viernes, 1 de enero de 2016

LORENZO DE MEDICI... LA CONSPIRACIÓN DE LOS PAZZI Y SU MECENAZGO


El 1 de enero de 1449 nació en Florencia Lorenzo de Médicis, famoso en el mundo, desde hace varios siglos, con el nombre de Lorenzo el Magnífico. Nieto de Cosme el Viejo, pater patriae, padre del futuro León X, tío de Clemente VII, amigo de Poliziano y de Pulci, filósofo contemporáneo de Pico de la Mirandola, protector de Botichelli y de Miguel Angel, recibió a la hora de la muerte, la bendición de Jerónimo Savonarola. La maravillosa plenitud del Renacimiento florentino -que después fue Renacimiento italiano y más tarde Renacimiento europeo- Tuvo en Lorenzo su protagonista, o mejor aún, su epicentro temporal y simbólico. A pesar de que murió muy joven -sólo contaba cuarenta y tres años-, él, con su nombre, su obra, su influencia y su persona, llenó toda la historia italiana civil e intelectual del último tercio del siglo XV. Fue considerado el más inteligente de los cinco hermanos, y tuvo como tutor a un diplomático llamado Gentile Becchi. Participó en justas, cetrería, caza y cría de caballos para competir en el Palio de Siena. Se educó primero en Venecia, más tarde fue enviado a Milán con sólo diecinueve años en representación de su padre, Pedro de Médicis. Siendo Lorenzo aún joven, Piero lo envió a numerosas misiones diplomáticas. Entre ellas se cuentan viajes a Roma para ver al Papa y a otras figuras políticas y religiosas. Con veinte años, en 1469, la muerte de su padre le obligó a hacerse cargo del Estado florentino bajo un pulso permanente con el Reino de Nápoles. Su carácter conciliador y diplomático le permitió alcanzar la paz con los napolitanos en 1480 tras declararle la guerra Fernando I de Nápoles. Los enfrentamientos entre los jefes de familia de la república florentina mantenían la ciudad en tensión y Lorenzo debió disputar su posición de forma permanente. Esta actitud llevó a parte de la historiografía a considerarle un déspota. Otros, sin embargo, le consideraron un mantenedor del orden en un periodo muy convulso de la historia de la ciudad italiana
Poeta él mismo, Lorenzo el Magnífico se dejó conquistar por la poesía en lengua vulgar del siglo XV. Buen autor, se consagró a la composición de obras de distintos géneros: escribió las “Rime”, pequeños poemas idílicos como “La Nencia da Barberino” y “L’Ambra”, los “Laudi spirituali” y los “Canti carnascialeschi”. Compositor ecléctico, puso igualmente música a algunos versos siguiendo el modelo de Petrarca, como en el célebre soneto: “¡Cuán bella es la juventud, aunque huya de repente! Quien aspire a ser dichoso, séalo: del mañana no hay certeza.” La gran innovación cultural de Lorenzo se puede encontrar en su pasión por la vida en el campo y en su afición a las justas a las cuales dio un fuerte impulso, lo que permitió a la oligarquía florentina acercarse al estilo de vida de los príncipes del Norte de Italia. Su obra política aparece como ardua y complicada, ya que tuvo que mostrarse atento en no abusar del margen de independencia del que gozaba la familia y fue sin ninguna pasión que tuvo que asumir el rol de banquero. En cambio, sus intervenciones en el campo cultural prueban que en el interior del hombre de estado y de jefe de clan se escondía un príncipe erudito. Amaba a su familia y lo demostró haciendo gala de una solidez a toda prueba en los momentos más difíciles. Como su padre y su abuelo, no tenía ambiciones dinásticas. Su gran orgullo fue el de haber obtenido, en 1489, del papa Inocencio VIII el título de cardenal para su hijo Juan (el futuro León X) que iba a inmortalizar el nombre de los Médicis.
