El arte renacentista europeo se desarrolla
fundamentalmente en el siglo XVI siguiendo, en principio, modelos
del Renacimiento italiano
El
Renacimiento europeo no surge como resultado de una conjunción de
circunstancias específicas que lo hacen posible, como había ocurrido
en Italia; de hecho, la diversidad tanto política como cultural que
ofrece Europa respecto a la situación italiana explica que mientras
en Europa se sigue la tradición del gótico internacional (sistema de
representación válido para las necesidades de su sociedad), en
Italia se está codificando un nuevo lenguaje y una nueva forma de
representación. En Europa, el Renacimiento se desarrolla partiendo
de las experiencias italianas, aunque será elaborado en cada país de
forma personal.
Desde finales del siglo XV y, sobre todo, a principios del XVI, una serie de acontecimientos políticos hacen que Italia se convierta en escenario de lucha de los nuevos estados nacionales: Francia y España. La consolidación de la hegemonía aragonesa en Nápoles y la disputa por el norte de Italia entre España y Francia, supone el contacto de estos estados con los valores humanistas italianos, el esplendor de sus cortes y el nuevo lenguaje artístico. A partir de este momento, los contactos con Italia son permanentes.
Pero en el modelo renacentista italiano difundido por Europa hay que tener en cuenta dos cuestiones: la primera es que en Italia ya se ha llegado a la codificación clasicista del Alto Renacimiento y se están empezando a dar las respuestas anticlásicas del manierismo; la segunda es que el modelo renacentista italiano nunca fue uniforme: en su seno se produjeron diferentes tendencias y alternativas que desbordaron el marco desarrollado en el modelo florentino. Por las circunstancias políticas apuntadas, los centros artísticos que tuvieron una mayor importancia en la difusión del Renacimiento en Europa fueron los del norte de Italia, sobre todo Ferrara y Padua, donde se había producido el Renacimiento menos clásico.
La propagación de las nuevas formas por Europa va a responder a las necesidades que habían surgido en las nuevas monarquías gestoras de los estados nacionales: las cortes surgidas verán en el estilo romano, según la expresión de la época, una forma de afirmarse y diferenciarse política y socialmente, tal y como se hacía en las cortes italianas que tanto habían deslumbrado a los monarcas europeos.
La difusión se realiza mediante la exportación de las formas italianas; en esta exportación tendrán un papel fundamental los grabados que divulgan las obras de los maestros italianos: la imprenta hacía posible su reproducción rápida y abundante, así como los viajes constantes de artistas europeos a Italia, para su formación, y el trabajo de artistas italianos (por lo general de segundo orden) en las cortes europeas.
La asimilación del Renacimiento en Europa choca con la tradición artística de cada lugar y la valoración de la figura del artista. Las formas italianas que se exportan a Europa presentan ya un lenguaje ecléctico que se fundirá con las tradiciones locales de cada lugar, dando resultados diferentes. Los artistas seguirán siendo considerados artesanos y carecerán del discurso teórico capaz de articular de forma coherente los presupuestos ideológicos del nuevo lenguaje, tal y como habían hecho los italianos.
Desde finales del siglo XV y, sobre todo, a principios del XVI, una serie de acontecimientos políticos hacen que Italia se convierta en escenario de lucha de los nuevos estados nacionales: Francia y España. La consolidación de la hegemonía aragonesa en Nápoles y la disputa por el norte de Italia entre España y Francia, supone el contacto de estos estados con los valores humanistas italianos, el esplendor de sus cortes y el nuevo lenguaje artístico. A partir de este momento, los contactos con Italia son permanentes.
Pero en el modelo renacentista italiano difundido por Europa hay que tener en cuenta dos cuestiones: la primera es que en Italia ya se ha llegado a la codificación clasicista del Alto Renacimiento y se están empezando a dar las respuestas anticlásicas del manierismo; la segunda es que el modelo renacentista italiano nunca fue uniforme: en su seno se produjeron diferentes tendencias y alternativas que desbordaron el marco desarrollado en el modelo florentino. Por las circunstancias políticas apuntadas, los centros artísticos que tuvieron una mayor importancia en la difusión del Renacimiento en Europa fueron los del norte de Italia, sobre todo Ferrara y Padua, donde se había producido el Renacimiento menos clásico.
