jueves, 2 de enero de 2020

LIBRO DEL TESORO,BIBLIOTECA NACIONAL DE RUSIA (SAN PETERSBURGO)



Obra enciclopédica de Brunetto Latini , hombre político florentino, poeta, historiador y filósofo, maestro y amigo de Dante. Escrito en Francia, en francés, durante el exilio del autor (1260-1267). Se compone de tres libros: el primero comienza con la historia bíblica, la historia de Troya, Roma y la del Medievo, seguidas de una historia natural donde se recopila una extensa información sobre astronomía y geografía. También trata en detalle algunas especies de animales y pájaros. El segundo libro versa sobre ética: recoge pensamientos de moralistas, clásicos y modernos, y estudia los vicios y virtudes propios de los hombres. El tercer libro, y la parte más original de esta obra, trata de cuestiones relacionadas con la política y el arte de gobernar que, según el autor, es la más importante y la más noble de todas las ciencias.

La miniatura de este códice es extremadamente rica y variada. La imaginación del artista es inagotable: los márgenes de 18 folios están llenos de numerosos arabescos y drolerías. Estas constituyen una de las series más evolucionadas, más interesantes y más antiguas de este género en la historia de la miniatura europea. Abundan también bestias, personajes grotescos y extraños, enanos que hacen todo tipo de diabluras; unos acróbatas hacen equilibrios y malabarismos, unos músicos tocan la trompeta, la flauta, la viola, la pandereta, el órgano y la gaita; aparecen pájaros, liebres, cervatillos, leones y unos perros a la caza del jabalí. Incluso se ha dibujado la creación de Eva.

Los trazos, realizados con pluma, reflejan una gran maestría. Las poses y los movimientos son a menudo hermosos y nobles. Las ilustraciones de la historia natural utilizan esquemas tradicionales que se remontan a los bestiarios de tradición románica.


Es importante señalar que las miniaturas del Libro del Tesoro (dejando aparte las marginales) no son un mero complemento: son ilustraciones directas del texto que reflejan el contenido del correspondiente capítulo o sección. Habi­tual­mente representan a la figura que se está describiendo, ya sea un personaje histórico o un animal fantástico del bestiario. 
Todas las escenas se desarrollan bajo arcos arquitectónicos, lo que determina ya un desmembramiento de la miniatura en zonas de composición: bajo un arco, el maestro; bajo otro, los alumnos. En la miniatura  (especialmente importante por su significado) el lugar de la acción está dividido en tres zonas por una arcada triple, en el centro de la cual se ha colocado al autor, y en los laterales a sus oyentes, los discípulos-clérigos. El autor, sentado de frente, se dirige al grupo de alumnos instalado a la izquierda pero apunta con el dedo índice de la diestra hacia la derecha, hacia un libro abierto que descansa sobre el pupitre y hacia los alumnos que se encuentran a este lado. De modo que, con un número relativamente pequeño de personajes, en esta escena se crea una sólida impresión de densidad así como la pomposidad adecuada para el comienzo de la obra.

La miniatura precede al capítulo "El reino de las mujeres" y representa los rasgos de los encantadores rostros de unas damas de la corte, de la propia reina de las amazonas y de los pliegues de sus vestidos,  que se combinan con el tosco tratamiento de sus manos, con unas palmas desmesuradamente grandes y torpes. En general, los miniaturistas no habían logrado resolver satisfactoriamente la forma de dibujar las manos, y este problema se evidenciaba todavía más cuando se trataba de la nada sencilla representación de unos dedos estrechando unos guantes. A este respecto hay que señalar que la reproducción de la imagen del cuerpo humano, tanto en las miniaturas de este manuscrito como en la mayoría de manuscritos de su misma época, estaba muy lejos de ser realista.
En los márgenes del folio  encontramos representaciones de juglares.

