En
Toronto (Canadá), el paciente Leonard Thompson se convierte en el
primer ser humano en recibir una inyección de insulina como tratamiento
para la diabetes que sufre. Medio año antes, los canadienses Frederick
Banting y Charles Best, consiguieron extraer, de animales de
laboratorio, la proteína del páncreas que causa los síntomas de la
diabetes, la insulina. Experimentaron inyectando insulina en animales
enfermos que volvieron a sanar. Estas pruebas confirmaron que la causa
de la diabetes era la falta de insulina, responsable de metabolizar los
azúcares. En 1923 la insulina será un producto relativamente fácil de
adquirir, lo que sin duda salvará muchas vidas.
Las primeras pistas en torno a las causas
de la diabetes se las debemos al fisiólogo alemán Oskar Minkowski,
quien en 1889 descubrió que la remoción del páncreas en los perros
causaba los síntomas de la diabetes. Esto, luego de observar que la
orina de estos perros sin páncreas atraía a las moscas. De hecho, hasta
1851 el diagnóstico de la diabetes en humanos se hacía probando la orina
de los pacientes, algo que ciertamente no entusiasmaba mucho a los
médicos.
Se sabía por esa época que el páncreas
tenía dos funciones importantes, una de ellas vinculada al control del
nivel de azúcar en la sangre a través de la secreción de algún tipo de
sustancia de naturaleza desconocida. También se sabía que, desde el
punto de vista anatómico, había dos zonas diferentes en el páncreas: el
tejido acinar –que tiene una función exocrina encargada de secretar
enzimas digestivas– y los islotes de Langerhans. Desde principios del
siglo XX se sabía que los islotes eran responsables de secretar la
sustancia que controlaba los niveles de azúcar, por esta razón esa
sustancia misteriosa fue bautizada en 1909 como insulina (del latín insula,
isla). Sin embargo, todos los intentos por purificar esta sustancia
habían fracasado durante la primera parte del siglo XX, principalmente
debido a que la función digestiva del páncreas interfería con el proceso
de purificación o la hacían extremadamente tóxica.
En octubre de 1920, Frederick Banting –un
joven médico canadiense sin experiencia en investigación científica–
estaba preparando una clase de fisiología pancreática que debía dictar.
Mientras preparaba su clase se topó con un artículo científico que llamó
su atención. Este artículo describía el caso de un perro en el que un
cálculo pancreático había tapado los conductos exocrinos, produciendo la
muerte del tejido acinar del páncreas pero dejando intacta la parte de
los islotes de Langerhans. Una idea, molesta y urgente, le quedó
rondando la cabeza. Una de esas ideas que son como mosquitos y que no
dejan dormir. Se tuvo que levantar a las 2:00 AM y escribió en su
cuaderno: “Diabetes. Ligar el conducto pancreático en
perros. Mantener los perros vivos hasta que los acini degeneren y queden
los islotes. Intentar aislar la secreción interna de éstos para mejorar
la glicosuria”
Cuaderno de Banting donde anotó su idea el 31 de octubre de 1920: “Diabetus (dixit). Ligate pancreatic ducts of dog. Keep dogs alive till acini degenerate leaving islets. Try to isolate the internal secretion of these to relieve glycosurea (dixit)”
Banting proponía ligar los ductos
pancreáticos para que las células exocrinas del páncreas degeneraran,
para luego aislar las secreciones internas, que deberían ser ricas en la
sustancia que controla los niveles de azúcar en la sangre. Con esta
idea en la cabeza fue a Toronto para hablar con el Dr. John Macleod, una
eminencia en el metabolismo de carbohidratos y uno de los expertos
sobre diabetes más importantes del mundo por esa época. El contexto de
la historia es muy importante: Banting se había graduado de medicina en
solo 4 años por la urgencia de la Primera Guerra Mundial y fue enviado
al frente como médico de campo. Mientras estaba de servicio fue herido y
terminó de vuelta en Canadá, sin más experiencia que su paso como
médico en un campo de batalla. No tenía idea de investigación y
desconocía la literatura científica en torno a la diabetes. No conocía
los métodos analíticos y no tenía experiencia en fisiología o cirugía.
