miércoles, 2 de septiembre de 2015

MARCO TULIO CICERON....RETÓRICO,POLITICO Y FILÓSOFO




La oratoria tan ligada a la acción política le permitió a Cicerón reflexionar acerca de la calidad y el alcance de su elocuencia, con lo que inició su faceta como teórico del arte retórica. Así, en su juventud había compuesto un breve manual en dos libros, el De inventione, obra en la que hace una aproximación muy técnica a la materia y que tal vez es sólo el esbozo de un tratado más amplio; más tarde su pensamiento maduró y quiso reflexionar sobre el papel de la retórica y del orador dentro de la ciudad. El orador, partiendo desde su propia experiencia, adquiere para él un papel preponderante y se define también como un hombre amante del bien y de la virtud, con lo que adquiere una importante dimensión moral.
El orador es, pues, un individuo que ha de estar versado en las más variadas disciplinas; debe ser un entendido en literatura, arte, filosofía, derecho e historia, porque todos estos son conocimientos indispensables a los que tendrá que recurrir en numerosas ocasiones; además, ha de ser también un artista de la palabra para poder convencer y, antes de nada, un verdadero filósofo, capaz de encontrar los argumentos verdaderos y útiles. Cicerón arremete contra el estilo excesivamente ornado (aunque recomienda el uso inteligente de la prosa rítmica), como hacen los Attici o Asiatici; al mismo tiempo, a él se debe la plasmación de la teoría de los tres estilos (alto, medio y bajo, que el orador alternará con tino en su discurso), que en todo momento deben flectere, probare y delectare.
Todas estas ideas afloran y se van perfilando en sus tratados de madurez: en los tres libros del De oratore  y en el complementario Orator; a los que debe añadirse también su diálogo Brutus o De claris oratoribus, en que traza una historia de la oratoria romana hasta sus días; en el mismo ámbito caen el De optimo genere oratorum, que es prólogo a una traducción de los discursos en lengua griega De Corona; los Topica, obra escrita para Trebacio en la que pasa revista a los loci communes; y las Partitiones oratoriae, compuesto a modo de respuestas a las preguntas de su hijo sobre el oficio del orador.




El estilo oratorio de Cicerón se impuso y fue admirado por las generaciones siguientes como un estilo clásico, aquel que servía para marcar los moldes; sin embargo no hemos de perder de vista que también Cicerón tuvo sus detractores, sobre todo entre el grupo de los llamados aticistas, quienes pretendían tomar como modelo el estilo ático de Lisias, sencillo y alejado de los excesos y los adornos. Cicerón arremetió contra esta tendencia y opuso a Lisias el modelo de Demóstenes, verdadera cumbre de la oratoria ática, según su propia opinión. Cicerón creó así un estilo marcado por los períodos redondeados, por un excesivo cuidado formal y que, en ocasiones, no rechazaba echar mano de los efectos más patéticos y alambicados cuando quería conseguir impresionar y conmover al público; al mismo tiempo, en virtud de ese deseo de lograr esos objetivos, su estilo podía ser extremadamente sencillo, tanto en realidad como el que proponían sus oponentes aticistas.
En definitiva, Cicerón defendía una línea intermedia entre esos aticistas y los comúnmente conocidos por asianistas, representantes de una retórica surgida durante el helenismo en Asia Menor y caracterizada por el uso (y, en ocasiones, abuso) de los recursos lingüísticos y estilísticos, lo que daba, en opinión de sus detractores, en discursos sumamente artificiosos, ampulosos y carentes de buen gusto en su búsqueda del exceso. En cuanto a su uso del lenguaje, Cicerón experimentó a lo largo de su vida una evolución que le llevó a marcar las pautas para lo que él consideraba el verdadero sermo urbanus, el "estilo ciudadano", alejado por completo del sermo rusticus del campesinado. Así, se operó un deseo de eliminar los arcaísmos y los términos que se consideraban vulgares para lograr un lenguaje refinado y culto, con un cuidado ritmo en las frases, que se alejaban de algunos artificios tan propiamente latinos como las anáforas o repeticiones tendentes a crear una sensación rítmica. Cicerón defendió este ideario en sus escritos teóricos, pero lo plasmó a las claras en sus propias orationes.
En conjunto, conocemos hoy 58 discursos compuestos por Cicerón, algunos de ellos fragmentarios; por otra parte, la crítica calcula que la cifra de orationes perdidas llega a las 48. 