La propagación de las nuevas formas por Europa va a responder a las necesidades que habían surgido en las nuevas monarquías gestoras de los estados nacionales: las cortes surgidas verán en el estilo romano, según la expresión de la época, una forma de afirmarse y diferenciarse política y socialmente, tal y como se hacía en las cortes italianas que tanto habían deslumbrado a los monarcas europeos.
La difusión se realiza mediante la exportación de las formas italianas; en esta exportación tendrán un papel fundamental los grabados que divulgan las obras de los maestros italianos: la imprenta hacía posible su reproducción rápida y abundante, así como los viajes constantes de artistas europeos a Italia, para su formación, y el trabajo de artistas italianos (por lo general de segundo orden) en las cortes europeas.
La asimilación del Renacimiento en Europa choca con la tradición artística de cada lugar y la valoración de la figura del artista. Las formas italianas que se exportan a Europa presentan ya un lenguaje ecléctico que se fundirá con las tradiciones locales de cada lugar, dando resultados diferentes. Los artistas seguirán siendo considerados artesanos y carecerán del discurso teórico capaz de articular de forma coherente los presupuestos ideológicos del nuevo lenguaje, tal y como habían hecho los italianos.
Aunque es evidente que estuvo influido por la erudición y el saber italianos, el Renacimiento del norte de Europa encierra unas ciertas características distintivas y unos rasgos comunes a toda la región, lo que permite considerarlo en su conjunto. El movimiento cultural humanista estuvo en esta zona más preocupado por temas de religión y piedad personal de lo que lo estuvo en Italia. La educación de los jóvenes se basaba más en el examen crítico de textos religiosos que en el conocimiento de los clásicos, actividad erudita que alcanza su punto culminante con la obra de Erasmo de Rotterdam.
El humanismo erasmista tendrá una notable influencia no sólo en la Europa del norte y la política cultural humanista del emperador Maximiliano de Alemania, sino también en el resto de Europa; por ejemplo, su influencia en España es notable. A ello se une la importante polémica que surge en torno a la Reforma protestante y la división política de Flandes entre Bélgica, católica y bajo la influencia española, y Holanda, protestante e independiente.
La poderosa tradición artística que existía en los Países Bajos y en Alemania era bastante independiente del movimiento coetáneo italiano: durante el siglo XV los artistas europeos del norte habían empezado a alejarse del estilo gótico internacional de la Edad Media, codificando un nuevo tratamiento realista del espacio, una nueva técnica de pintura al óleo y el conocimiento del uso de las formas (la perspectiva, aprendida de los italianos) y el paisaje. Sin embargo, el lenguaje clásico de la antigüedad no ofrece ningún atractivo en esta zona, que no cuenta en su tradición con dicho legado; por ello, la problemática italiana en torno a la síntesis cristianismo-filosofía neoplatónica no alcanza a estos países. Es mucho más importante el movimiento de profunda transformación religiosa que se produce, contribuyendo de forma capital el humanismo de Erasmo de Rotterdam, que inicia una critica radical a la idea de religión tradicional y rechaza ásperamente los excesos formalistas y rituales, abogando por una mayor reflexión religiosa, intimista y personal. El pensamiento erasmista en torno a la religión, la locura y el ideal del caballero cristiano influye en los círculos artísticos nórdicos y motiva muchos de los cambios producidos en los temas pictóricos.
Hacia 1500 la pintura alemana sufre una transformación que provoca la existencia, en los siguientes treinta años, de un grupo destacado de artistas: Alberto Durero, Hans Holbein el Joven, Mathias Grünewald, Lucas Cranach y Albercht Altdorfer, que son principalmente los desarrollan el arte del Renacimiento Alemán. Junto a ellos, los pintores Quentin Metsys, Joachim Patinir, Brueghel y Antonio Moro lo harán en los Países Bajos. El hasta qué punto estos artistas estaban inspirados por las influencias italianas es un tema sujeto todavía a discusión, pero de ellos solamente Durero viajó a Italia. No obstante, los grabados italianos y los modelos de los libros estaban en circulación por Alemania y por los Países Bajos: por ejemplo, la primera obra de Altdorfer está inspirada en un grabado de Mantegna.
Los temas de los artistas alemanes y su forma de representación están bastante alejados de los convencionalismos de la pintura renacentista italiana. El dinamismo, la expresión, la emoción y las cualidades naturalistas del arte nórdico están en un abierto contraste con el idealismo, el equilibrio y la armonía de los italianos. Además, existe una poderosa y distorsionadora corriente religiosa en el arte del norte, una premonición de la Reforma y una aguda expresión de la angustia que invadía la religiosidad, tanto en Alemania como en los Países Bajos.