GDSDLa Conspiración de los Pazzi
Para 1478, Italia se encontraba dividida en dos grandes bandos, por un lado, el Papa y el rey de Nápoles, mientras que por otro lado se encontraban los venecianos, Milán y los florentinos; y aunque no había estallado un conflicto abierto entre ellos, diariamente se daban motivos para comenzar una, procurando el Sumo Pontífice en todas sus políticas, perjudicar a los florentinos. Por tanto, a la muerte de Felipe de Médicis, arzobispo de Pisa, el Papa, contra la voluntad de la Señoría de Florencia, nombró como reemplazante a Francisco Salviati, enemigo conocido de los Médicis. Figuraba la familia Pazzi en Florencia por sus riquezas y noble origen entre las primeras, liderada por Jacobo de Pazzi, quien ostentaba el título de Caballero gracias a su fortuna y condición. No tenía descendencia más que una hija natural, pero sí tenía muchos sobrinos provenientes de sus hermanos Pedro y Antonio; entre ellos estaban Guillermo, Francisco, Renato y Juan de Pazzi. Instigado por sus sobrinos Riario y Della Rovere, el papa quería crear un nuevo Estado Pontifical. Para realizar este proyecto, cerró un acuerdo con Nápoles que puso a Florencia en una situación muy crítica. Para contrarrestar los efectos de esta decisión, Lorenzo de Médicis intentó aliarse con Venecia. Se hizo el promotor de una Liga abierta, pero sin éxito. Mientras tanto los Pazzi comenzaron a meditar el modo de vengarse de los Médicis. El primero en hablar de ellos fue Francisco, el más valiente y susceptible de todos ellos, quien determinó, o adquirir lo que le faltaba o perder lo que tenía. Por la manifiesta mala voluntad del gobierno florentino hacia él, vivía casi siempre en Roma, donde, según la costumbre de los comerciantes venecianos, acumulaba grandes riquezas. Era íntimo amigo del conde Jerónimo, y ambos se quejaban mutuamente de los Médicis, hasta el punto de llegar a convenir en que, para que el Conde pudiera vivir seguro en sus estados, y Francisco de Pazzi en su ciudad, era necesario que cambiara el gobierno de Florencia, lo que no se podría conseguir sin la muerte de Juliano y Lorenzo de Médicis. Creyeron que el Papa y el rey de Nápoles acogerían de buen grado el proyecto cuando les mostraran la facilidad de realizarlo. Conformes ya en su ejecución, comunicaron el intento a Francisco Salviati, arzobispo de Pisa, quien por su ambición y haberle ofendido los Médicis poco tiempo antes, prometió voluntariamente su participación y, discutiendo los tres sobre los medios de realizar fácilmente el propósito, acordaron atraer a la conjuración a Jacobo de Pazzi, sin el cual creían no poder realizar cosa alguna. Para conseguirlo fue Francisco de Pazzi a Florencia, quedando en Roma el arzobispo y el conde, a fin de tratar con el Papa. Encontró Francisco a Jacobo más circunspecto y difícil de lo que esperaba; lo hizo saber en Roma, y creyendo que era preciso emplear a una persona de mayor autoridad para continuar, manifestó el proyecto a Juan Bautista Montesecco, capitán a sueldo del Papa. Montesecco tenía una gran reputación como militar, y estaba muy obligado al Conde y al Papa. Sin embargo, opinó que la conjura era difícil y expuesta, dificultad y peligro que el Arzobispo procuraba desvanecer, mostrando el auxilio que el Papa y el rey de Nápoles darían a la empresa, y además el odio que los florentinos tenían a los Médicis; el apoyo de los parientes que los Salviati y los Pazzi tenían dentro de Florencia; la facilidad de matar a los Médicis, que andaban por las calles de Florencia sin acompañamiento ni precaución alguna y, una vez muertos, la seguridad de cambiar el gobierno. Montesecco no creía en nada de esto, porque a muchos otros florentinos les había oído hablar de distinta manera. El papa había enviado a la universidad de Pisa, para seguir estudios eclesiásticos a Rafael de Riario, sobrino del Conde Jerónimo, y estando aún allí, le hizo cardenal. Creyeron conveniente los conjurados llevar a éste cardenal a Florencia, para que su llegada encubriera el complot, pudiendo ir en su comitiva ocultos los cómplices que necesitaban para realizarlo. Vino el Cardenal y le recibió Jacobo de Pazzi, los conjurados deseaban reunir, mediante el cardenal a Lorenzo y Juliano de Médicis en un solo sitio, para asesinarles juntos. Acordaron que el Cardenal les convidara a su Quinta de Fiésole; pero Juliano o por casualidad o intencionadamente, no fue. Fracasado este intento, creyeron que, si les convidaban en Florencia, necesariamente irían los dos. Dispuesto a todo con este objeto, hicieron las invitaciones para el domingo 26 de abril de 1478. Los conjurados deseaban matarles durante el festín, y toda la noche del sábado estuvieron disponiendo lo que debían hacer al día siguiente; pero, al llegar éste, dijeron a Francisco que Juliano de Médicis no iría. Los jefes de la conjura se reunieron de nuevo, y acordaron no diferir su ejecución por ser imposible guardar el secreto habiendo tantos cómplices. Convinieron, pues, dar el golpe en la iglesia catedral de Santa Reparata donde, por asistir a la función religiosa del Cardenal, irían, según costumbre los dos Médicis. Tomado este acuerdo, convinieron en que la señal para la ejecución sería el momento de la comunión del sacerdote que celebraba la misa mayor en dicha iglesia, y que, al mismo tiempo, el arzobispo Salviati, con su gente y con Jacobo de Poggio ocupara el Palacio Público, para que la Señoría, de buena voluntad o a la fuerza, les siguiera una vez muertos los Médicis. Así dispuestas las cosas, fueron a la iglesia, donde ya habían llegado el Cardenal y Lorenzo de Médicis. La iglesia estaba llena de fieles y comenzada la misa, sin que hubiera aparecido aún Juliano de Médicis, por lo cual Francisco de Pazzi y Bernardo Bandino, encargados de matarle, fueron a buscarle a su casa, y con ruegos y engaños le llevaron a la iglesia; siendo cosa digna de memoria que Francisco y Bernardo disimularan el odio y el propósito de muerte con tal inalterable tranquilidad, porque al acompañarle a la iglesia, por el camino, y dentro de ella, le entretuvieron con bromas y dichos propios de la juventud. Francisco, con la excusa de acariciarle, le estrechó con la mano y el brazo, para saber si llevaba coraza o cualquier otra defensa.
