“Carmen” llegó a mis manos como llegan los años al ser humano. Sin darme cuenta la estaba leyendo y me entrometía en su vida y me dejaba moldear por sus deseos. Cuántas veces quise ser Carmen para comprenderla y tratarla diferente. Era asunto de comprensión, no más. Como comprendí a Soledad Montoya, la de La pena negra, a la que nunca preguntaría nada, porque ya sabría de antemano que eso, según ella, no me importaría. “Carmen” se coló por mis ojos y se clavó en mi memoria por siempre.
Cuánto habría deseado haber conocido desde mucho antes a Prosper Mérimée, pues de haber sido así, me habría incrustado en mi adolescencia en su obra y habría dado la bienvenida a mi adultez con flamenco, con toreo, con belleza. Si hubiera conocido a Mérimée desde antes, me habría encariñado, como tal vez lo haga de ahora en adelante, con sus demás novelas y tratados arqueológicos.
Carmen...lujuria de papel,cuántos habrían dado por ser tan solo un momento el Tuerto, o Lucas, o el cuchillo que te penetró el cuerpo hasta matarte, hasta que tus sospechas se iban haciendo realidad junto al dolor, al placer, al porvenir del presente.
Imagino tu amor al dinero y tu melancolía, y tu inconstante estadía en la vida de tu rom, de tu amante, de tu tierra, de tu ser. Eres, Carmen, el amor huyendo de las cadenas, la libertad más pura de la mujer.
Una caracterización evidente de los gitanos es su constante búsqueda de lo incierto. Van de aquí para allá, como nómadas, visitan tierras y corazones, y engañan con brujería al pueblo y al amor. Los gitanos sufren su enigmático origen y huyen de los católicos, de los cristianos, de los engañados, de todos aquellos que se sienten perjudicados de uno u otro modo por ellos. Roban aquí y hurtan allá. Son perseguidos, son odiados, son asediados, son maldecidos. Pero viven, luchan y demuestran un poder extra del que carece gran parte de los humanos: no se dejan vencer de nada ni de nadie, logran sus objetivos con retórica y se burlan al final de sus hechos.
“Carmen”, de Prosper Mérimée, es una novela que escrita en Francia hacia el año 45 del siglo XIX logra describir de manera casi perfecta la fisionomía y caracterización interna de los gitanos. En especial de Carmen, una mujer que va en busca de sus ideales y de sus propósitos, una mujer que practica la brujería, que se emancipa de todo hombre, que respeta y quiere a su esposo en las buenas y en las malas, que se defiende cuando la insultan, que hace perder irremediablemente a un hombre que se fija en sus ojos, en sus manías, en sus costumbres y que termina enamorado de ella y de su muerte.
El último capítulo, cuyo narrador es el mismo autor, que recapitula la novela de una manera extrañísima, haciendo uso más de sus conocimientos de arqueología y de conclusiones lingüísticas comparativas, que de la trama de la novela, presenta una reflexión en torno al origen, a la lengua y a la idiosincrasia gitana española, diferenciándola de la alemana, y redondea la novela fuera de la trama y del personaje principal. Un recurso narrativo que se entiende en la medida que se comprenda que Mérimée “Ejerció la literatura con la complacencia vergonzante de quien cultiva un pasatiempo un tanto plebeyo. Tenía en mayor estima la filología, la historia o la arqueología. Salvo por dos o tres rasgos circunstanciales, Mérimée no fue, ni por su vida ni por su obra, un verdadero romántico. Sus relatos tienen siempre un tono de informe científico sobre el comportamiento impertinente de especies primitivas”. (Barrera Orrego, 1990: 45).
