Con anterioridad al Concilio III, se habían celebrado en Toledo otros
dos, que abren el orden numérico de la serie de Concilios toledanos. El
Concilio I tuvo lugar en plena época romana (397-400), y giró en torno a
las secuelas de la crisis priscilianista .
El II Concilio se reunió el 17 mayo 527, durante el reinado de Amalarico, bajo la monarquía visigodo-arriana.
Con el III Concilio de Toledo las reuniones eclesiásticas se convierten
en asambleas representativas del reino, acudiendo a dichas
congregaciones magnates, obispos, nobles y el rey para tratar asuntos
políticos.
Fue en el año 586 cuando Recaredo sucede a Leovigildo, a comienzos del
587 se había convertido ya al catolicismo. Es curioso y significativo
ver cómo en las fuentes hispanas se omite el hecho de que su hermano
Hermenegildo fuese católico, ni siquiera Leandro de Sevilla hace
referencia a él con motivo del III Concilio de Toledo, en que Recaredo y
su mujer, la noble Baddo, declaran su conversión, acompañados de un
nutrido grupo de nobles y obispos visigodos. No hay apenas ninguna
mención del papel de Recaredo en la guerra entre su padre y su hermano,
sólo que un año más tarde ordenó matar al ejecutor de Hermenegildo.
Parece como si se hubiera procedido a un pacto de silencio entre la
jerarquía real y la eclesiástica sobre tan oscuro pasado.
Se menciona a Recaredo como el continuador de la gran obra unificadora
de Leovigildo, pero con la matización de que ésta se vio oscurecida por
la perfidia religiosa. El nuevo rey es el adalid del catolicismo y quien
consigue la unidad religiosa. La moderna historiografía, en diversas
ocasiones, ha mitificado este hecho y su inmediata consecuencia: la
celebración del mencionado III Concilio de Toledo. Sin embargo, el
Concilio, según se deja traslucir de las intervenciones del propio rey,
de la homilía de Leandro y del contenido en general, debió ser un
intento de negociación de unificación religiosa, pero de gran alcance
político. Sin pretender negar una conversión real, parece que el
entramado político es mucho mayor y no simplificable a una
identificación de unidad religiosa-unidad nacional, una vez liquidada la
monarquía visigoda. El rey ponía una serie de condiciones en lo
relativo a su intervención en el nombramiento de obispos, de este modo,
los arrianos verían facilitado su paso a la confesión católica, sin
necesidad de reconsagrar iglesias o rebautizarse; el clero católico
tendría capacidad jurídica sobre diferentes causas y control en la
política administrativa, en definitiva, se hacía patente algo que ya fue
irreversible en lo sucesivo: la fuerte implicación entre Iglesia y
Estado.
No todos los sectores vieron bien las consecuencias de este Concilio,
del que Recaredo salía fortalecido en su papel de rey frente a ciertas
tendencias nobiliarias, que no verían con buenos ojos esta fusión, ni la
prepotencia de algunos hispanorromanos. De hecho, hubo algunos intentos
de usurpación como el de los nobles de Mérida, como Segga, con el
obispo Sunna a la cabeza, descabezada por la traición de uno de ellos,
Witerico, el que luego sería rey, y por la intervención militar del dux
de la Lusitania, el hispanorromano Claudio, según se documenta en las
Vitas sanctorum patrum Emeretensium. Este mismo Claudio sofocaría otra
rebelión en la Narbonense, de Granista, Wildigerno y otros nobles,
también con un obispo arriano en sus filas Athaloco. Incluso hubo un
complot por parte de su madrastra Gosvinta y el obispo Uldia, sofocado
rápidamente. Al lado de estos intentos, tuvo también que combatir a
otros grupos, como a los vascones y a los bizantinos, éstos acaudillados
por el dux Comenciolo.
El Tercer Concilio de Toledo comenzó el 8 de mayo de 589, en la ciudad hispánica de Toledo, y en el cuál el Reino Visigodo de Toledo dejó oficialmente de ser arriano; el rey Recaredo hizo profesión de fe católica y anatematizó a Arrio y sus doctrinas; se atribuyó la conversión del pueblo godo y suevo al catolicismo. Varios obispos arrianos abjuraron de su herejía. Las resoluciones del Sínodo arriano de Toledo del 580 fueron condenadas.
Los reyes sucesores fueron los protectores de la nueva religión oficial;
ellos eligieron a los obispos e impulsaron la cultura de las escuelas y
de las bibliotecas episcopales y de los monasterios. Adoptaron el latín como lengua, con algunas influencias germánicas.
En cuanto los obispos se reunieron en Toledo el rey visigodo Recaredo I
les comunicó que había levantando la prohibición de celebrar sínodos y a
continuación los prelados se retiraron a ayunar durante tres días. El 8
de mayo de 589 se reunieron los obispos sentándose el rey entre ellos,
siguiendo el ejemplo del emperador Constantino en el Concilio de Nicea.
Tras el rezo de una oración, Recaredo anunció que su conversión se
había producido sólo unos días más tarde de la muerte de nuestro padre
–aunque al parecer esto ocurrió más bien diez meses después del
fallecimiento de Leovigildo-. Un notario leyó a continuación una
declaración escrita por el propio rey en la que se declaraba anatema las enseñanzas de Arrio y a continuación reconocía la autoridad de los Concilios de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia.
Asimismo subrayaba que él había traído al catolicismo a los godos y a
los suevos y que ambas "naciones" necesitaban ahora la enseñanza de la
verdadera fe por parte de la Iglesia. El documento iba firmado por el
rey y por su esposa la reina Baddo.
Los obispos aplaudieron y aclamaron a Dios y al rey, y uno de ellos se
dirigió a los participantes en el concilio –obispos y otros miembros del
clero, y la alta nobleza visigoda que también se había convertido- para
que condenaran y declararan la herejía arriana en 23 artículos.
