La revolución de Grecia de 1821 surgió en el clima de las Revoluciones de 1820 pero tuvo un cariz muy distinto al de resto de países. Las diferencias entre la nación griega y el Imperio Otomano
eran más que evidentes, por lo que los griegos, encabezados por
Alejandro Ypsilantis y Dimitros Ypsilantis, proclamaron la independencia
de Grecia en 1822 en el teatro de Epidauro (Grecia)
.
Salida de Messolonghi de Theodoros Vryzakis
A partir de aquí se produciría una reacción en cadena. Por un lado, el Sultán del Imperio Otomano
se alió con Egipto para paliar la rebelión griega. Esto hizo que Reino
Unido, Francia y Rusia apoyasen militarmente a Grecia. Sin embargo, el
apoyo no fue suficiente, ya que estaban luchando prácticamente solos. El
motivo es que, aunque cuando estalló la revolución, Europa entera se conmocionó con las atrocidades realizadas por el Imperio Otomano,
los gobiernos de Francia y del Reino Unido desconfiaban de las
intenciones de Rusia y de la veracidad del conflicto. En resumen, las
primeras contiendas fueron matanzas otomanas que encontraron poca
resistencia por parte de los griegos.
El problema se agravó cuando la escisión
existente dentro de los dirigentes griegos, quienes no eran capaces de
formar un gobierno estable, se juntó con la intromisión egipcia a favor de los turcos. Parecía que todo estaba perdido, pero en 1827, contra todo pronóstico, los helenos consiguieron aprobar una Constitución republicana en la Asamblea Nacional.
Ese mismo año, las potencias europeas
acordaron intervenir en la zona de los Balcanes y eliminaron a la flota
turca el 20 de octubre de 1827. Aprovechando esta coyuntura, el
ejército francés se desplazó hasta Grecia para apoyar militarmente a los
rebeldes griegos. Mientras tanto, los rusos ejercían una importante
presión económica y militar que ahogaba a los turcos.
La situación era imposible de mantener, por lo que el Imperio Otomano pidió un tratado de paz. Este se consumó con la firma del Tratado de Adrianópolis en 1829,
que finiquitaba las guerras ruso-turcas y las posibles aspiraciones
rusas en el sureste de Europa. Además, el Imperio Otomano aceptó
conceder la independencia a Grecia y permitir el libre tránsito por los
estrechos del Bósforo y Dardanelos.
Pero en 1830, las aspiraciones republicanas griegas se frenaron en seco. Francia, Rusia y el Reino Unido suscribieron el Protocolo de Londres,
por el cual la Constitución griega se anulaba y la independencia de
Grecia dependía de su protección. Además, el territorio que los griegos
consiguieron fue bastante inferior de lo que aspiraban a lograr.
En definitiva, la independencia de Grecia fue un éxito relativo.
Aunque consiguieron deshacerse del yugo otomano, no fueron capaces de
disponer de un gobierno liberal, tal y como querían. La intromisión de
las potencias europeas les forzó a adoptar un sistema monárquico que
duraría varias décadas. En comparación con las demás Revoluciones de
1820, la de Grecia fue la más exitosa, ya que al menos lograron mantener su independencia frente al gran Imperio Otomano.
Max Theiler fue un virólogo estadounidense sudafricano. Fue
galardonado con el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1951 por su desarrollo de una vacuna contra la fiebre amarilla.
Theiler nació en Pretoria, la capital de la República de Sudáfrica,
su padre Arnold Theiler fue un bacteriólogo veterinaria de Suiza.
Asistió a Pretoria High School Niños, Universidad de Rhodes College, y
luego de la Universidad de la Escuela de Medicina de Ciudad del Cabo,
donde se graduó en 1918 - Abandonó Sudáfrica para estudiar en la Escuela
de Medicina del Hospital de St Thomas, del Kings College de Londres, y
en la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical Medicine. En
1922 fue galardonado con un diploma en medicina tropical e higiene y se
convirtió en la licenciatura del Colegio Real de Médicos de Londres y
miembro del Real Colegio de Cirujanos de Inglaterra. Theiler quería
seguir una carrera en la investigación, por lo que en 1922 se tomó una
posición en la Escuela de Medicina Tropical de la Universidad de
Harvard. Pasó varios años investigando la disentería amebiana y tratando
de desarrollar una vacuna de la fiebre por mordedura de rata. Se
convirtió en asistente Andrew Sellards y comenzó a trabajar sobre la
fiebre amarilla. En 1926 se refutaron la hipótesis de Hideyo Noguchi que
la fiebre amarilla era causada por la bacteria Leptospira icteroides, y
en 1928, demostraron que los virus africanos y suramericanos son
inmunológicamente idénticas. En el curso de esta investigación Theiler
mismo contrajo la fiebre amarilla, pero sobrevivieron y desarrollaron
inmunidad.
Después de pasar el virus de la fiebre amarilla a través de los
ratones de laboratorio, Theiler encontró que el virus debilitado
confiere inmunidad en monos Rhesus. El escenario estaba listo para lo
que Theiler para desarrollar una vacuna contra la enfermedad. Sin
embargo, no fue sino hasta 1937, después de la cepa particularmente
virulenta Asibi de África occidental había pasado por más de un centenar
de subculturas, que Theiler y su colega Hugh Smith anunció el
desarrollo de la vacuna 17-D. Entre 1940 y 1947 la Fundación Rockefeller
produjo más de 28 millones de dosis de la vacuna contra la fiebre
amarilla y finalmente terminó como una de las principales enfermedades.
