sábado, 21 de diciembre de 2019

LAS DOCE EN PUNTO Y SERENO


Tengo un bello y muy lejano recuerdo de  la entonces practicamente extinta figura del sereno pero los mayores se han encargado de hacérmela saber y de glosar de manera poética su cometido.Formaban parte de una sociedad casi olvidada pero sabiamente reglada, en la que los delitos y las infracciones “graves” habrían de ser resueltas por la policía, la verdadera fuerza de seguridad civil, mientras que las pequeñas faltas y ataques al civismo les correspondían a ellos. Además, el sereno es sin lugar a dudas uno de los signos españoles más castizos, uno de los hitos carpetovetónicos que con dos siglos largos de supervivencia, el cine y los documentos históricos nos retratan y recuerdan. 


En 1715 empezaron a actuar de acuerdo a las ordenanzas de la Villa y Corte de Madrid, para evitar los escándalos nocturnos que los más licenciosos se permitían a horas intempestivas del día. No es fácil determinar si en efecto se trata de una figura de orden público creada en España, puesto que en la Inglaterra del siglo XVIII también existieron, bajo el sobrenombre de nignt watchmen. En realidad su origen más remoto habría que buscarlo en el Imperio Romano, aunque bien es cierto que perdida y desaparecida su figura, podríamos pensar que la recuperación en la época moderna de la labor del sereno, se la ha de apuntar una vez más España, habida cuenta que en la temprana fecha de 1715 es citada ya su presencia en la capital. 



Sin embargo, los hay que recuerdan que nacieron oficialmente en el reinado de Carlos III, el monarca que más cambios, mejoras y modernizaciones haya causado en la Nación. En la España de 1759, año del comienzo del reinado de Carlos III, la fuerte migración del campo a la ciudad y la precaria situación de muchos de estos emigrantes para conseguir un trabajo digno en las ciudades vinieron a suponer la comisión de delitos menores, pequeños hurtos y malestares en la vía pública que eclosionó en las enérgicas protestas de la burguesía. Así las cosas, fruto del empeño del Rey por mejorar el día a día de la Corte, vieron la luz “innovaciones” destinadas a controlar el orden público y salvaguardar la integridad ciudadana, aunque no todas bien tomadas por los madrileños. Anecdóticamente hay que recordar cómo, al construir y poner en marcha el alcantarillado, multando a quienes siguieran llevando a la práctica la repugnante pero histórica costumbre de vaciar bacinillas por la ventana, los madrileños protestaron contundentemente a lo que el rey Carlos III respondió la inmortal frase que sigue: “Mis súbditos son como niños pequeños. Lloran cuando se les lava”.

Entre las mejoras estaba el alumbrado público, la rotulación de calles con nombres visibles y la identificación de las viviendas con números, el primer censo poblacional y al fin, la creación de un grupo de vigilantes nocturnos que harían su primera aparición en Cádiz y Valencia. Y decimos creación refiriéndonos a su fundación oficial, porque esta figura ya había sido puesta en marcha por Felipe V, su padre, décadas antes. Acababa de nacer el oficio del sereno, que recibieron tal nombre de manera popular a raíz de uno de los cometidos para los que se les instruyó: anunciar cada cuarto de hora el tiempo y la meteorología del momento; al ser el cuerpo de vigilantes nocturnos de Valencia uno de los primeros y el más pujante de la época y la climatología valenciana tan benigna, acostumbraron los trabajadores a repetir, tras la hora que cantaban y pregonaban con voz rotunda, que se esperaba un tiempo SERENO.  Y así, de manera jocosa quedaron bautizados hasta el punto de identificarlos con ese nombre de manera inequívoca

Los esfuerzos de Carlos III por hacer de Madrid la capital que merecía su vasto reino (¿o podríamos seguir diciendo Imperio?) fueron impagables. La historia le ha otorgado no ya sólo un lugar de excepción entre los grandes monarcas de España y de su tiempo, sino el título castizo y resolutivo de “El buen alcalde”: Y en los propósitos por mantener la seguridad de las noches capitalinas, constituyó mediante Real Orden aplicable sólo a Madrid, el Cuerpo de Vigilantes Nocturnos el 12 de abril de 1765, por lo que si oficiosamente es cierto que nacieron en la ciudad del oso y del madroño, el privilegio institucional les corresponde a Cádiz y especialmente a Valencia. 

