Heresiarca y obispo de Ávila nacido en
fecha y lugar desconocidos. Aunque algunas teorías apuntaban a que era
originario de Menfis (Egipto), actualmente se tiende a pensar que su
origen era galaico; murió en el año 385 en Tréveris, cuatro años después
de haber sido elegido obispo de Ávila. Impulsó un movimiento ascético
en las iglesias de la Península Ibérica a finales del siglo IV, conocido
como priscilianismo. Sus ataques contra la corrupción del clero le valieron la condena por parte de la Iglesia católica, que aprovechó su manifiesta simpatía hacia el ocultismo para condenar sus ideas y condenarle por brujería. Por orden del usurpador imperial Clemente Máximo,
fue decapitado en Tréveris en el año 385, bajo la acusación de
hechicería. Está considerado como el primer hereje de la Antigüedad,
oficialmente ejecutado por el brazo secular de la iglesia.
Algunas
investigaciones han apuntado la teoría de que la condena de Prisciliano
poco tuviese que ver con motivos religiosos y fuese motivada por
motivos políticos. Al parecer, Prisciliano provenía de una familia
terrateniente del noroeste peninsular y estaba al mando de una gran
comitiva armada de clientes, que fueron sus primeros seguidores y
también configuraban un nutrido ejército a su mando. La difícil
situación de la Península y del Imperio romano
en general, sumido en la anarquía; unido a las fuertes críticas
lanzadas por Prisciliano contra el poder imperial establecido, las
cuales tuvieron eco en la nobleza local, han hecho pensar a algunos
historiadores que Prisciliano pudo tomar partido en las luchas
intestinas del Imperio usando como fuerza armada a sus seguidores, y que
una vez derrotada su facción, Prisciliano fuese ejecutado por orden del
usurpador Clemente Máximo como venganza a su oposición.
Según Clemente de Roma, las primeras comunidades cristianas en la Península Ibérica fueron fundadas por San Pablo,
estas comunidades primitivas estarían localizadas en algunas de las
principales ciudades ibéricas, tales como Mérida, León, Astorga,
Zaragoza o Tarragona. En el siglo IV el cristianismo
se había extendido ampliamente por la Península y ante la avalancha de
conversiones la iglesia empezó a transigir en algunas de sus prácticas:
la idolatría
no fue especialmente perseguida; la castidad no era respetada entre el
clero; muchos sacerdotes paganos adoptaron el cristianismo al tiempo que
mantuvieron sus ritos ancestrales; se generalizó el bautismo entre los
paganos sin necesidad de recibir instrucción previa; los terratenientes
cristianos se negaron a perseguir el politeísmo por miedo a posibles
represalias, lo cual fue aceptado por la Iglesia; en el seno de la
comunidad cristiana la magia estaba muy extendida; ciertos movimientos
heréticos, de los cuales no se han conservado sus peculiaridades, se
extendían por el territorio; por último, la penetración del cristianismo
en la clase alta provocó problemas, pues empezaron a aparecer voces que
criticaban la riqueza de estos nuevos cristianos, máxime cuando algunos
de ellos fueron consagrados como obispos.
Esta situación se
agravó a partir del 357, cuando Potamio de Olisipo, Valente de Mursa y
Ursacio de Singidunum lograron que el anciano Osio de Córdoba aceptase el credo arriano.
En el concilio de Rimini del año 359 los obispos de occidente se
declararon en bloque arrianos, lo que provocó el primer cisma importante
de la Iglesia.