De hecho, solo tenía una idea y desconocía las limitaciones técnicas
para llevarla a la práctica. Le tomó tres visitas a Toronto para
convencer a Macleod y que éste decidiera darle un espacio de laboratorio
y le suministrara animales para que probara su idea. Como necesitaría
ayuda, dos estudiantes de magíster que trabajaban con Macleod –Charles
Best y Edward Noble– lo asistirían con los experimentos. Para sortear
quien lo ayudaría durante la primera parte del verano decidieron lanzar
una moneda al aire: ¿Cara o sello? Ganó Best. Era mayo de 1921.
El 14 de mayo se pusieron a trabajar.
Macleod les indicó como preparar las soluciones, asistió en la primera
de las cirugías y discutió con Banting y Best la mejor metodología para
la preparación de los extractos de páncreas antes de irse de vacaciones
por tres meses. Se trataba de una tarea compleja que consistía en ligar
los ductos pancreáticos de los perros –manteniéndolos vivos hasta que
degenerara el páncreas– el que luego había que extraer y procesar para
purificar las secreciones internas que serían inyectadas en perros
diabéticos. Las cirugías fueron un completo desastre y 7 de los 10
perros murieron. Enfrentados a este escenario decidieron ir a comprar
perros en la calle para poder seguir haciendo sus experimentos y luego
de algunos intentos fallidos –y con el último perro que les quedaba–
lograron tener todo listo para un primer experimento. Era el 31 de julio
de 1921 y, luego de inyectar el extracto de páncreas en un perro
diabético, su nivel de azúcar en la sangre bajó de 0,2% a 0,12% en una
hora. Otros dos experimentos mostraron un éxito relativo similar.
Charles Best y Frederick Banting junto a uno de los perros sin páncreas que fue tratado exitosamente con sus primeras preparaciones .
Charles Best y Frederick Banting junto a uno de los perros sin páncreas que fue tratado exitosamente con sus primeras preparaciones .
Al volver de sus vacaciones, Macleod
revisó de manera crítica los resultados y propuso repetir los
experimentos. Banting se lo tomó como un ataque personal y sintió que se
estaba cuestionando su integridad moral. Esto marcó el inicio de una
relación muy tortuosa entre ambos, acentuada por el hecho de que Banting
sentía que Macleod estaba tratando de apoderarse de su trabajo –cuando
hablaba con otros científicos acerca de los progresos decía “nuestro
trabajo”– y por el hecho que los estudiantes comentaban lo promisoria de
la investigación “del profesor Macleod”. Esto, sumado al carácter de
Banting y a sus dificultades para hablar en público sobre su trabajo, no
hicieron más que producir un quiebre cada vez más profundo en su
relación.
Al poco tiempo resultó claro que no sería
necesario usar perros con los páncreas ligados y que el método usado
para preparar el extracto sería clave para purificar la insulina. En
diciembre de 1921 Banting propuso incorporar al equipo a un experto en
Bioquímica de proteínas, el Dr. James Collip, que estaba pasando un
sabático en el laboratorio de Macleod. Collip se puso a trabajar y muy
pronto logró perfeccionar el método de purificación usando etanol al
90%. Collip probó este extracto en conejos sanos y confirmó que lograba
bajar la glicemia y que era suficientemente puro como para intentar
usarlo en humanos. El 22 de enero de 1922 se realizó el primer ensayo
clínico en un humano –un joven diabético de 14 años que pesaba solo 29
kilos– llamado Leonard Thomson. Le aplicaron 7,5 ml del extracto en cada
glúteo de algo que en la ficha médica fue identificado como “el suero
de Macleod”. Las impurezas de la inyección causaron un absceso y, si
bien hubo una baja en la glicemia, esta no justificaba un segundo
intento.
