Nunca hubiéramos soñado algo así: una habitación (parecía un museo) repleta de objetos, algunos de ellos familiares, pero otros como jamás
habíamos visto, amontonados unos sobre otros en una profusión
aparentemente interminable.
El egiptólogo británico Howard Carter
resumía de este modo la impresión que tuvo al pasear la mirada por
primera vez por las atestadas cámaras de la tumba del faraón
Tutankhamón, en noviembre de 1922.
Era la primera vez que alguien
contemplaba un ajuar funerario completo del Egipto faraónico, que no
había sido víctima de los saqueadores y ladrones de la Antigüedad. Por
ello, el hallazgo no sólo ponía al descubierto un «tesoro» artístico
único, sino que también constituía una oportunidad incomparable de
estudiar y comprender el significado que el enterramiento y la vida en
el Más Allá tenían para los antiguos egipcios.
Ya desde la
Prehistoria, los egipcios enterraban el cuerpo del difunto junto a
objetos que se consideraban necesarios para la supervivencia en la otra
vida: cuencos de cerámica (probablemente con restos de comida), algún
elemento ornamental y utensilios como cuchillos o paletas. Pronto las
tumbas de personajes de alto rango se distinguieron por la calidad de
sus ajuares y por poseer una estructura más compleja.
Al mismo tiempo, a
medida que se desarrollaba el pensamiento religioso, empezaron a
aparecer objetos relacionados con las divinidades y con la protección en
la otra vida, como amuletos y estatuillas de dioses. Su finalidad era
proteger al difunto de los peligros a los que debía enfrentarse en el
Más Allá y permitir, así, que pudiera sobrevivir eternamente. «Que viva
tu ka, y puedas pasar millones de años, tú, amante de Tebas,
sentado con la cara mirando al viento del Norte y con los ojos mirando
la felicidad», se lee en la inscripción de una copa de alabastro hallada
en la tumba de Tutankhamón.
Para los antiguos egipcios el cuerpo se componía de diversos elementos, entre ellos el ka,
una suerte de doble del difunto que le acompañaba en la vida terrena y
que debía ser alimentado en la otra vida. Su desaparición provocaría la
aniquilación del difunto, por lo que las ofrendas alimentarias y parte
del ajuar funerario estaban destinados a la conservación del ka. Todo
ello se reflejaba fielmente en la tumba de Tutankhamón. Así, al entrar
en la Antecámara Carter halló dos estatuas que le llamaron desde el
primer momento la atención: «Dos figuras negras de tamaño natural de un
rey, una frente a la otra como centinelas, con faldellín y sandalias de
oro, armados con un mazo y un báculo y llevando sobre la frente la cobra
sagrada como protección». Una de estas estatuas representaba,
precisamente, el ka de Tutankhamón.
Otras
piezas, por su parte, evocaban la condición divina del faraón.
Considerado en vida como la encarnación del dios Horus, a su muerte se
convertía en Osiris, el dios del mundo de los muertos, un tema que
aparece evocado en las pinturas murales de la tumba de Tutankhamón.
También se localizaron numerosas representaciones de divinidades en
forma de estatuas y como complementos decorativos en algunos muebles,
como las camas destinadas a la regeneración de la momia del faraón.
Otras piezas del ajuar, particularmente abundantes, consistían en
amuletos que el faraón lucía como joyas. Su función consistía en
proteger al rey de los peligros que lo acechaban durante el viaje
nocturno que realizaba cada noche en la barca de Re, el dios del sol,
del que el faraón se consideraba hijo.
Otro elemento que no podía
faltar en el ajuar funerario eran los ushebtis, figurillas que
representaban a los criados mágicos que seguían sirviendo al faraón tras
su fallecimiento para hacer sus tareas cotidianas. Cumplían la misma
función que otros utensilios que los faraones consideraban necesarios
para poder vivir de manera relajada en los Campos de Iaru, el paraíso
para los egipcios, pues, según su concepciones religiosas, el faraón,
tras su muerte, debía seguir atendiendo a sus necesidades básicas.
Una
necesidad importante era la del vestido; de ahí la presencia en la
tumba de Tutankhamón de numerosas prendas de lino, como túnicas,
camisas, faldas, taparrabos o guantes. «En algunos casos –escribió
Carter– la ropa es tan fuerte que parece recién salida del telar; en
otros, la humedad la ha reducido a la consistencia del hollín». Para
beber, el faraón disponía de ánforas de vino, cada una con la etiqueta
que indicaba la cosecha, la clase, el viñedo e incluso el nombre del
cosechero. En cuanto a la comida, Tutankhamón disponía de alimentos
básicos –pan, ajos, cebollas y legumbres–, e incluso platos preparados y
guardados en recipientes que contenían patos o carnes.
Había otro
grupo de piezas del ajuar funerario de Tutankhamón que lo relacionaban
con su condición de faraón. Precisamente, el hecho de que su tumba
fuera, en tiempos de Carter, la única sepultura real que se había
hallado intacta permitió a los arqueólogos localizar algunos ejemplos de
insignias reales que hasta ese momento sólo se conocían por
representaciones escultóricas o pictóricas.
En la tumba de Tutankhamón se hallaron varios cetros heka (cayado) y nejej
(flagelo), símbolos de la autoridad real y asociados al dios Osiris.
En
la momia del faraón se recuperó una diadema de oro y restos de «un
tejido parecido a la batista», que podría ser un vestigio del khat, tocado de la realeza que recoge el cabello como si fuera una bolsa de tela, y que llevaba cosidos un ureo (cobra) y un buitre.