En esta complicada y caótica situación fue cuando
surgió la figura de Prisciliano, un seglar de rango senatorial poseedor
de una buena educación y, al parecer, plenamente convencido de la
doctrina cristiana primitiva. Prisciliano, imbuido de un fuerte espíritu
rigorista, llamó la atención de la Iglesia hispana con sus
predicaciones en contra de los desvíos de la Iglesia de su época; de la
corrupción y el vicio imperante entre el clero, en concreto en contra de
la riqueza y en favor de la vida espiritual; protestó contra la escasa
preocupación de la Iglesia ante los problemas de las clases más
desfavorecidas, así como por la complicidad de la Iglesia con los
poderes establecidos para mantener dicha situación. Instó a los
individuos consagrados a Dios a renunciar a sus riquezas materiales y a
estudiar la Biblia
como única medio posible para recuperar los valores del cristianismo
primitivo. Prisciliano defendió el celibato como medio de
espiritualidad, para él no eran compatibles el matrimonio y la
espiritualidad; el hombre ideal de Prisciliano es célibe, consagrado a
la pobreza y a la práctica del vegetarianismo para de ese modo
encontrarse más en sintonía con Cristo. Prisciliano invitaba a sus
seguidores a aislarse del mundo para que éste no interfiriese en su
comunicación directa con Dios. En definitiva, Prisciliano abogó por la
vida ascética, alejada del camino que estaba tomando la Iglesia de su
tiempo; es posible que este ascetismo de Prisciliano estuviese influido
por la ideología de Filón de Alejandría,
el gran filósofo judío del siglo I que vivió en Egipto, tierra con la
que a Prisciliano se le ha relacionado en repetidas ocasiones.
Un
factor que debe tenerse en cuenta para comprender el éxito de
Prisciliano es la existencia de una creencia según la cual en el siglo
IV llegaría el fin del mundo, por lo que se hacía urgentemente necesario
recuperar la pureza religiosa. Dicha creencia se basaba en la teoría,
muy extendida entre los cristianos, de que el Anticristo sería un hombre histórico, al igual que lo fue Cristo, y éste fue identificado con el emperador Juliano el Apóstata,
el cual había recuperado el paganismo y abjurado del cristianismo. Por
si esto fuera poco, Juliano trató en vano de reconstruir el Templo de
Jerusalén, lo cual según la tradición sería realizado por el Anticristo.
La muerte de Juliano en el 363 no hizo sino alimentar dicha creencia,
ya que tras el Anticristo, llegaría el verdadero Cristo y con él
acabaría el mundo. En éste ambiente apocalíptico, Prisciliano predicaba
la vida ascética, el retiro de los lugares mundanos donde el Demonio
ejercía su poder, recuperar los ideales de pobreza y la humildad
cristiana, por lo que no es de extrañar que su doctrina se extendiera
rápidamente.
Prisciliano no trató de crear una orden monástica
organizada en comunidades que viviesen bajo un regla y llevasen un
hábito distintivo; sus seguidores llevaban a cabo una vida ascética,
pero sin formar comunidades; no se apartaron de la Iglesia, más bien
trataron de integrar su movimiento en el seno de ésta, se trató de
reforma la organización ya existente no de crear una nueva. No obstante,
las enseñanzas de Prisciliano levantaron pronto los recelos de los
obispos allá donde sus tesis se habían instalado, la Península Ibérica y
parte de la Galia.
Las críticas lanzadas por Prisciliano contra
el poder establecido, le valieron el apoyo de las clases menos
favorecidas de la sociedad y garantizaron buena parte de su éxito, así
como un amplia repercusión como movimiento social de protesta y
resistencia ante las injusticias sociales. Prisciliano, con su idea de
igualdad entre hombres y mujeres, se ganó el apoyo del colectivo
femenino, pero esto fue aprovechado por sus enemigos para comenzar a
acusarle de hereje, al mezclar sus enseñanzas con el maniqueísmo y gnosticismo.
Actualmente está demostrado que Prisciliano carecía de este tipo de
influencias y que incluso rechazaba profundamente tanto el maniqueísmo
como el gnosticismo.
