Bartholomeus Anglicus (Bartolomé de Inglaterra) fue un erudito escolástico de principios del siglo XIII, miembro de la orden franciscana. Fue el autor del compendio De proprietatibus rerum ("Sobre las propiedades de las cosas"), fechado en el 1240, un temprano precursor de la enciclopedia y uno de los libros más populares de la Edad Media. Bartolomé también mantuvo posiciones jerárquicas dentro de la Iglesia y fue designado obispo de Luków aunque no estuvo consagrado a esa posición.
El trabajo De proprietatibus rerum fue escrito en la escuela de Magdeburg, en Sajonia, y dedicado al uso de los estudiantes y del público en general. Bartolomé anotó cuidadosamente las fuentes del material incluido, aunque, hoy en día, es algunas veces imposible identificar o localizar algunas de ellas. Sus anotaciones dan una buena idea de la amplitud de la variedad de trabajos disponibles para un escolar medieval.
El trabajo original en latín fue traducido al francés en 1372 y algunos manuscritos en sus versiones en latín y francés sobreviven. El trabajo fue posteriormente impreso en numerosas ediciones.
El trabajo fue organizado en 19 libros. Los temas de los libros son, en orden, Dios, ángeles (incluidos demonios), la mente humana o el alma, la psicología, las edades (vida doméstica y familiar), la medicina, el universo y los cuerpos celestes, el tiempo, formas y materias (elementos), aire y sus formas, agua y sus formas, tierra y sus formas incluyendo geografía, gemas, minerales y metales, animales, colores, olor, gusto y líquidos.
De Proprietatibus Rerum,fue una de las enciclopedias medievales más difundidas por la Europa Medieval, de modo que no sorprende que se hicieran dos traducciones independientes al castellano en la Baja Edad Media. La duplicación o multiplicación de traducciones, incluso coetáneas, de una misma obra fue un hecho bastante frecuente en el proceso de vernacularización medieval; las causas fueron diversas, desde el desconocimiento de la existencia de otra u otras versiones hasta la valoración crítica y el desacuerdo con el estilo de las existentes. Cualquiera de las dos razones parece aceptable en el caso que nos ocupa; la primera de las dos traducciones desde el punto de vista cronológico, anónima, se ha conservado en un solo manuscrito medieval, lo que podría indicar que no gozó de gran difusión; si pensamos que la traducción castellana de otra enciclopedia medieval, la del Livre dou Tresor de Brunetto Latini, nos ha llegado en doce manuscritos medievales completos, la deducción no parece muy aventurada, aun admitiendo que el azar ha desempeñado un papel importante en los procesos de transmisión; por otro lado, la calidad de la traducción, al menos la de la versión que nos ha llegado en este único manuscrito, no es especialmente buena y plantea problemas de lectura en más de una ocasión, lo que tampoco es extraño en la época; como señala Lluís Cifuentes, En definitiva, "los traductores, la mayoría de las veces anónimos, sabían que, a pesar de todos los defectos, venderían sus productos, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de sus clientes tampoco es que fueran muy doctos en las materias traducidas".
La más conocida de las dos traducciones es la de fray Vicente de Burgos, que nos ha llegado en edición de Enrique Mayer, Tolosa, 1494, de la que se conservan varios ejemplares. La Biblioteca Nacional de Madrid guarda doce incunables de esta versión completa, que consta de 320 hojas, y uno, de distinta edición (Zaragoza, Pablo Hurus,año 1495), que consta de 38 hojas y contiene el Tratado de las piedras y metales, prueba de que algunos de los libros que componen la totalidad de la obra circularon como tratados independientes. Hay ejemplares de la edición del texto completo en otras bibliotecas, españolas y americanas. El traductor partió de la versión francesa de Jean Corbechon, siguió su estructura y ordenamiento, pero utilizó también un texto latino para añadir aclaraciones y comentarios etimológicos que no estaban presentes en el francés. El tratado contiene al principio una tabla o índice, el prólogo del autor y diecinueve libros, los mismos que los textos latino y francés. La tabla, a tres columnas, empieza en el folio 1 y termina en el 6 recto; al final de este folio comienza, en una sola columna, el prólogo, que ocupa también el seis vuelto; a partir del siete y hasta el trescientos veinte se desarrollan los diecinueve libros, a dos columnas. La obra concluye con una breve recapitulación, el índice de autoridades y las referencias al traductor y a la edición:
Fenece el libro De las Propiedades de las Cosas, trasladado de latín en romance por el reverendo padre fray Vincente de Burgos; emprimido en la noble cibdad de Tolosa por Henrique Meyer de Alemaña, a honor de Dios y de Nuestra Señora y al provecho de muchos rudos e inorantes. Acabóse en el año del Señor de mil y cuatrocientos e noventa cuatro, a diez y ocho del mes de setiembre (fol. 320v).