Además de esta faceta como teórico y político, Cicerón dedicó parte de su tiempo a la noble afición de la Filosofía, justamente en aquellos momentos en los que la situación política no le permitía ejercer su actividad preferida, Cicerón encontró que también podía ser útil si dedicaba su ocio (otium) a la noble tarea de filosofar. De ese modo, no sólo se dedicó a traducir al latín algunos diálogos platónicos, con lo que contribuyó a forjar una lengua latina filosófica inexistente hasta ese momento; en otras ocasiones también abordó, desde una perspectiva particular (bastante ecléctica por cierto), algunos de los temas de debate propios de los filósofos platónicos, peripatéticos, estoicos y epicúreos. La crítica suele dividir esta sección de su obra en dos épocas, antes y después de su nombramiento como gobernador en Cilicia (distrito situado en la zona meridional de Asia Menor); tras este hecho, su obra de materia ética, teológica y epistemológica la compuso en el breve margen que media entre febrero de 45 y noviembre de 44.
La decisión de escribir sobre Filosofía hubo de afirmarse tras el deceso de su hija Tulia, que animó la composición de dos obras hoy perdidas: la Consolatio y el Hortensius, texto en que recomienda el estudio de la Filosofía que conmovió profundamente a San Agustín cinco siglos más tarde; aparte, sabemos de la pérdida de casi todo el material de Academica, apología del estoicismo que escribió inmediatamente después. Todo apunta a que la fase inicial de su labor como filósofo corresponde a las Paradoxa Stoicorum , a las que siguió la revisión del principio del summum bonum et malum en De finibus bonorum et malorum; después redactó varias conferencias sobre los principales problemas humanos desde la perspectiva del estoicismo y lo dispuso en sus Tusculanae disputationes.
En el grupo de obras filosóficas hay que inscribir varios tratados sobre materia religiosa: el De divinatione, escrito en dos libros que versan sobre el destino y los vaticinios y que tienen como marco la casa de Cicerón en Túsculo; en conjunto, parte de fuentes griegas. En segundo lugar, viene el De natura deorum, que dedicó a Bruto y compuso en tres libros, que se enfocan desde una perspectiva distinta: la de los estoicos, los epicúreos y los académicos; en ellos, se discute acerca de la naturaleza de los dioses. Por fin, a este grupo de escritos pertenece el De Fato, obra que se conserva fragmentaria (le falta el principio y el final) y que fue escrita poco después de la muerte de César; aquí, en la casa que Cicerón tenía en Puzol como marco, se aborda el seminal principio de la relación existente entre libre albedrío y destino o predeterminismo, entre otros asuntos similares.
Importantísimos por su madurez y difusión posterior son los tres tratados titulados De officiis, De amicitia (también llamado Laelius de amicitia) y De senectute (también conocido como Cato Maior de senectute). En el De officiis, la forma adoptada es la de la carta y el diseño es el de un tratado en tres libros, dedicado a su hijo Marco, donde se revisa la relación y las diferencias existentes entre lo útil y lo ético; aquí, como en el resto, son fundamentales las fuentes griegas. El De amicitia es un diálogo dedicado a Tito Pomponio Ático y tiene como contertulios a Lelio y sus yernos, C. Fanio y Q. Mucio Escévola; aquí, se explica en qué consiste la amistad y se exalta su valor, cimentando el conjunto de las intervenciones sobre distintos autores griegos. El diálogo De senectute va dedicado también a Tito Pomponio Ático y tiene como personajes a Marco Catón, Escipión Emiliano y Gayo Lelio; en él, Cicerón, por boca de Catón, refuta a cuantos postulan que la vejez es odiosa por tres razones: retirarnos de la vida activa, privarnos de los placeres y acercarnos a la muerte. El diálogo está empapado también de autoridades helenas, a las que se cita continuamente a lo largo del texto.
Dentro de esta actividad como filósofo, Cicerón también tuvo un hueco para teorizar sobre política en sus tratados De re publica  y De legibus, donde una vez más se nos presenta como un nuevo Platón romano. En toda esta obra, queda clara constancia del pensamiento estoico de Cicerón. El De re publica lo proyectó a modo de diálogo en nueve jornadas entre Escipión Emiliano, Lelio, Filón, Manilio, Q. Tuberón, P. Rutilio, Fannio y Escévola; con todo, Cicerón sólo llegó a escribir dos de los nueve libros que tenía en mente, incluido el Somnium Scipionis, que tuvo vida exenta gracias a Macrobio. Su pragmatismo le llevó a dar un paso más allá que el célebre filósofo ateniense y, frente al mundo utópico de la República platónica, Cicerón considera que Roma puede erigirse como modelo de estado perfecto, al darse en ella la mezcla perfecta entre los diferentes tipos de gobierno: la monarquía, la oligarquía y la democracia. El segundo de ambos tratados, De legibus, sólo se conserva fragmentario y refleja una interesante discusión sobre la relación entre la religión y la ley.