Para este trabajo Theiler recibió el Premio Nobel 1951 de Fisiología o
Medicina.
Theiler recibió la Real Sociedad de Medicina Tropical y la Medalla de
Chalmers de Higiene en 1939, Medalla de adulación de la Universidad de
Harvard en 1945, y el Premio American Public Health Association Lasker
en 1949
.
La fiebre amarilla
Una vez contraído el virus y pasado el periodo de incubación
de 3 a 6 días, la infección puede cursar en una o dos fases. La primera,
aguda, suele causar fiebre, mialgias con dolor de espalda intenso,
cefaleas, escalofríos, pérdida de apetito y náuseas o vómitos.
Posteriormente, la mayoría de los pacientes mejoran y los síntomas
desaparecen en 3 o 4 días.
Sin embargo, el 15% de los pacientes entran a las 24 horas de
la remisión inicial en una segunda fase, más tóxica. Vuelve la fiebre
elevada y se ven afectados diferentes sistemas orgánicos. El paciente se
vuelve ictérico rápidamente y se queja de dolor abdominal con vómitos.
Puede haber hemorragias orales, nasales, oculares o gástricas, con
sangre en los vómitos o las heces. La función renal se deteriora. La
mitad de los pacientes que entran en la fase tóxica mueren en un plazo
de 10 a 14 días, y los demás se recuperan sin lesiones orgánicas
importantes.
El diagnóstico de la fiebre amarilla es difícil, sobre todo en
las fases tempranas. Puede confundirse con el paludismo grave, el
dengue hemorrágico, la leptospirosis, la hepatitis viral (especialmente
las formas fulminantes de hepatitis B y D), otras fiebres hemorrágicas
(la fiebre hemorrágica boliviana, argentina y venezolana y otros
flavivirus como el virus del Oeste del Nilo, el virus Zika etc.) y otras
enfermedades. Los análisis de sangre permiten detectar anticuerpos
específicos frente al virus. También se utilizan otras técnicas para
identificar el virus en las muestras de sangre o en el tejido hepático
obtenido en la autopsia. Estas pruebas requieren personal de laboratorio
con gran capacitación, y materiales y equipos especializados.
Poblaciones en riesgo
Hay 44 países endémicos en África y América Latina con un
total de 900 millones de habitantes en riesgo. En África hay 31 países
en riesgo, con una población estimada de 508 millones de habitantes. El
resto de la población en riesgo se encuentra en 13 países
latinoamericanos, entre los que destacan por su mayor riesgo Bolivia,
Brasil, Colombia, Ecuador y Perú.
Según las estimaciones de la OMS de principios de los años
noventa, cada año habría en el mundo 200 000 casos de fiebre amarilla,
30 000 de ellos mortales, y el 90% de ellos se producirían en África. En
un análisis reciente de fuentes africanas de datos que deberán
publicarse este año, las estimaciones fueron similares, pero con una
carga ligeramente menor de 84 000 a 170 000 casos graves y 29 000 a 60
000 muertes en África para el año 2013. Sin vacunación, dicha carga
sería mucho mayor.
En países libres de fiebre amarilla se produce un pequeño
número de casos importados. Aunque nunca se han notificado casos en
Asia, la región es una zona de riesgo porque existen las condiciones
necesarias para la transmisión. En los últimos siglos (XVII a XIX), se
registraron brotes de fiebre amarilla en América del Norte (Nueva York,
Filadelfia, Charleston, Nueva Orleans, etc) y Europa (Irlanda,
Inglaterra, Francia, Italia, España y Portugal)
.
Transmisión
El virus de la fiebre amarilla es un arbovirus del género Flavivirus
y su vector principal son los mosquitos, que transmiten el virus de un
huésped a otro, principalmente entre los monos, pero también del mono al
hombre y de una persona a otra.
Hay varias especies diferentes de mosquitos Aedes y Haemogogus
que transmiten el virus. Los mosquitos se crían cerca de las casas
(domésticos), en el bosque (salvajes) o en ambos hábitats.
Tratamiento
No hay tratamiento específico para la fiebre amarilla. Solo se
pueden instaurar medidas de sostén para combatir la fiebre y la
deshidratación. Las infecciones bacterianas asociadas pueden tratarse
con antibióticos. Las medidas de sostén pueden mejorar el desenlace de
los casos graves, pero raramente están disponibles en las zonas más
pobres.
Prevención
La vacunación es la medida más importante para prevenir la
fiebre amarilla. Para prevenir las epidemias en zonas de alto riesgo con
baja cobertura vacunal es fundamental que los brotes se identifiquen y
controlen rápidamente mediante la inmunización. Para prevenir los brotes
en las regiones afectadas, la cobertura vacunal debe ser como mínimo de
un 60% a 80% de la población en riesgo. En África, son pocos los países
endémicos que tienen en la actualidad este nivel de cobertura.