Juliano y Lorenzo de Médicis sabían del odio de los Pazzi contra ellos y que deseaban privarles de la autoridad que gozaban en la gobernación del estado; pero no temían por su vida, creyendo que, cuando los Pazzi intentaran algo, no tratarían de conseguirlo por medios tan violentos. No inspirándoles cuidado la propia conservación, hasta fingían ser sus amigos. Dispuestos los conjurados, los colocados junto a Lorenzo podían permanecer allí sin levantar sospechas, por la multitud que llenaba el templo; los otros estaban junto a Juliano. En el momento convenido, Bernardo Bandini, con el puñal que llevaba dispuesto, atravesó el pecho de Juliano de Médicis, que dio algunos pasos y cayó en tierra. Arrojándose sobre él Francisco de Pazzi, y le acribilló a puñaladas, con tan ciega rabia, que él mismo se hirió gravemente en una pierna. Antonio de Volterra y Esteban acometieron a Lorenzo, dirigiéndole varios golpes; pero sólo le causaron una ligera herida en el cuello, porque, su negligencia, o el valor de Lorenzo, que se defendió con sus armas al verse atacado, o el auxilio de los que estaban cerca, hicieron fracasar los esfuerzos de los conjurados, que, asustados, huyeron y se escondieron; pero, fueron encontrados más tarde y recibieron una muerte ignominiosa, siendo arrastrados por toda la ciudad. Lorenzo, con algunos amigos que le rodeaban, se encerró en la sacristía de la iglesia. Bernardo Bandini, después de matar a Juliano, mató también a Francisco Nori, íntimo amigo de los Médicis, por antiguo odio que le inspirase, o porque había querido socorrer a Juliano. No contento con estos dos homicidios, corrió en busca de Lorenzo, para hacer con valor y prontitud lo que, por torpeza y cobardía, no habían hecho los otros; pero, encerrado ya aquél en la sacristía, fueron vanos sus intentos.
En medio de estos graves sucesos, del tumulto y del ruido tan grande, que parecía que se arruinaba la iglesia, el Cardenal se refugió junto al altar, salvándole los sacerdotes. La Señoría, cesado el motín, pudo llevarle a su palacio, donde estuvo muy alarmado hasta que le pusieron en libertad. Vivían entonces en Florencia algunos perusinos expulsados de su ciudad por el partido dominante, y entraron en la conspiración por los Pazzi les prometieron conseguir que volvieran a su patria. Los llevaba el arzobispo Salviati al ir para ocupar el palacio con sus parientes y amigos, y Jacobo, hijo de Poggio. Al llegar al palacio, dejó en la planta baja algunos de los suyos, con orden de que, al oír ruido, ocuparan la puerta. Él, con la mayoría de los perusinos, subió, y supo que los Señores estaban comiendo, porque ya era tarde; pero al poco tiempo fue recibido por Cesar Petrucci, Confaloniero de justicia. Entró con pocos de los que le acompañaban, quedando los demás fuera, y casi todos éstos se encerraron, sin quererlo en la Cancillería. El arzobispo, entretanto, entró en las habitaciones del Confaloniero con pretexto de referirle algunas cosas de parte del Papa, y empezó a hablar con voz turbada, pronunciando frases entrecortadas y sin orden. La alteración de su semblante y lo incoherente de sus palabras engendraron en el Confaloniero tales sospechas, que de pronto salió gritando de la estancia y hallando a Jacobo de Poggio, le cogió por los cabellos y le puso en manos de sus subalternos. Producida la alarma entre los Señores, cada cual se armó con lo que encontró a mano. Los que habían subido con el arzobispo, encerrados unos y asustados otros, todos fueron muertos o arrojados vivos por las ventanas del palacio, siendo ahorcados el Arzobispo, Jacobo Salviati y Jacobo de Poggio. Los que quedaron en la planta baja, después de forzar la guardia y la puerta, la ocuparon toda ella, de modo que los ciudadanos que, al saber el motín, acudían al palacio, ni con las armas, ni con los consejos podían auxiliar a la Señoría.