El corpus epistolar

Esta inmensa producción se completa además con sus epístolas, un conjunto formado por los 35 libros de cartas dirigidas a su hermano Quinto, a su amigo Atico, a Bruto y a otros conocidos y familiares; con ellas, Cicerón se convirtió también sin saberlo en el verdadero creador de un nuevo género literario que tendría gran éxito en la generación siguiente. Siglos después, ya en pleno Trecento, la recuperación del conjunto de las cartas ciceronianas (las Epistulae familiares, las Epistulae ad Atticum, además de las dirigidas ad Quintum fratrem y ad Brutum) depararía importantísimas transformaciones en la literatura occidental, desde los años de Petrarca en adelante.
De las Familiares, fue Tirón mismo quien publicó 16 libros; otros 16 libros constituyen el cuerpo de las dirigidas a Ático; a su hermano Quinto le dedicó un total de 27 misivas conocidas; por fin, de la correspondencia con Bruto hay otras 25 cartas. En conjunto, la crítica ha contado 99 destinatarios diferentes y ha fijado un abanico cronológico que abarca desde el 68 hasta el 43. En el corpus sobresalen unas cuantas piezas extraordinariamente cuidadas, mientras otras son de un notable descuido y seguramente nunca habrían sido difundidas de haber mediado la voluntad de quien las escribió. En cualquier caso, el deseo de Cicerón por agavillar una pequeña selección de sus epístolas para dárselas a los lectores interesados supone una decisión de una extraordinaria modernidad, según se refleja en una de las epístolas a Ático 



Por último no hemos de olvidar, aunque sólo sea de pasada, el amor de Cicerón por la poesía, que le llevó a componer un buen número de poemas y a defender en uno de sus discursos, el Pro Archia, la enorme importancia de los poetas dentro del Estado (esta encendida defensa de la poesía calaría hondo en los humanistas europeos desde Petrarca en adelante). Al principio se mostró particularmente afín a los nuevos presupuestos estilísticos de su época con su traducción en hexámetros de la obra de Arato, un poeta alejandrino del siglo III a. C.; concretamente, tradujo los Phaenomena, con dos partes: el Aratus y los Prognostica. En otros momentos, se dio a traducir a distintos poetas griegos, de Homero en adelante, para engalanar sus discursos. Después de enfrentarse a los versos de Arato, y en consonancia con su tendencia hacia posturas más conservadoras, Cicerón se lanzó a la composición de poemas al estilo tradicional de Enio.
Se sirvió del hexámetro para cantar sus propias hazañas en el De consulatu suo (de este poema, se ha conservado un pequeño fragmento con 72 versos) y en el De temporibus suis; incluso llegó a pensar en componer un poema conmemorativo de las hazañas de César en Britania; Plutarco se refire a un texto épico de juventud, el Glaucus Pontius, del que nada se sabe; a estos textos se pueden añadir los títulos (y nada más que eso) citados por Julio Capitolino. En comparación con todo lo anterior, la redacción de su poema épico Marius debe considerarse una obra de madurez. Como quiera que sea, es muy poco lo que nos queda de toda esta actividad literaria y, a pesar de la fama que tuvo entre sus contemporáneos y del testimonio de Plutarco sobre su facilidad como versificador, sus versos resultan poco brillantes comparados con los de los jóvenes poetae novi, por quienes el propio Cicerón no demostró demasiado aprecio (un sentimiento recíproco, cabe decir). Ese juicio negativo es el común en la crítica actual, que sólo se ocupa de la poesía de este gran prosista porque muestra el estado de evolución del hexámetro entre Enio y Virgilio.




