Heredera directa de los payadores, cantaba a media voz mezclando
palabras del lunfardo con el que se había criado en el barrio de La
Boca. Rosita Quiroga fue pionera en el decir arrabalero del tango. Es
recordada también por realizar la primera grabación eléctrica en
Argentina y por tratarse de una figura señera, casi única, que marcó el
camino a las divas de la canción popular que brillaron hasta los albores
de la Década de Oro.
Rosita Quiroga marcó rumbos en el canto, con su particular estilo arrabalero.
Rosa Rodríguez Quiroga de Capiello, su nombre completo de casada, había
nacido en Buenos Aires con fecha registrada el 16 de enero de 1986.
Según José Gobello “no fue la primera cancionista de tangos; entró placé
en un final de bandera verde: grabó el primer disco de su repertorio
–La tipa- poco después que la Maizani cantara Padre Nuestro, el 27 de
julio de 1923. Ambas procedían del canto criollo, pero Rosita ya era
famosa y Azucena –seis años más joven- una desconocida”
.
La madre de Rosita era una china cordobesa, Serapia Quiroga, y el
padre un carrero asturiano que cargaba carbón en el Riachuelo. Cursó
estudios primarios hasta 4º grado en una escuela de La Boca y “justo a
los 14 abriles” dejó el aula para estudiar canto y aprendió a tocar la
guitarra con un músico famoso del barrio: Juan de Dios Filiberto.
Comenzó entonando en comparsas y festivales, pero un día el padre plantó
a su mujer y a sus hijos. Como había que parar la olla, Rosita fue a
probar suerte en un teatrito de Bahía Blanca, cuyo propietario tenía
referencias de la precoz cantante. Le fue bastante bien y, además
consiguió una carta de recomendación de Francisco Martino para Gardel,
que triunfaba en esa ciudad. Era septiembre de 1918 y, al leer la carta,
el Mito semblanteó a la gordita de 22 años que tenía enfrente y le
dijo: “Así que usté es Rosita la chacarera”. De aquella broma de típico
cuño gardeliano nacería una persistente enemistad entre ambos artistas. A
partir de allí se abrió camino sola y tuvo la suerte de que la familia
Sáenz Peña, de la alta sociedad, gustara del tango y le abrió las
puertas de la RCA Víctor. Grabó, siempre para ese sello, más de 200
composiciones, que se difundieron por el mundo. Además pasó a ser una
especie de jefa de relaciones públicas de la Víctor. Su influencia
convirtió en estrellas a dos emblemas del tango: Mercedes Simone y
Agustín Magaldi. Fue atracción en el teatro Empire hasta el 10 de
febrero de 1931, lo que no repitió después por cuanto no le gustaba
hacer actuaciones en público. La radio y la discografía era su mundo.
En 1938 viajó a Japón siendo entonces la
primera intérprete que se escuchó en ese país. Más adelante, Rosita
cantó para los japoneses en plena Segunda Guerra Mundial. Por entonces
ganaba mucho dinero que se encargaba de derrocharlo en lujos,
diversiones y hasta en el hipódromo. Cuando sentó cabeza, administró su
fortuna e invirtió en un palacete y dos departamentos en céntricos
lugares porteños. En tiempos de paz, hizo una nueva y triunfal gira por
Japón; de regreso siguió cantando y grabando sin pausas. En 1970 viajó a
Osaka por una invitación de una peña tanguera japonesa que lleva su
nombre. La “divina Rosita” como llegó a ser bautizada en el argot
popular, recibió varias distinciones, entre ellas el Farolito de Oro por
parte de la Academia Porteña del Lunfardo, en cuya sede un retrato de
ella adolescente decora sus muros.
Rosita Quiroga grabó su primer disco en 1923,
titulado Siempre criolla, que incluye su primer tango: La tipa, del
guitarrista Enrique Maciel y letra de Enrique P. Maroni. Fue ella y la
compañía Víctor quienes inauguraron en la Argentina las grabaciones
eléctricas en 1926. Como muestra de su estilo se destacan los tangos
Julián (letra J. Panizza-música E. Donato), Maula (A. Mondino-V.
Soliño), Carro Viejo (M. Orsi-F.Montoni), Mandria (F. Brancatti-J.
Velich-J. Rodríguez), Mocosita (V. Soliño-Matos Rodríguez), Pato (Ramón
Collazo) y su mayor creación: De mi Barrio (R. E. Goyeneche-1925).
Predominan autores y compositores uruguayos. Asimismo, el célebre poeta
lunfardesco Celedonio Flores parecía que escribió sólo para Rosita,
quien le grabó 24 temas, entre ellos: La Musa Mistonga (música de A.
Polito); Muchacho, Beba (ambos con E. Donato); Audacia (H. La Rocca) y
Carta Brava (uno de los pocos que compuso Rosita). Casi siempre fue
acompañada por guitarristas, pero en sus comienzos también cantó con
orquestas, las de Vicente Geroni Flores, Antonio Scatasso, Eduardo
Pereyra, Manuel Buzón y otras, todas pertenecientes a la compañía
Víctor.
En el rubro cinematográfico su carrera fue escasa, solo llegó a
protagonizar un film en 1976: El canto cuenta su historia, de Fernando
Ayala y Héctor Olivera. En sus últimos años se la solía ver en el
programa televisivo La Botica de Tango, conducido por Eduardo Bergara
Laumann. Rosita Quiroga falleció a los 88 años de edad el 16 de octubre
de 1984 en su departamento de Av. Callao.
Rosita Quiroga se había impuesto una pausa en el sello grabador ya
que priorizaba sus presentaciones en la radio, retornando al disco en
marzo de 1952. Su despedida ocurrió el 14 de septiembre de 1984 (32 días
antes de su fallecimiento) instada por su amigo, médico y letrista:
Luis Alposta. Acompañada por el conjunto de guitarras de Aníbal Arias
grabó Campaneando mi pasado, letra del Dr. Alposta y música de Rosita.
Así se despidió definitivamente quien para muchos fue la más genuina
representante del tango arrabalero, hoy una leyenda de la más rancia
estirpe porteña, venerada por quienes son consecuentes con ese paradigma
genial llamado tango.
VIEJA GUITARRA
que olvidada en el alero,
solamente la polilla
va dejando el armazón.
Y al romperse en astillitas
bajo el pesoo de los años,
va marchándose con ella
nuestra vieja,
nuestra gaucha tradición.
Ya bajo la sombra de verde enramada,
no baila el gauchaje cuando con tu son,
ponías alegrías en las reuniones,
cuando en tus bordonas sonó un pericón.
Hoy no cruzas la llanura,
a la espalda del paisano
que te llevó cual reliquia
de reunión en reunión,
para hacer vibrar tus cuerdas
en yerras y pulperías
y cantar con tus acordes
los paisanos
en las ruedas del fogón.
Ya nadie te templa con trémula mano
los dedos no corren por tu diapasón.
Hoy todas tus notas apaga el olvido,
que cubre tus restos con negro crespón.
Ahura como ya estás vieja
achacosa y carcomida,
cada trozo que se rompe
se piala en mi corazón.
Y me causa inmensa pena
pues comprendo que al quebrarte,
se va el mejor exponente
de una raza
que fue toda tradición.
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