Francisco de Pazzi y Bernardo Bandini, viendo a Lorenzo de Médicis seguro, y estando uno de ellos, en quien más confianza tenían los conjurados, herido gravemente, se asustaron. Bernardo, tan sereno en meditar su salvación como lo había estado en realizar el complot, juzgó la cosa perdida y apeló a la fuga. Francisco de Pazzi, al volver a su casa herido, probó a montar a caballo, porque lo convenido era rodear la ciudad con gente armada y llamar al pueblo a las armas para que proclamase la libertad; pero no pudo, a causa de la profundidad de la herida y de la sangre que había perdido, por lo cual, quitándose el traje, se echó en la cama desnudo, y rogó a maese Jacobo que hiciera lo que no podía hacer él. Maese Jacobo, aunque viejo y sin práctica de estos asuntos, para hacer la última tentativa en pro de la conjuración, salió a caballo con unos cien hombres armados que estaban dispuestos de antemano, y fue a la plaza del palacio, llamando en su ayuda al pueblo y proclamando la libertad; pero como la fortuna y liberalidad de los Médicis habían hecho al pueblo sordo, y la libertad no era conocida en Florencia, nadie le respondía, y los que dominaban en la parte alta del palacio de la Señoría le recibieron a pedradas y le asustaron a fuerza de amenazas. Dudando lo que haría, le encontró su cuñado Juan Serristori quien, después de reprenderle por el escándalo promovido, le aconsejó volviera a su casa, asegurándole que el amor al pueblo y a la libertad lo tenían en el corazón, como él, los demás ciudadanos. Privado de toda esperanza Jacobo de Pazzi, porque el palacio de la Señoría estaba en poder de los enemigos, Lorenzo de Médicis vivo, Francisco de Pazzi, herido, y sin ninguno que le siguiera, determinó salvar la vida, si podía, fugándose, y salió de Florencia con la gente que había llevado a la plaza, para ir a la Romaña. Entre tanto, toda la ciudad estaba en armas, y Lorenzo de Médicis, acompañado de muchos hombres armados fue a su casa. El pueblo había recobrado el Palacio de la Señoría, quedando presos o muertos los que al principio lo ocuparon, y por toda la ciudad se aclamaba a los Médicis. Los miembros de los muertos o los que llevaban clavados en picas o arrastrados por las calles, persiguiendo todos a los Pazzi con iracundas frases o cruelísimos actos.. Ocupadas sus casas por el pueblo, Francisco de Pazzi, desnudo como le encontraron, fue sacado de la suya y conducido al Palacio de la Señoría, ahorcándole al lado del Arzobispo y de los otros ejecutados. Imposible fue hacerle hablar cosa alguna, a pesar de las injurias que le dijeron e hicieron durante el camino y después. Fija su mirada en los que le rodeaban, suspiraba en silencio. Guillermo de Pazzi, cuñado de Lorenzo de Médicis, se salvó en casa de éste, porque era inocente y por los esfuerzos de su mujer, Blanca de Médicis. Renato de Pazzi se fue antes del atentado a su quinta en el campo y, al saber lo ocurrido, quiso huir disfrazado; pero descubierto y preso en el camino, le llevaron a Florencia. Maese Jacobo fue también preso al pasar los Alpes, porque sabían ya aquellos habitantes lo ocurrido en Florencia, y le detuvieron, llevándole a esta ciudad, sin conseguir, a pesar de sus ruegos, que le mataran en el camino. Cuatro días después del complot, maese Jacobo y Renato fueron juzgados y muertos. De todas las muertas hechas en aquellos días, tantas que las calles estaban llenas de miembros humanos, la única que inspiró compasión fue la de Renato, porque tenía fama de hombre prudente y bueno y desprovisto de la soberbia que censuraban en los demás individuos de su familia. Maese Jacobo fue primero enterrado en la sepultura de su familia; sacado después de allí, por haber muerto excomulgado, y enterrado junto a las murallas de la ciudad; sacado también de aquí, le arrastraron por toda la ciudad, desnudo, con la misma cuerda que había servido para ahorcarle y, no habiendo encontrado en la tierra sitio para su sepultura, los mismos que le arrastraban le arrojaron al rio Arno, que llevaba las aguas muy crecidas. A Juan Bautista de Montesecco, después de un largo proceso, le cortaron la cabeza, Napoleón Franzesi se libró, con la fuga, del suplicio. A Guillermo de Pazzi le confinaron, y a sus primos que quedaron vivos les encerraron en los calabozos del castillo de Volterra.
MECENAZGO
Indiscutiblemente dotado de un gran talento y de una sólida cultura Lorenzo de Médicis tenía el sentido de la innovación intelectual y artística. Para él, el mecenazgo consistía menos en efectuar encargos que a exhortar a los grandes a recurrir a los servicios de los artistas florentinos. En 1480, recomienda al rey de Nápoles, Giuliano da Maiano; en torno a 1485, Verrocchio viaja a Venecia. En la misma fecha, Leonardo da Vinci se traslada a Milán, bajo la sugerencia del señor de Florencia que ansiaba satisfacer a Ludovico el Moro. En 1481, a instancias de Sixto IV della Rovere, reconciliado con Florencia, un equipo de pintores, entre las más importantes personalidades del arte toscano, Botticelli, Domenico Ghirlandaio, Signorelli, son enviados a Roma para decorar la capilla Sixtina. A su vez, Filippino Lippi viaja a Roma llamado por el cardenal Carafa para decorar su capilla en la iglesia Santa María sopra Minerva y por el papa Alejandro VI para pintar los Aposentos Borgia. Incitó a su primo Lorenzo di Pierfrancesco encargar a Botticelli “La Primavera” y “El Nacimiento de Venus”. Fueron los Tornabuoni y los Sassetti, asociados de Lorenzo el Magnífico, quienes pagaron a Ghirlandaio los ciclos de frescos de Santa Trinità y de Santa Maria Novella (diez veces más barato de lo que le costó su célebre “Tazza Farnese”): solo financió directamente su colección de pequeños objetos preciosos (ánforas, urnas, copas, camafeos, medallas, joyas y estatuillas antiguas). Encomendó a Giuliano da Sangallo la edificación de una de sus casas de campo favoritas, la de Poggio a Caiano; y a Perugino, Ghirlandaio, Botticelli y Filippino Lippi decorar su villa de Spedaletto (cerca de Arezzo), cuyos frescos, desgraciadamente, han desaparecido. Filippino Lippi fue el artista preferido de Lorenzo, al que convirtió en un pintor célebre.