                     M. TVLLI CICERONIS DE CONSVLATV SVO FRAGMENTA 

 Principio aetherio flammatus Iuppiter igni
vertitur et totum conlustrat lumine mundum
menteque divina caelum terrasque petessit,
quae penitus sensus hominum vitasque retenta[n]t,
aetheris aeterni saepta atque inclusa cavernis.
Et si stellarum motus cursusque vagantis
nosse velis quae sint signorum in sede locatae,
quae verbo et falsis Graiorum vocibus errant,
re vera certo lapsu spatioque feruntur,
omnia iam cernes divina mente notata.
Nam primum astrorum volucris te consule motus
concursusque gravis stellarum ardore micanti[s]
tu quoque, cum tumulos Albano in monte nivalis
lustrasti et laeto mactasti lacte Latinas,
vidisti et claro tremulos ardore cometas;
multaque misceri nocturna strage putasti,
quod ferme dirum in tempus cecidere Latinae,
cum claram speciem concreto lumine luna
abdidit et subito stellanti nocte perempta est.
Quid vero Phoebi fax, tristis nuntia belli,
quae magnum ad columen flammato ardore volabat,
praecipitis caeli partis obitusque petessens?
Aut cum terribili perculsus fulmine civis
luce serenanti vitalia lumina liquit?
Aut cum se gravido tremefecit corpore tellus?
Iam vero variae nocturno tempore visae
terribiles formae bellum motusque monebant,
multaque per terras vates oracla furenti
pectore fundebant tristis minitantia casus;
atque ea quae lapsu tandem cecidere vetusto,
haec fore perpetuis signis clarisque frequentans
ipse deum genitor caelo terrisque canebat.
Nunc ea Torquato quae quondam et consule Cotta
Lydius ediderat Tyrrhenae gentis haruspex,
omnia fixa tuus glomerans determinat annus.
Nam pater altitonans stellanti nixus Olympo
ipse suos quondam tumulos ac templa petivit
et Capitolinis iniecit sedibus ignis.
Tum species ex aere vetus venerataque Nattae
concidit, elapsaeque vetusto numine leges,
et divom simulacra peremit fulminis ardor.
Hic silvestris erat Romani nominis altrix,
Martia, quae parvos Mavortis semine natos
uberibus gravidis vitali rore rigabat:
quae tum cum pueris flammato fulminis ictu
concidit atque avolsa pedum vestigia liquit.
Tum quis non, artis scripta ac monumenta volutans,
voces tristificas chartis promebat Etruscis?
Omnes civilem generosa[m] stirpe profectam
<vol>vier ingentem Cladem pestemque monebant,
tum legum exitium constanti voce ferebant,
templa deumque adeo flammis urbemque iubebant
eripere et stragem horribilem caedemque vereri;
atque haec fixa gravi fato ac fundata teneri,
ni prius excelsum ad columen formata decore
sancta Iovis species claros spectaret in ortus:
tum fore ut occultos populus sanctusque senatus
cernere conatus posset, si solis ad ortum
conversa inde patrum sedes populique videret.
Haec tardata diu species multumque morata
consule te tandem celsa est in sede locata,
atque una fixi ac signati temporis hora
Iuppiter excelsa clarabat sceptra columna,
et clades patriae flamma ferroque parata
vocibus Allobrogum patribus populoque patebat.
Rite igitur veteres, quorum monumenta tenetis,
qui populos urbisque modo ac virtute regebant,
rite etiam vestri, quorum pietasque fidesque
praestitit et longe vicit sapientia cunctos,
praecipue coluere vigenti numine divos.
Haec adeo pcnitus cura videre sagaci
otia qui studiis laeti tenuere decoris,
inque Academia umbrifera nitidoque Lyceo
fuderunt claras fecundi pectoris artis.
E quibus ereptum primo iam a flore iuventae
te patria in media virtutum mole locavit.
Tu tamen anxiferas curas requiete relaxans,
quod patriae vacat, id studiis nobisque sacrasti.



