En cuanto a la Edad Media y su tránsito hacia el Renacimiento,en distintos terrenos se pudo oír la voz de aquellos adelantados que habían logrado captar rápidamente cuál era la esencia del cambio, especialmente reflejada en el ámbito artístico: en Italia y fuera de ella, comenzó a expandirse la idea de que los nuevos tiempos en pintura pasaban por retomar la senda de Giotto y Cimabue en arquitectura, por reivindicar los modelos del pasado y el patrón Vitrubio tras la pauta marcada por Leon Battista Alberti; en escultura, por seguir los infinitos modelos que brindaban las antigüedades, los vetera vestigia, que ahora hacían las delicias de un buen número de coleccionistas. Fuera de las artes plásticas, en el espacio propio de la Literatura, este nuevo período se sentía en la reivindicación de unos determinados géneros o modelos de escritura, ya nuevos o remozados: epístolas, diálogos y discursos; igualmente, se percibía en la implantación de un nuevo programa educativo que complementaba, y hasta sustituía en ocasiones, el de las viejas artes liberales del Medievo (el trivium o Humanidades, con la Retórica, la Gramática y la Dialéctica; y el quadrivium o Ciencias, con la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía): las disciplinas en las que ahora se ponía el énfasis eran la Historia, la Poesía y la Filosofía Moral. Todo ello venía a marcar un antes y un después al tiempo que revelaba la clara conciencia del advenimiento de una nueva época.
Otro
cambio trascendental vino a través de la reivindicación del vernáculo,
la recuperación de la lengua griega (conocida sólo por un puñado de
eruditos en la Edad Media) y la implantación de un método que se ofrecía
distinto para la enseñanza del latín, el que se ofrecía en la obra de Lorenzo Valla en Italia (las Elegantiae linguae latinae vieron la luz en torno a 1444) y, años más tarde, en la de Antonio de Nebrija en España (sus Introductiones latinae
del año 1481). En ambos manuales, se adivina el fortalecimiento de un
ideal: el de la reivindicación de la elegante lengua de los clásicos,
frente a un latín bastardo (a veces llamado frairiego o frailuno),
que consideraban hijo de una época de ignorancia. Es en estas obras y
en las referencias de los humanistas al latín enseñado en las viejas
gramáticas donde encontramos los más duros alegatos contra los siglos
previos, que acompañan a encendidos elogios de la lengua latina tal como
puede degustarse en los clásicos. Conscientemente, el Humanismo y el
Renacimiento marcaban distancias con una Edad Media que se encontraba en
su fase terminal; así, de hecho, estaban creando una categoría y
facilitando la labor taxonómica a las generaciones futuras.
La fragmentación de la Edad Media en prerrenacimientos responde a
ese mismo criterio taxonómico, con sus grandezas y sus miserias; su
conocimiento en los estudios histórico-filológicos es, en cualquier
caso, fundamental para comprobar cómo el Renacimiento del siglo XVI no
es un fenómeno que surge de la nada, sino que cuenta con la sólida base
que le brindan siglos de imitación y emulación de los clásicos. En ese
proceso ininterrumpido de recuperación de un universo cultural perdido
en gran medida hubo, no obstante, altibajos: épocas realmente dinámincas
y momentos de postración profunda. La primera de las grandes empresas
de esa índole es la acometida por Carlomagno
y su grupo de sabios en Aquisgrán, con logros formidables; gracias a
ella, se recuperaron numerosos autores clásicos latinos, se
revitalizaron la cultura y la literatura del momento, mejoró
notablemente la calidad del latín en los escritos y hasta se desarrolló
una letra que recuperaba la belleza de la propia del mundo clásico, la
denominada escritura carolina o carolingia, que paulatinamente fue
arrinconando por toda Europa las que se suelen etiquetar como escrituras
nacionales, entre las que se encuentra la visigótica de España.
El
segundo gran período para esa serie de renovaciones culturales aludidas
corresponde al nacimiento de las Universidades: es el denominado
Prerrenacimiento del siglo XII (que, en los estudios de Hawkins, abarca
desde la segunda mitad del siglo XI hasta la primera del siglo XIII),
con un centro de irradiación que cabe situar en Francia y, más
particularmente, en París, aunque tampoco debe relegarse al olvido el
papel que volvió a desempeñar Italia. Éste es el siglo de desarrollo de
la Escolástica
y el del afianzamiento de los clásicos en Europa a través de su lectura
en los nuevos centros de enseñanza; para la multiplicación de las
copias necesarias para trabajar en las aulas fue decisivo el sistema de
las pecias (o cuadernos de un códice, que no se encuadernaban
para facilitar la ejecución de múltiples copias al mismo tiempo). El
nacimiento de nuevos centros universitarios en Europa en los últimos
años del siglo XII y primeras décadas del siglo XIII revolucionó
literalmente la cultura del momento, que se propagó en libros copiados
en un nuevo tipo de letra, la gótica, que es una forma evolucionada de
la carolina. Entre las universidades nacidas a finales del siglo XII e
inicio del siglo XIII, destacan Bolonia (la primera de todas ellas en el
tiempo) por sus estudios de Derecho, Salerno por los de Medicina y
París por los de Filosofía; hubo, además, ciudades famosas por brindar
un magnífico marco a la cultura occidental durante esos años, como
Chartres, con sus eruditos neoplatónicos, y Toledo, por medio de la
comúnmente denominada Escuela de Traductores de Toledo.