Vasari cuenta que a su muerte, todas las tiendas de la vía dei Servi fueron cerradas durante los funerales del pintor, como si hubiera muerto un príncipe. Discípulo de Botticelli, trabajó en Spoleto y en Roma. Filippino Lippi recibe en 1484/85 el encargo de terminar los prestigiosos frescos de Masaccio (muerto cincuenta años antes) en la capilla Brancacci de la iglesia del Carmine de Florencia. Fue solicitado también por los Strozzi en 1487, para decorar la capilla de la familia situada en el transepto de Santa Maria Novella. La acción cultural de Lorenzo se manifestó de dos maneras: por una prestigiosa política artística y por un cierto número de iniciativas personales y de encargos. No se puede ignorar la magnitud de la primera, aunque tendiera a desalojar de Florencia a sus artistas; por otro lado, los proyectos más interesantes fueron casi todos interrumpidos por la muerte prematura de Lorenzo a los cuarenta y tres años. En la época feliz, anterior al episodio de los Pazzi, los encargos para el palacio de la Vía Larga parece que fueron como antaño realizados por los Pollaiolo; el taller de Verrocchio realizó algunos encargos ocasionales, en particular para la “Giostra” de 1475. En 1484, Antonio del Pollaiolo y su hermano se fueron a Roma para realizar el monumento funerario en bronce de Sixto IV.
Angelo Poliziano
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Definido como príncipe de los humanistas, Angelo Poliziano se impuso por su prodigiosa cultura clásica y sus traducciones de Epicteto, Platón y Marco Aurelio. Nacido en el seno de una familia burguesa ligada a los Médicis, llegó a Florencia en 1464, después del asesinato de su padre. Aprovechó sus estudios para componer versos en latín que le valieron la protección de Lorenzo de Médicis, quien en 1475, le confió la educación de su hijo y lo instaló en su propia casa. Fue el amigo de los grandes eruditos y pensadores de Florencia (Argyropoulos, Marsilio Ficino, Landino). Pero sus aptitudes lo conducían más a la filología y a la poesía latina o italiana que al neoplatonismo. En 1475, comenzó a escribir sus “Stanze per la giostra del Magnifico Giuliano” (Estancias para el torneo) cuyas estrofas, o al menos una parte de ellas, están sin duda relacionadas con las pinturas de Botticelli. Pero esta obra fue interrumpida tras la muerte de Juliano de Médicis, víctima de los Pazzi, cuya conspiración (1478) fue contada por el mismo Poliziano. Dudando de la estabilidad del gobierno de Lorenzo, y desanimado por la hostilidad que le profesaba Clarisa Orsini, esposa de su protector, decidió abandonar Florencia y trasladarse a Mantua en 1479. Es allí donde redactó para Francesco Gonzaga, el primer drama pastoral italiano, “La fábula de Orfeo”. En 1480, volvió a Florencia, en cuya universidad Lorenzo le había reservado la cátedra de retórica griega y latina que ocuparía hasta su muerte. Sus investigaciones lo llevaron hasta los rincones más oscuros, pero también los más refinados de la literatura y de la cultura griega y latina. Cinco años antes su muerte, Poliziano creó su obra más culta, «Miscelánea», en la cual criticó a los antiguos, a los que consideraba culpables de haber influido demasiado a los poetas de su época.
Balada de las rosas
Éranse en derredor violetas, lises,
entre la hierba renacidas flores
de azules, rojos, cálidos matices;
y pretendí que fueran sus olores
de tu rubio cabello los primores
con su vívida gracia engalanados.
Ya de flores colmados pecho y brazo,
vi las rosas de múltiples colores:
volé a llenar, entonces, tu regazo,
pues eran tan suaves sus olores
que el corazón se desató en amores,
de dulce anhelo en júbilo abrasado.
Y dije para mí: Jamás podría
señalar d'estas rosas las más bellas;
unas en su capullo todavía
otras pálidas, otras cual centellas
Amor díjome entonces: Toma aquellas
que sobre las espinas han cuajado.
Cuando abre sus pétalos la rosa
y más rosa es la rosa y más loada,
en tu diadema será más hermosa
que en el rosal, del viento deshojada.