La vacunación preventiva puede realizarse mediante la
inmunización sistemática en la infancia o campañas masivas únicas con el
fin de aumentar la cobertura vacunal en los países en riesgo, y también
mediante la vacunación de quienes viajen a zonas donde la enfermedad es
endémica. La OMS recomienda vivamente la vacunación sistemática de los
niños en las zonas de riesgo.
La vacuna contra la fiebre amarilla es segura y asequible, y
proporciona una inmunidad efectiva contra la enfermedad al 80-100% de
los vacunados al cabo de 10 días, y una inmunidad del 99% al cabo de 30
días. Una sola dosis es suficiente para conferir inmunidad y protección
de por vida, sin necesidad de dosis de recuerdo. Los efectos
colaterales graves son extremadamente raros, y se han descrito en
viajeros vacunados y en algunas zonas endémicas (por ejemplo, en
Australia, Brasil, Estados Unidos de América, Perú y Togo). Los
científicos están investigando por qué ocurre esto.
Con respecto al uso de la vacuna en mayores de 60 años, cabe
señalar que el riesgo de enfermedad viscerotrópica asociada a la vacuna
es mayor en este grupo de edad que en personas más jóvenes, aunque sigue
siendo bajo. En los mayores de 60 años no vacunados con anterioridad y
en los que esté recomendada la vacunación, esta solo debe realizarse
después de una cuidadosa evaluación de los riesgos y los beneficios en
la que se compare el riesgo de contraer la enfermedad con el riesgo de
acontecimientos adversos graves tras la inmunización.
El riesgo de muerte por fiebre amarilla es muy superior a los
riesgos relacionados con la vacunación. Las personas que no deben
vacunarse son:
los menores de 9 meses (o los niños de 6-9 meses durante las
epidemias, situación en la que el riesgo de enfermedad es mayor que el
de efectos adversos de la vacuna);
las embarazadas, excepto durante los brotes de fiebre amarilla, cuando el riesgo de infección es alto;
las personas con alergia grave a las proteínas del huevo, y
las personas con trastornos del timo o inmunodeficiencias graves debidas a infección sintomática por VIH/SIDA u otras causas.
Los viajeros, en particular de África o América Latina con
destino a Asia, deben tener un certificado de vacunación contra la
fiebre amarilla. El Reglamento Sanitario Internacional estipula que los
motivos médicos para no administrar la vacuna deben ser certificados por
las autoridades competentes.
Respuesta de la OMS
La OMS desempeña las funciones de Secretaría del Grupo
internacional de coordinación del suministro de vacunas para el control
de la fiebre amarilla, que mantiene una reserva de emergencia de dichas
vacunas para garantizar una respuesta rápida a los brotes en los países
de alto riesgo.
La Iniciativa contra la Fiebre Amarilla, dirigida por la OMS y
apoyada por el UNICEF y los gobiernos nacionales, es una estrategia de
vacunación preventiva centrada especialmente en los países africanos más
endémicos, donde la enfermedad es especialmente importante. La
Iniciativa recomienda que se incluya la fiebre amarilla en los programas
de vacunación infantil sistemática (a partir de los 9 meses), que en
las zonas de alto riesgo se lleven a cabo campañas de vacunación en masa
de todos los grupos de edad superior a 9 meses, y que se mantenga la
capacidad de vigilancia y de respuesta a los brotes.
Entre 2007 y 2012 se han completado campañas de vacunación
preventiva contra la fiebre amarilla en 12 países: Benin, Burkina Faso,
Camerún, Côte d’Ivoire, Ghana, Guinea, Liberia, Malí, República
Centroafricana, Senegal, Sierra Leona y Togo. La Iniciativa contra la
Fiebre Amarilla cuenta con el apoyo financiero de la Alianza GAVI, la
Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea, los ministerios de
salud y los asociados nacionales.
María Manuela Kirkpatrick, esposa del conde de Teba, le gustaba contar que un fuerte terremoto precipitó el nacimiento de la futura Emperatriz de Francia. Ocurría el 5 de Mayo de 1826 en Granada, de esta manera tan peculiar vino al mundo Eugenia de Guzman. Nada hacía imaginar que aquella niña prematura de tez pálida y cabellos cobrizos de ojos azul violeta, se convertiría en la Emperatriz de Francia.
A Eugenia le fascinaba el cante y baile flamenco, y las corridas de toros desde su más tierna infancia.
Eugenia y su hermana Francisca
La condesa de Tebas decide abandonar Madrid y todas las fiestas aristocráticas que ella misma realizaba en palacio por exiliarse en París, pues en España se atravesaba un tiempo convulso entre las sangrientas guerras carlistas tras la muerte de Fernando VII y un brote de cólera que acaecía.
Eugenia no llevaba del todo bien su estancia en París, ella y su hermana Paca fueron inscritas en un colegio elitista en la escuela del Sacré-Coeur, en el barrio de Saint-Germain. Eugenia no soportaba la rígida disciplina de su nueva escuela, ya que sus compañeras se burlaban de ellas y las llamaban las "extranjeras".
Aunque lo que peor llevaba era la ausencia de su padre, que permanecía en Madrid, desempeñando el cargo de Senador.
Cuando contaba con trece años, fallece su padre, al que estaba muy unida. Aunque ya desde hacia tiempo Don Cipriano ya había roto su relación con su esposa y habían tomado caminos distintos guardando las apariencias.