Asistieron al Concilio setenta y dos obispos, personalmente o mediante delegados (además de los cinco metropolitanos), siendo las figuras principales Leandro de Sevilla (supuesto instigador de la conversión de Hermenegildo) y el abad del monasterio servitano, Eutropio.
Los cánones aprobados en el Concilio introdujeron una gran novedad
"constitucional" respecto de los arrianos porque se ocuparon de materias
no estrictamente eclesiásticas, convirtiéndose en leyes cuando Recaredo
publicó el "Edicto de Confirmación del Concilio'', en el que se
imponían penas de confiscación de bienes o de destierro a los que
desobedecieran las decisiones del Concilio. Se aprobó que los sínodos
provinciales supervisaran anualmente a los jueces locales (iudices
locorum) y a los agentes de las propiedades del Tesoro (actores
fiscalium patrimoniorum), además de transmitir al rey las quejas que
sobre ellos tuvieran. También se aprobó que la mujer que viviera con un
clérigo fuera vendida como esclava y el dinero obtenido entregado a los
pobres. Todo esto constituía una novedad pues se implicaba a los obispos
en la imposición del cumplimiento de las leyes seculares. En los casos
de paganismo o de infanticidio
, por ejemplo, tanto los obispos como los jueces debían investigarlos y
castigarlos conjuntamente. Así el poder de los obispos aumentó de forma
espectacular y con ellos la influencia de los hispanorromanos en la
monarquía visigoda.
Un aspecto importante fue la añadidura del término filioque
(traducible como "y del Hijo") en el rezo del credo, por lo que el
Credo pasaba a declarar que el Espíritu Santo procede no exclusivamente
del Padre como decía el credo Niceno,
sino del Padre y del Hijo al decir:et in Spiritum Sanctum, dominum et
vivificantem, qui ex Patre Filioque procedit ("y en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo").
Este hecho, tras ser adoptado como oficial el papa Benedicto VIII a petición del emperador Enrique II sería de gran trascendencia pues sería la justificación para la separación de las Iglesias Ortodoxas orientales tras el cisma de Oriente de1054.
En el año 586 Recaredo sucedió a Leovigildo, y a comienzos del año 587 ya se había convertido al catolicismo. Es curioso y significativo ver cómo en las fuentes hispanas se omite el hecho de que su hermano Hermenegildo fuese católico, ni siquiera Leandro de Sevilla hace referencia a él con motivo del III Concilio de Toledo, en que Recaredo y su mujer, la noble Baddo, declaran su conversión, acompañados de un nutrido grupo de nobles y obispos visigodos. No hay apenas ninguna mención del papel de Recaredo en la guerra entre su padre y su hermano, sólo que un año más tarde ordenó matar al ejecutor de Hermenegildo. Parece como si se hubiera procedido a un pacto de silencio entre la jerarquía real y la eclesiástica sobre tan oscuro pasado.
Se menciona a Recaredo como el continuador de la gran obra unificadora de Leovigildo, pero con la matización de que ésta se vio oscurecida por la perfidia religiosa; en contraste, el nuevo rey es el adalid del catolicismo y quien consigue la unidad religiosa. La moderna historiografía, en diversas ocasiones, ha mitificado este hecho y su inmediata consecuencia: la celebración del mencionado III Concilio de Toledo. Sin embargo, el Concilio, según se deja traslucir de las intervenciones del propio rey, de la homilía de Leandro y del contenido en general, debió ser un intento de negociación de unificación religiosa, pero de gran alcance político. Sin pretender negar una conversión real, parece que el entramado político es mucho mayor y no simplificable a una identificación de unidad religiosa-unidad nacional, conceptos éstos que tanta difusión tuvieron, una vez liquidada la monarquía visigoda. El rey ponía una serie de condiciones en lo relativo a su intervención en el nombramiento de obispos; los arrianos verían facilitado su paso a la confesión católica, sin necesidad de reconsagrar iglesias o rebautizarse; el clero católico tendría capacidad jurídica sobre diferentes causas y control en la política administrativa, etc.; en definitiva, se hacía patente algo que ya fue irreversible en lo sucesivo: la fuerte implicación entre Iglesia y Estado.
Se menciona a Recaredo como el continuador de la gran obra unificadora de Leovigildo, pero con la matización de que ésta se vio oscurecida por la perfidia religiosa; en contraste, el nuevo rey es el adalid del catolicismo y quien consigue la unidad religiosa. La moderna historiografía, en diversas ocasiones, ha mitificado este hecho y su inmediata consecuencia: la celebración del mencionado III Concilio de Toledo. Sin embargo, el Concilio, según se deja traslucir de las intervenciones del propio rey, de la homilía de Leandro y del contenido en general, debió ser un intento de negociación de unificación religiosa, pero de gran alcance político. Sin pretender negar una conversión real, parece que el entramado político es mucho mayor y no simplificable a una identificación de unidad religiosa-unidad nacional, conceptos éstos que tanta difusión tuvieron, una vez liquidada la monarquía visigoda. El rey ponía una serie de condiciones en lo relativo a su intervención en el nombramiento de obispos; los arrianos verían facilitado su paso a la confesión católica, sin necesidad de reconsagrar iglesias o rebautizarse; el clero católico tendría capacidad jurídica sobre diferentes causas y control en la política administrativa, etc.; en definitiva, se hacía patente algo que ya fue irreversible en lo sucesivo: la fuerte implicación entre Iglesia y Estado.
http://ciudaddelastresculturastoledo.blogspot.com.es/2014/08/iii-concilio-de-toledo.html
http://www.artehistoria.com/v2/contextos/5944.htm
http://www.artehistoria.com/v2/contextos/5944.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario