Primer Concilio de Letran
A lo largo de la historia de la Iglesia católica la ciudad de Letrán ha sido la sede de cinco concilios ecuménicos.
Primer Concilio de Letrán
Primer
concilio ecuménico (universal), celebrado por la Iglesia de Occidente.
La asamblea tuvo lugar entre los días 18 al 27 de marzo del año 1123, en
la basílica de San Juan de Letrán de Roma, a instancias del papa
Calixto II. El número de prelados parece que sobrepasó los 300, entre
obispos y abades. El objetivo del concilio era el de establecer la paz
entre el Papado y el Imperio, basándose en planteamientos de mutua
tolerancia, tomando como ejemplo la figura del papa Gregorio VII. Con
este concilio se puso fin a la “querella de las investiduras”, que había
convulsionado a Europa hasta el momento.
Entre los siglos IV y IX se celebraron los ocho primeros concilios ecuménicos de la Iglesia católica. Estos concilios fueron todos orientales, tanto por el lugar donde se celebraron como por la naturaleza de los prelados. El Papado siempre estuvo ausente, aunque fue representado mediante legados. En todos estos concilios se puso la base teológica y doctrinal de la Iglesia. Sin embargo, los concilios ecuménicos de la cristiandad medieval tuvieron otras características bien distintas: se celebraron todos en Occidente; la temática era muy diferente ya que, más que sobre cuestiones teológicas, deliberaron de ordinario sobre asuntos disciplinares relativos a la vida cristiana del clero y de los fieles; y, por último, todos estos concilios estuvieron presididos por el propio papa, como convenía a una época en que el Pontificado romano asumía el ejercicio directo de la potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal. Entre los años 1123 y 1312 se celebraron siete concilios, lo que da una idea clara de la extraordinaria intensidad que vivió la Iglesia Occidental. La causa de este resurgir conciliar estuvo en la gran labor de reforma llevada, a mediados del siglo XI, por los llamados papas pregregorianos.
Gracias al impulso del papa Gregorio VII, los
sínodos de prelados resurgieron por toda la Cristiandad latina,
reuniendo alguno de ellos más de 100 obispos. Pero ninguna de estas
asambleas episcopales fue considerada como ecuménica. Habría que esperar
al siglo XII para que se celebrase el primer concilio ecuménico de la
Iglesia latina occidental.
Cuando en el año 1119 subió al solio pontificio Calixto II, éste enérgico pontífice tuvo que enfrentarse a la llamada lucha por las investiduras, asunto que venía enfrentando al Papado y al Imperio germánico. Con Calixto II se llegó por fin a una solución, después de medio siglo de violencia, excomuniones y polémicas doctrinales por ambos lados. El fondo de la cuestión residía en ver quién de los dos poderes, declarados universales, ostentaba la preeminencia, o lo que se denominada en la época el Dominium Mundi. El Imperio, con el emperador Enrique IV, intentó inmiscuirse en los asuntos propios de la iglesia, nombrando e invistiendo, él mismo, a los prelados y obispos importantes de su dominio. Semejante injerencia interna iba en contra de los cánones de la Iglesia, además de menoscabar el papel de la propia Iglesia al no poder ésta controlar ni nombrar a sus religiosos, como mandaban las leyes del Derecho Canónico. Mientras que el emperador siguiera nombrando prelados, la Iglesia siempre se situaría en un plano de inferioridad con respecto del Imperio.
Gracias al empeño de los sucesivos papa con carácter resolutivo para defender sus intereses y al trabajo de ciertos canonistas, expertos en leyes, como Yvo de Chartres, el Papado pudo encontrar una posición fuerte y legal para enfrentarse con el Imperio en la lucha por las investiduras. El problema demandaba una solución rápida y contundente, por cuanto que, imitando al propio emperador, muchos monarcas actuaban del mismo modo, invistiendo ellos mismos a sus prelados, con el consiguiente desprestigio para la Iglesia, causando un daño gravísimo para la economía papal, pues estos prelados, al deber su posición al rey o emperador, le devengaban bienes y dinero producidos por sus cargos eclesiásticos.