Tras finalizar la guerra carlista la viuda Condesa de Montijo, regresa a Madrid y se instalan en el palacio de Ariza, con el solo propósito de casar bien a sus hijas. Una vez finalizado el luto, Manuela retoma su intensa vida social ofreciendo bailes y recepciones de los más adinerados y codiciados aristócratas solteros.
Eugenia se había convertido en una muchacha de una belleza sin igual.
Se enamoro de Jacobo Fitzt-Jame Stuart, duque de Alba, al parecer el tímido aristócrata dudaba entre las dos hermanas, pero la condesa de Montijo ya había elegido al duque para su hija mayor , Paca.
Eugenía vivió este desengaño amoroso como un auténtico drama. Se comento que quiso quitarse la vida e ingresar en un convento.
No sería este su primer desengaño. La Condesa de Tebas no le iba a ser fácil buscar un buen partido para Eugenia ya que esta no era tan dócil como su hermana y espantaba a todos los pretendientes que le buscaba.
Al cumplir los 20 años se enamoró de Pepe Alcañices, duque de Sesto y gran donjuán que durante un tiempo la estubo cortejando, pero nunca llegaría el momento de pedir su mano.
Tras la proclamación en diciembre de Luis Napoleón como presidente de la Segunda República, la condesa de Teba regresaría a París, instalándose con su hija en un apartamento en la plaza Vendônme. Con el único propósito de presentar a su hija a la alta sociedad parisina.
Eugenia conocería a Luis Napoleón III en una recepción.
Napoleon Bonaparte III
No le llamo la atención el soltero que tenía fama de mujeriego, casi le doblaba la edad, contaba ya con 23 años. Era alta y delgada con una cintura de abispa y vestía siempre a la última moda.
Uno de sus encuentros tuvo lugar durante la cena de Fin de Año que se celebró en el palacio de la princesa Matilde. Al sonar las doce campanadas Luis debía besar a Eugenia, que se sentaba as su lado, pero ella aparto la mejilla mientras en tono de disculpa le decía " En mi país, señor, las mujeres solo besan a sus padres o a sus esposos".
En otra ocasión en la que coincidieron otra velada el dedicó todas sus atenciones a Eugenia y le preguntó "¿Cómo llegar a su dormitorio, señorita?", a lo que la joven granadina le respondió "por la capilla, señor".
El 21 de noviembre de 1852, el príncipe-presidente era elegido Emperador de los franceses con el nombre de Napoleón III.
Durante meses, este, cortejo a la joven obsequiandole con valiosas joyas
Cuando llegó a oídos de la Corte y de su familia no fue muy bien avenido pues la trataban de seductora arribista. Solo fue apoyado por la princesa Matilde que dio su incondicional protección a la pareja pues la veía totalmente enamorados.
Palacio de las Tullerías
En el Palacio de las Tullerías Napoleón III anunció a los miembros del Gobierno su intención de contraer matrimonio con su amada, en la que dio un discurso, en el que decía, que no se iba a casar con las tradiciones de la vieja política. Si no que se el había elegido por amor a Eugenia, a la que amaba y respetaba y no lo haría con una desconocida para agradar a su familia y Gobierno.
El 30 de enero de 1853 , en la basílica de Notre-Dame de París se celebra el enlace con toda la pompa imperial.
Eugenía lucía radiante un vestido de novia en satén blanco, diseñado por madame Vignon, adornado con pequeños brillantes y cubierto por un manto de encaje inglés que finalizaba en una cola de terciopelo de cuatro metros. En su cabeza lucía una espléndida diadema de diamantes y zafiros.
Enlace de Eugenia y Luis
Los recién casados pasaron su luna de miel en una solariega mansión de Villenueve-l´Etang, donde pudieron estar solos y lejos de las miradas indiscretas.
Ya siendo Emperatriz no se limitaría a su papel de consorte y participaría activamente en los asuntos políticos.
Creo tendencia en la Corte pues popularizó el uso del miriñaque de crinolina, que acentuaba su fino talle; las amplias pamelas, el collar de chatones, el color malva (que era su favorito), y el escote que realzaba sus hombros. Se delineaba los ojos con Kohl, cuidaba sus pestañas con abéñula y se pintaba los labios con rojo carmín. Y las Damas de la Corte imitaban sus peinados, sus recogidos de bucles y el cabello adornado con flores naturales; incluso se teñían el pelo de su color caoba rojizo.
El 16 de marzo de 1856 nacía en el Palacio de las Tullerías el ansiado heredero, el príncipe imperial Eugenio Bonaparte. Fue un parto muy largo (veintidós horas) y doloroso que estuvo a punto de costarle la vida a la Emperatríz. Mientras el pueblo celebraba las llegada del príncipe, Eugenia guardaba reposo dos semanas en cama.
Pronto llegaría su desencanto conyugal,al enterarse de que Luis le era infiel. Lo que hizo que se distanciara de el. Las aventuras extramatrimoniales se multiplicaron hasta 1855 en que llegaría a la Corte la Condesa de Castiglione, una exuberante italiana de dieciocho años de edad que encandilaría a Luis, siendo la rival más fuerte de Eugenia.
