Séptimo concilio ecuménico (universal), celebrado por la Iglesia Occidental. La asamblea tuvo lugar entre el 16 de octubre del año 1311 y el 6 de mayo del año 1312, en la catedral de la ciudad francesa de Vienne, a instancias del papa Clemente V y del rey francés, Felipe IV el Hermoso. La cifra total de los prelados presentes y de los diferentes procuradores y representantes no es fácil de precisar, se sitúan en torno a los 150-200. Los motivos aparentes de la convocatoria conciliar fueron dos: la reforma de la iglesia y la recuperación de Tierra Santa. Estos dos temas de debate sirvieron de señuelo para dirimir otros dos temas de especial interés para el rey francés: el intento de condenar póstumamente al anterior papa, Bonifacio VIII, y la definitiva supresión de la Orden del Temple.
En el año 1294, el cardenal Benedetto Caetani fue proclamado Papa, con el nombre de Bonifacio VIII. Había sustituido en el cargo al papa dimisionario Celestino V, único pontífice en la historia que renunció a su cargo en vida y sin presión alguna. Bonifacio VIII pertenecía a la clase de papas postgregorianos: buen jurista, duro de carácter y plenamente imbuido de la idea de la supremacía de la autoridad papal por encima de los poderes temporales. Por su parte, Felipe IV de Francia, nieto de San Luis, era un político hábil y sin escrúpulos, considerado como el primer rey “moderno” de Francia. Éste se rodeó de un grupo de consejeros, adictos a su persona, expertos en leyes y que profesaban una ideología fundada sobre la omnipotencia del poder monárquico, representado por Felipe IV. Según los nuevos conceptos monárquicos, ninguna autoridad podía rivalizar con la autoridad regia, concepción que se resumía por completo en el principio político de Rex Imperator In Suo Regno Est (el rey es el único emperador en su reino), y que definía por sí sola la concepción absolutista del Estado monárquico. A causa de las concepciones tan contrapuestas que ambos personajes tenían sobre quién debía ostentar el Dominium Mundi, el enfrentamiento fue una consecuencia lógica entre ambos: orgullosos y con el claro convencimiento de estar en posesión de la verdad.
Bonifacio VIII, bien es cierto, no se dio cuenta de lo mucho que habían cambiado los tiempos desde principios de siglo, ya que pretendió ser y comportarse como lo hiciera Inocencio III, en una época muy distinta a la suya. Bonifacio VIII tuvo la desgracia de coincidir y encontrarse de frente con un rey, Felipe IV, que resultó ser para el pontificado un adversario mucho más peligroso de cuanto pudo haber sido Federico II, con todos sus ataques directos contra el Papado. Felipe IV poseía la osadía del que sabe que está en posesión de los resortes necesarios para llevar a buen puerto sus deseos de gobierno; rodeado de un grupo de expertos jurisconsultos que legalizaban todos sus actos de erosión contra el Papado, no se detuvo ante ningún obstáculo, aunque éste fuera el propio Papa.
El primer conflicto serio entre ambos surgió cuando Felipe IV, no observando la exención fiscal de los clérigos, pretendió obligarles a contribuir a un subsidio extraordinario para recaudar fondos en su lucha contra Inglaterra. Bonifacio VIII reaccionó con celeridad, promulgando, el 20 de septiembre del año 1296, la famosa bula Clericis Laicos, por la que amenazó con la excomunión a todo laico, rey, príncipe, duque, etc, que sin la autorización de la Santa Sede exigiese al clero cualquier tasa o tributo. Felipe IV devolvió el golpe prohibiendo cualquier envío de moneda a Roma. Bonifacio VIII volvió a responderle con la promulgación de una nueva bula, la Ineffabilis Amoris, en la que amenazó, nuevamente, al rey con la Ira de Dios, exponiendo la doctrina de la supremacía de la autoridad pontificia. Sucedió entonces un período de calma entre ambos durante el que, en el año 1300, se celebró en Roma el primer año santo o jubilar que se conoce en la historia de la Iglesia. Fue el acontecimiento que marcó la cumbre más alta y luminosa del papa Bonifacio VIII, que congregó en Roma una muchedumbre de peregrinos.