La primera piedra para solucionar el problema la puso el papa Pascual III, en el año 1111. Pascual III propuso al emperador germánico la renuncia por parte de los obispos germánicos a todas las regalías ajenas a su cargo a cambio que éste renunciase a cualquier intervención en los nombramientos eclesiásticos. Esta propuesta fue radicalmente rechazada por los propios obispos alemanes ya que con esta medida perdían su condición de grandes príncipes seculares. Por fin, la solución se encontró bajo el pontificado de Calixto II. Éste, en vista de que el emperador alemán, Enrique V, persistía en su deseo de investir a sus propios prelados, le excomulgó. Esta medida pronto dio sus resultados, puesto que el emperador alemán se tuvo que enfrentar a una importante presión de los príncipes electores alemanes. Enrique V, al encontrarse fuera de la comunidad cristiana, no tenía derecho alguno a recibir el homenaje vasallático y de sumisión de sus súbditos, por lo que su posición de poder se encontró seriamente amenazada. La única solución se encontraba en la reconciliación con el papa Calixto II, para que éste le levantara la excomunión. A tal efecto, Enrique V envió emisarios al papa pidiéndole una reunión entre ambos para resolver sus diferencias. Calixto II aceptó gustoso el ofrecimiento y, el 23 de septiembre de 1122, se convocó la dieta de Worms, a la que acudieron tres cardenales en representación papal. De esta dieta salieron dos documentos sellando la paz entre ambos. En el primero de ellos, el emperador renunciaba a las investiduras per annulum et baculum (por el anillo y el báculo), dejando plena libertad a las iglesias respectivas la elección y consagración de los obispos. También se comprometió a restituir al Papado todos los bienes y posesiones que le había sustraído. En el segundo documento, conocido como el Edictum Calixtinum, el papa estableció la norma a seguir para la elección de prelados, los cuales serían escogidos por el procedimiento que establecía el Derecho Canónico. Calixto II permitió que en los territorios imperiales, la elección de prelados se hiciese en presencia del emperador o de legados de éste, pero sin que se produjesen actos de violencia, imposición o de simonía (venta de cargos eclesiásticos). También permitió que el emperador eligiese un candidato adecuado en casos de dudas o situaciones controvertidas, siempre conforme a la fórmula de la sangro pars y siguiendo el parecer del metropolitano y de los obispos provinciales. Con la firma de estos dos documentos, la larga y enconada lucha por las investiduras que se había entablado entre el Papado y el Imperio, desde los días de Gregorio VII, se dio por terminada.
Con la paz interna restablecida en la Iglesia latina y con el poder papal reforzado al máximo, Calixto II quiso confirmar los acuerdos de Worms con la celebración en un concilio general. Con este propósito convocó en Roma la asamblea, reanudándose así la serie de asambleas generales de la Iglesia, la última de las cuales se había reunido en Constantinopla, en el año 869, antes del Cisma entre las dos Iglesias: la occidental y la oriental.
El concilio se inauguró en la basílica lateranense, el 18 de marzo de 1123, tercer domingo de Cuaresma, con una magnífica concurrencia de prelados, venidos de diversas naciones. Durante las sesiones, los documentos del tratado de Worms fueron presentados y leídos a los asambleístas para que éstos aprobasen el tratado, el cual fue ratificado por unanimidad. Seguidamente se redactaron 25 cánones, renovando en gran parte, disposiciones anteriores: la prohibición de las prácticas de simonía; la observación de la Tregua de Dios, que había sido proclamada en Clermont, en el año 1095 por el papa Urbano II; la remisión de las penas temporales para los cruzados, además de garantizarles la posesión de sus bienes mientras estuviesen luchando en Tierra Santa; la excomunión fulminante para las acciones de pillaje contra los indefensos peregrinos. Otros cánones se referían a un variado tipo de asuntos como: la colación de las órdenes y la administración de los otros sacramentos, así como la atribución de las distintas funciones eclesiásticas. También se dirimió las cuestiones de preeminencia entre las sedes inglesas de York y Canterbury, y se promulgó un decreto a favor de la cruzada española.
Aunque el concilio lateranense acabó con las sangrientas luchas entre el Papado y el Imperio por la preeminencia en el occidente medieval, los acuerdos establecidos no resultaron tan satisfactorios como podía esperarse. Los monarcas y emperadores alemanes siguieron influyendo poderosamente en el acto de la elección de los prelados. No obstante, por la lista de asuntos que se trataron y por la participación masiva de los prelados, este concilio creó toda una tradición conciliar dentro de la Iglesia Latina.
http://www.enciclonet.com/articulo/concilio-de-letran/
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