Uno de los temas bíblicos populares de los siglos xiii-xiv (el sueño o árbol de Jesé) que encontró su lugar en los manuscritos iluminados en vidrieras de colores y pinturas murales, tuvo también su reflejo en las ilustraciones del Libro del Tesoro . En la inicial y en las vidrieras de colores, los antepasados de la Virgen aparecen verticalmente en marcos ovalados entre las ramas de un árbol que brota del cuerpo de Jesé dormido, y toda la composición se corona en su nivel superior con las imágenes de la Virgen y de Cristo colocadas en sucesivos medallones. En el manuscrito petersburgués, este tema aparece resuelto de otra manera: la figura de Jesé profundamente dormido se extiende a lo ancho de todo el marco de oro. Los majestuosos antepasados de la Virgen y de Cristo se representan en forma de pequeñas cabezas coronadas colocadas alrededor del recuadro mirando hacia el centro, hacia la figura de la Madona en pie. Las diminutas cabezas, de tres cuartos, se inscriben en medallones redondos formados por las ramas entrelazadas del árbol de Jesé. La cabeza de Cristo, colocada sobre la figura de la Virgen, aparece en la misma pequeña escala que las cabezas de los reyes-antepasados, distinguiéndose tan sólo por un nimbo en forma de cruz.

La composición iconográfica de la Trinidad en el Nuevo Testamento, representada en el folio , es totalmente tradicional. Se basa en la ilustración del salmo 109 (Dixit Dominus Domino Deo meo) elaborada en el pasado y ampliamente extendida en numerosos salterios ilustrados del siglo XIII. Se reduce a la representación de Dios Padre sentado en un trono sosteniendo un crucifijo y el Espíritu Santo en forma de paloma. A esta composición se adosa la inicial C que contiene el busto de Cristo dando la bendición.

Siguiendo el texto de Brunetto Latini, la inicial del folio 22v abre la nueva historia cristiana, y las tres miniaturas siguientes están dedicadas a tres de sus episodios. Son la coronación de Carlomagno por el papa  y dos importantes acontecimientos para el güelfo Brunetto Latini que reflejan las relaciones entre la corte papal de Roma y el emperador Federico II de Hohenstaufen: el papa Gregorio enviando a sus mensajeros (y el papa Inocencio excomulgando a Federico .
Desde el punto de vista de la composición, las tres miniaturas están resueltas aproximadamente de la misma manera: a la derecha encontramos el papa sentado en un suntuoso trono, en el centro, una figura arrodillada (en esta escena, el emperador Carlomagno) y, a la izquierda, un grupo de caballeros, séquito del emperador en este folio.
Ninguna de las tres miniaturas es estática: los tres personajes aparecen extraordinariamente animados y expresan su actitud hacia el acontecimiento con gesticulaciones exageradas, comunes en las ilustraciones de los siglos XIII-XIV.

El medallón del folio representa a un sabio-clérigo que está junto a la cama de un enfermo examinando el contenido de una vasija . Esta escena, inscrita en un fondo de oro, está rodeada por círculo con­­céntrico que simboliza uno de los cuatro elemen­tos, a saber, el aire (éter), el agua, el fuego y la tierra y constituyen la naturaleza del hombre. Cada círculo está pintado según su naturaleza: el agua (elemento marino) de color verde y con peces nadando en ella; los cielos se representan con una cierta variedad de colores que van desde el azul intenso al celeste e incluso al blanco; la franja de color anaranjado vivo simboliza el fuego, mientras que la blanca (externa) representa el "quinto elemento" (la coquille), que según los enciclopedistas de los siglos xii y xiii, siguiendo a Aristóteles, envolvía a todos los demás elementos.
Las imágenes marginales del folio  representan a los simios combatientes que cabalgan sobre un ciervo y una cabra. Se­mejante vecindad –simio, le­chu­za, cabra- reúne a tres animales "impuros", lo que, evi­den­temente, era la intención del artista. La imagen totalmente realista de los simios, más exactamente de los macacos sin cola, muy conocidos en la Edad Media por los habitantes de las ciudades europeas, ocupa un lugar destacado entre las imágenes marginales, en particular en las escenas de caza y de duelo. El simio era el símbolo del vicio, y a veces incluso se le asociaba con el diablo. En los bestiarios, en el folclore y en los sermones de la iglesia, siempre se subrayaban sus in­cli­naciones: era loco, estúpido y vanidoso. Sin embargo, sus muecas, sus gestos y su habilidad para imitar al hombre atraían la atención: las personas adineradas criaban monas en su casa por diversión. La imagen de los simios se encuentra en capiteles de columna, en iniciales ornamentales e incluso en los márgenes de manuscritos, donde se les ofrecía la posibilidad de parodiar las acciones de los humanos.