En otoño de 1860 fue especialmente triste para Eugenia, fallecía de tuberculosis su hermana Paca, que había sido un apoyo siempre y con la que mantenía una estrecha relación, no solo de parentesco sino que era su confidente. Lo que hizo que se recluyera lejos de su marido en Escocia.
Eugenia se quedaría viuda a la edad de 47 años.
Lo que haría a su hijo Eugenio Bonaparte un joven de 18 años en un prometedor sucesor de su padre.
Eugenia soñaba para el un futuro esplendido y prometedor.
Incluso se hablo de que quería casarlo con Beatriz la hija menor de la Reina Victoria.
Pero en enero de de 1879 le sobrevendría la muerte de nuevo, esta vez era su único hijo que sería abatido en en Sudáfrica, convatiendo junto al Ejército britanico contra los insurrectos zulúes.
Tras las exequias que se realizaron con toda la ponpa y honores, Eugenia busco un lugar donde descansaran los restos mortales tanto de su marido como hijo, lo que hiciera que comprara una propiedad en el condado de Hampshire, en Farnborough, donde mando construir una capilla y una cripta.
Eugenia de luto por su hijo
En 1888 compro unos terrenos en la Riviera Francesa y mandó construir una hermosa villa frente al mar.
Ya en 1920 se animó a regresar a España. Tenía 94 años y fue muy bien recibida por sus sobrinos, los duques de Alba y su ahijada la Reina Victoria Eugenia.
Eugenia a sus 94 años de edad
Estaba casi ciega y ningún especialista había podido aliviar su mal. El doctor Barraquer la operó con exito de cataratas y de nuevo recobro la visión.
Se sentía tan animada que decidió regresar a Inglaterra, pero unos días antes de emprender su viaje falleció en el Palacio de Liria de Madrid.
Su cuerpo fue trasladado a París, donde más de tres mil personas le rindieron su último tributo.
Fue enterrada en la cripta de Saint-Michel en Farnborough, donde al fin pudo descansar al lado de su amado hijo y al hombre que la hizo entrar en la historia.
Como en tantas ocasiones, se ha llevado la vida de grandes reinas a la gran pantalla, y no iba a ser menos Eugenia de Montijo, que seria interpretada por Amparo Ribelles para el deleite de todos los españoles.
Narrador y dramaturgo ruso. Considerado el
representante más destacado de la escuela realista en Rusia, su obra es
una de las más importantes de la dramaturgia y la narrativa de la
literatura universal. Su estilo está marcado por un acendrado laconismo
expresivo y por la ausencia de tramas complejas, a las que se sobreponen
las atmósferas líricas que el autor crea ayudado por los más sutiles
pensamientos de sus personajes. Chéjov se apartó decididamente del
moralismo y la intencionalidad pedagógica propios de los literatos de su
época en una Rusia convulsa y preocupada por su destino, para apostar
por un tipo de escritor carente de compromiso y pasión, plasmando una
idea de la literatura que rechazaba el principio del autor como narrador
omnisciente.
Antón Chéjov
Procedía de una familia de hábitos sencillos y
escasos medios, cuya cabeza, el modesto mercader Pavel, era nieto de un
siervo de la gleba. Chéjov acabó los estudios secundarios en Taganrog,
donde permaneció solo tras la marcha de sus familiares a Moscú. Entre
1879 y 1884 cursó medicina en la universidad de la capital; pero, más
interesado en la literatura que en la ciencia médica desde hacía algunos
años, pospuso ésta a aquélla, y pronto difundió su nombre a través de
varias narraciones humorísticas, reunidas en un libro titulado Cuentos de varios colores .
Alentado por el escritor Grigorovich y el director del periódico Novoe vremja (Tiempo nuevo),
Suvorin, con quien estableció una cordial y duradera amistad, y librado
ya de las formas un tanto forzadas del cuento humorístico, hacia el año
1888 ya era ampliamente conocido por el público, tanto por su obra
humorística como por textos de alcance más profundo, en los que la
incisiva descripción de las miserias y la existencia humanas fueron
desplazando los recursos humorísticos.
En ese año apareció, en la revista Severny Vestnik de San Petersburgo, el relato La estepa,
inspirado en un viaje al sur del país, donde los idílicos paisajes de
su infancia habían desaparecido por la industrialización, contra la que
el autor se rebela. Aquí introdujo uno de los elementos más
característicos de su enfoque narrativo: la supeditación del argumento a
la atmósfera del relato. El punto de vista del autor omnisapiente se
diluye en la mirada de un personaje, Egorushka, que no alcanza a
comprender lo que sucede a su alrededor. Los elementos que mueve este
relato aparecerán una y otra vez en la obra de Chéjov, pues La estepa
está poblada por una galería de personajes (el campesino Dymov, el
empresario Varlamov o el pope Kristofor) que constituyen una genuina
representación del "inconsciente colectivo" de la Rusia finisecular.
Otro significativo relato del período que se
abre a partir de 1888 (en el que el autor disminuyó el ritmo de su
producción literaria: de unos cien relatos al año en 1886, pasa a
escribir diez en 1888) es Una historia aburrida ),
penetrante estudio de la mente de un viejo profesor de medicina,
profesión que ejerció esporádicamente el propio Chéjov. Pertenece a una
serie de obras del autor que fueron llamadas "clínicas", por tener como
personajes a enfermos físicos o mentales. Acaso el relato más conocido
de esa serie sea Palata Nº 6, acerba crítica de la
psiquiatría en el que la relación entre el paciente Gromov y el doctor
Ragin se resuelve dramáticamente con el ingreso del segundo en su propia
clínica, para terminar muerto por mano de uno de los celadores.