Joaquín Manuel Fos (1730-1789), fue un Industrial de la seda y técnico textil que descubrió el modo de perfeccionar los tejidos de muarés. En 1776 Carlos III le nombró vocal de la Real Junta de Comercio e inspector general de fábricas de seda de Valencia. Su fama y trascendencia social creció al punto de ser reconocido como prohombre valenciano y recibir el nombramiento de alcalde de barrio. En 1777, ya en el ejercicio de sus funciones, habrá de enfrentarse a una disposición que ordenó cumplir Carlos III, por la cual los pirotécnicos y coheteros quedaban sin empleo y suprimida su actividad por encontrarla peligrosa. De la noche a la mañana, decenas de valencianos perdían su único modo de vida y Joaquín María Fos encontró la manera de buscarles un empleo a cambio de que realizaran un servicio social esperado y demandado. Fue así como en 1777, nacía el Cuerpo de Vigilantes Nocturnos que imitó a los pocos años Vitoria y Toledo, con el encargo de rondar por las calles desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana, atendiendo a quienes lo necesitaran y evitando escándalos y hurtos.

Poco a poco las ciudades españolas se dan cuenta de la utilidad de estos personajes; es lo que viene a ocurrir en Murcia, cuando el 1 de octubre de 1785 se organice un Cuerpo de Vigilantes nocturnos que en aquella remota fecha está constituido por cuatro serenos que actúan en el barrio murciano de San Bartolomé y al poco de su cometido, el Cabildo Municipal se da cuenta que la delincuencia y las denuncias sobre comisión de faltas había disminuido ostensiblemente, de forma que en menos de un mes empieza a aumentar el número de serenos, llegando a 11 el 1 de noviembre de 1785. Los ejemplos de Valencia, Murcia, Toledo o Cádiz van cundiendo por la geografía española y provocan que el Rey Carlos IV amplíe las competencias del vigilante nocturno y sume a sus funciones, las de encargados de encender el alumbrado público, de suerte que emite una Real Orden en 1797 para el “Cuerpo de Serenos/Faroleros”. Esta ley delimitó y especificó las funciones, atribuciones, número de pagas y mantenimiento del servicio de los serenos, a la vez que sirve de institucionalización del cuerpo, algo que llegará en 1834. 

El Reglamento de Serenos-Faroleros del 16 de septiembre de 1834 sirvió en un primer momento para los vigilantes madrileños, haciéndose luego valedero para todo el territorio nacional. Lo primero que hace es estructurar jerárquicamente a sus trabajadores, al mando de un “inspector” que se vería auxiliado por “celadores” y cerrando la pirámide laboral, los serenos/faroleros ordinarios. Eran los celadores los que pasaban revista y distribuían el material de trabajo, otorgando al particular cuerpo un carácter marcial y severo. Entonces, el sereno ordinario cargaba con su voluminoso equipo compuesto por escalera, cadena y candado... La aceitera de media arroba (unos 8 litros) era imprescindible para atender sus tareas de “encendido del alumbrado” y no faltaban bayetas y similares que ayudaran a limpiar los cristales de las farolas; provistos de un chuzo o pica, podían defenderse e imponer la seguridad en las oscuras y nocturnas calles de su ruta, mientras que el farol de mano en caso de travesías mal iluminadas y el pito colgado del cuello completaban un atuendo, que nació y murió elegante y distinguido: levita de paño, una esclavina larga, y un sombrero acharolado.

Los serenos, desde 1840, están como mínimo en todas y cada una de las capitales de provincia españolas. Hubo poblaciones que por dimensión, se pudieron permitir la presencia aplaudida de éstos españolísimos vigilantes, que en 1865 sufrirían el primer varapalo cuando empezaron a sustituirse las antiguas farolas dieciochescas por las de gas. Pero entonces, a sus atribuciones sumaron las de acompañar a los vecinos que transitaban tarde por las calles al portal de la vivienda, que abrían con su propio juego de llaves, disponiendo así de la posibilidad de abrir las puertas de todo el vecindario. Eran tiempos en los que a España no habían llegado los porteros comunitarios y en los que las horas eran dichas con puntualidad caballeresca, en tanto se podía oír por las calles aquello de “¡las tres y cuarto y nublado”!, aunque seguro, lo que más repetían en una tierra dominada por el clima mediterráneo era aquello de “¡las doce en punto y sereno!”, que les bautizó para siempre. 

El pito del sereno... Expresión que recuerda cuando alguien no es tomado en serio. Porque por más que nuestros desaparecidos personajes hicieran sonar su “arma” más habitual, no siempre (por no decir en rara ocasión) se les hacía caso. Y sirvieron para dar forma a otra expresión popular y castiza. Pero hay quienes nos recuerdan, que era sosegadamente tranquilizador asomarse a la calle y contemplar que alguien velaba los sueños del vecindario. 

Y en 1977, se fue el último de ellos en una España de mayor número de policías, vigilantes jurados y porteros de librea....


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