Una traducción anterior y diferente se conserva en el manuscrito 30037 de la British Library, anónima e incompleta. Si constó el nombre del traductor, se perdió, pues el manuscrito termina en el folio 283v, muy cerca del final; pero no es esta la única falta de texto, pues, además de amplias reducciones y posibles saltos deliberados por parte del traductor o incluso de algún copista (desconocemos el proceso de transmisión del texto), faltan folios en varias ocasiones a lo largo de la obra.
Al hablar de amplias reducciones, me refiero a ejemplos como los siguientes: el libro I empieza con las propiedades de la divina esencia, que corresponden al capítulo XVI del texto latino; un poco más adelante, del capítulo IV salta al V del libro tercero. En el libro VI se omiten varios capítulos con relación a las versiones latina y de fray Vicente de Burgos, entre ellos los Del varón, Del padre, Del buen y mal señor, Del buen servidor y Del mal siervo. En el libro VII, De las enfermedades, tras un capítulo VII, De la olvidanza, salta varios; y tras el capítulo XV, que trata de las enfermedades de los ojos, pasa directamente a la ceguera, omitiendo los De la nube del ojo, La sangre, Las lágrimas y otro general sobre La privación de la vista, a los que dedica unas pocas líneas en el mismo capítulo XV, sin desarrollarlos después. En el libro VIII, reduce los capítulos Del cielo cristalino y Del empíreo a una sola línea al final del capítulo tercero y salta el Del éter; omite después el capítulo general De los círculos del cielo, abre capítulo para Aries y Taurus y en este incluye los signos del Zodiaco restantes. En el libro X, reduce el primer capítulo sobre la materia y salta el segundo, sobre la forma; tras el fuego, salta varios capítulos relacionados con él, como los Del humo, La brasa, La centella, Las sobras de la llama y La ceniza, y pasa directamente al viento, que debería ir tras un capítulo dedicado al aire; también falta el capítulo De la gota de lluvia, que debería ir entre los De la lluvia y De la helada. En el libro XIII, mientras la edición latina y la traducción de fray Vicente de Burgos, al tratar de los ríos de la Sagrada Escritura, dedican un capítulo a cada uno de ellos, aquí se enumeran y describen todos juntos a lo largo del capítulo IV, que lleva por título De diversos nombres de ríos; lo mismo sucede en el capítulo siguiente, De los lagos, en el que se incluye el del lago Tiberiades. En el libro XV faltan los capítulos De Bactria y De Bizacena; en el capítulo XXIX, dedicado a Boemia, se añade al final, sin indicación de título, el De Brabancia, y de aquí el texto pasa directamente a Caldea, omitiendo los De Borgoña y Capadocia; tras el De Cedar, pasa a Cananea, omitiendo los De Cancia y De Cantabria; en el folio 124, en la primera columna, en el capítulo De Media enlaza directamente, sin ninguna marca ni señal, con el capítulo, ya empezado, De Noruega, lo que puede atribuirse a la falta de un folio del testimonio que se copiaba o traducía; omite finalmente el capítulo de los sármatas y el dedicado a la isla De Ténedos. A partir de aquí las omisiones de capítulos disminuyen, no así las reducciones. En el libro XVI, no coloca en el lugar que le corresponde el capítulo III, dedicado al alabastro, pero un poco más adelante une los dedicados a la plata y al argento vivo recuperando en el octavo el Del alabastro, y omite el capítulo De Gleba. En el XVII falta el de la Genesta o Hiniesta. En el libro siguiente, De los animales, tras el capítulo del cordero, omite los De agno anniculo y De agna; tras el Del buey, salta el dedicado al vaquero; no tiene capítulo aparte para el potro, pero añade unas líneas al De la yegua. El último libro, el XIX, omite el capítulo XXI, De colore indico, y, como al llegar al final de los colores, va dos capítulos por detrás de la versión latina, acomoda el último dividiéndolo en tres.
En ocasiones está claro que el traductor evita fragmentos que podían resultarle difíciles desde el punto de vista técnico y lingüístico, como la explicación del embolismo, en el capítulo cuarto del libro VIII, que ni nombra.
Además están las faltas de folios, varias a lo largo del manuscrito; por ejemplo, faltan folios entre el 48 y el 49 del capítulo VII del libro VII, De las Enfermedades, al final del XII; de hecho en el folio siguiente se conserva una numeración, que se mantiene a lo largo de los siguientes cien folios, en la que aparece un 85 que se ha tachado y lleva escrito debajo 49, que es el número que corresponde como continuación; en los siguientes cien folios, se ha tachado también y se ha numerado debajo; vuelven a faltar entre el 58 y el 59, pasando del final del capítulo XLIII al LIV, ya comenzado. Tras el folio 66, en el que trata Del Sol, capítulo XV, faltan folios, los que incluirían los capítulos De la Luna y sus propiedades, De la Cabeza y la Cola del Dragón, De las cometas y parte del De las Estrellas fijas, pues el folio 67 se inicia a mitad de dicho capítulo, que es el XX de la obra. En el libro XII, que trata de las aves, entre el folio 84 y el 85 falta uno que contendría casi todo el capítulo segundo, Del águila, y el tercero, Del halcón, pues el 84 termina con el comienzo del capítulo segundo y el 85 empieza al final del tercero; hay un nuevo salto entre los folios 94 y 95, el 94 termina casi al final del capítulo Del avestruz y el 95 comienza en el capítulo primero, ya comenzado, del libro siguiente; faltan pues, en el libro de las aves, los capítulos completos De la tórtola, Del buitre, Del mochuelo, De la abubilla y Del murciélago. El libro XIII se inicia con el capítulo primero ya empezado, en el folio 95r; hay otro salto entre los folios 104 y 105, pues el 104 termina a la mitad del capítulo De los peces y el 105 se inicia ya en el capítulo segundo del libro siguiente, el XIV. En el libro XV faltan algunos folios entre los actuales 114 y 115, de modo que pasamos de la mitad del capítulo XII a la mitad del XXIV; el folio 124 termina con la rúbrica del capítulo De Narbona, pero el 125 empieza con el De Paraíso Terrenal ya muy avanzado. Al final vuelven a faltar folios, quizá uno solo, pues el último, 283, acaba en el capítulo CXLVI incompleto, que trata Del número o proporción sesquialtera, cuando falta únicamente el que sirve de conclusión en la versión latina, llamado Recapitulación en la de fray Vicente de Burgos; en la parte superior de este folio hay una anotación posterior que dice: " tiene 339 fojas ". El manuscrito está escrito a dos columnas y no tiene índice ni prólogo.
Las dos versiones castellanas ofrecen rasgos lingüísticos diferentes. La contenida en el manuscrito 30037 de la British Library está hecha desde el latín, es muy literal y contiene abundantes errores de lectura o de copia; en cambio, la de fray Vicente de Burgos tiene como base un texto francés acompañado de otro latino, lo que parece indicar que el traductor puso un especial cuidado en conseguir una buena traducción castellana, respetuosa además con la obra latina.
Pero aparte de las diferencias que implica la propia traducción, los dos textos castellanos ofrecen variantes diatópicas significativas. La de fray Vicente de Burgos guarda relación con el oriente peninsular; la presencia de voces del tipo jenebro y genero, que alternan con enebro y enero, plagas, clamando, flamas,los adjetivos invariables dotados de terminaciones masculina y femenina, del tipo vid agresta, la boz febla, las ánsaras, los lobos covardos, el licor dulço, los plurales femeninos y masculinos en –es, ovejes, ministres, la presencia del sufijo –enco, -a, en ombrenca, vermejenca, o –aje en ermitaje, aun tratándose de soluciones minoritarias a lo largo del texto, muestran que la variedad empleada pertenece sin duda al oriente, posiblemente a la zona aragonesa.
De manera paralela el léxico muestra mezcla de elementos aragoneses, catalanes, quizá occitanos en algún caso, más los galicismos atribuibles al proceso de traducción. Entre ellos aved, ‘abeto’, palabra tardía en Castilla pero documentada en fechas tempranas en aragonés y catalán; caja y cajuela, de nuevo extraños y escasos en castellano medieval pero bien documentados en aragonés y catalán; lo mismo pica, ‘pequeña mancha en la piel del hombre y de los animales’, mustela,‘comadreja’, o garceta, ‘cabello, pelo’, atestiguado en catalán medieval, aunque de etimología aragonesa; beçón, ‘mellizo’ enlaza con el catalán bessó; capel, ‘corona de ramas o flores’, coincide con el catalán y occitano, al igual que el femenino higa seca, o drapero, frente a trapero del castellano y portugués; taca, ‘mancha’,es variante bien documentada en occitano, catalán y aragonés; esquina en el sentido de ‘espinazo’ se halla en catalán, occitano, francés e italiano; en la misma línea tenemos amortar, ‘amortiguar, apagar’, angoxa por ‘angustia’, bebraje, ‘brebaje, bebida’, devallar, ‘bajar o hacer bajar’, guastar, guasto, desguastar, deguastar o deguasto, niñeta del ojo ‘pupila o niña del ojo’; riostra, occitanismo representado tardía y escasamente en castellano, es aquí sinónimo de cabrio. Abundan palabras tomadas del catalán, no desconocidas en castellano pero no especialmente usuales o populares, como congoxa, congoxoso, feble, ‘débil’, y los derivados feblez, febleza, febleça, afeblecer, enfeblecer.
Muestra de galicismos que deben atribuirse a la traducción son canilla,‘oruga’, escaraviz, ‘cangrejo’, coldra,‘avellano’, chasno, ‘roble’, evena, ‘ébano’, fue, ‘haya, árbol’, fuena, ‘fruto del haya’, sapín, ‘abeto’, plastro, plaustro, ‘yeso’ o el adjetivo fado ‘insípido’; vípera, ‘víbora’, puede atribuirse a latinismo, pero también es un posible galicismo. Más sorprendente es que emplee la variante livielso por divieso, cuando las formas con l- suelen asociarse preferentemente al occidente peninsular
La lengua de la traducción anónima tal y como nos ha llegado nos lleva, en cambio, a la zona situada al occidente del castellano. En realidad, no se sabe a quién atribuir estas características lingüísticas, si al traductor o a un copista. Habitualmente la intervención de los copistas en este tipo de textos es más pasiva, pero es posible encontrar excepciones; lo cierto es que conservamos en un manuscrito del siglo XV una versión que desde el punto de vista lingüístico es anterior; así parece demostrarlo la presencia de otrie, mais, cedo, fascas, el adverbio ý, o la apócope en la enclisis del pronombre personal átono. Por lo demás nos inclinan hacia el occidente del castellano rasgos como la palatalización de N- en ñudo, ñudosa; el mantenimiento de -MB- latino en lombo y lamber, palabras que podríamos atribuir al latinismo del texto, pero que se repiten continuamente como ejemplos del fenómeno en el occidente peninsular; la presencia de selmana junto a semana; las alternancias l/r en grupos consonánticos homosilábicos, con ejemplos como abrandar, grandes, por glande, ‘bellota’, grutinosa, ombrigo, repreción, apránanlos, fremáticas, añubrado, sobrancos, que traduce el latín subalbida y, en sentido contrario, Cantáblico, flaquente, ‘frecuente’; el mantenimiento de -e en céspede, tosse y pece; la epéntesis de -i- en la terminación, nudio; el cierre de vocales finales, estrípitu, aspectu, sexu; el frecuente cierre de las átonas, iscoria, cautirizado, urín, uriniento, rucío o furambre; la pérdida de la –r del infinitivo ante pronombre átono, tornase ía. La mayor parte de estos fenómenos están incluidos entre los rasgos que Menéndez Pidal consideró, hace ya un siglo, generales al dialecto leonés, algunos de los cuales no han estado tan circunscritos a dicho dominio sino que se han extendido históricamente hacia el oriente, hasta La Rioja y Burgos, por ejemplo. Hay díes por días, y rege por reja, ‘arado’; la variante seía ‘sede o silla’ ‘lugar en que se asienta algo’, con pérdida del resultado de –lj- latino, casa bien con soluciones esperables en el dominio leonés.La diptongación coincide en bastantes ocasiones con el castellano antiguo, culuebra, culuebros, mienta, lienta, pero también hallamos casos raros en castellano, como fiégado, fiezes o sollueço. Voces como ginollos, ‘rodillas’ y mallar, ‘majar’ son claros dialectalismos en la Baja Edad Media, comunes a los dos dialectos históricos o primarios, asturiano leonés y aragonés.Estas características, en conjunto, nos llevan al occidente del castellano, sin que podamos precisar más; podemos decir que no se trata de un registro marcadamente o extremadamente occidental, pero sí occidental.
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