El 23 DE ENERO DE 1922, volvieron a hacer un ensayo, esta vez
con el extracto purificado utilizando el último método que había
desarrollado Collip. Leonard Thomson, el paciente de 14 años que había
sido inyectado en el primer ensayo, experimentó un notable cambio
fisiológico: su nivel de azúcar en la sangre bajo de 0,52% a 0,12% en 24
horas y el nivel de glucosa en la orina pasó de 71,1 g a 8,7 g. Lo más
importante: Leonard Thomson se sentía de maravillas por primera vez en
su vida. Debido al éxito del ensayo, seis pacientes más se incorporaron
al estudio y rápidamente publicaron sus resultados, en marzo de 1922, en
una revista canadiense de bajo impacto. El artículo titulado
“Pancreatic Extracts in the Treatment of Diabetes Mellitus” describía
los ensayos clínicos, haciendo énfasis en el primer caso.
Un paciente de 3 años, uno de los primeros en recibir insulina. A la izquierda, el 15 de diciembre de 1922. Pesaba solo 7 kilos. A la derecha, el 15 de febrero de 1923, luego de recibir insulina.
Un paciente de 3 años, uno de los primeros en recibir insulina. A la izquierda, el 15 de diciembre de 1922. Pesaba solo 7 kilos. A la derecha, el 15 de febrero de 1923, luego de recibir insulina.
Banting no participó en la escritura del
artículo ni en las discusiones posteriores; se sentía ignorado y
despreciado por Macleod. El intenso estrés con el que trabajaba y vivía
le pasó la cuenta a Banting, quien escribió en sus memorias “no creo
que haya habido una sola noche de todo ese mes de marzo de 1922 en la
que me haya ido a la cama sobrio”. En ocasiones se emborrachaba bebiendo
el alcohol 95% que robaba del laboratorio.
Frederick Banting y John Macleod obtuvieron el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1923
“por el descubrimiento de la insulina”. Banting estaba furioso, en
primer lugar, por tener que compartir el Nobel con Macleod y, más aún,
porque Charles Best no fue considerado. Inicialmente rechazó el Nobel,
pero luego recapacitó y decidió compartir el dinero del premio con Best.
Macleod hizo lo propio con Collip. Frederick Banting nunca más volvió a
trabajar en diabetes o insulina y jamás volvió a ver a Macleod, quien
murió en 1935. Ese mismo año murió de neumonía Leonard Thompson, el
joven que recibió la insulina por primera vez.
Si bien la idea de ligar los conductos pancreáticos de los perros no fue útil a la larga, el trabajo, tesón y determinación que Banting puso para purificar la insulina fueron claves para que la diabetes pasara de ser una enfermedad mortal a una tratable.
Si bien la idea de ligar los conductos pancreáticos de los perros no fue útil a la larga, el trabajo, tesón y determinación que Banting puso para purificar la insulina fueron claves para que la diabetes pasara de ser una enfermedad mortal a una tratable.
La patente de la insulina y su método de
extracción fue otorgada a Banting, Best y Collip, quienes se la
vendieron a la Universidad de Toronto por 1 dólar para cada uno. Esta
cifra simbólica sirvió para que la Universidad licenciara el método a
una compañía farmacéutica que garantizara la producción de alta pureza y
en grandes cantidades, a un precio razonable. Con el paso de los años,
los problemas de impurezas en los preparados de insulina fueron
desapareciendo. Sin embargo, algunas personas mostraban reacciones
alérgicas a las insulinas animales. En 1982 la FDA aprobó para uso en
humanos la primera insulina recombinante, desarrollada por la empresa
Genentech usando ingeniería genética: el gen humano de la insulina fue
clonado en bacterias para que estas ahora produjeran una insulina
idéntica a la humana. De hecho, actualmente casi toda la insulina que se
usa para tratar la diabetes se produce de esta forma y fue el primer
compuesto terapéutico de origen transgénico aprobado para uso en
humanos.
https://elefectorayleigh.wordpress.com/2014/05/09/la-nada-dulce-historia-del-descubrimiento-de-la-insulina/
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