En 1938 se cumplía un aniversario especial en la historia de Italia: el bimilenario del nacimiento del emperador Augusto. Y el gobierno italiano, dirigido por Benito Mussolini, decidió celebrarlo por todo lo alto y convertirlo, al mismo tiempo, en un acto de exaltación del régimen instaurado quince años atrás. Para ello, las autoridades quisieron presentar al mundo un monumento emblemático del arte del período de Augusto, el Ara Pacis, tras una compleja operación de rescate de los fragmentos de la obra entre los cimientos de un palacio renacentista.
Pero más allá de ese valor simbólico, la arriesgada y compleja empresa que hizo posible el rescate puede considerarse una gesta de la arqueología moderna.
El Ara Pacis...un cuadrilátero en mármol de Carrara con un altar sobre podio en su interior, fue erigido el 13 a.C. para conmemorar las victorias de Augusto en Hispania y Galia. Sin embargo, la transformación urbanística del Campo de Marte, donde el altar había sido levantado, y el lodo que el Tíber arrastraba con cada crecida causaron su irreversible desaparición.
Busto en mármol del emperador Augusto con la corona cívica. Museos Capitolinos, Roma.
En el siglo XV los cimientos de un nuevo palacio en via in Lucina, junto a la via del Corso, el palacio Fiano-Almagià, se apoyaron directamente sobre la plataforma del altar. Fue entonces cuando empezaron a aparecer los primeros paneles con relieves del monumento, que inicialmente se consideraron pertenecientes a un arco triunfal en honor a Domiciano. Con el tiempo, algunos de estos relieves quedaron repartidos entre el Vaticano, Florencia, París y Viena. En 1859, durante unas obras de consolidación de los cimientos, se vieron por primera vez la extensa plataforma marmórea del monumento y numerosas losas que yacían aprisionadas por el peso del edificio renacentista. Sólo algunas pudieron ser extraídas sin poner en peligro la estabilidad del palacio. Fue en 1879 cuando el arqueólogo alemán Friedrich von Duhn asoció por primera vez los hallazgos (muy probablemente) con el Ara Pacis Augustae.
Mariano Cannizaro
A instancias de diversos arqueólogos, en 1903 comenzó la primera fase de excavación, dirigida por el inspector de antigüedades Angelo Pasqui y el arquitecto Mariano Cannizaro. Para acceder a los restos enterrados se excavaron trincheras descendentes de dos metros de anchura entre el palacio y las calles adyacentes, desde las que se pudieron extraer cientos de fragmentos del altar. Sin embargo, se debió renunciar a todos los restos que quedaban aprisionados por los colosales cimientos del edificio, como un relieve con parte de la figura del propio emperador Augusto. Aquella exploración permitió conocer la medida exacta del recinto, la escalinata interna del altar y sus dos accesos. Pero el elevado nivel de la capa freática (las aguas subterráneas), a tan sólo 4,5 metros del nivel de la calle, y la inestabilidad del palacio obligaron a abandonar las excavaciones ese mismo año.
Hitler y Mussolini contemplan uno de los paneles del Ara Pacis, durante la visita del führer a Roma en 1938.
Cuando en 1933 comenzaron los preparativos para la celebración del bimilenario del nacimiento de Augusto, se incluyó como prioridad absoluta excavar y reconstruir el Ara Pacis. Los trabajos, sin embargo, no comenzaron hasta febrero de 1937, bajo la dirección del arqueólogo Giuseppe Moretti y de una empresa milanesa de ingenieros.
Para sacar a la luz los restos aún aprisionados bajo los cimientos del palacio Fiano fueron necesarios, según Moretti, «los más audaces ingenios y los más perfectos procedimientos de la técnica moderna». En primer lugar se trató de sostener el palacio en su punto más delicado, la esquina sur. Para ello se construyó un caballete de hormigón armado provisto de gatos hidráulicos, apoyado en una armadura portante cimentada en cuatro grupos de pilones de cemento de 24 metros de profundidad. Uno de ellos atravesó el basamento del Ara Pacis. Al mismo tiempo, para excavar bajo cimientos anegados de agua, se recurrió a un procedimiento ya usado en el metro de París: la congelación del terreno. Se creó un dique de hielo de 70 metros de diámetro por medio de una red de 55 tubos por los que circularon 5.000 kilos de anhídrido carbónico líquido.