Según Sulpicio Severo,
la fuente de inspiración para la ideología de Prisciliano fue una dama
aristocrática llamada Agape y un tal Elpidio, ambos relacionados con el
maestro gnóstico Marco de Menfis. Pronto Prisciliano logró la adhesión
de los obispos Instancio y Salviano, ambos de Lusitania, lo que motivó
las preocupaciones de Higinio de Córdoba e Hidacio de Emérita (Mérida). Posteriormente, a estos dos se unió Itacio,
posiblemente obispo de Ossonuba (actual Estoi, Portugal). Ellos se
convirtieron en los mayores detractores de Prisciliano y su grupo; en
concreto, Itacio actuó como acusador de Prisciliano en su juicio, y pese
a que a última hora (cuando se dio cuenta de que la condena iba a ser a
muerte), trató de retractarse, pasó a la Historia como una figura
polémica que acabó por provocar la división de los obispos ibéricos y
galos. Estudios recientes han demostrado que Sulpicio Severo usó para
escribir su historia de Prisciliano, un libro anterior escrito por
Itacio, por lo que la veracidad de su relación con Marco de Menfis ha
sido puesta en duda, máxime cuando lecturas posteriores de la obra de
Prisciliano han demostrado que éste no compartía los principios del
gnosticismo. De igual modo, en la actualidad no se da certeza a la
afirmación de Itacio de que Marco de Menfis fuese originario de
tal ciudad, más bien parece que Itacio, atendiendo a la fama que dicha
ciudad tenía como enclave en el que se practicaba la magia, hizo a Marco
oriundo de Menfis para dar mayor credibilidad a su retrato de
Prisciliano como versado en hechicería.
En respuesta a las
predicaciones de Prisciliano, el 4 de octubre del año 380 se reunió en
Caesaragusta (actual Zaragoza) un concilio instigado por Hidacio de
Emérita e Higinio de Córdoba, aunque éste último finalmente no asistió a
la reunión. Parece ser que a última hora Higinio de Córdoba se dio
cuenta que dada la repercusión que había logrado Prisciliano, una
condena conciliar fragmentaría la iglesia hispana de forma irremediable,
por lo que sin llegar a apoyar a éste, optó por permanecer neutral, lo
que a la larga ocasionaría graves consecuencias. Al concilio acudieron
un total de doce obispos, entre los que se encontraban Febadio de Agen y
Delfino de Burdeos, ambos procedentes de Aquitania, Itacio de Ossonuba,
Audencio de Córdoba, Simposio de Astúrica y Valerio de Zaragoza. El
concilio de Zaragoza censuró casi todos los puntos defendidos por
Prisciliano, fundamentalmente los referente al ascetismo. Pero su
condena no fue especialmente grave, por lo que es de suponer que Hidacio
de Emérita, Higinio de Córdoba e Itacio de Ossonuba aún no habían
fraguado su plan para acabar con Prisciliano; dicho plan consistía en
acusarle de maniqueísmo, brujería y lascivia. La acusación de
maniqueísmo era especialmente grave, ya que este grupo era muy odiado
por la ortodoxia católica debido a su aceptación de los Evangelios Apócrifos y la doctrina de ellos desprendida. El concilio no llegó a condenar a Prisciliano debido, en parte, a la oposición del papa Dámaso I de que se condenase a personas ausentes al mismo sin el debido proceso.
Finalizado el concilio de Caesaragusta las relaciones entre
Hidacio de Emérita y Prisciliano se enturbiaron aún más, ya que un
seguidor de Prisciliano denunció a Hidacio ante la Santa Sede debido a
que éste convivía con su esposa y había engendrado descendencia. La
denuncia provocó un cisma en la diócesis de Emérita instrumentado por
Instancio y Salviano, los obispos lusitanos seguidores de Prisciliano.
Detrás de esta denuncia parece que estuvo la idea de Prisciliano de
eliminar a uno de sus más poderosos enemigos y a la vez colocar en la
poderosa diócesis de Emérita a alguno de sus colaboradores. La denuncia
provocó que Hidacio se decidiera a atacar formalmente a Prisciliano y
sus seguidores, para lo que aprovechó la consagración de éste como
obispo de Ávila.