Por fin, el último gran Prerrenacimiento, también considerado temprano Renacimiento en Italia, es el del Trecento o siglo XIV italiano, cimentado sobre la labor del círculo de prehumanistas de Padua, contemporáneos de Dante Alighieri, y las figuras singulares de Petrarca y Boccaccio
en la segunda mitad de la centuria. La aportación de estos
intelectuales fue decisiva para el proceso de recuperación de la cultura
antigua: buscaron y encontraron manuscritos de autores y obras
desconocidos o conocidos sólo de forma fragmentaria; reivindicaron
aquellos géneros característicos de la Antigüedad, como la epístola, el
diálogo o el discurso; se esforzaron por escribir y hablar en un latín
clasicista, a la vez que ensalzaron la lengua patria por su ilustre
raigambre; iniciaron una labor de recuperación de la lengua griega que
sólo se afianzaría durante el siglo XV; se dieron a la colección y
estudio del arte clásico y desarrollaron los estudios de epigrafía y
numismática; incluso dieron vida a una letra, la humanística, nacida
como una anhelada imitación de modelos antiguos que, en realidad, eran
códices en letra carolina ejecutados entre los siglos IX y XI. Ésos
fueron algunos de los muchos logros de un siglo que desembocó en el
fascinante Quattrocento italiano, que empaparía al resto de
Europa en cultura clásica y que lograría, en definitiva, la superación
del Medievo en los términos que hemos indicado.
Por ejemplo, de referirnos a la Literatura Española, la continuidad se percibe a través de géneros de la magnitud de la poesía de cancionero , la novela sentimental, los libros de caballerías y otras formas de escritura. La revolución poética de Garcilaso de la Vega y Boscán y los derroteros seguidos por la
poesía de estilo italianizante no se entienden sin acudir a los
todopoderosos cancioneros castellanos, que inundan toda la centuria hasta alcanzar a la última edición del Cancionero General de Hernando del Castillo ; durante ese tiempo, la estética de los cancioneros castellanos
cuatrocentistas permanecerá vigente y, de hecho, no tendrá ningún tipo
de competencia en el mercado editorial hasta la segunda mitad del siglo
XVI: el público aficionado a la poesía, en la primera mitad de esa
centuria, leyó básicamente a poetas de cancionero, cuatrocentistas o
contemporáneos. Otro tanto cabe decir de dos de las formas principales
de la novela o roman medieval: los relatos sentimentales y los libros de caballerías.
Por ejemplo, los relatos sentimentales, que habían visto la luz a mediados del siglo XV, con el Siervo libre de Amor de Juan Rodríguez de la Cámara o del Padrón, se siguieron leyendo durante el siglo XVI. Especialmente llamativo es el caso de las obras de Diego de San Pedro, y en particular de la Cárcel de Amor, que tuvieron traducción a distintas lenguas europeas hasta comienzos del siglo XVII) e incluso vieron nacer un epígono verdaderamente interesante en la mitad de la centuria: el Processo de cartas de amores de Juan de Segura . Por lo que a los libros o novelas de caballería se refiere, no se olvide que el Amadís es renacentista, pues se editó, refundió, imitó y tradujo por toda Europa (no sólo en España) a lo largo de todo el siglo XVI. Por otra parte, el género de los libros de caballerías españoles, aunque tiene raíces medievales, es hijo del siglo XVI; frente a lo que pueda deducirse de algunas ideas heredadas, el éxito de estas obras fue igualmente extraordinario fuera de España. El certificado de defunción de este género, aunque aún dejase muestras posteriores, lo ofrece el Quijote de Cervantes.
No obstante, la estética medieval perdió su vigencia y comenzó a ser considerada y estudiada como un producto de antaño, observada ahora por los ojos de quienes, en propiedad, deben considerarse como los más tempranos medievalistas. Los primeros atisbos de ese cambio se encuentran en trabajos eruditos como los llevados a cabo por Alvar Gómez de Castro con copias curiosas de fragmentos de textos de la Edad Media (entre ellos, un importante testimonio correspondiente al Libro de Buen Amor)
En la labor editorial de Gonzalo Argote de Molina con el Libro del conde Lucanor de don Juan Manuel , obra de otra época que tenía por sabrosísima; en el intento de recuperación de una estética sólo ahora superada por completo: la de la poesía de cancionero y particularmente la de sus coplas de arte mayor, en la edición de Juan de Mena cuidada por el catedrático salmantino Francisco Sánchez de las Brozas, más conocido por el Brocense ; en fin, en las tareas que, con los textos medievales, llevó a cabo un don Francisco de Quevedo en su apenas conocida faceta de medievalista. Con este último autor nos hallamos ya en el siglo XVII, primero en toda Europa de estudio de los textos medievales, cuya lectura se convirtió desde ahí en una especialidad erudita. El pasado medieval y el presente de la era moderna se separaron claramente en España por esos años en la obra de Nicolás Antonio, cuya Bibliotheca hispana vetus de 1696 acogió el conjunto de los autores del Medievo para su estudio por los intelectuales de la época.