Poco duró la paz entre ambos, puesto que, en noviembre del año 1301, Bernardo de Saisset, obispo de Pamiers y nuncio del Papa en París, fue denunciado ante el rey, acusado de multitud de infracciones, tales como: crimen de lesa majestad, traición al rey, simonía, herejía y blasfemia, etc. De resultas de tales acusaciones, todos sus bienes, castillos y tesoros fueron confiscados por la corona. Bonifacio VIII, mediante la bula Ausculta Filii, protestó enérgicamente contra semejante atropello, conminado al rey a que enviase al prelado inmediatamente a Roma. En esta bula también le lanzó ataques durísimos contra su pretensión de ostentar la absoluta independencia y soberanía del poder real sobre el espiritual. Felipe IV y sus consejeros entresacaron un extracto de la bula y la tergiversaron astutamente, de forma que perdiese su intención inicial y presentase al pontífice como un personaje lleno de soberbia. Felipe IV se encargó de que dicho extracto se hiciera público en todo el orbe cristiano. Bonifacio VIII, harto de tanta osadía, redactó, el 18 de noviembre del año 1302, la bula Unam Sanctam. En esta bula, posiblemente la más famosa de todas las expedidas por la cancillería pontificia, Bonifacio VIII redactó la más completa expresión de la doctrina pontificia medieval sobre la autoridad que correspondía al Papa en el mundo, tanto en el orden espiritual como en el temporal. Bonifacio VIII exigió al rey francés, bajo la pena de excomunión fulminante, la total aceptación de esta doctrina. Felipe IV, sin retroceder un ápice, lanzó una acusación formal contra el Papa, tachándolo de perjuro y hereje y anunciando la reunión de un sínodo francés para deponerlo del Pontificado. Guillermo de Nogaret, consejero del rey, marchó a Italia y asaltó la ciudad de Agnani, donde se encontraba el Papa, al que hizo prisionero. Liberado por el pueblo, Bonifacio VIII apenas tuvo aliento para publicar otra nueva bula, la Super Petri Solio, excomulgando definitivamente al monarca francés y liberando a sus súbditos del deber de fidelidad. Un mes más tarde moría el Papa en Roma, el 12 de octubre del año 1303. Así terminó el último gran conflicto medieval entre el poder espiritual y el temporal, donde el Pontificado salió por primera vez derrotado. Benedicto XI, sucesor de Bonifacio VIII, apenas estuvo unos meses como Papa, pero se apresuró a anular todas las penas canónicas lanzadas contra el monarca francés. En el año 1305 fue elegido papaClemente V, de origen francés y manejado por Felipe IV. Este Papa trasladó la sede pontificia a la ciudad francesa de Avignon, en el año 1309, inaugurando así un largo proceso en el que el Papado estuvo bajo el predominio francés, hasta el año 1377. Esta época fue conocida, no sin exageración, como la “Cautividad de Babilonia”. No obstante, la sombra de Bonifacio VIII se extendió sobre el reinado de Felipe IV. Éste, para demostrar públicamente que su actuación fue la correcta, se reunió con el papa Clemente V en la ciudad de Poitiers, el 12 de agosto del año 1308, para acordar la celebración de un concilio general donde se aclarase el “ominoso pontificado” de Bonifacio VIII. Clemente V no tuvo más remedio que ceder.
La segunda cuestión de fondo que causó la celebración del concilio fue el deseo de Felipe IV de abrir un proceso contra la Orden del Temple. Esta Orden fue fundada en el año 1119 por el caballero francés Hugo de Payens, que junto con otros siete caballeros formó una fraternidad en la ciudad de Jerusalén que se sometió a los tres votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia al Papa, este último destacaba como el más importante. La Orden tuvo un florecimiento espectacular gracias, en buena parte, al apoyo prestado por San Bernardo, que contribuyó a la redacción de la Regla y le dedicó un encendido elogio titulado De Laude Novae Militiae. El Temple recibió grandes privilegios de los papas y demostró un gran valor en la defensa de Tierra Santa, finalidad para la que fueron creados. El prestigio y la riqueza que acumuló fue enorme en toda la Cristiandad occidental, éxito debido a su eficaz organización interna y a la excelente administración de sus bienes. Pero fue sobre todo en el reino francés donde acumuló las mayores donaciones de tierra y dinero, gracias a las sucesivas mercedes de que fueron objeto por parte de los monarcas franceses. La pérdida de San Juan de Acre, en el año 1291, como último baluarte cristiano en Tierra Santa puso fin al objetivo primordial de la fundación templaria, por lo que sus miembros se replegaron a Europa. Sin Tierra Santa que defender, los templarios utilizaron su fortuna en actividades bancarias y de préstamo. Es un hecho sintomático que en vísperas de la supresión de la Orden, ésta fuera la principal acreedora del rey francés. Felipe IV, movido por sus grandes riquezas y bajo el pretexto de prácticas inmorales de muchos de sus miembros, mandó arrestar, el 13 de octubre del año 1307, a todos los miembros de la Orden en su país, confiscó sus bienes y realizó una transgresión flagrante del Derecho Canónico. Clemente V inmediatamente se reservó el caso, nombrando una comisión de investigación pontífica para resolver el asunto bajo los auspicios pontificios. Pero el rey francés no toleró dicho procedimiento, por lo que obligó al Papa a convocar un concilio en el que se juzgase a la Orden, a la par que se condenase a su más mortal enemigo, Bonifacio VIII, que aún después de muerto no dejaba vivir en paz al monarca francés.