Niña: que sea en su esplendor cortada
la bella rosa del jardín cerrado.
Los poemas en los cuales basaba sus cursos, “los Silvae”, y también sus numerosos epigramas griegos, muestran que fue el premier humanista italiano a haber dominado verdaderamente la lengua de Homero. A fuerza de delicadeza y de musicalidad llegó a realizar, sobre todo en las “Stanze”, la síntesis entre formas clásicas y vernáculas con una ligereza y una habilidad dignas de las mejores creaciones de Florencia bajo Lorenzo el Magnífico. Cuatro años después de su muerte, Aldo Manuzio publicó en Venecia la primera edición de sus obras.
Juan Pico della Mirandola
NNoble lombardo destinado una brillante carrera de jurista eclesiástico, escogió la filosofía que estudió en Ferrara, Padua, Florencia y París. Descubrió el pensamiento griego y la tradición árabe encarnada por Averroes y la filosofía judía medieval. Su primera manifestación pública fue la presentación en Roma (1486) de sus 900 Tesis para ser disputadas, de las cuales varias fueron condenadas por una comisión designada por el papa. Pico contestó, pero su “Apología”, dedicada a Lorenzo de Médici, le valió un mandato de arresto. Huyó a Francia, pero fue detenido y encarcelado. Fue liberado gracias a la intervención del rey de Francia y del propio Lorenzo de Médici a quien, de regreso a Florencia, le dedicó (1488) su septiforme interpretación del Génesis, la “Heptaplus”. El círculo de neoplatónicos de Florencia lo acogió y fue a Poliziano a quien dedicó “De Ente e Uno”. La muerte le impidió acabar sus “Disputationes in astrologiam libro duodecim” y asistir al triunfo de Savonarola, con el cual mantenía relaciones amigables. Ligado a los neoplatónicos de Florencia, su admiración por Averroes y la Cabala modificó su punto de vista sobre Platón, el neoplatonismo y el hermetismo. Soñaba con elaborar una gran síntesis del pensamiento no cristiano. Su originalidad aparece claramente en su obra más conocida, el “Oratio de dignitate hominis” (Discurso sobre la dignidad del hombre) consagrado al rechazo de la definición neoplatónica del hombre como intermediario entre lo terrestre y lo divino. Para él, el hombre se sitúa fuera de toda jerarquía y sólo le atañe a él continuar o no su evolución espiritual. Partidario de la interpretación alegórica de los mitos griegos, estigmatiza por otro lado los clichés de la astrología convencional, de la cual hace en su último libro, el verdadero enemigo de la religión. Giovanni Pico della Mirandola formula propuestas que lo sitúan a la cabeza de los pensadores florentinos: “que el hombre, familiar de las criaturas superiores y soberano de las inferiores, es el vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos, por el poder indagador de la razón y por la luz del intelecto, es intérprete de la naturaleza; que, intermediario entre el tiempo y la eternidad…” Pico della Mirandola “De Hominis Dignitate” Algunos estudiosos proclaman a Lorenzo de Medici como uno de los «padrinos del renacimiento». Se destaca el llamado «jardín de escultura» que fundó, con el cual pretendía revivir el arte de la escultura, casi extinto en Florencia. En este jardín se impartió enseñanza gratuita en el proceso de esculpir a los más talentosos aprendices de los talleres del momento, entre ellos a Miguel Ángel, y fue allí donde éste realizó varias de sus primeras obras en mármol como La Virgen de las Escaleras y La batalla de los centauros. Para llenar la necesidad de tener un maestro en el jardín de escultura, Lorenzo contrató a Bertoldo, antiguo aprendiz del famoso escultor Donatello, quien a su vez fue aprendiz de Ghiberti. Bertoldo, a pesar de su avanzada edad enseñó el arte de esculpir el mármol a sus aprendices del jardín, lo cual les dio las bases necesarias para revivir la escultura en Florencia.
Fundó, entre otras instituciones, la Biblioteca Laurenciana. Enviados de Lorenzo recuperaron del Este de Europa gran cantidad de obras clásicas, montando talleres para copiar sus libros y difundir su contenido a través de toda Europa. Apoyó el desarrollo del humanismo a través de su círculo de amigos eruditos que estudiaron a los filósofos griegos y trataron de combinar las ideas de Platón con el cristianismo. En su condición de banquero desatendió los negocios heredados de la familia y tuvo muchos problemas para mantener las actividades mercantiles en el oeste de Europa, perdiendo las filiales de Londres, Brujas y Lyon (creada en 1466).