Según los antiguos autores, había tres sirenas. Se las imaginaba con un cuerpo mitad de doncella, hasta la cintura, y mitad de pez, dotadas de alas y uñas, y cantaban extraordinariamente. Una de ellas cantaba con su voz, otra con flauta, y la tercera con lira; con su canto atraían a los navegantes, fascinados, que eran arrastrados al naufragio. Pero lo cierto es que las sirenas fueron unas meretrices que llevaban a la ruina a quienes pasaban, y estos se veían en la necesidad de simular que habían naufragado. Y dicen las historias que tenían alas y uñas, porque el amor vuela y causa heridas; y que vivían en las olas, precisamente porque las olas crearon a Venus y la lujuria nació de la humedad.
Por otra parte, en Arabia existen serpientes provistas de alas y llamadas sirenas, que aventajan a los caballos en la carrera, y además, según cuentan, también vuelan. Su veneno es tan poderoso que la muerte sobreviene antes de sentir el dolor de la picadura. 

El elefante es la bestia de mayores proporciones que se conoce. Sus colmillos son de marfil. Su hocico recibe el nombre de trompa probóscide, y es semejante a una serpiente. Con ella se lleva el forraje a la boca y por eso está armada con los colmillos; con ella tiene tanta fuerza que rompe cuanto golpea.
Dicen los habitantes de Cremona que el emperador Federico II llevó a Cremona un elefante que le había enviado el Preste Juan de la India, y que lo vieron golpear con la trompa un asno cargado con tanta fuerza que lo arrojó contra una casa. Y a pesar de tratarse de animales muy fieros, se amansan en cuanto son capturados. Pero jamás montará en una nave para cruzar el mar si su dueño no le promete que lo traerá de regreso.
 Y se le puede montar, y llevarlo aquí y allá, no con un freno sino con un garfio de hierro. Y es tan fuerte que se colocan sobre él torretas de madera y máquinas de guerra para combatir. Pero Alejandro Magno hizo construir contra ellos unas figuras humanas de cobre, llenas de carbones ardientes, de tal forma que, cuando los elefantes lo golpeaban, quemaban y destrozaban sus trompas, no volvían a acercarse por miedo al fuego.
Y sabed que están dotados de una gran inteligencia y memoria, pues observan la disciplina del sol y de la luna igual que los hombres. Y van juntos en gran multitud, por escuadrones, y el de más edad es el capitán de todos ellos; y el que le sigue en edad los guía y los azuza por detrás. Y cuando están en combate solo utilizan uno de sus colmillos, y guardan el otro por si lo necesitan; sin embargo, cuando van a ser vencidos, se esfuerzan en utilizar los dos.
 La naturaleza de los elefantes es tal que la hembra antes de los trece años y el macho antes de los quince ignoran lo que es la lujuria; e incluso entonces, son tan castos, que no hay entre ellos pelea alguna por las hembras: cada uno tiene la suya, a la que permanece unido durante todos los días de su vida, de tal modo que si uno pierde a su hembra o ella al macho, jamás vuelven a tener pareja, sino que van siempre solos por los desiertos.
 Y porque la lujuria en ellos no es tan caliente, que se unan como los demás animales, sucede, por aviso de la naturaleza, que ambos viajan hacia oriente cerca del Paraíso Terrenal, hasta que la hembra encuentra una hierba llamada mandrágora, de la que come; y a continuación se la da a comer al macho. Al punto, se calienta la voluntad de cada uno y se unen para engendrar. Paren solamente una cría, y no más que una vez en la vida. En cambio, llegan a vivir hasta trescientos años.
Cuando llega el momento del parto, la hembra se introduce en un lago, y el macho la vigila mientras está dando a luz, por miedo del dragón, que es enemigo de los elefantes y vive deseoso de su sangre, pues los elefantes la tienen más fría y en mayor cantidad que otra bestia del mundo. 
Y dicen los que lo han visto que la naturaleza del elefante es tal que si cae al suelo no es capaz de incorporarse, pues carece de articulaciones en las rodillas. Pero la naturaleza, que es sabia maestra de todos los animales, le enseña a pedir auxilio a gritos, y empieza a dar tantas voces que acuden todos los elefantes de la tierra, o al menos doce, y todos ellos gritan a la vez hasta que viene un elefante muy pequeño, que coloca su boca bajo el caído y lo levanta.