A 7,5 metros bajo el suelo, entre paredes congeladas a -40 °C y rodeados de cañerías y de tubos del tendido eléctrico urbano, los obreros trabajaron durante semanas para extraer los restos del altar, excepto el podio, que quedó enterrado para siempre.
En 1937, el régimen forzó al museo de los Uffizi a entregar los relieves que custodiaba y acordó con el Papa la restitución del fragmento del Vaticano. Los del Louvre y Viena, en cambio, no retornaron. Moretti reconstruyó aceleradamente el Ara Pacis en el museo de las Termas, de donde se trasladó a un edificio construido en tres meses junto al mausoleo de Augusto. Allí fue inaugurado por Mussolini el 23 de septiembre de 1938, dos mil años después del nacimiento del emperador.
Recordemos su historia;en el año 9 a.C., el emperador Augusto inauguró un espléndido monumento dedicado a la paz y la prosperidad que su reinado había traído a Roma.
En el año 13 a.C., el Senado romano decidió erigir un altar en señal de agradecimiento por las exitosas campañas del emperador Augusto en Hispania y la Galia, que tuvieron como resultado la sumisión definitiva de ambos territorios a Roma. Se decidió ubicarlo en el Campo de Marte, una amplia zona externa a la muralla, que daba entrada a Roma desde las tierras del norte a través de la vía Flaminia y donde las legiones practicaban los ritos de purificación al regresar de la batalla. Su nombre proviene de un antiguo templo allí consagrado al dios de la guerra, y esta circunstancia no deja de tener carácter simbólico, pues la guerra y la paz constituyen las dos caras del propio Augusto: llegó al poder al término de una cruenta guerra civil, pero supo aportar a Roma la estabilidad política y social que le permitiría convertirse en la dueña del Mediterráneo. En aquel mismo año se levantó un altar provisional en el lado occidental de la vía Flaminia (en lo que hoy es la vía del Corso), y en el año 9 a.C. se terminó de construir el magnífico altar de mármol que conocemos. Desde el siglo II d.C., el monumento fue cayendo en el olvido, cubierto por los lodos que acarreaba el Tíber en sus crecidas, y las transformaciones urbanísticas de la zona determinaron su pérdida definitiva. En el siglo XX fue rescatado de los cimientos de un palacio renacentista y trasladado desde el Campo de Marte hasta la ribera del Tíber para colocarlo frente al mausoleo de Augusto, en el lugar donde hoy se encuentra.
Augusto, Livia y el joven Nerón. Siglo I. Camafeo. Museo del Hermitage, San Petersburgo.
El Senado decidió llamar al altar,"Ara Pacis Augustae", es decir, el "Altar de la Paz de Augusto". Ya en el año 27 a.C., los senadores habían concedido el título de Augusto al emperador, cuyo nombre de nacimiento era Cayo Octavio Turino. El nombre de «Augusto» proviene del verbo latino augeo (crecer) y tiene el sentido religioso de lo que es venerable; diosas tan relevantes como Juno (esposa de Júpiter, el soberano de los dioses) recibían ese apelativo. La Paz se volvía (Augusta) y el propio emperador aparecía como un nuevo dios enviado para pacificar a los pueblos. Esa pacificación marcaba una nueva era de prosperidad para Roma, que coincidía con el gobierno del soberano. Comenzaba una nueva etapa de la historia, y ésta es la clave del monumento.
Horologium Augusti
Junto al Ara Pacis, el Senado decretó el mismo año 13 a.C. la construcción de un Horologium, un reloj solar que utilizaba como gnomon un obelisco de granito rojo procedente de Heliópolis (Egipto). El Ara Pacis y el Horologium Augusti se construyeron e inauguraron al mismo tiempo y se dispusieron de tal manera que el día del cumpleaños del emperador, el 23 de septiembre, la sombra del obelisco apuntaba al ingreso del altar.