Por ejemplo, los relatos sentimentales, que habían visto la luz a mediados del siglo XV, con el Siervo libre de Amor de Juan Rodríguez de la Cámara o del Padrón, se siguieron leyendo durante el siglo XVI. Especialmente llamativo es el caso de las obras de Diego de San Pedro, y en particular de la Cárcel de Amor, que tuvieron traducción a distintas lenguas europeas hasta comienzos del siglo XVII) e incluso vieron nacer un epígono verdaderamente interesante en la mitad de la centuria: el Processo de cartas de amores de Juan de Segura . Por lo que a los libros o novelas de caballería se refiere, no se olvide que el Amadís es renacentista, pues se editó, refundió, imitó y tradujo por toda Europa (no sólo en España) a lo largo de todo el siglo XVI. Por otra parte, el género de los libros de caballerías españoles, aunque tiene raíces medievales, es hijo del siglo XVI; frente a lo que pueda deducirse de algunas ideas heredadas, el éxito de estas obras fue igualmente extraordinario fuera de España. El certificado de defunción de este género, aunque aún dejase muestras posteriores, lo ofrece el Quijote de Cervantes.
No obstante, la estética medieval perdió su vigencia y comenzó a ser considerada y estudiada como un producto de antaño, observada ahora por los ojos de quienes, en propiedad, deben considerarse como los más tempranos medievalistas. Los primeros atisbos de ese cambio se encuentran en trabajos eruditos como los llevados a cabo por Alvar Gómez de Castro con copias curiosas de fragmentos de textos de la Edad Media (entre ellos, un importante testimonio correspondiente al Libro de Buen Amor)
LIBRO DEL BUEN AMOR
Consejos de don Amor:
Condiciones que ha de tener la mujer para ser bella (coplas 429- 435)
Si leyeres a Ovidio que por mí fue educado,
hallarás en él cuentos que yo le hube mostrado,
y muy buenas maneras para el enamorado;
Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.
Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieras, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.
Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillo no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claras y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes (fíjate)
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos.
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En la labor editorial de Gonzalo Argote de Molina con el Libro del conde Lucanor de don Juan Manuel , obra de otra época que tenía por sabrosísima; en el intento de recuperación de una estética sólo ahora superada por completo: la de la poesía de cancionero y particularmente la de sus coplas de arte mayor, en la edición de Juan de Mena cuidada por el catedrático salmantino Francisco Sánchez de las Brozas, más conocido por el Brocense ; en fin, en las tareas que, con los textos medievales, llevó a cabo un don Francisco de Quevedo en su apenas conocida faceta de medievalista. Con este último autor nos hallamos ya en el siglo XVII, primero en toda Europa de estudio de los textos medievales, cuya lectura se convirtió desde ahí en una especialidad erudita. El pasado medieval y el presente de la era moderna se separaron claramente en España por esos años en la obra de Nicolás Antonio, cuya Bibliotheca hispana vetus de 1696 acogió el conjunto de los autores del Medievo para su estudio por los intelectuales de la época.
Aunque
se proceda a la inversa, pásese a analizar ahora la fecha de los
orígenes, aquella en la que los estudiosos sitúan tradicionalmente el
comienzo de la Edad Media, que no resulta más precisa o menos
problemática que la anterior. La fecha a la que tradicionalmente se
remite es 476, año en que desaparece el Imperio de Occidente tras la
derrota de Rómulo Augústulo frente a Odoacro; sin embargo no faltan las
investigaciones en que se apunta hacia la obra y la figura de un San Agustín (354-430), de quien se ha dicho que es el último hombre del mundo antiguo y el primero del medieval; la de un Boecio (475-525), en su papel de transmisor de la sabiduría del mundo clásico al Medievo; e incluso san Isidoro de Sevilla (560-636), cuyas Etimologías
constituyen un verdadero compendio o enciclopedia para la Edad Media.
Según se apueste por una u otra figura, se hallará la sorpresa de una
cronología que difiere un siglo de autor a otro. En otras divisiones del
conjunto de más de mil años que comprende el Medievo, el período
isidoriano es considerado ya como un primer prerrenacimiento, como el
primero de los varios que median entre el mundo antiguo y su
recuperación por los humanistas de los siglos XIV al XVI.
- http://www.enciclonet.com/articulo/cimabue-cenni-di-pepo/
- http://www.enciclonet.com/articulo/alberti-leon-battista/
- http://www.enciclonet.com/articulo/escolasticismo/
- http://www.enciclonet.com/articulo/escuela-de-traductores-de-toledo/
- https://www.google.com/url?sa=j&url=http%3A%2F%2Fwww.cervantesvirtual.com%2Fservlet%2FSirveObras%2F24661685545133385754491%2Fp0000003.htm%23I_42_&uct=1618752728&usg=GW5UCUNAk5nuXHMfinwxOAl-s94.
- https://es.wikipedia.org/wiki/Arte_de_amar
- http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-30822005000100003
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