Los perros nacen ciegos pero al cabo de unos días cobran la vista, según el orden de la naturaleza. Y, si bien el perro quiere al hombre más que ningún otro animal, en general no conoce a las personas extrañas, sino solamente a aquellos con los que vive. Y atiende por su nombre y reconoce la voz de su dueño.
Curan sus heridas con la lengua. A menudo vomita la comida, y después vuelve a ingerirla. Cuando lleva carne u otra cosa en la boca, y cruza por algún charco o corriente de agua y ve en su reflejo aquello que lleva, deja lo que tiene por lo que ve, que no es nada.
Debéis saber que del cruce entre lobos y perros nacen unos perros muy fieros. Pero los más fieros de todos nacen del cruce de tigres con perras, pues son tan feroces y veloces que parecen diablos. Los demás perros, los domésticos, son de distintas variedades. Hay perros pequeños, buenos guardianes de la casa. Hay perros chatos, buenos para las habitaciones de las mujeres y las doncellas. Y, si han sido engendrados de padres pequeños, se les puede criar mientras son jóvenes con poca comida, en una olla pequeña o en cualquier recipiente pequeño, y serán tan pequeños que serán una maravilla. Se les debe tirar a menudo de las orejas hacia abajo, para que sean largas, pues son más hermosos cuando les cuelgan las orejas.
Otra variedad son los perros podencos, con las orejas colgantes por naturaleza. Conocen por el olor a las bestias y a las aves, y son muy sagaces para la caza, de la que reciben mucho placer. Por eso se les debe querer mucho y guardarlos de mal acoplamiento, pues el sentido del olfato le viene a los perros por su linaje. Por eso dice el proverbio que el perro caza por naturaleza.
Otra variedad son los lebreles, a los que también se llama seguidores, porque siguen a la bestia hasta que la matan. Algunos se aplican a aquello que aprendieron en su juventud: unos cazan ciervos y otras bestias salvajes, otros cazan liebres y nutrias y otras bestias que viven en las aguas. Otros son perros galgos, muy ligeros para correr y ágiles en apresar las bestias con la boca. Otros son perros mastines, muy grandes, fuertes y valientes, que dan caza a los osos y a los jabalíes, a los lobos y a todas las bestias grandes; atacan fieramente incluso a los hombres.
Y leemos en las historias antiguas que un rey fue preso por sus enemigos, y que sus perros reunieron una gran manada con otros perros y que se pelearon tan duramente contra quienes tenían prisionero al rey que consiguieron liberarlo por la fuerza. No hace mucho, en la Champaña, se reunieron todos los perros de aquella tierra en un lugar donde se pelearon tan encarnizadamente que ninguno de ellos escapó de la muerte; todos los de la región murieron.
Y como el libro dice que los perros aman al hombre más que ningún otro animal, voy a contaros algunas historias de las que nuestros maestros explican en sus libros. Sabed que cuando mataron a Iaso de Licia su perro no quiso comer nada en absoluto, y se dejó morir de dolor. Cuando echaron al fuego al rey Lisímaco por el crimen que había cometido, su perro se tiró al fuego con su dueño y se dejó quemar con él. Otro perro entró en prisión con su amo, y cuando el dueño fue echado al río Tíber, que pasa por Roma, el perro se tiró tras él, y llevó el cuerpo por el río mientras pudo. 