Tellus, rodeada de animales y de los frutos de la tierra, en uno de los dos relieves que decoran la parte posterior del Ara Pacis.
El Ara Pacis representaba en mármol lo que se conoce como templum minus, un templo menor o provisional. Tales templos estaban delimitados mediante una empalizada de madera, aquí representada en el interior de los muros (de 11 por 10 metros) que acotan el terreno sagrado, y que acogen dentro el altar propiamente dicho. El monumento, que cuenta con puertas en los muros este y oeste, se levanta sobre un pedestal y se accede a él por una escalinata.
El Ara Pacis ilustra espléndidamente el dicho que el historiador Suetonio puso en boca de Augusto antes de morir: "Encontré Roma como una ciudad de ladrillo y la dejé de mármol", una alusión a su vasta labor de embellecimiento y renovación de la capital. En tal sentido, el altar es una de las edificaciones más representativas de la llamada Edad de Oro augustea, tanto desde el punto de vista histórico como artístico. Pero no sólo el mármol aspira aquí a perdurar en el tiempo; también lo hace el mensaje que transmiten los relieves exteriores, que en tiempos del emperador estaban pintados de vivos colores.
El Ara Pacis ilustra espléndidamente el dicho que el historiador Suetonio puso en boca de Augusto antes de morir: "Encontré Roma como una ciudad de ladrillo y la dejé de mármol", una alusión a su vasta labor de embellecimiento y renovación de la capital. En tal sentido, el altar es una de las edificaciones más representativas de la llamada Edad de Oro augustea, tanto desde el punto de vista histórico como artístico. Pero no sólo el mármol aspira aquí a perdurar en el tiempo; también lo hace el mensaje que transmiten los relieves exteriores, que en tiempos del emperador estaban pintados de vivos colores.
Procesión Sacerdotal de los Flamines en el muro sur, de clara inspiración en Fidias.
La decoración de los muros norte y sur del Ara Pacis evoca el día de la consagración del templo, cuando tan sólo era una construcción provisional. En ellos se representó una procesión formada por sacerdotes (flamines) y por la propia familia imperial, inspirada en la procesión de las Panateneas del Partenón de Atenas.
El héroe troyano Eneas realiza un sacrificio a los penates. En el ángulo superior izquierdo aparece el templo de estos dioses.
Dos relieves situados en los muros este y oeste del monumento, que representan a Eneas y a la madre Tierra (la diosa Venus), se relacionan con los orígenes de Roma y las expectativas de renovación que acompañaban el reinado de Augusto, que había puesto fin a cincuenta años de guerras civiles y parecía anunciar una época de prosperidad y estabilidad. La decoración de estos muros guarda una clara relación con la literatura de la época, sobre todo con las obras del historiador Tito Livio y con la Eneida del poeta Virgilio. Sus textos vinculan a los gemelos Rómulo y Remo, fundadores de Roma, con el héroe troyano Eneas, hijo del pastor Anquises y de la diosa Afrodita. Eneas, que escapa de la destrucción de Troya y se instala en Italia, está en el origen del linaje de Rómulo y Remo, y, por tanto, de Roma.
Los relieves que flanquean la puerta oeste o delantera del Ara Pacis muestran precisamente dos momentos fundacionales de Roma. A la derecha aparece un hombre que posiblemente sea Eneas, de edad avanzada, mientras realiza un sacrificio a los dioses Penates, las primitivas divinidades domésticas de los romanos. Llama la atención cómo en un segundo plano y a lo lejos aparece representado un templo con los Penates, dejando claro el carácter religioso de la escena. Eneas encarna la pietas erga deos, «la piedad debida a los dioses», uno de los fundamentos de la religión romana. El héroe troyano aparece vestido como un héroe o un dios, con el manto enrollado en la cintura y dejando el hombro derecho desnudo, mientras los dos jóvenes que le ayudan a celebrar el sacrificio, los camilli, van vestidos con una túnica corta.