La emoción religiosa y la atención por los detalles fueron los sellos del arte del Renacimiento nórdico, basado en una concepción del hombre como una parte trivial del universo de Dios y empequeñecido además por la majestad del mundo natural. Se desarrolla el gusto por la representación de lo monstruoso aunque ya no tiene el significado gótico, sino que se convierte en una viva representación de la naturaleza oculta del hombre.
Frente a la visión científica de la naturaleza que ofrece la cultura italiana, en el Norte se le contrapone una visión irracional. La Naturaleza se convierte en una amalgama de cosas y fenómenos complejamente relacionados todos con todos: para descubrir dichas relaciones es preciso recurrir al ocultismo, la alquimia y la astrología, todo impregnado de un profundo sentimiento místico. Las obras encargadas a estos artistas serán, básicamente, pinturas religiosas o estarán dirigidas a la corte humanista de Maximiliano.
Hacia 1530 el arte alemán entra en un periodo de declive: habían muerto los principales artista y la corte de Maximiliano fue sustituida por la de Carlos V. La Reforma y los conflictos religiosos que le sucedieron también influyeron en este declive. En los Países Bajos, pese a verse influidos también por los problemas de la Reforma, tuvieron un desarrollo distinto. Los holandeses, guiados por el príncipe protestante Guillermo de Orange, se rebelaron contra la católica corona española, convirtiéndose en un estado independiente, mientras que Bélgica se mantiene bajo la dinastía de los Habsburgo y dentro de la iglesia católica.
Tras la Reforma, el mecenazgo principesco alemán se centrará en primer lugar en la arquitectura, arte capaz de mostrar el poder y prestigio de los gobernantes. Así, a mediados del siglo XVI, Otto Heidrich del Palatinado amplia el castillo de Heidelberg siguiendo las directrices clásicas e incorporando arquitectos italianos a sus obras en Landshut. Sin embargo, en su mayor parte los príncipes alemanes prefirieron conservar las obras góticas y simplemente decorarlas con ornamentación renacentista.
Los emperadores Habsburgo fueron los más importantes mecenas, siendo sus cortes centro de tutela para humanistas alemanes y artistas, destacándose la protección de Maximiliano II a Giuseppe Archimboldo, al manierista flamenco Spranger, al escultor danés Adrien de Vries o a los astrónomos Johannes Kepler y Tycho Brae. Asimismo, también hay que destacar la protección que la corte de Rodolfo II en Praga supuso para muchos eruditos y científicos que en otros lugares hubieran sido perseguidos por las autoridades eclesiásticas, debido a su dedicación a la alquimia y a la nigromancia. El estudio de lo oculto fue abandonado por los sucesores de Rodolfo: los emperadores Habsburgo del siglo XVII restauran la fe católica, dándole un lugar preferente en la política y la cultura europea y marcando el punto de inflexión entre el Renacimiento y el Barroco.
Durante la Edad Moderna, Francia se extendió rápidamente por provincias distantes, como Bretaña, Picardía o Provenza, que se incluyeron por primera vez dentro de la órbita de la corona francesa. En torno a 1559 era un tercio más grande que cien años antes, al terminar la guerra de los Cien Años. Su interés por expansionarse se fijaba ahora en el norte de Italia, pero su política provocó rivalidad con las pretensiones españolas, dando lugar a numerosas guerras en esta zona. Al tiempo que se expandía territorialmente, se desarrollaba una labor interna de afianzamiento del poder de la corona, en un intento de formar un estado nacional y absoluto mediante instrumentos legales, financieros y, sobre todo, administrativos, que asegurasen el poder a la soberanía real sobre las distintas asambleas locales y minimizando las enérgicas libertades locales. La monarquía francesa vio en el arte la posibilidad de afianzar su prestigio y su influencia cultura. Así, el Renacimiento francés estuvo ligado principalmente, aunque no de forma exclusiva, a la acción de la monarquía: los reyes de la casa Valois establecieron una refinada corte que jugó un papel fundamental en los cambios artísticos, uniendo los valores culturales de su aristocracia con el gobierno del reino y las campañas militares.
Durante el reinado de Francisco I, la corte del Renacimiento estaba en el punto culminante de su efectividad. Los progresos del afianzamiento de la soberanía real estaban dictados por consideraciones estratégicas y políticas, por lo que sus efectos culturales serán inmensos.