Las ilustraciones de los capítulos sobre ani­males de este códice son pequeñas, al es­ti­lo de las que se encuentran desde mediados del siglo XIII en lujososro­man franceses y bestiarios en lengua vernácula. Solo uno de los animales, el león, recibe una capitular decorada de gran tamaño con extensiones flo­ridas. Para todas las demás ilustraciones la capi­tu­lar es una letra pequeña de oro con relleno de filigrana blan­ca y sobre un fon­­do de color. Los animales están pintados en to­­nos naturales de pardo y gris que contrastan con el vivo colorido de las figuras humanas y los árboles. Todo ello se representa sobre un fondo diapreado en azul y minio. 
Veintiuna composiciones, de mamíferos en su ma­yo­ría, aluden a una historia na­rra­da en el texto. Las de­más se li­mitan a mostrar al animal sobre tierra o agua, se­gún co­rresponda; las aves de pre­sa, sobre una alcándara. Seis de las miniaturas con con­te­ni­do na­rra­tivo presentan un di­se­ño típico de las ilus­traciones de bestiario. Ve­mos, así, el ca­­­­chalote, el avestruz, el castor, el elefante, la mo­na y la ti­gre­­­­sa  en­­ga­­­ñada con es­­­pe­­­­­jos mien­­tras un hom­­bre sale co­­rrien­­­do con su ca­­­cho­rro. Es­ta última es interesante, pues en casi todos los demás ejemplos de esta escena que se conocen el hombre va a caballo.
Además de figurar en las miniaturas insertas del artículo específico de la sección de «historia natural» , los simios están representados bien como figuras aisladas en el ramaje de la ornamentación, bien como personajes de algunas escenas. Básica­mente son escenas del ‘mundo al revés’, en las que los simios imitan las ocupaciones y diversiones de las personas.

Los monos son unos animales a los que les gusta imitar todo lo que ven hacer a los hombres. Se sienten alegres cuando hay luna nueva, y con la luna llena y menguante se entristecen y se llenan de gran melancolía. Y sabed que la hembra pare siempre dos hijos. Quiere muchísimo a uno de ellos, pero detesta al otro. Cuando aparece el cazador por la selva, aferra al que más quiere contra su pecho sujetándolo con los brazos, y lleva al que aborrece colgado a la espalda, cogido por el cuello con los brazos.
Cuando ve que los cazadores están cerca y no podrá escapar, por el miedo que siente de morir, suelta al hijo que más quiere, al que tiene en sus brazos. Y el otro se aferra tan fuertemente al cuello que su madre que su madre no puede desembarazarse de él y, quiera o no, debe llevarlo a cuestas. Y así la madre y el hijo menos amado escapan del peligro de los cazadores. Dicen los etíopes que en su tierra existen monos de distintas variedades, pero el libro no va a decir más de lo que ha dicho.

Para realizar las miniaturas de estas últimas secciones de la obra de Brunetto Latini, cuyo contenido versa básicamente sobre problemas ético-morales, los artistas recurrieron a los procedimientos que habitualmente usaban los miniaturistas medievales. De este modo, las miniaturas representan al autor como si de un maestro se tratase, instruyendo a sus discípulos clérigos. Todas estas escenas se desarrollan bajo arcos arquitectónicos, lo que determina ya un desmembramiento de la miniatura en zonas de composición: bajo un arco, el maestro; bajo el otro, los alumnos.


 Traducción del texto original de Brunetto Lattini en el Bestiario del Libro del Tesoro (ca. 1230-1294)

Conservado en la Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo  
I.P Moretsova, Instituto Estatal de Investigaciones para la Restauración (GosNIIR) 











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