En adelante, la existencia del autor careció de
acontecimientos relevantes, excepto un viaje a la isla de Sakhalin,
realizado a través de Siberia a la ida, y a lo largo de las costas de la
India al regreso; de tal expedición dejó constancia en el libro La isla de Sakhalin . Durante la penuria de 1892-93, que azotó a la Rusia meridional,
Chéjov participó en la obra de socorro sanitario. Luego vivió largo
tiempo en la pequeña propiedad de Melichovo, no lejos de Moscú, donde
escribió la mayor parte de sus narraciones y de sus textos teatrales más
famosos. Enfermo de tuberculosis, hubo de trasladarse a Crimea, y desde
allí, por razones de la cura, realizó frecuentes viajes a Francia y
Alemania.
En los últimos años del siglo se
produjeron en su existencia dos hechos que sin duda modificaron su
curso: la nueva orientación del escritor hacia la izquierda, que le
alejó de su amigo Suvorin, conservador, y el éxito de su drama La gaviota en el Teatro de Arte de Moscú, de Stanislavski y Nemirovich-Danchenko. A sus nuevas tendencias y al ejemplo de Korolenko se debió también su dimisión de la Academia, que, tras haber nombrado miembro honorario a Gorki, acató la orden del gobierno y tuvo que anular el nombramiento.
La fortuna de La gaviota convenció
inesperadamente a Chéjov de su capacidad como escritor dramático, tras
sus propias dudas acerca de ello debidas al fracaso del mismo drama en
el Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo. A la obra citada siguieron,
con no menor éxito, El tío Vania en 1898-99, Tres hermanas en 1901 y El jardín de los cerezos
en 1904. Mientras tanto, el número de sus narraciones había aumentado
considerablemente, y a algunas de ellas se debió su progresiva fama como
representante asimismo del humor y el espíritu de su época y del
característico producto de ésta, la "inteligentzia" (así Mi vida, La sala n.º 6, Relatos de un desconocido, El monje negro, Una historia aburrida, etc.).
Como en los dramas, también en las narraciones resulta
posible percibir una atmósfera determinada: la que fue llamada
precisamente "chejoviana", particular estado de ánimo definido por
Korolenko como el de un alegre melancólico. Cabe advertir que existe un
nexo entre el Chéjov jovial e irreflexivo de la adolescencia y la
primera juventud, interesado, según describe su hermano, en la
recopilación de anécdotas destinadas a facilitar su colaboración en las
revistas humorísticas, y el de la madurez, inquieto como una gaviota
que, en vuelo sobre el mar, no sabe dónde posarse (según la bella imagen
empleada por la actriz Olga Knipper, que en 1898 llegó a ser su
esposa).
La aguda intuición de la tristeza de la vida, que muchos
atribuyen erróneamente sólo al Chéjov de los años maduros, se hallaba
ya en él precisamente tras la alegría y la despreocupación del joven
estudiante de medicina, oculto, como si de revelar su propia naturaleza
se avergonzara, bajo algunos seudónimos. De la misma forma, la capacidad
de ver a las criaturas humanas en envolturas hechas adrede para
provocar la risa continuó caracterizando su estilo, aun cuando atenuada
en matices de parodia, fantasía o espejismo, y de transposición,
finalmente, fuera de la realidad cotidiana, hacia un hipotético futuro
lejano.
Dentro de su diversidad, efectivamente, Chéjov resultó
uniforme en cuanto a los aspectos artístico y espiritual. Como lo afirmó
él de la existencia, se mostró a la vez extraordinariamente simple y
complejo, y si pese a no juzgarse pesimista puso de relieve los pliegues
más tristes y ocultos de la naturaleza humana, fue precisamente porque,
según dijo él mismo, amó la vida. Todo ello, como es natural, quedó
también reflejado en la forma, o sea en el estilo propiamente dicho. Sin
embargo, la plena conciencia del valor artístico de la obra de Chéjov
no se alcanzó hasta más tarde; sea como fuere, cabe recordar la
admiración que hacia ella experimentaron Tolstoi y Gorki y la influencia ejercida por Chéjov, ya fuera de Rusia, en Katherine Mansfield.
La primera vez que La Gaviota fue representada en el Teatro Alexandrinsky de San Petersburgo, un 17 de octubre premonitorio de la fecha que haría saltar las relaciones chejovianas entre nobles y sirvientes, la actriz Vera Komissarzhévskaya, que representaba el personaje de la inocente, idealista y soñadora Nina, fue abucheada y perdió la voz. Antón Chéjov, el padre de esta comedia en cuatro actos y diez personajes, huyó de la ciudad optando por no escribir más teatro, aunque revocaría su decisión para alumbrar sus otros tres clásicos: Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos. No corre la historia del actor y director Rubén Ochandiano (Madrid, 1980) paralela a la del dramaturgo ruso. Pero sí tiene algunas coincidencias: las ganas de apostar por el teatro, por provocar con él. Y por ese amor a las tablas reunió a un elenco de actores encabezados por Toni Acosta en el papel de Irina, Silma López como Nina, Javier Pereira como Kostia y Javier Albalá como Trigorin y, sin apenas financiación, montó su propia versión de este clásico en el hall del Teatro Lara. Si La Gaviota original saltó al Teatro de Arte de Moscú, dirigida por enorme éxito por Stanislavski, La Gaviota de Ochandiano pasó del Escena Off del Lara al Teatro Galileo, donde se representará a lo largo de siete semanas en un escenario más amplio, en el que interactúan actores y espectadores.