Si es de hablar de la trama, ya propiamente dicha, deberíamos empezar por el encuentro de un arqueólogo francés que llega a España con un hombre de aspecto extraño, al que protege de la autoridad española cuando lo ve en peligro de encarcelamiento y al que encuentra con el pasar del tiempo en un antro, en una habitación, mientras entabla una conversión con Carmen, con la que, al parecer, pretendía mantener relaciones sexuales; el hombre extraño, aquel día, golpea a Carmen por celos. Al arqueólogo en la habitación se le pierde el reloj y desde el pueblo culpan a José del acto. Lo apresan por este y otros delitos, entre ellos el de homicidio, y el francés, con cierto grado de culpabilidad, va a visitarlo, y allí le cuenta el bandido que el comienzo de su historia se origina en Carmen.
Relata la manera en la cual ayudó a que huyera Carmen de la ley, cuando trabajaba José de policía, después de capturarla por haberle rasgado la cara a una de sus compañeras de trabajo después de que la insultó. Desde ese momento, desde que la dejó huir bajo coqueteos femeninos, quedó embrujado por su belleza. Llegó a matar tres veces por ella, y se convirtió en bandido, tal vez el más perseguido por la ley. La primera vez fue cuando vio que Carmen entraba a su casa con uno de los compañeros de trabajo de José Navarro. Fueron tantos los celos que se despertaron en él que lo mató en una guerra de sables. Luego, dio muerte al Tuerto, el marido, (su rom) oficial de Carmen, y por último, la mató a ella, cuando no le aceptó a él la propuesta de que se fueran a vivir a América, incluso cuando José la había perdonado por haberle sido infiel con un tal Lucas. Esta es la trama de amor y celos de la novela del escritor francés. Ahora veremos qué es lo que hay más allá de ella.
Ya hemos visto que Mérimée era más amante de la filología que de la escritura literaria. Y gracias a ello, podemos rescatar algunos aportes lingüísticos que hace el autor francés de la lengua española de España. Cabe aclarar que los pies de página de la novela son los que permiten que la cultura e idiosincrasia de la España gitana se vean y se comprendan con mayor nitidez. Cuando al principio vemos que el arqueólogo francés entabla conversación con José, nos damos cuenta de que la razón por la cual el extranjero se da cuenta de que el hombre no era de Andalucía fue debido a que este no aspiraba la s ni diferenciaba la z y la c de la s. Supimos que una nevería de la época era un depósito de hielo para el café, que bají, en el habla gitana, era la buenaventura que todos ellos acostumbraban a dar. Y que el garrote era el castigo para los bandidos del año 1845 y que se diferenciaba de la horca de los años 30 del mismo siglo. Que las maquilas, que le causaron tanta risa a Carmen cuando le hizo creer a Lucas que eran naranjas, son bastones de hierro usados por vascos y navarros. Recordemos que José era vascuence y que por amor a Carmen se volvió un gitano más. Aprendimos que a un regidor municipal de la época se le llamaba veinticuatro y que bai, jaona y agur laguna traducidos al español, respectivamente, significan Sí, señor y Buenos días compañero. Que las gitanas podían ser infieles bajo el permiso de sus maridos, pero, como Carmen, siempre libres. Que cuidaban de su esposo en las buenas y en las malas y que esto las caracterizaba positivamente. Nos enteramos de que Alcalá de los Panaderos era un pueblo famoso por sus panecillos y que quedaba a dos leguas de Sevilla.
Aprendimos, gracias a la excelente contextualización del autor, refranes gitanos como Perro andariego no se muere de hambre, Aunque me visto de lana no soy una oveja, Sarna con gusto no pica, Para un enano es una hazaña escupir lejos y, entre otros, el último, con que termina el libro, En boca cerrada no entran moscas. Y así se fue configurando cada característica, cada elemento, cada costumbre de vida del gitano español del siglo XIX, entre amores y engaños de Carmen, entre ilusiones y mudanzas. “Carmen” es una novela caracterizada por la demostración de la liberación femenina, al estilo de madame Bovary, pero ante todo, por los rasgos de la cultura gitana tan perseguida y tan humillada por el pueblo español desde que aparecieron hasta nuestros días. “Carmen” es esta española gitana vista desde Francia,y centrada en la cultura gitana, tan mentada, criticada y olvidada al mismo tiempo… ayer, hoy y tal vez por siempre.
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