Efectivamente, en el 381, meses después de que
finalizase el concilio de Caesaraugusta, la sede de Ávila (Abula) quedó
vacante. Instancio y Salviano se trasladaron allí y con el apoyo popular
consagraron a Prisciliano como obispo. Esta consagración era ilegal
según lo estipulado en el Concilio de Nicea,
pero parece ser que en la Península la doctrina del Concilio aún no se
consideraban plenamente válida, como lo demuestra el hecho de que ni
siquiera los opositores de Prisciliano elevasen queja alguna a este
respecto sobre su consagración. No obstante, los antipriscilianistas
trataron de invalidar el nombramiento basándose en que Prisciliano había
sido acusado de maniqueísmo, lo que automáticamente le convertía en un
falso obispo. Esta respuesta de los opositores a Prisciliano pone en
evidencia que en el concilio de Caesaraugusta realmente se condenó a
Prisciliano, pese a la oposición papal.
Con motivo de la
consagración de Prisciliano, Hidacio le acusó de denegar la salvación a
los cristianos casados, de sostener doctrinas patripasianas sobre Dios,
de mantener principios docetistas
sobre la naturaleza humana de Cristo, de estudiar los textos apócrifos
heréticos, de maniqueísmo y práctica de la magia, y por último, de
realizar enseñanzas indecentes. Por su parte, Prisciliano amenazó a
Hidacio con convocar un concilio que investigase la denuncia de
realizada por Instancio y Salviano. Ante la amenaza de una
investigación, Hidacio tomó la iniciativa y envió una carta al emperador
Flavio Graciano,
en la que denunciaba la existencia de elementos maniqueos en la
Península, pero sin especificar los nombres para evitar posibles
represalias. El emperador contestó a la carta de Hidacio ordenando la
inmediata expulsión de los maniqueos, tanto de sus cargos eclesiásticos
como del territorio imperial.
Tras la condena imperial, Prisciliano y sus seguidores tuvieron
que ocultarse y disgregarse. Ante esta grave situación, Prisciliano,
acompañada por Instancio y Salviano, marchó hacia Roma y Milán para
defender su causa. A su paso por Aquitania, se unió a la comitiva una
serie de mujeres, entre las que se encontraban la viuda del potentado
Acio Tiro Delfidio, Eucrocia, y su hija, Prócula. Los detractores de
Prisciliano acusaron a éste de dejar embarazada a la joven Prócula y de
convencerla de que se librara del hijo por medio de un aborto, ya que a
los priscilianistas se les acusaba de justificar estos medios. Pese a
que esta historia muestra poca fiabilidad, es evidente que Prisciliano y
sus seguidores mostraron muy poca prudencia, dada su complicada
situación, al aceptar la compañía femenina, que por otro lado, era
inevitable, ya que Prisciliano había predicado en favor de la igualdad
entre ambos sexos.
Una vez llegados a Roma se les negó la
audiencia personal con el papa, no obstante presentaron un documento
cuidadosamente elaborado, en el que mostraban la defensa de su ortodoxia
y la mala fe de Hidacio de Emérita en sus acusaciones. En Roma falleció
Salviano, con lo que Prisciliano perdió a uno de sus defensores más
leales. Tras el fracaso de su misión en Roma, Prisciliano e Instancio se
dirigieron a Milán con la idea de ser oídos en la corte imperial. Allí
tuvieron más éxito y lograron una carta del emperador por la cual se
anulaba la orden anterior y se permitía a Prisciliano y sus seguidores a
recuperar sus cargos y sede episcopales.
De regreso en la
Península y gracias a la autoridad que le había conferido la carta
imperial, Prisciliano acusó a sus anteriores detractores. El primero de
los acusados fue Itacio, el cual huyó a Tréveris ante el riesgo de ser
detenido por calumnias, un grave delito en la época. En estos momentos,
en los que Prisciliano parecía triunfar sobre sus enemigos, la escena
política sufrió un vuelco trágico para el obispo abulense; en el 383 el
comandante militar de las islas británicas, Magno Máximo, se sublevó
contra el emperador Flavio Graciano al que asesinó el 25 de agosto de
ese mismo año. El cambio de emperador supuso la caída de los amigos que
Prisciliano tenía en la anterior corte, que fueron sustituidos por otros
que dada su inestabilidad política buscaron el apoyo de la ortodoxia
para afianzar su poder, por lo que se dispusieron a atacar a todas las
herejías y disidencias, entre las que evidentemente se encontraba
Prisciliano.