Un
objeto importante que señalaba la función como soberano de Tutankhamón
era el trono. Carter lo consideraba «otro de los grandes tesoros
artísticos de la tumba, tal vez el mayor que hemos sacado hasta ahora:
un trono recubierto de oro de arriba abajo y ricamente adornado con
vidrio, fayenza y piedras incrustadas». En el Antiguo Egipto, las sillas
eran un símbolo de autoridad y prestigio, y el trono era un ejemplo.
Realizado en madera con un revestimiento de oro, el respaldo presentaba
una escena íntima, en la que aparecía Tutankhamón sentado en un trono
con su mujer, Ankhesenamón, ante él. La escena estaba presidida por el
disco solar, el dios Atón, que con sus rayos otorgaba la vida a la
familia real. Ankhesenamón aparece aplicando perfumes al cuerpo del
faraón, en una escena íntima y cotidiana.
Como una de las
obligaciones del faraón era la defensa del país, es normal que entre los
objetos de su tumba se encuentre un gran número de armas, tanto
defensivas (como escudos o corazas) como ofensivas. «Se veía que habían
sido colocadas en la tumba con Tutankhamón para asistir a Su Majestad en
el combate con los enemigos que intenten retrasar su avance desde este
mundo hasta el venidero», observó el Daily Telegraph.
Cabe destacar las
espadas de bronce curvadas o jepesh, así como los puñales. Uno de ellos
constituye una rareza, dado que la hoja estaba realizada con hierro,
mineral poco conocido en Egipto. En toda la tumba había gran profusión
de arcos, tanto simples como compuestos; las medidas nos indican que
algunos de ellos fueron usados por el faraón cuando era aún un niño.
Un
hecho que sorprendió a los arqueólogos fue que algunos de los objetos
descubiertos no pertenecieron originariamente a Tutankhamón. De hecho,
la mayor parte de las joyas halladas en la tumba se habían fabricado en
época de sus padres e incluso de sus abuelos, y Tutankhamón se había
limitado a cambiar las inscripciones que indicaban el propietario.
Por
ejemplo, un pectoral guardado en un caja lleva un cartucho demasiado
largo para el nombre de Tutankhamón, por lo que se deduce que el nombre
que llevaba inscrito en un primer momento era el de Akhenatón, su padre.
También había objetos de otros miembros de la familia de Tutankhamón
que éste reutilizó. Howard Carter los denominó «reliquias»: «Entre los
objetos puramente rituales pertenecientes al enterramiento hallamos
reliquias familiares simples que deben evocar recuerdos muy humanos».
Dentro de esta categoría se inscriben, por ejemplo, los brazaletes de
fayenza localizados en el anexo, que llevaban los nombres de Akhenatón y
Nefertiti. También se encontraron unas paletas de marfil con el nombre
de sus hermanastras, Meketatón y Meritatón. Pero quizás el más
sorprendente, por su sencillez y probablemente por el cariño con el que
lo guardó el propio faraón, apareció en el interior de un pequeño ataúd
encerrado dentro de otros tres ataúdes: un mechón de cabello de la reina
Tiy, abuela de Tutankhamón.
Son las sorprendentes conclusiones a las que ha llegado un equipo de
especialistas dirigido por el egiptólogo británico Chris Naunton...
La prematura muerte del faraón Tutankhamón pudo haberse producido por
un accidente de carro y, por otro lado, hay razones de peso para creer
que su cuerpo sufrió una combustión espontánea en el interior del ataúd
poco después de su muerte y tras un proceso de embalsamamiento que
resultó una chapuza.
Éstas son las sorprendentes conclusiones a las que
ha llegado el egiptólogo Chris Naunton, director de la Egypt Exploration Society, y un equipo formado por diferentes científicos y especialistas.
La investigación sobre la vida y muerte del joven faraón se anunció a
través de un documental (Tutankhamón: el misterio de la momia quemada) que se emitió en una cadena británica.
La
muerte de Tutankhamón ha estado envuelta en el misterio desde el
descubrimiento de su tumba por parte del egiptólogo británico Howard
Carter, en 1922. Chris Naunton, con la esperanza de arrojar algo de luz,
examinó con detalle miles de notas pertenecientes a los archivos de
excavación de Howard Carter, quien visitó Egipto por primera vez en
1891, en calidad de artista de la EES. Naunton se ha servido de este
valioso material y ha viajado a Egipto para filmar el documental en el
Museo Egipcio de El Cairo, en la tumba de Tutankhamón en el Valle de los
Reyes y en otros lugares del país de las pirámides.
Howard Carter probablemente sigue sin ser debidamente valorado como arqueólogo, sus logros han sido ensombrecidos por el esplendor del tesoro de Tutankhamón. Sus registros de la excavación y del material, realizados bajo presión, fueron increíblemente buenos y sus notas están llenas de observaciones y sugerencias intrigantes, muchas de las cuales no han sido tenidas en cuenta, explica Naunton.
El cuerpo momificado
del faraón presenta importantes lesiones en la parte inferior
izquierda, además de costillas rotas y la pelvis destrozada. Los
investigadores, tras realizar una autopsia virtual del cadáver,
consideran que el faraón pudo haber sido arrollado por un carro de
combate, pues las lesiones son similares a las que puede sufrir una
persona en un accidente de circulación. Un proceso de embalsamamiento
chapucero-como lo han calificado los investigadores- pudo dañar el corazón del difunto, de ahí que no se haya conservado este órgano, un hecho inusual en la momificación del Antiguo Egipto. Los análisis químicos han demostrado que la momia sufrió una combustión espontánea mientras yacía en el interior del ataúd, provocada por una reacción química de los aceites de embalsamamiento.
https://www.channel4.com/programmes/tutankhamun-the-mystery-of-the-burnt-mummy
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/tesoro-tutankamon-vida-rey-mas-alla_7627
https://www.ees.ac.uk/
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