A pesar de que su experiencia en la dirección es corta (el cortometraje El Paraíso, en 2010) una de las virtudes de Ochandiano a la hora de dirigir La Gaviota es que no ha sucumbido a esa moda contemporánea de querer “traer” la obra hasta la actualidad. Si bien muchos de los elementos de escena corresponden al mundo de hoy (el dramaturgo Trigorin escribe en un ordenador, Max sucumbe a los “encantos” paliativos del Orfidal o el Tranxilium, Irina hace Pilates para mantenerse en forma) y el personaje original de Masha ha sido sustituido por Max para crear un idilio homosexual, el resto de la obra permanece fiel al original de Chéjov. Se respetan los diálogos, las características de cada personaje, los tiempos, las escenas. Aunque Ochandiano tiene ya una sólida carrera como actor (inolvidables aquel César, protagónico deTapas o su Ernesto Martel en Los abrazos rotos) ha sido todo un acierto que se haya pasado al campo de la dirección teatral y más con un texto chejoviano. Dice mucho de su valentía y de sus gustos.
En el Galileo, hay una cálida proximidad con el público que asiste, al igual que los habitantes veraniegos de la hacienda Sorin, a la puesta en escena de la primera obra del dramaturgo experimental Konstatin Kostia Gavrilovich, hijo de la gran actriz de teatro Irina Nikolaievna. A esa declamación del texto, llevada a cabo por Nina Zarechnaia, la amada de Kostia, asistimos en una noche de estío, alrededor de un lago -representado en escena por un barreño- convirtiéndonos, en un primer momento, en meros oyentes del libreto para transformarnos, en pocos minutos, en voyeurs de los entresijos de una familia cuyo epicentro es el afán protagónico de Irina Nikolavievna, personaje inolvidable que “refresca” una Toni Acosta hiperfemenina, que hace gala de una frivolidad graciosa al principio, evanescente. Más tarde, Acosta nos mostrará el cinismo y el ombliguismo de una mujer que sólo piensa en su fama y su belleza. Y es en ese momento cuando el espectador se da cuenta de que Ochandiano le ha invitado a algo más que a una lectura teatral. Puro juego.
El texto de La Gaviota es una especie de trenzado de mimbre, lleno de tramas principales y subtramas. Amor, maternidad, muerte, enfermedad, pasión por el teatro, fama... Y el paso del tiempo, revelado en ese enfrentamiento entre la jovencísima Nina y la ya ajada Irina. Silma López, en su primer protagonista, no necesita apenas expresar pensamientos para convencernos de su papel. Su sonrisa constante al principio de la obra, su despreocupación, ese caminar errado y sin propósito fijo, los ojos que miran absortos a su admirado Trigorin, el hombre que representa la fama que tanto ansía o su carcajada sin venir a cuento son los atributos perfectos de la juventud que posee. Atributos que virarán trágicamente cuando la vida le decepcione, todo un cambio de registro que López interpreta con gran altura. Y es que Nina Zarechnaia tiene 20 años, es rubia, dorada, posee ese algo de Natalie Wood en Resplandor en la hierba. En ella conviven lo gozable, lo admirable, los sueños imposibles propios de una cabecita alocada, el sol de los árboles de la finca de Sorin reflejándose en el cabello, la piel pecosa, los pies trenzados, la despreocupación en sí, la vida por delante sin problemas (en los sueños de los veinte años no entran los problemas), el transcurrir de una existencia plácida y feliz con el único obstáculo de un padre rígido y de los encuentros fugaces con Kostia. Silma López es la niña-mujer cuya femineidad no ha explotado y que duerme esperando que llegue su hora mientras el mundo de viejos, enfermos y deprimidos burgueses que hay a su alrededor la contemplan como si fuera un recuerdo de lo que pudieron ser, una esperanza alta y hermosa que hace brillar la existencia y les hace decantarse por el optimismo, a pesar de que los azares vitales se hayan cebado con ellos.
En medio de la contemplación del lago, de los atardeceres llenos de adulaciones y reverencias al maquillaje estucado y al olor a polilla de la célebre actriz Irina Nikolaievna, de los velones que parpadean temiendo el enfrentamiento que estallará entre la madre que niega el talento del hijo y el hijo que detesta la frivolidad de la madre, se alza el ímpetu de Nina, sus revoloteos, sus esperanzas de aparecer rodeada de admiradores en el Teatro Nacional recitando los textos de autores famosos como ese Boris Trigorin del que se enamora, a pesar de ser el amante de Irina.