El nuevo magister officiorum, Máximo,
influenciado por Itacio de Ossonuba, convocó un concilio en Burdeos para
tratar sobre Prisciliano y sus seguidores. En el nuevo concilio
Instancio fue desposeído de su sede, y Prisciliano, ante lo adverso de
la reunión, decidió tratar de apelar al emperador y alcanzar Tréveris, e
intentar allí, con ayuda del dinero de Eucrocia, comprar los apoyos
necesarios para salvar su causa. El traslado de Prisciliano suponía
evitar la sentencia eclesiástica para ponerse en manos de la justicia
imperial, lo que no era infrecuente en la época.
El juicio contra Prisciliano fue dirigido por el prefecto del
pretorio, Evodio; mientras Itacio ejerció de acusador. Para la fecha
exacta del mismo existe cierta controversia, ya que según la crónica de Próspero de Aquitania , éste tuvo lugar en el año 385 y en la ciudad de Tréveris, donde
también fue ejecutado ese mismo año; no obstante, según los escritos de
Hydacio , el juicio tuvo lugar en el año 385, pero la muerte de
Prisciliano ocurrió dos años más tarde. Por último, Gregorio de Tours nos da la fecha del año 384, tanto para el juicio como para la muerte.
En
el transcurso del juicio, y tras ser torturado, Prisciliano reconoció
su interés por los estudios mágicos, las reuniones nocturnas con
licenciosas mujeres y practicar la oración desnudo. Todo ello,
interpretado capciosamente, por la acusación suponía una demostración
del maniqueísmo del que se acusaba a Prisciliano. Por tanto, la primera
acusación de la que Evodio declaró culpable a Prisciliano fue la de
practicar magia, lo que en la época era asimilado a la profesión del
maniqueísmo. A la acusación de maniqueísmo, Itacio unió la de conducta
indecorosa, impropia de un obispo, para lo que utilizó la predicada
igualdad entre sexos por la que luchó Prisciliano. A ello se unió la
acusación de desorden moral por sus supuestas relaciones con Prócula y
por la historia del aborto de ésta. Todos los cargos juntos confirmaron
la acusación por brujería, delito que estaba castigado con la pena de
muerte.
Una vez dictada sentencia Prisciliano fue encarcelado a
espera de la decisión imperial, mientras que Itacio, consciente ahora de
que sus acusaciones habían provocado la condena a muerte de otro
obispo, se retiró del proceso, dejando su puesto a un abogado imperial.
En éste momento debemos mencionar el interés que Clemente Máximo tenía
en la condena de Prisciliano y por extensión de todos sus seguidores, ya
que esto le valdría para expropiar las tierras y posesiones de los
condenados y con ellas financiar su causa en la guerra civil en la que
estaba sumido el Imperio desde su insurrección en Bretaña.
Poco
más tarde del juicio, según la mayoría de los estudios, Prisciliano,
junto con algunos de sus seguidores más importantes, fue ejecutado y sus
seguidores perseguidos por todo el Imperio de Occidente, pese a lo cual
el priscilianismo se mantuvo durante siglos.
El Priscilianismo es una desviación heterodoxa del cristianismo
con una profunda raíz rigorista, uno de los primeros movimientos de
protesta contra la corrupción y el vicio del clero católico ortodoxo y,
también, contra el escaso celo mostrado por éstos ante la penosa
situación de las capas más desfavorecidas de la primitiva sociedad
latina. Debe su nombre al sacerdote Prisciliano,
un laico de familia nobiliaria de origen galaico, que fue elegido
obispo de Ávila en el año 381. Al parecer, Prisciliano poseía grandes
territorios en el noroeste peninsular y estaba al mando de una gran
comitiva (posiblemente armada) de clientes y colonos, que fueron los
primeros en convertirse al cristianismo gracias a la existencia de estos
vínculos. Lejos de circunscribirse al ámbito hispano, el priscilianismo
fue un movimiento con una honda repercusión tanto en el centro de la
península como en Lusitania y el nordeste, además de tener un importante
foco de adeptos en Aquitania y otras zonas del sur de Francia.