Este gran prosista nunca fue un desconocido para Occidente, que tuvo en el conjunto de su obra una de sus más sólidas bases culturales; no obstante, hubo una larga fase de pérdidas y olvidos y otra de recuperación paulatina de sus obras. El inicio de esa reivindicación de Cicerón se inició a comienzos del siglo IV, que muchos estudiosos consideran una auténtica aetas ciceroniana; desde ahí, el conjunto de su obra pasó el filtro del cristianismo y fue integrándose en al currículo escolar. La recuperación de varios de los discursos de Cicerón se constituyó en una empresa fundamental para el desarrollo de la literatura europea, como ocurrió en el caso del Pro Archia, que movió a Petrarca a componer su propia defensa del oficio del poeta y de la poesía en general en sus Invective contra Medicum.
De los libros de Retórica, la Edad Media conoció en profundidad el De inventione (Rhetorica vetus), incorporado por San Isidoro de Sevilla a sus Etimologías, traducido y vertido al francés por Brunetto Latini en su Trésor y romanceado al castellano por Alfonso de Cartagena en la primera mitad del siglo XV; aparte, se le atribuyó durante todo ese periodo la Rhetorica ad Herennium (Rhetorica nova). Estas dos obras constituyeron la base primordial de la enseñanza de la Retórica en el Medievo de acuerdo con el patrón de las Siete Artes Liberales; sólo los avances filológicos de los humanistas trajeron, ya al cierre de la Edad Media, el Orator, el De oratore y el Brutus, que acompañaron a las obras citadas y los muy difundidos Topica.
Del mismo modo, Occidente continuó apreciando el valor filosófico De senectute, De amicitia y De officiis, aunque sólo Petrarca fue capaz de recuperar otros valores adicionales de esta tríada, que puso en estrecha relación con el corpus epistolar, con los tratados retóricos y con los discursos; de todos modos, fue todavía su mensaje moral, que respondía a las circunstancias del momento (por esos años, la Filosofía Moral se incorporó al currículo escolar), el que animó a devorar el De senectute con verdadera pasión, leído como un manual de buenas costumbres; a ello, cabía unir su forma dialogada, gratísima para el lector renacentista desde los años de Petrarca en adelante. De igual manera, el De officiis venía a abundar en ese mismo mensaje al poner énfasis en los ideales de la honestas y la virtus.
La figura de quien escribió este amplio corpus sólo se conoció desde mediados del siglo XIV, gracias a la biografía de Plutarco, autor recién recuperado para Occidente; hasta ese momento, no obstante, todo lo que se sabía sobre Tulio (nombre con el que era comúnmente conocido durante el Medievo) derivaba de su propia obra. Por supuesto, la principal fuente de información la tenían en sus epístolas, recuperadas en fecha tardía (las dirigidas a Ático y Quinto comenzó a difundirlas el círculo de prehumanistas paduanas desde comienzos del siglo XIV, mientras el conocimiento de las Epistulae ad familiares se debía casi por completo al descubrimiento de Coluccio Salutati y la posterior labor filológica llevada a cabo en 1392), donde Cicerón refleja sus pensamientos más nobles al tiempo que muestra algunos de sus pensamientos más claramente marcados por la mezquindad y el egoísmo; de esa lectura derivó la sorpresa inicial y posterior desilusión de Petrarca respecto de su autor más querido junto a San Agustín.
La lectura y estudio de Cicerón han constituido una obligación para cualquier persona culta desde aquellos años hasta nuestros días; no obstante, hubo una segunda Edad de Oro para nuestro autor en los años del Humanismo y Renacimiento plenos, en que cuajó en Europa el ideal del ciceronianismo o imitación a ultranza de Cicerón. Por supuesto, a esa tendencia, animada por Lorenzo Valla o, posteriormente, por Erasmo de Rotterdam (autor  del Ciceronianus), le siguió un inevitable anticiceronianismo que atraparía a otros tantos intelectuales de talla, como Angelo Poliziano. Entrado el siglo XVI, volvió la calma y Cicerón quedó como aún sigue en el panorama cultural de Occidente: como una cima de la literatura latina clásica, con páginas apasionantes y una prosa de gran belleza.

http://www.enciclonet.com/articulo/ciceron-marco-tulio/# 
http://www.thelatinlibrary.com/cicero/consulatu.shtml

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