El 15 de diciembre se cumplen años del
nacimiento de un idealista que en su afán por unir a los pueblos y
promocionar la paz, creó una nueva lengua.
El 15 de
diciembre de 1859 nacía en la ciudad de Bialistok, hoy en Polonia y entonces perteneciente a la
región occidental del Imperio Ruso, en el seno de una familia judía,
Lázaro Zamenhof.
La zona era un cruce de pueblos, un hervidero de la historia. La ciudad era poblada en su mayoría
por judíos, que en aquellos tiempos se solían considerar como una etnia aparte,
principalmente urbana, y relativamente próspera en comparación con los habitantes del campo
circundante, pero sometida desde el punto de vista político.
También existían grupos de polacos (católicos), alemanes (protestantes),
rusos (ortodoxos), bielorrusos, lituanos, cada uno con su lengua y su religión. Los judíos
hablaban su propia lengua, el yidis o
judeoalemán, y constituían una pujante comunidad cultural, de la que hoy, tras los pogromos,
el Holocausto y la emigración a Israel, apenas se pueden encontrar huellas.
La convivencia entre etnias no era idílica. Cada una mantenía una red social propia,
y el gobierno se encargaba de mantener estas distancias para canalizar las posibles protestas contra la
tiranía hacia el enfrentamiento interno entre comunidades.
En este contexto, el joven Lázaro, quien también usaba en su relación con los gentiles
el nombre de Luis (Ludwig, Ludoviko),
concibió la posibilidad de crear un instrumento de comunicación, que facilitara
el diálogo
entre las personas, por encima de divisiones étnicas, estatales o de condición social.
Debería ser fácil, y sobre todo habría de ser neutral. Es decir, no era justo emplear
el idioma de una de las comunidades o de un estado, cuyos integrantes tendrían ventajas e impondrían
su propia cultura o punto de vista a los más débiles. Sólo había una solución
justa y práctica: la creación de una lengua nueva, que pudiera ser utilizada por todos sin
exclusiones ni privilegios, y que a la vez sirviera de puente de comunicación, que rompiera
los muros seculares.
Es un trabajo que le ocupó desde sus tiempos de estudiante de educación secundaria,
que cursó en Varsovia, adonde se había trasladado su familia. De hecho, un proyecto ya
estaba preparado cuando tuvo que dirigirse a Moscú, a estudiar Medicina, uno de los pocos estudios
superiores que estaban permitidos a los judíos de la época.
Zamenhof, siempre inquieto por la situación social de su pueblo, fue uno de los fundadores de
los primeros círculos sionistas rusos, que se plantearon la necesidad de organizar la
emigración hacia Palestina de los hebreos del Imperio, ante el agravamiento de las tendencias
antisemitas de gran parte de la población y de los gobernantes.
Sin embargo, en un análisis que muestra la clarividencia de su pensamiento,
anticipó los
problemas que la ocupación de una tierra ya habitada ocasionaría necesariamente entre los
viejos y nuevos colonos.
Concluyó pues que la solución de los enfrentamientos interétnicos habría de tener
un carácter más general, mediante la promoción del universalismo, y la creación de
conexiones más profundas entre todas las personas, independientemente de su origen étnico,
sus creencias religiosas, o la lengua que hablaran.
Retomó pues sus proyectos previos, y pronto dispuso de un proyecto lingüístico original.
Durante varios años se dedicó a practicarlo y perfeccionarlo, traduciendo textos literarios
procedentes de diferentes tradiciones, y escribiendo algunos textos originales, hasta asegurarse de que era
lo suficientemente expresivo,
bello y sencillo, como para poder ser adoptado por personas de orígenes distintos.
También tuvo que luchar contra sus propias circunstancias personales. Tras especializarse en
Oftalmología, comenzó a trabajar en los barrios populares, en circunstancias que apenas
permitían el mantenimiento de una familia.
Pronto se casaría con Clara Silbernik, la hija de un comerciante judío de una ciudad cercana.
El apoyo de su esposa sería clave a la hora de dar publicidad a su obra. Al fin y al cabo, la
creación de una lengua parecía (y sigue pareciendo) un empeño absurdo para gran
parte de la sociedad, que sigue teniendo la idea de que las lenguas se desarrollan de forma espontánea
y poco menos que constituyen la base del espíritu del pueblo.
Aunque ya existían precedentes, como el entonces
famoso volapük,
creado por el
sacerdote católico Johann Martin Schleyer, y en esos mismos tiempos
estaban consolidándose
los procesos de normalización de numerosos idiomas en Centroeuropa, no
era claro que la sociedad iba a aceptar fácilmente un proyecto tan
novedoso.
En 1887, con sólo 27 años de edad, adquirió por fin la confianza para editar un libro en
el que se presentaba el proyecto.
Sin embargo, la prudencia se puso de manifiesto en una circunstancia que a la postre tendría una inesperada
consecuencia sobre la lengua: su nombre. Zamenhof prefirió no arriesgarse y utilizó
un pseudónimo para la publicación: Doktoro Esperanto, el doctor esperanzado.
Sería pronto el nombre por el que se conocería el nuevo idioma.
Pronto empezaron a llegar las primeras muestras de apoyo, las primeras promesas de aprenderlo,
los primeros hablantes, las
primeras obras. El esperanto comenzó a desbordar las fronteras. El proyecto se hizo realidad.
Pero esto es ya otra historia.
http://www.delbarrio.eu/zamenhof.htm
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