En arquitectura, con la publicación del influyente libro de Androuet du Cerceau. Los edificios más excelentes de Francia, el arte del Renacimiento queda afianzado como el arte de la corte. En 1519 Francisco I manda construir el castillo de Cahambord con un planteamiento enteramente al gusto del Renacimiento. Con él se inicia la renovación arquitectónica renacentista, que se va a centrar preferentemente en las medievales fortificaciones del Loira, donde se manifiesta el gusto por el clasicismo del siglo XVI. Las viejas fortificaciones fueron sustituidas por palacios de recreo de los monarcas Valois y sus cortes, donde se competía por ambiciones políticas y arquitectónicas. Sin embargo, la mejor manifestación del vigor artístico francés del momento es la denominada escuela de Fontainebleau, formada por aquellos artistas ligados a la corte y que desarrollan un estilo fluido, sensual y ornamentado, de gusto manierista. Fue producto del experimento cultural realizado por el rey Francisco I, empeñado en la trasformación del arte y la cultura francesa, que convierte su castillo de Fontainebleau en centro de su importante colección artística y lugar de protección de artistas. A la escuela de Fontainebleau pertenecen figuras como François Clouet, Jean Clouet, Jean Cousin, Primaticcio y Nicoló dell'Abate.
Tanto en Inglaterra como en Escocia, el arte del Renacimiento estará unido a la actuación de la corona. Desde las primeras décadas del siglo XV hubo signos de cambio en ambas cortes pero no alcanzan la formación de una verdadera corte del Renacimiento hasta el reinado de Enrique VIII, momento de mayor esplendor del arte inglés de este periodo. Frente a ellos, el Renacimiento escocés (que prometía ser esplendoroso) quedó seriamente dañado con la derrota de Jacobo IV y la nobleza escocesa en la batalla de Campo Inundado (1513), seguido por la desintegración social y la muerte de Jacobo V (1542). Al tiempo, en Inglaterra, el ímpetu de Enrique VIII se pone a prueba con las divisiones religiosas.
El tema que domina la cultura del Renacimiento en Inglaterra y Escocia es la estrecha relación entre política y cultura: Enrique VIII quería una propaganda cultural que proclamara su esplendor y rigurosidad, tanto en edificios, libros o música. La cultura bélica del régimen de Isabel I precisó de miniaturista y poetas para exaltar sus virtudes mediante alegorías, extraídas tanto de la literatura pagana como de la sagrada. Esta relación política-cultura se desarrolló incluso más allá del Renacimiento.
El reinado de Enrique VII crea las condiciones necesarias para el desarrollo del arte del Renacimiento, ya que durante él los eruditos ingleses entran en contacto con el humanismo y hacen su aportación: en 1498 Erasmo visitó Oxford y en 1511 fue designado para una cátedra de griego en Cambridge.
Enrique VIII, empeñado en tener una imagen imperial que le permitiera reclamar y perseguir la igualdad con Carlos V y Francisco I, llevó a cabo un programa real de construcciones cuyo edifico más emblemático es el palacio de Hampton Court, realizado bajo los postulados del Renacimiento. Construyó, igualmente, la Whitehall, rompiendo con la tradición secular de los monarcas de residir en el Palacio de Westminster. Todas las residencias reales recibieron un programa de embellecimiento y de glorificación real. Como mecenas, Enrique VIII emuló a los príncipes del Renacimiento interesándose por la astronomía, la literatura y la música que el mismo escribía. Atrajo a su corte a pintores, como Hans Holbein, que realizaron importantes retratos.
Su divorcio con Catalina de Aragón supone la ruptura con Roma: este hecho provoca la disolución de los monasterios y el abandono de los grandes edificios monásticos, que fueron vendidos o donados por la monarquía. También fueron destinados a nuevos usos: los de Londres que se destinaron a mercados, mientras que los que se encontraban en el campo fueron adquiridos por la nobleza y remodelados para viviendas. Esta arquitectura se caracteriza más por su ingeniosa adaptación a las nuevas necesidades que por cultivar o formar un nuevo estilo.