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Lorenzo, una vez asegurada la paz por su influencia y autoridad, dirigió sus esfuerzos a engrandecer su casa y su patria. Casó a su hijo primogénito, Pedro, con Alfonsina, hija del caballero Orsino, y después logró que a se segundo hijo, Juan, le concedieran la dignidad del cardenalato. Llegó éste a ser tan famoso como extraordinario fue su nombramiento de cardenal antes de cumplir 14 años. No le fue posible asegurar extraordinaria fortuna a su tercer hijo Juliano, por lo joven que era y lo poco que Lorenzo vivió. A sus hijas las casó una con Jacobo Salviati, otra con Francisco Cibo, y la tercera con Pedro Ridolfi. La cuarta, que, por tener a su familia unida, la había casado con Juan de Médicis, murió. Respecto a sus demás asuntos privados, en el comercio fue un total fracaso, porque las irregularidades de sus dependientes, que administraban los negocios de Lorenzo, no como hombre privado, sino como príncipe, le hicieron sufrir grandes pérdidas en diferentes puntos, siendo preciso que su patria le ayudara con una cuantiosa suma de dinero del Tesoro Público. De aquí que, por no exponerse de nuevo a los trances de la fortuna, dejó las operaciones mercantiles y adquirió dominios territoriales, como riqueza más sólida y segura. En las comarcas de Prato, Pisa y Val de Pesa compró grandes posesiones. Cuyas rentas y edificios y magnificencia no parecía en un civil, sino de un soberano. Después de esto se dedicó a embellecer y agrandar su ciudad; y, habiendo en ella grandes espacios sin edificar, los llenó de nuevas calles y casas, que ensancharon y hermosearon Florencia. Para asegurar la tranquilidad de sus habitantes y poder combatir desde lejos a los enemigos, fortificó el castillo de Fiorenzuola, situado en medio de los Alpes., hacia Bolonia; en la dirección de Siena comenzó la restauración del Poggio Imperial para hacerlo inexpugnable, y cerró a todo enemigo el camino de Génova con la conquista de Pietrasanta y Serezzana. Además, mantenía con subsidios y pensiones la amistad y adhesión de los Baglioni en Perusa, de los Vitelli en Citta de Castello, y el gobierno de Faenza estaba en su poder. Todas estas disposiciones constituían una especie de baluarte para la seguridad de Florencia. Durante este período de pazo procuró que abundaran las fiestas en la ciudad, haciendo celebrar con frecuencia torneos y representaciones de triunfos y sucesos de la antigüedad. Su propósito era mantener la abundancia en su patria, unido al pueblo y honrada la nobleza. Estimaba grandemente a los que sobresalían en cualquiera de las artes; favorecía a los literatos, de lo cual pueden testificar Agnolo de Montepulciano, Cristobal Landini y el griego Demetrio. El conde Juan de la Mirandolla, hombre casi divino, atraído por la magnificencia de Lorenzo de Médicis, prefirió Florencia a todas las otras ciudades que había recorrido, para fijar su residencia. Eran de su especial agrado la música, la arquitectura y la poesía, y compuso y comentó varias composiciones poéticas. Para que la juventud florentina pudiera ejercitarse en el estudio de la literatura, fundó la Universidad de Pisa, llamando a la enseñanza en ella a los hombres más sabios que había entonces en Italia. Para fray Mariano de Chinazzano, de la orden de San Agustín, porque era predicador notabilísimo, edificó un monasterio junto a Florencia. La fortuna y Dios le protegieron, y por ello todas sus empresas tuvieron feliz término, y las de sus enemigos desgraciado; porque, además de la conspiración de los Pazzi, quiso asesinarle Bautista Frescobaldi en el Carmen, y Baldinotto de Pistoya en su casa de campo; pero todos recibieron, como también sus cómplices, un justo castigo. No sólo los príncipes de Italia, sino los de países lejanos, conocieron con administración su modo de vivir y su fortuna. El Rey de Hungría, Mattias, le dio muchas pruebas de su estimación y aprecio, y el Sultán de Egipto le envió regalos por medio de sus embajadores. El Gran Turco le entregó a Bernardo Bandini, asesino de su hermano. Todas estas cosas atraían la admiración de Italia. Su prudencia aumentaba diariamente su reputación, porque era en discutir los asuntos elocuente e ingenioso, en resolverlos sensato, y en ejecutar lo resuelto activo y animoso. No le censuraron vicios que obscurecieran sus virtudes, aunque era aficionado a los placeres del amor y le deleitaba oír a los burlones y maldicientes y los juegos pueriles más de lo que convenía, pues muchas veces se le veía tomar parte entre los entretenimientos de sus hijos e hijas. Considerando estas aficiones unidas a las graves de los negocios públicos, parecía haber en él dos personas unidas por lazos incomprensibles. En sus últimos tiempos vivió lleno de molestias, causadas por la enfermedad que le afligía, produciéndole grandes dolores de estomago. Tanto se exacerbaron éstos, que falleció en Abril de 1492 a los cuarenta y cuatro años de edad. Lamentaron su muerte todos los ciudadanos y todos los príncipes de Italia, dando de ello pruebas manifiestas, porque todos, sin excepción, enviaron embajadores a Florencia para expresar su sentimiento a esta república.
