jueves, 16 de enero de 2020

FEDERICO GARCIA LORCA Y EL ROMANCE DE LA LUNA



La luna vino a la fragua 
con su polisón de nardos. 

El niño la mira mira. 

El niño la está mirando.

En el aire conmovido 
mueve la luna sus brazos 

y enseña, lúbrica y pura, 

sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna. 
Si vinieran los gitanos, 

harían con tu corazón 

collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile. 
Cuando vengan los gitanos, 

te encontrarán sobre el yunque 

con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna, 
que ya siento sus caballos. 

Niño déjame, no pises, 

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba 
tocando el tambor del llano. 

Dentro de la fragua el niño, 

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, 
bronce y sueño, los gitanos. 

Las cabezas levantadas 

y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya, 
ay como canta en el árbol! 

Por el cielo va la luna 

con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran, 
dando gritos, los gitanos. 

El aire la vela, vela. 

el aire la está velando.




Este texto correspondiente al Romancero gitano de García Lorca es un claro exponente de la personalísima simbiosis entre tradición y vanguardia que caracteriza al poeta andaluz. Así, valiéndose de los elementos de un molde claramente arraigado en nuestra lírica (el romance ), los reelabora y recrea logrando encarnar de manera sugerente algunos de los temas, obsesiones y símbolos más representativos de su obra.
En síntesis, el poema nos cuenta una sencilla y conmovedora historia: la muerte de un niño gitano en una noche de luna llena. Ahora bien, en García Lorca es casi una constante la fusión entre realidad y mito, de modo que se puede decir que la realidad se transustancia en el mito de una forma original y atractiva. De esta manera, la anécdota se diluye en un confuso y abigarrado mundo de sensaciones que enlazan con lo primigenio y eterno: el ancestral temor ante la muerte. Lo que queda tras la lectura es, fundamentalmente, la impresión de lo fatal.
Al leer los ocho primeros versos nos encontramos con una escena llena de vida: es de noche, estamos en una fragua y un niño contempla embelesado la llegada de la luna:

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura
sus senos de duro estaño.

Como podemos advertir, el poema comienza con una prosopopeya mediante la cual la luna, dotada de atributos femeninos y ataviada anacrónicamente con un polisón, se presenta en la fragua, es decir, en el ámbito de los gitanos. El polisón de nardos constituye una original metáfora preposicional, puesto que los nardos metaforizan la blanca y brillante luz de la luna.
No debe de pasarnos inadvertido el típico fenómeno lírico de la repetición de una palabra (la mira, mira) en abierta consonancia paradigmática con el título "Romance de la luna luna". Dicha repetición, tan característica de las canciones de corro, no sólo impregna la escena de un halo ingenuo e infantil, sino que potencia asimismo el aspecto durativo de la perífrasis siguiente: la está mirando.
En cuanto a la caracterización de los personajes, se opone la actitud activa de la luna frente a la pasiva y contemplativa del niño, lo cual anticipa lo que va a ser el desarrollo y desenlace del romance.
Sabemos que para Lorca la luna es símbolo de muerte, pero al principio de la composición no nos muestra todavía su guadaña. Aparentemente esta bella luna es diferente de esa luna negra de los bandoleros de la Canción de jinete o de aquella luna menguante que pone cabelleras amarillas del Muerto de Amor. Esta luna sensual y seductora realiza cual "bailaora" gitana una suerte de danza provocativa en la que agita los brazos y muestra el busto igualmente metaforizado por la fórmula "a de b": senos de duro estaño.
En la doble adjetivación lúbrica y pura encontramos un fenómeno antitético, ya que fonéticamente los dos vocablos constituyen una rima interna en asonancia que a su vez nos remite al título (luna), creándose así una afinidad en el plano de los significantes muy evidente, mientras que los significados establecen en principio una clara oposición entre pureza y lubricidad, paradoja que se resuelve si reconocemos que la lubricidad es pura por ser instintiva.
También salta a la vista la personificación del aire que parece hacerse eco de la conmoción que experimenta el niño y que a su vez constituye un presentimiento del drama que se avecina:
A partir del verso noveno asistimos al tenso diálogo entre el niño y la luna:

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
– Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
– Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
– Niño déjame, no pises
mi blancor almidonado.



El duelo dramático entre ambos personajes queda reforzado por las respectivas advertencias de muerte que, curiosamente en los dos casos, aluden a esa tercera entidad que son los gitanos:

Niño...Si vinieran los gitanos... (verso 10)
Luna.. Cuando vengan los gitanos... (verso 14)

Una sutil diferencia del modo verbal nos indica de antemano que va a ser la luna la vencedora: frente al carácter hipotético de la amenaza del niño (si vinieran los gitanos)
( La luna)mujer replica usando una fórmula que no deja lugar a dudas: cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque...
Observemos cómo en ambos casos se recurre a un eufemismo al hablar de la muerte:
Niño... harían con tu corazón.... collares y anillos blancos.
Luna... te encontrarán sobre el yunque... con los ojillos cerrados.