El reinado de Isabel I se caracteriza por la imposición de una cultura bélica, centrada en expresar en términos de virtud lo que era vulnerabilidad real. Isabel no estará interesada en las artes, ya que sólo compró retratos oficiales y sin ningún entusiasmo. Sin embargo, en un círculo cortesano más amplio, la pintura desarrollo un refinamiento extremo y un interés por la heráldica que la hicieron bastante peculiar en la Europa del siglo XVI. Ésta alcanza su expresión más completa en la miniatura, cuyo mejor exponente fue Nicolás Hilliard. La miniatura isabelina tiende a ser un retrato limitado a la cabeza y los hombros, que destaca las golillas y las joyas, además de las ropas de colores brillantes; concebido casi siempre como un ornamento, requiere la colaboración del miniaturista y del orfebre. Isabel volvió la espalda al programa de edificaciones ideado por su padre pero desarrollo en gran medida todo lo referente al prestigio real mediante torneos y diversiones que nutrían su propia imagen y distraían a su corte de los problemas que amenazaban el reinado. La imagen se hizo cada vez más importante. Como consecuencia de ello, los cortesanos tendrán un interés más activo que la reina hacía la pintura, entre los que tuvo un gran éxito el italiano Federico Zuccari.
El Renacimiento escocés se inicia con Jacobo IV, que pone las bases para el desarrollo de la cultura humanista y para el inicio de un primer arte renacentista. Sin embargo, ésto no tuvo un desarrollo posterior: el país se vio gobernado por regentes debido a la minoría de edad de sus soberanos y, además, sufrió periódicas invasiones inglesas.
En 1603 los Estuardo llegan al trono inglés: Jacobo I sucede a Isabel I. El cambio a la dinastía escocesa propicia un mayor contacto con la cultura europea y, en consecuencia, un auge de las artes. Iñigo Jones, el primer gran arquitecto inglés del Renacimiento, se convierte en arquitecto real, realizando importantes construcciones. Esta tendencia se acentúa con Carlos I, amante de las artes y que se convirtió en mecenas de numerosos artistas, retomando la tradición de Enrique VIII.
El periodo cultural y artístico renacentista se desarrolla en España desde finales del siglo XV hasta finales del siglo XVI. La introducción y difusión del Renacimiento italiano en España obedece a causas variadas: por una parte, los contínuos contactos que se tienen con Italia desde finales del siglo XV permiten que artistas italianos viajen a España y artistas españoles viajen a Italia y, sobre todo, que italianos trabajen en España; por otra parte, el interés de la corona por desarrollar un arte oficial que la defina y que muestre su unidad y su poder, se plasmará en la formulación del arte plateresco durante el periodo de los Reyes Católicos y la afirmación de un Renacimiento clásico con Carlos V. Por último, será muy importante el papel desempeñado por una parte de la aristocracia española (sobre todo la familia Mendoza) que utilizará el denominado arte a lo romano como medio de distinguirse y afirmar su prestigio. Finalmente, la desconfianza en el modelo clásico-pagano desarrollado en Italia determina el mantenimiento de unas formas de hacer góticas sobre todo en la denominada arquitectura oficial, propiciada por los Reyes Católicos y la Iglesia, que va a convivir con las primeras formas renacentistas como estilo absolutamente válido e igualmente novedoso y que se extiende hasta más allá de la mitad del siglo XVI, momento en que el Renacimiento se acepta plenamente y las va desplazando.
En un primer momento, las obras renacentistas españolas se van a caracterizar por ser producto de un trasplante de obras realizadas en Italia, pero hay que tener en cuenta que en este país ya se empieza a superar el momento clasicista y se inicia la respuesta anticlásica del manierismo. Los artistas españoles, todavía considerados trabajadores manuales, no elaboran una concepción teórica del arte que consiga hacer coherente la plasmación de dicho lenguaje. Por todo esto, en un primer momento lo que se produce es la copia de modelos italianos de forma esporádica y casi anecdótica. Sólo más tarde, avanzada la centuria del quinientos, los artistas españoles son capaces de formular un sistema coherente que, en muchos casos, utilizará soluciones formales del manierismo italiano pero que aquí no se aplican como una reacción a un clasicismo, por otra parte inexistente, sino que son los medios para expresar un arte clásico.
La Monarquía, la nobleza y la Iglesia serán los clientes exclusivos de los artistas: el desarrollo político del siglo (con los hitos de la expulsión de los judíos durante el reinado de los Reyes Católicos y la Guerra de las Comunidades, con Carlos V), acaban con una incipiente burguesía ciudadana que, de haberse desarrollado, hubiera sido capaz de identificarse con los ideales humanistas y con las nuevas formas artísticas.
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