Precisamente sería en Tréveris donde Prisciliano sería ejecutado (385)
por orden del usurpador imperial Clemente Máximo, acusado de "maleficio y
hechicería".
La cuestión referente a la doctrina de Prisciliano continúa siendo bastante enigmática, pues, siguiendo la opinión de Emilio Mitre: "hay dificultades para distinguir entre lo que fueron sus objetivos religiosos y lo que sus discípulos trataron de poner en práctica" . En cualquier caso, sus principales escritos conservados revelan una total disconformidad con las conductas del clero de su época, tanto en lo referente a sus mundanas costumbres como a la gran predisposición que, en general, tenían todas las autoridades eclesiásticas a favor del orden social establecido. Precisamente este último aspecto ha sido estudiado por algunos historiadores, entre los que destaca Abilio Barbero, relacionando el amplio apoyo que las masas populares prestaron al priscilianismo con un movimiento social de protesta y resistencia, característico de casi todas las corrientes heterodoxas medievales.
Así pues, la predicación de Prisciliano
estuvo basada en la persecución de los clérigos que no se ajustaban al
rigor moral del cristianismo y en la solicitud de una vida ascética para
todos aquellos practicantes que lo desearan, lo que le valió la
enemistad de otros personajes importantes en el orden episcopal, como
fue el obispo Hidacio de Mérida.
El éxito del priscilianismo fue enorme, especialmente entre las masas
populares, que veían en Prisciliano un santo varón y que hallaban en sus
palabras de igualdad y caridad un pequeño consuelo a su pobre
existencia. Debido a este apoyo y, especialmente, al éxito que obtuvo la
predicación priscilianista de la igualdad entre el colectivo femenino,
sus enemigos comenzaron a acusarle de hereje, haciendo creer a las
autoridades que Prisciliano estaba impregnado de la Peste maniquea y gnóstica.
A pesar de que, como ya se ha indicado anteriormente, las acusaciones
llevaron a la muerte a su principal predicador, el priscilianismo
continuó siendo una de las principales acusaciones de los concilios
eclesiásticos, pues su extensión en gran parte del ámbito geográfico
citado continuó con más fuerza, si cabe, después de la ejecución de
Prisciliano, especialmente en la zona de Galicia, donde nació un
movimiento eremítico con la raíz ascética que predicaba el obispo de
Ávila y que, posteriormente, daría origen al primer monacato peninsular.
Hoy
día, gracias al descubrimiento de varios documentos y obras del propio
Prisciliano, podemos valorar con mayor rigor que sus coetáneos su
pensamiento. Por ello, se ha descartado casi totalmente la influencia
maniquea y gnosticista en el pensamiento rigorista del obispo de Ávila,
pues muestra un profundo rechazo de esas ideas; este descubrimiento,
unido a la participación en régimen de igualdad de las mujeres, ha dado
pie a pensar, para algunos historiadores, que el priscilianismo muestra
un entronque claro con prácticas religiosas mucho más antiguas
que el cristianismo, especialmente ritos matriarcales y la idea
religiosa céltica (recogidas ambas por la tradición galaica). Otro punto
importante es aquel que deriva de la extracción social de sus
practicantes, pues la mayoría de ellos se encontraron siempre
encuadrados en zonas rurales que habían sido levemente romanizadas y,
por ende, cristianizadas. La canalización del malestar social a través
de la religión no fue algo ajeno a las desviaciones heterodoxas de la
Alta Edad Media, con lo que se aseguró así el éxito de una idea, la
priscilianista, que aún era firmemente condenada en las disposiciones
del I Concilio de Braga (561), casi doscientos años después de la muerte
de Prisciliano. Por otra parte, la idea de una resistencia de la
nobleza hispana contra el Imperio romano también ha puesto en relación a
Prisciliano con la jefatura de uno de los ejércitos nobiliarios más
numerosos de la península en el siglo IV, donde tuvo que sufrir una
usurpación imperial que, a la postre, acabaría condenándole más por
razones políticas que religiosas.
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