Los collares y anillos a los que alude el niño remiten a esa circularidad que en García Lorca siempre conduce a la muerte. Por el contrario, el diminutivo ojillos en boca de la luna encierra toda la indefensión y desvalidez del niño que va a morir.
El niño insta a la luna para que huya ante la inminente llegada de los gitanos adultos, puesto que ya se oye el galopar de sus caballos. Pensemos que el caballo en Lorca tiene siempre un valor simbólico masculino y sexual que no debe pasar inadvertido en esta especie de drama edípico que está desarrollándose.
La réplica de la luna nos muestra a un ser aristocrático, distante, seguro de sí. La expresión blancor almidonado es de gran densidad retórica, ya que naturalmente lo almidonado no es el blancor sino el vestido de la luna, de modo que tenemos un caso de sinestesia en que el elemento visual y el táctil se funden.
A partir del verso 21 comienza a vislumbrarse el desenlace de este duelo en plata y negro:
 jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.



Como podemos observar, el diálogo se ha truncado dramáticamente y pasamos de nuevo al tono narrativo del comienzo.
La primera de estas estrofas obedece a un tipo de composición muy cinematográfica, conforme al procedimiento de montaje o yuxtaposición de planos o secuencias que suceden en tiempos o lugares distintos. Así, salimos del recinto al exterior para presentar también al jinete de forma individualizada, lo cual podría interpretarse como la concreción individual de ese impulso colectivo masculino y adulto cuya inminencia ha sido anunciada por el niño. De nuevo tenemos una metáfora preposicional muy gráfica: tocando el tambor del llano. Otra vez, recurriendo a la técnica del montaje cinematográfico, aparece el plano del interior. El narrador para contar que el niño yace muerto, se limita a repetir las palabras de la luna, sólo que utilizando el término ojos en lugar de ojillos, es decir, neutralizando el valor estilístico del diminutivo.
Mediante la bellísima metáfora apositiva bronce y sueño referida a los gitanos, estos dos adjetivos tan dispares se unen y escapan a su valor meramente denotativo para expresar un aspecto material (el bronce metaforiza el color de su piel) y otro inmaterial (el sueño alude a su condición mágica). Igualmente, la dureza del metal frente a la inconsistencia de los sueños podría interpretarse como el contraste entre esa poderosa fachada y el radical desamparo que se oculta tras ella. Esta metáfora parece reforzarse en los dos versos siguientes con la doble cláusula absoluta que cierra la estrofa: las cabezas levantadas de esa raza orgullosa y altiva contrastan con los ojos entornados y enigmáticos que no quieren ver la realidad. Así:


bronce / sueño (verso 26)
cabezas levantadas / ojos entornados (versos 27-28)



De nuevo un corte seco nos lleva a un aserto de naturaleza puramente lírica. La zumaya es el ave nocturna de canto intermitente al que aquí parece otorgarse un valor ominoso, de mal agüero, y en ese ¡ay! parece descargarse toda la tensión del discurso.
Los versos en que vemos al niño por el cielo constituyen una dulce estampa maternofilial que contrasta vivamente con la idea de la muerte del niño. La luna-mujer-muerte-madre se ha llevado al niño a otro espacio, al espacio de la indefinición. Por eso no dice con el niño, sino con un niño. Siguiendo un proceso gramaticalmente contradictorio se ha pasado de la definición a la indefinición.
Los cuatro últimos versos constituyen el epílogo de la historia. En ellos se omite mediante una elipsis narrativa la llegada de los gitanos y se describe directamente la desolación que los aflige por la muerte del niño y que se expresa con violencia por medio del llanto.
El poema culmina con dos versos enigmáticos e inquietantes extraídos de una copla popular en que el aire, de nuevo personificado, vela la fragua. Reparemos en cómo en estos dos versos, en clara consonancia con la repetición del principio (el niño la mira, mira...el aire la vela, vela), se cifra toda la ambigüedad del texto, ya que si al principio el aire se hacía eco de las connotaciones sensuales del ambiente, ahora es él el encargado de velar al niño muerto.
En definitiva,se ha podido comprobar cómo, al igual que en los mejores romances viejos, tenemos en éste de García Lorca una hermosa historia llena de sugerencias ante las que cualquier tipo de razonamiento lógico queda corto. No interesa tanto la anécdota como esa sensación agridulce que nos deja el poema, suspendido en un presente irreal y eterno. Una vez más, Lorca nos recrea el eterno conflicto de la noche del hombre.
El poema ha de enfocarse como ejemplo del fértil maridaje entre tradición y vanguardia que distingue, no sólo a García Lorca, sino a otros poetas del 27. Así, es fundamental que  comprendamos cómo se ha operado en este caso desde una forma y un modelo tradicional (el Romancero viejo) para trascenderlo y expresar unos sentimientos inherentes al ser humano con un lenguaje innovador. Lorca evita el folklorismo fácil y recurre al mito y a la tragedia, uniendo en su romance la esencia de los tres grandes géneros literarios: el relato, el teatro y la poesía.










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