El concilio se inauguró el 16 de octubre del año 1311, en la catedral de Vienne. No todos los obispos fueron invitados a la asamblea, como hasta entonces había sido lo normal. El rey francés condicionó con su presión la lista de convocados, lo que da una idea bastante clara del sometimiento en el que se hallaba el Papado. Tan sólo se invitó a dos o tres obispos por metrópoli, con un saldo final de cuatro patriarcas, veintinueve arzobispos, setenta y nueve obispos y treinta y seis abades, además de un número indeterminado de procuradores y religiosos. Los más numerosos fueron los franceses e italianos, no obstante, hubo representación de casi todos los puntos de la Cristiandad occidental: York, Armagh, Dublín, Tarragona, Santiago de Compostela, Colonia, Magdeburgo y Brem. La sesión inaugural fue abierta con una solemnidad nunca vista hasta entonces. Clemente V, vestido de pontificial, tomó asiento en el presbiterio de la catedral. Los patriarcas latinos de Alejandría y Antioquía tenían puestos reservados en medio de la catedral. Los demás prelados, tocados con la capa pluvial y mitras blancas de lino, ocuparon tres filas consecutivas en la nave central. Clemente V entonó varias antífonas mientras el resto se postraba en el suelo. Después de pronunciar la oración al Espíritu Santo y de rezar varias letanías de santos, pasó el cardenal diácono, Napoleón Orsini, a cantar el evangelio. Clemente V, entonó el himno del Veni, Creator Spiritus, con el que se dio por acabado el solemnísimo ceremonial de apertura. A continuación, Clemente V comenzó su alocución inaugural dando a conocer el programa del concilio que abarcaría tres puntos fundamentales: la cuestión de los templarios, el rescate de Tierra Santa y la reforma de las costumbres de la Iglesia. Para terminar, notificó a la asamblea la formación de una delegación conciliar para investigar el asunto de los templarios, pero sin fijar plazo alguno para la próxima sesión, como se solía hacer de ordinario. De ahí que el concilio se dilatase tanto tiempo.
Durante todo el proceso de investigación llevado contra los templarios, Felipe IV manejó el asunto con astucia, presionando al Papa para que éste decretase la supresión y posterior condena de la Orden. Los jueces designados por el Papa sostuvieron que la sentencia en el proceso de los templarios no podía basarse exclusivamente en actos inquisitoriales, sino que se debía dar a la Orden la oportunidad de defenderse. El resultado de las largas negociaciones, que duraron todo el invierno, se resolvió el 22 de marzo del año 1312, dos días después de que llegase, fuertemente escoltado, Felipe IV. Clemente V decretó la disolución de la Orden. Sus bienes, sin embargo, no pasaron a la corona francesa como era el propósito del rey, sino que fueron transferidos a la Orden de Malta, nuevo nombre por el que se conocía a los antiguos Caballeros Hospitalarios de San Juan. La disolución de la Orden se hizo pública en la segunda sesión, del 3 de abril del año 1312,. El proceso contra Bonifacio VIII, deseado fervientemente por el monarca francés, volvió a quedar en suspenso con el consiguiente disgusto del monarca francés.