Este hecho lleva a pensar en un diálogo entre un tiempo pasado, representado por Eneas, y el futuro, personificado en los jóvenes romanos. Este juego del «futuro en el pasado» era algo muy grato para la cultura romana, y aparece en el libro VI de la Eneida, donde se relata el descenso de Eneas a los infiernos. Allí, su padre Anquises, ya fallecido, le muestra las almas de las futuras glorias de Roma, y en cierto momento el anciano le señala a Augusto, el futuro emperador: «Éste es, éste el que vienes oyendo tantas veces que te está prometido, / Augusto César, de divino origen, que fundará de nuevo la edad de oro / en los campos del Lacio y extenderá su imperio hasta los garamantes y los indios, / a la tierra que yace más allá de los astros, allende los caminos / que en su curso del año el sol recorre». Así anuncia Virgilio en su libro el espléndido porvenir que aguarda a Roma de la mano de Augusto, que fue justamente quien le encargó el poema.
De hecho, el protagonismo de Eneas en el Ara Pacis tiene como fin la apropiación de la leyenda troyana por parte de la familia imperial, la dinastía Julia, que incluía entre sus antepasados al héroe troyano. Augusto aparece como un nuevo Eneas; no en vano, si se contempla el altar desde la esquina delantera derecha, vemos a un lado a Eneas y, al otro, en el relieve lateral, al mismo Augusto, ambos con la cabeza velada, símbolo del pontífice máximo, la mayor autoridad religiosa de Roma.
Recientemente, sin embargo, se ha propuesto que el personaje que realiza el sacrificio no es Eneas, sino Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, que celebró en el Campo de Marte un sacrificio a la concordia de romanos y sabinos y que sacrificó una cerda para la ocasión.
Al otro lado de la puerta oeste aparece otro mito de la fundación de Roma: Rómulo y Remo son amamantados por la loba bajo la higuera ruminal, que aparece en el centro de la composición. El dios Marte, padre de los gemelos, observa la escena, precisamente cuando el pastor Fáustulo acaba de encontrar a la loba que, habiendo acudido a la orilla del Tíber a calmar su sed, halla a los dos bebés abandonados y les ofrece sus mamas. Luego Fáustulo y su esposa criarán a los pequeños.
Este hecho lleva a pensar en un diálogo entre un tiempo pasado, representado por Eneas, y el futuro, personificado en los jóvenes romanos. Este juego del «futuro en el pasado» era algo muy grato para la cultura romana, y aparece en el libro VI de la Eneida, donde se relata el descenso de Eneas a los infiernos. Allí, su padre Anquises, ya fallecido, le muestra las almas de las futuras glorias de Roma, y en cierto momento el anciano le señala a Augusto, el futuro emperador: «Éste es, éste el que vienes oyendo tantas veces que te está prometido, / Augusto César, de divino origen, que fundará de nuevo la edad de oro / en los campos del Lacio y extenderá su imperio hasta los garamantes y los indios, / a la tierra que yace más allá de los astros, allende los caminos / que en su curso del año el sol recorre». Así anuncia Virgilio en su libro el espléndido porvenir que aguarda a Roma de la mano de Augusto, que fue justamente quien le encargó el poema.
De hecho, el protagonismo de Eneas en el Ara Pacis tiene como fin la apropiación de la leyenda troyana por parte de la familia imperial, la dinastía Julia, que incluía entre sus antepasados al héroe troyano. Augusto aparece como un nuevo Eneas; no en vano, si se contempla el altar desde la esquina delantera derecha, vemos a un lado a Eneas y, al otro, en el relieve lateral, al mismo Augusto, ambos con la cabeza velada, símbolo del pontífice máximo, la mayor autoridad religiosa de Roma.
Recientemente, sin embargo, se ha propuesto que el personaje que realiza el sacrificio no es Eneas, sino Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, que celebró en el Campo de Marte un sacrificio a la concordia de romanos y sabinos y que sacrificó una cerda para la ocasión.