El lago de la finca Sorin, alumbrado por una luna permanente, quizá posee un humor propio y cambiante que influye en los caracteres de los personajes que habitan a su alrededor. Mientras Nina lo contempla con ojos poéticos, para la famosa actriz Irina Nikolaievna-Toni Acosta, la presencia de esas aguas es algo banal, a pesar de que en ese lugar se decidirá el futuro de su propio hijo, traicionado por el amor caprichoso que surge entre Nina y el dramaturgo Trigorin. Y es que frente a la cuidada sencillez de la vestimenta de Silma López como Nina, los encargados de vestuario bien merecen un aplauso por su “particular” Irina. Acosta aparece como la caricatura de una vieja vedette, recubierta de polvos blanquecinos, de perfume añejo, de kimonos rojos, de medias de cara seda y chapines salidos de una colección de Agent Provocateur. Con su aspecto de Madame Butterfly, sus discursos y sus pontificaciones es todo lo opuesto a Nina, a la que detesta, por su juventud, por esa aura que ella perdió hace mucho. Lo "barroco" frente a lo "rafaelista". Extraordinaria la aparatosidad que requiere la vida de una mujer cuya autoestima depende de la adoración del público, de los amigos aduladores, de los amantes ocasionales como Trigorin, obsesionado con la escritura y que interpreta un cautivador Albalá, actor que se crece en un de los clímax de la obra: el diálogo sobre la escritura que mantiene con Nina. De hecho, Ochandiano ha logrado que los actores estén soberbios en momentos de enfrentamiento como el que sostiene Irina con Kostia, éste mismo con su madre o Irina con Trigorin.
Aunque sean la juventud de Nina y la decrepitud de Irina y la tensión entre la actriz-madre y el dramaturgo-hijo los dos pilares de la obra, hay toda una subtrama en torno al resto de personajes en la que destaca un elenco elegido con mimo. El submundo de La Gaviota está sutilmente hilado: todos dependen emocionalmente de todos. Alito Rodgers (como Ilya, el guardés de la finca); Viviana Doynel (como su esposa) son los sirvientes propios de esa época zarista, plegados a los exigentes dictados y cambios de la orgullosa señora. Doynel se crece en la piel de esa mujer callada cuyos ojos barruntan todo lo que ocurrirá y todo lo que acontece en los rostros aburguesados. Magnífica también Irene Visedo como Simona (el maestro Simón Medvedenko se convierte en un personaje femenino en esta versión), una maestra ortodoxa, inteligente y dulce pero firme que contempla resignada las desviaciones de los señores. Poseedora de la misma juventud que Nina, Simona es su antítesis. Veinte años también en el cuerpo de una mujer reflexiva, ya madura para tan temprana edad, quizá porque su situación social es la de pertenecer a la clase de los que sufren mientras que Nina ha crecido en una finca llena de las comodidades. Simona apuesta por aquello en lo que cree o por aquél a quien ama, en este caso, el atribulado Max (en el original, Masha, hija de los administradores de la finca) un personaje atormentado por el imposible amor homosexual que siente hacia Kostia. Depresivo, tortuoso, con tintes de negrura y perro faldero del amado, Max es interpretado por un excelente Pepe Ocio, un actor de largo recorrido al que recordamos por aquel opusino cura en “Camino” y que ahora vuelve a crecerse con un personaje que retrata sus conflictos vitales a través de una mirada, profunda, tiznosa, de un caminar lento y de un hartazgo vital que se refleja en los diálogos que mantiene con Simona, reconvertida en fiel esposa.
Los dos viejos del lugar son también la antítesis el uno del otro. Julio Vélez (el médico retirado Sergei Dorn) representa al único personaje auténticamente fiel a su modo de vida, que no aspira a cambiar, portador de una serenidad que se convierte en el apoyo de Irina. Frente a él, el anciano Piotr Sorin, Petrushka, dueño de la finca y también de un humor en constante queja. Es el estereotipo de hombre amargado y descontento con todo lo vivido, en cuyos diálogos sólo tienen cabida las enfermedades que padece y cuya existencia transcurre entre el sofá y la cama. Vélez hace un Dorn sereno, complaciente con Kostia, que comprende las virtudes y los defectos humanos.
La obra ya obtuvo el placet del público madrileño tras pasar por el Escena Off del Lara. Se merecía ya un teatro como el Galileo y una productora como Smedia. El poder estar en contacto con los actores, que actúan a pie de pista, el ver sus cambios de registro, la seducción que emana Acosta, el poderoso cambio obrado en Nina, la sombra sumisa de Simona o el rostro demudado de Ocio es un privilegio para el espectador, acostumbrado, en demasiadas ocasiones, a mirar a los intérpretes como seres de otro mundo. Los conflictos de La Gaviota, sin embargo, pertenecen a éste y Chéjov estaría orgulloso de la versión del novel Ochandiano.
ANTÓN CHEJOV: VERSO
Entre frascos de brebajes se curan las letras de su vida y de la mía,
Existen en su herencia inyecciones letales de libertad e independencia.
Lo cotidiano se vuelve eróticamente cruel y lo infrecuente, deshumanizador
Bajo la crónica de una vida rusa donde una esposa se convierte en medicina
y las amantes en plumas de renglones de inspiración
cuando escriben fracasos que siempre volaron alto
y otros más bajos que siempre fueron , son y serán