Como monarca de la República de Florencia, Lorenzo aplicó mucho de las medidas de gobierno que les había instruido su abuelo Cosimo, y su reinado se separó notablemente del yugo generalista de su padre Piero. Lorenzo, junto con Juliano, brindó muchas oportunidades a los talentosos artistas de la república y sus dominios para que triunfaran dentro de sus territorios.   Sin embargo, para 1476, Lorenzo el Magnífico ya se había visto como un enemigo sólido y directo a la Orden Templaria resurgida, que en ese momento estaba liderada por el Sumo Pontífice Sixto IV, y su lugarteniente, el cardenal español Rodrigo Borgia. En ese año, Lorenzo ya había convertido a Giovanni en su principal agente de reconocimiento y defensor de los intereses de la República, y había juramentado como confaloniero de justicia al abogado Uberto Alberti.   Actuando con sus habilidades de Asesino, Giovanni Auditore logró desvelar una coalición entre el mismo Borgia y varios nobles de la Casa de Pazzi, la segunda familia más influyente en la nobleza florentina. En una violenta confrontación contra Borgia y sus hombres, Giovanni capturó con vida a un guardia que formaba parte del séquito del cardenal, y lo llevó al Palazzo Medici. Allí, Lorenzo discutió junto con Giovanni y Alberti los posibles traidores dentro del círculo de nobles de Florencia, y también los planes que tenía la Orden de los Templarios para derrocar a varios gobernantes en la Toscana.   Lorenzo y Alberti torturaron al guardia para que revelara el plan inmediato de Borgia, y descubrieron que los Templarios planeaban ejecutar el magnicidio de uno de los principales aliados de Florencia, el duque milanés Galeazzo María Sforza, que sería llevado a cabo el 26 de diciembre de ese mismo año. El príncipe florentino envió a Giovanni a detener el golpe de Estado, sin embargo, el Auditore no logró salvar la vida de Sforza, aunque sí determinó que los autores del magnicidio, los nobles Giovanni Andrea Lampugnani, Carlo Visconti y Gerolamo Olgiati procedían de la Serenísima República de Venecia, a donde posteriormente viajó y descubrió la participación de la Casa de Barbarigo en los planes del papado.
Giovanni Auditore capturó una carta que los Barbarigos pensaban enviar a Roma, notificando al papa del triunfo de su operación en el Ducado de Milán. El contenido de la carta, no obstante, estaba encriptado, por lo que Lorenzo de Médicis le encomendó a Uberto Alberti que la decodificara, y este a su vez pasó la tarea al monje Antonio Maffei.

Alberti y Maffei, sin embargo, eran agentes Templarios, y ocultaron el contenido de Lorenzo y Giovanni, y en lugar de cumplir reconocieron un supuesto fracaso al intentar descifrar la carta y realizaron una copia, con la intención de entregarla a su destinatario y de ese modo descubrir quién había orquestrado el asesinato de Sforza. Giovanni se ofreció a llevar la carta al Estado Pontificio, y obtuvo el consentimiento de Lorenzo en su operación. En Roma, Giovanni entregó la carta a Rodrigo Borgia en persona, quien a su vez la llevó al papa Sixto y procedió a enfrentar al Asesino en el altar de la Basílica de San Pedro. A pesar de que Giovanni resultó herido en la misión, descubrió que Francesco de' Pazzi era un partícipe de la conspiración papal, y que contaba además con el apoyo de altas autoridades del gobierno florentino. Por esta razón, Antonio Maffei envió guardias a su casa con intenciones de arrestarlo en un acto de traición al gobierno Médici. No obstante, Giovanni logró eludir a los Templarios, y envió una carta informando de todos sus descubrimientos a Lorenzo. Sin embargo, el confaloniero de justicia Uberto Alberti condenó a muerte con cargos falsos a Giovanni y a casi toda su familia. Alberti fue asesinado no mucho después por el hijo sobreviviente de Giovanni, Ezio, quien procedió a huir de la república.

En 1478, la familia Pazzi realizó un intento de derrocamiento contra Lorenzo y su familia en la Basílica de Santa María del Fiore. En el enfrentamiento, Ezio intervino y logró salvar a Lorenzo, aunque su hermano, Juliano murió a manos de Francesco de' Pazzi. El atentado contra el gobierno florentino fracasó rotundamente, y Lorenzo encomendó a Ezio buscar en todas las ciudades de Toscana a los conspiradores que habían escapado con vida, y para 1480, ya todos habían sido asesinados.
La contienda por sostener un régimen demagógico provocó que Lorenzo gastara todo el presupuesto de la república en el apadrinamiento de artistas, científicos y letrados. Casi en la bancarrota, Lorenzo de' Medici falleció el 9 de abril de 1492, con esto marcando el fin de la Edad de Oro de la República Florentina, socavando el tratado de paz entre las potencias italianas, y dejando el control de la ciudad a merced del papado y bajo la considerable influencia del discurso político del fray dominico Girolamo Savonarola, que tras la muerte de “El Magnífico” instauró en Florencia una república teocrática.
http://www.3djuegos.com/comunidad-foros/tema/31380192/0/especial-del-viernes-lorenzo-de-medicis-spoilers-de-assassins-creed-ii/
http://amediavoz.com/poliziano.htm#BALADA%20DE%20LAS%20ROSAS

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