Al otro lado de la puerta oeste aparece otro mito de la fundación de Roma: Rómulo y Remo son amamantados por la loba bajo la higuera ruminal, que aparece en el centro de la composición. El dios Marte, padre de los gemelos, observa la escena, precisamente cuando el pastor Fáustulo acaba de encontrar a la loba que, habiendo acudido a la orilla del Tíber a calmar su sed, halla a los dos bebés abandonados y les ofrece sus mamas. Luego Fáustulo y su esposa criarán a los pequeños.
En el registro de la cara este ( contrario a la puerta) la diosa Roma sobre un cisne y la diosa de la Tierra TELLUS, rodeada de ninfas acuáticas .
Si la fachada oeste del edificio se refiere a un tiempo legendario, el de la fundación de Roma, la fachada este, donde se encuentra la puerta trasera, estaba dedicada a la nueva edad dorada que había empezado con Augusto.
En este relieve, el mejor conservado, vemos a Italia, o la Madre Tierra (Tellus), rodeada de signos de fertilidad: los frutos de la tierra y dos niños, quizá Rómulo y Remo, o tal vez los propios herederos de Augusto: sus nietos Gayo y Lucio. Los niños aparecen en brazos de la diosa y uno de ellos parece querer mamar.
"Mamar" en latín se dice felare, y de esta misma palabra deriva el término felicitas (felicidad), que no es otra cosa que lo que «crece» y, por tanto, es próspero. Otro término, el que se refiere al campo «abonado» (laetus), da lugar a un nuevo término para expresar la felicidad: laetitia, pues tanto el animal que mama como el campo abonado crecen y se vuelven prósperos. En la cultura romana, la felicidad está unida a la idea concreta del crecimiento animal y vegetal. Al mismo tiempo, si partimos de la idea de que los poetas latinos de la época debieron de inspirarse en las imágenes que los rodeaban, los atributos que envuelven a Tellus (los animales y los frutos)están indicando el nacimiento de una nueva edad dorada para la tierra. Este relieve, pues, está destinado a reforzar la idea de felicidad entendida como fertilidad y prosperidad.
El Ara Pacis es, en definitiva, un poema en mármol, un monumento comparable al mayor poema jamás escrito en latín: la Eneida de Virgilio. Un canto inmortal a la gloria de Octavio Augusto, el primer emperador, y al espléndido futuro que de su mano se abría ante Roma.
En este relieve, el mejor conservado, vemos a Italia, o la Madre Tierra (Tellus), rodeada de signos de fertilidad: los frutos de la tierra y dos niños, quizá Rómulo y Remo, o tal vez los propios herederos de Augusto: sus nietos Gayo y Lucio. Los niños aparecen en brazos de la diosa y uno de ellos parece querer mamar.
"Mamar" en latín se dice felare, y de esta misma palabra deriva el término felicitas (felicidad), que no es otra cosa que lo que «crece» y, por tanto, es próspero. Otro término, el que se refiere al campo «abonado» (laetus), da lugar a un nuevo término para expresar la felicidad: laetitia, pues tanto el animal que mama como el campo abonado crecen y se vuelven prósperos. En la cultura romana, la felicidad está unida a la idea concreta del crecimiento animal y vegetal. Al mismo tiempo, si partimos de la idea de que los poetas latinos de la época debieron de inspirarse en las imágenes que los rodeaban, los atributos que envuelven a Tellus (los animales y los frutos)están indicando el nacimiento de una nueva edad dorada para la tierra. Este relieve, pues, está destinado a reforzar la idea de felicidad entendida como fertilidad y prosperidad.
El Ara Pacis es, en definitiva, un poema en mármol, un monumento comparable al mayor poema jamás escrito en latín: la Eneida de Virgilio. Un canto inmortal a la gloria de Octavio Augusto, el primer emperador, y al espléndido futuro que de su mano se abría ante Roma.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/ara-pacis-rescatada-subsuelo-roma_7757
https://www.rome-museum.com/es/ara-pacis.php
https://revistadehistoria.es/ara-pacis-augustae/
No hay comentarios:
Publicar un comentario