En 1928, el inventor español sobrevoló el Canal de la Mancha por primera vez con su autogiro, el aparato que fue una «obsesión constante» para él desde los 16 años
Un modelo del autogiro de Juan de la Cierva sobrevolando Valencia a finales de la década de los 20
Es probable que el inventor e ingeniero aeronáutico español no hubiera
analizado en profundidad los riesgos que para su vida representaba
aquella aventura. Estaba tan obsesionado con aquel autogiro, que el
mismo había inventado siendo apenas un adolescente, que puede que
aquello le nublara el juicio. «Durante años no he hecho otra cosa que
trabajar en él para convertir en algo práctico aquel aparato en que
comencé mis experimentos en 1920», comentaba a su regreso a España
después de que, el 18 de septiembre de 1928, consiguiera atravesar el Canal de la Mancha por primera vez con su ingenio.
No pareció importarle que algunos otros pilotos mucho más
experimentados (o más valientes, o más locos) hubieran sufrido
importantes accidentes probando sus modelos. Y es que su primer vuelo
había sido el 2 de agosto de ese mismo año. La proeza del Canal de la Mancha era tan solo su segundo intento.
Tuvo que ser emocionante para De la Cierva pensar que sólo 19 años antes el Canal había sido cruzado por Louis Bleirot y
que, en 1903, cuando él tenía ocho años, el hombre había volado por
primera vez en la historia. Aquellas hazañas imprimieron en la mente del
pequeño Juan un deseo incombustible de conocer todo lo relacionado con
el mundo de la aviación, hasta el punto de que con tan sólo 16 años, en
1912, con la ayuda de dos amigos, consiguió construir su primer avión y
lo hizo volar. Lo llamaron «El cangrejo»
.
La idea del autogiro le surgió después de que algunos de
sus pilotos sufrieran heridas con sus primeros modelos de avión. De la
Cierva pensó que debía investigar un tipo de aparato que se mantuviese
en el aire, incluso cuando llevase poca velocidad, ya que la mayoría de
los accidentes se producían en la toma de contacto con el suelo, de unos
aparatos que requerían ir demasiado deprisa para sostenerse.
Era tal su deseo enfermizo de hacer volar su autogiro, que
probó más de 20 modelos antes. Hizo astillas unos cuantos de ellos, pero
aquello no le desalentó. Su sueño se hizo realidad el 17 de enero de
1923, con el prototipo C-4. El vuelo, llevado a cabo por un piloto militar, consistió en un «salto» vertical de 183 metros.
Sus siguientes modelos alternaron éxitos y fracasos hasta
que se lanzó sobre el Canal de la Mancha. Él nunca quiso darle demasiada
importancia a aquella proeza, pero fue ampliamente exaltada por la
prensa internacional, haciendo crecer el prestigio del inventor en todo
el planeta. «Este viaje, más que por el halago personal que puede
representar para mí, por el entusiasmo insuperable, me llena de contento
porque veo compensados con éxito los desvelos y los trabajos de una
parte de mi vida», aseguró.
Descenso en vertical
«A las dieciséis y dieciséis apareció en el horizonte el
aparato . Se veía girar su hélice con precisión. El
autogiro dio una gran vuelta por encima del aeródromo, pasando a gran
velocidad. Después subió un poco y, a 150 metros de altura, paró el
motor. Entonces el aparato comenzó a descender verticalmente,
deteniéndose unos momentos en el descenso para reemprenderlo instantes
después. Y suavemente, sin ningún incidente, el autogiro se posó en tierra».
De la Cierva había salido por la mañana de Southampton,
hasta el aeródromo londinense de Croydon, volando con el director de
«LŽAeronautique», Henri Bouché.
Y como el autogiro no llevaba radio, fue escoltado además por un
aparato del servicio regular París-Londres. Su idea era precisamente
realizar el vuelo con su «helicóptero» de la misma forma que lo
realizaban estos aviones comerciales.
Aterrizó, tras cruzar el Canal, y con algunas paradas en
territorio francés, en el aeropuerto de Le Bourget, en París, donde le
esperaban multitud de periodistas y fotógrafos. El aviador Cobos,
que había escoltado al autogiro, declaró que «estaba maravillado de la
velocidad insospechada del aparato, que había atravesado el Canal en 20
minutos».
De la Cierva añadió: «El piloto del avión comercial me
preguntó cuánto tiempo me daba de ventaja. Le dije que saliera sin
esperar nada, y así lo hizo. Le dejé salir y, cuando volaba yo, di la
máxima velocidad que puede alcanzar, 170 kilómetros. Y no solo alcancé
al “Goliath”, sino que lo adelanté, y aún tuve que acortar la marcha
para esperarle».
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