante y libre”, una novela empeñada sustantivamente en realzar “el sentimiento de la existencia” en un alma sensible. Si Marlowe en El corazón de las tinieblas tenía un papel protagonista, por lo menos hasta que aparecía el inquietante y atormentado Kurtz, en Lord Jim su presencia se difumina entre las heroicas peripecias a que se entrega el joven Jim para  lavar su torturada conciencia. Conrad a su manera fue un visionario. Así lo escribió en su no menos célebre prólogo a El negro del Narcissus: “Escribo para hacerte ver”. Ver era para el autor polaco adelantarse al futuro. La tragedia de Jim forma parte de la crisis del alma humana que vio Conrad que se cernía sobre la civilización. 
Joseph Conrad relató hechos. Y de ellos supo que lo esencial no estaba en su núcleo sino en sus contornos, en sus alrededores. Para el escritor la realidad humana era casi inaprensible, “como esas aureolas de neblina a través de las que a veces se ve la luna”. De ahí el sentido último de su concepción de la forma novelesca. Marlowe narra haciendo saltos en el tiempo y el espacio, crea zonas dispersas en su discurso, su relato adquiere estructura polifónica, va y viene por los suburbios de sus recuerdos. Marlowe es un testigo misterioso, pero el único que ha visto la desolación de su héroe recorrer de puerto en  puerto a la búsqueda de su imposible redención. Leer a Conrad es como entrar en un sueño. Tal vez  por eso Forster no lo entendió.
A Joseph Conrad nunca le molestó que sus lectores más incondicionales se decantaran por Lord Jim, él que tanto quiso a todas sus criaturas de ficción sin distingos ni preferencias. Una mañana soleada en una bahía oriental, Conrad descubrió a su doliente héroe: “Lo vi pasar, emocionado y significativo, bajo una nube, sin pronunciar ni una palabra”. Era Jim a punto de traspasar la línea de sombra.




Esta es la historia de una Caída, una Expiación, y una Purificación, una Segunda Oportunidad. Jim es un marino que lleva una mancha en su pasado: ha cometido un acto de cobardía, ha secundado el abandono por la oficialidad de un barco que parecía condenado ahundirse, el Patna, colmado de peregrinos musulmanes. (Conrad se basa en hechos reales: la historia del vapor Jeddah, que tuvo lugar en el verano de 1880). El barco no se hundió, y los culpables de abandono fueron juzgados. Jim, a diferencia de los otros,busca el castigo para paliar su culpa. Pero los hechos dejan su huella sobre él; no los puede olvidar. Jim vive desde entonces una vida errante, tratando de escapar del recuerdo culpable y de la mirada sombría de los hombres.





La primera parte de la obra consiste en el relato, más o menos indirecto, de los hechos que originan la Caída y la posterior Expiación: el abandono del Patna y sus consecuencias; el juicio, al que Jim se presenta voluntariamente; su degradación por dictamen del tribunal; su encuentro con Marlow, quien asiste al juicio y pronto concibe una atracción, un impulso paternal y amistoso hacia el enigmático joven, del que se convertirá en confidente. Es justamente desde esta posición privilegiada que Marlow oficia de narrador. Según este personaje –alter ego de Conrad-, Jim “era un joven perdido, inutilizado, uno de tantos entre un millón a él semejantes;pero era uno de los nuestros.”
Jim es un joven con grandes aspiraciones. Desde niño había imaginado grandes hazañas, aventuras y peligros en los que él resultaría vencedor. Proviene de una familia religiosa, encabezada por un pobre párroco inglés que “no concibe más que una fe y una sola norma de conducta”.El honor, para Jim, es código supremo. Sin embargo, el destino le juega una mala pasada: justo cuando tiene oportunidad de realizar sus sueños de heroísmo, una grieta en su carácter lo hace partícipe de la referida acción, el abandono del Patna.Su conciencia le hace buscar el castigo y la expiación.



El problema es que una vez expuesto a la luz su pecado, no puede deshacerse de esa mancha, que le persigue allá donde va, hasta el momento en que ya no sabe qué hacer, se hunde más y más en el abismo de su acción pasada, que se torna presente continuamente. Lo dramático de la situación es la contraposición entre sus aspiraciones, su ideal de vida y los hechos en los que se ha visto involucrado. Para Jim es un fracaso vital, un fracaso de sus expectativas, que le hunde profundamente, le deja sin norte. Comienza de este modo un angustioso periplo por distintos trabajos y puertos, siempre a la defensiva, siempre mirando a sus espaldas. Allá donde intenta salir adelante, siempre hay alguien que le recuerda su pasada flaqueza, con lo que Jim ha de desplazarse de nuevo. Necesita otra oportunidad para lavar su pecado, para demostrar que ha aprendido la lección. Le es imprescindible mostrar que es capaz de ser fiel, de ser valiente, de que se puede confiar en él. Y sobre todo, necesita mostrárselo a sí mismo. Y no puede volver a su país: para ello había de tener la conciencia tranquila, ya que volver con los suyos era algo así como rendir cuentas, según Conrad.



En Jim el castigo asume la forma de huida, un escapar del mundo y de sí mismo. Y es que, tras el fracaso,sus sueños de gloria se han desmoronado. Cuando el azar –¿o es el destino?- le ha deparado oportunidades propicias a la resolución y el arrojo (la primera fue en su época de cadete), en vez de aprovecharlas, falla estrepitosamente. Ha llegado la hora del castigo: puesto que no será objeto de aclamación por sus semejantes -y ha estado en su mano lograrlo-, se obliga a excluirse de sus simpatías y a confinarse como un paria moral –con lo que, digamos de paso, se nos vuelve admirable en su lacerada dignidad: su ideal ético era elevadísimo, románticamente riguroso, y lo será hasta el final. Puesto que no ha sabido honrarlo, se asigna a sí mismo un lugar miserable entre los hombres; esto, en vez de escudarse en pretextos acomodaticios.



 Así pues, cada vez que asoma el espectro del Patna, el espectro de su culpa, Jim larga velas sin que nadie sepa por qué –en efecto, nadie asocia al diligente aunque reservado joven con la aciaga memoria del buque, excepto Marlow-. Y acaba ocultándose del ‘exterior’ en la jungla de Patusán, en donde todos ignoran su pasado y todos lo veneran –salvo un funesto personaje, Cornelius-. En Patusán no sólo renacen los sueños de Jim, sino que los realiza. Jamás se plantea la posibilidad de volver al mundo de fuera. ¿Para qué, si allí es un paria, mientras que acá es ya un héroe? Con todo, la huida resulta una quimera: cuando la cree al fin consumada, clausurado su pasado y expurgada la culpa, el mundo exterior le da alcance, lo desengaña, remitiéndole un ominoso y acusador agente en la persona del pirata Brown.
Digamos algo sobre los nombres que entretanto han surgido, concernientes a la segunda parte de la novela. Patusán es el país ficticio en que Jim se recluye, donde imperan por una parte el corrupto rajá Allang y su aliado el bandido Alí y por otra, el honorable Doramín, jefe del partido opuesto al rajá. Jim, siempre vestido de blanco –símbolo de la pureza y de la inocencia- de la cabeza a los pies, se convierte por su valentía en una leyenda viviente, al librarles del malvado Alí y someter al rajá. Los indígenas, en agradecimiento y como señal de respeto,lo llaman Tuan (Lord) Jim.





Cornelius es un personaje resentido, antiguo representante de los negocios de Stein (un potentado y amigo de Marlow, por cuyo intermedio arribara Jim a Patusán). Mezquino y cobarde, Cornelius detesta al recién llegado. Tiene una hijastra de nombre Joya (Jewel), obsesionada por la idea del abandono, que acabará siendo pareja de Jim.La relación amorosa establecida entre ambos es una profunda pasión en la que, mientras Jim está seguro de su amor y de su fidelidad, ella vive angustiada, temiendo su partida constantemente, recordando el ejemplo de su madre, abandonada a su vez por otro hombre blanco, que, como suelen hacer los que viven muchos años en ultramar, finalmente retorna a su país, a los suyos.




Finalmente, pero no menos importante,Brown, ‘el Caballero Brown’ –según gusta de hacerse llamar-.Se trata de un forajido, pirata y traficante de armas temido en los mares orientales, ahora en trance de decadencia. En mala hora llega a Patusán con su nefasta banda amenazando la paz y el bienestar reinantes, cual bandada de cuervos de mal augurio. Sin proponérselo, puesto que lo ignora todo de Jim, obliga al protagonista a encarar -una vez más- su pasado culpable. (El hado, parece decirnos Conrad, es inmisericorde y sus instrumentos, ciegos.) Ante el bandido,Jim siente compasión porque Brown le hace rememorar su falta y por ello ser comprensivo con los pecados ajenos: él también es un pecador, y ningún esfuerzo parece asegurarle la redención en vida.




De este modo el final se precipita, con el asalto de los bandidos, la matanza, la muerte del amigo querido, Dain Waris, el hijo de Doramín, y Jim ve tambalear su posición. Es el responsable de lo sucedido, puesto que él ha tomado la decisión de liberar a los bandidos. Sin embargo, no ha olvidado su pasado y ha aprendido la lección. Esta vez permanece en su puesto. Asume su responsabilidad y planta cara a su destino, la muerte. Marlow nos lo cuenta:
“Abandona a una mujer llena de vida, para celebrar su implacable boda con un fantasma: el ideal de conducta que a sí mismo se trazó. ¿Estará ahora satisfecho, completamente satisfecho?, me pregunto yo. Bien deberíamos saberlo. Es uno de los nuestros…
Uno de los nuestros. Esta es una frase que, a guisa de leitmotiv, se repite en diversos pasajes de la novela. Jim lo es, uno de los nuestros: alguien que, a pesar de sus fracasos y sobre todo por su redención final, comparte con sus compatriotas, con quienes se presume serán los lectores privilegiados de la novela –personas de formación occidental y sobre todo ingleses o británicos-, y con el propio autorun mismo código ético y una misma forma de comprender y posicionarse en el mundo. Para Conrad, el hecho de haberse expatriado de su Polonia natal, el de haber servido en la marina británica y el de escribir en el idioma de su patria adoptiva parecen inducirlo a una cierta inseguridad. Al hacer de Jim un representante de esta Inglaterra que es su segunda patria –y representante, por extensión, de la civilización occidental-; al apropiarse de dicha fórmula (‘uno de los nuestros’) por mediación de Marlow, el escritor se identifica más que nunca con un nosotros –el de Marlow, el de sus oyentes/lectores, el del malogrado Jim-bien definido, admirable y gratamente protector.
“Lord Jim” es una de las novelas que conforman el volumen ‘Los libros de Marlow’,que reúne las cuatro obras escritas por Joseph Conrad con Marlow como narrador. Las otras tres son las siguientes: “Juventud”, “El corazón de las tinieblas” y “Azar”.