En la tercera y última sesión, del 6 de mayo, se publicaron dos constituciones sobre la observancia de la pobreza en la orden de los franciscanos y sobre la doctrina del franciscano Juan Pedro de Olivi. Este franciscano comandaba la facción minoritaria franciscana de los Espirituales, los cuales recriminaban a la mayoría de la orden el haber abandonado el ideal primitivo de pobreza que predicó el fundador de la orden, San Francisco de Asís. Tras una encuesta encargada a una comisión de cardenales y obispos del concilio, se dio como resultado la absolución de la mayoría, imponiéndose ciertas normas sobre el ideal de la práctica del ideal de pobreza. También se trató en esta sesión sobre la necesaria reforma de costumbres y moral en la Iglesia. Clemente V había ordenado a los obispos del concilio que reunieran en memorias los abusos más generalizados en sus respectivas diócesis. Del abundante material aportado se destacaron dos cuestiones generalizadas: las constantes quejas acerca de la intromisión de los poderes seculares en los asuntos eclesiásticos, y las protestas de los cabildos catedralicios y colegiatas por la exención de impuestos a los obispos, con el consiguiente gravamen fiscal sobre los primeros. Se otorgó un diezmo a favor de Tierra Santa, tomándose una serie de medidas, más de corte misionero que cruzadista, fomentadas por la iniciativa del filósofo y religioso mallorquín Raimundo Lulio. Estas medidas se resumieron en la creación en las universidades de cátedras de griego, hebreo y árabe, por ser imprescindibles para el conocimiento de los lugares que debían evangelizarse. La eficacia del canon fue casi nula por la escasez de tales profesores en las universidades.
El concilio de Vienne cerró la serie de concilios ecuménicos de la Edad Media. Tendrían que pasar casi cien años antes de que se celebrase otro concilio general, en la ciudad de Constanza. En el intermedio, entre uno y otro concilio, la Iglesia sufrió un nuevo y grave ataque contra su unidad interna, como consecuencia se produjo un Cisma mucho más penoso que el del año 1054, con la elección de tres papas a la vez, que debilitó todo el poder teocrático que la Iglesia había construido desde el siglo XI. También la concepción conciliar sufrió un vuelco sustancial. En los anteriores concilios fue el Papa, de manera absoluta, quien dominó las asambleas. Este control quedó en parte atenuado en el siglo XV, con nuevas fórmulas, nuevas bases y nuevos protagonistas.
Sobre los referente a los temas debatidos sobre la reforma eclesiástica y los acuerdo obtenidos tras los debates se conoce poco ya que los cánones conciliares que las recogen fueron redactados de nuevo por Juan XXII (1316-1334), sucesor de Clemente V, e integradas en la colección canónica de lasClementinas, que formarían parte del Corpus luris Canonici. La pobre información llegada hasta nuestros días indican que se legisló sobre cuestiones relacionadas con la exención de los religiosos y las facultades de los obispos sobre ellos, dejando también a salvo los derechos de los párrocos. También se condenaron algunos errores de los begardos y beguinas, que tenían una fuerte implantación en territorios holandeses y alemanes. Además se reiteraron medidas anteriores sobre la usura.
Por otro lado se conoce que el papa había pedido a los obispos presentes la denuncia de los abusos dominantes en sus diócesis. Así, por ejemplo,Guillermo Durando, obispo de Mende, había presentado al concilio una voluminosa obra, titulada Tratado sobre el concilio general, que recogía amplias ideas de reforma de la organización eclesiástica. Las denuncias presentadas podían clasificarse en dos grupos principales: las quejas sobre intromisiones de los poderes seculares en el campo eclesiástico y las que provenían del creciente centralismo de la curia romana.
El asunto de las Cruzadas se trató de nuevo, pero de un modo superficial. Los obispos acordaron conceder una contribución de un diezmo durante seis años con este fin, pero esta concesión no se realizó hasta que se tuvo la aprobación del rey de Francia.
Durante esta etapa se fue gestando la idea de que era mejor misionar a los infieles que gastar dinero en duraderas guerras en su contra, en este sentido tuvo una buena actuación Raimundo Lulio , ya que por iniciativa suya el concilio promulgó el llamado «canon de lenguas», que ordenaba la creación de cátedras de hebreo, árabe y caldeo en la curia romana y en las universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca.
http://www.enciclonet.com/articulo/concilio-de-vienne/#
http://www.ecured.cu/Concilio_de_Vienne
http://www.newadvent.org/cathen/15423a.htm
http://www.ecured.cu/Concilio_de_Vienne
http://www.newadvent.org/cathen/15423a.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario