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FELIPE IV Y EL CONDE DUQUE DE OLIVARES 
¿Cómo 
    fue Felipe IV? Carlos Fisas lo define con cuatro palabras: abúlico, poeta, 
    devoto y mujeriego. 
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 Su 
    faceta de mujeriego se valora por sus resultados: cuarenta y tres hijos que 
    se le reconocen, trece legítimos y treinta bastardos, y podemos suponer 
    algunos más. 
     Devoto, como hombre de su tiempo, busca el perdón de sus pecados en la 
    misma medida que un fumador deja el tabaco entre pitillo y pitillo. La 
    fuerte influencia del Conde Duque de Olivares fue sustituida, en 1643, por 
    la de Sor María de Jesús de Agreda, abadesa del monasterio de las 
    Concepcionistas de la villa de Agreda, una monja visionaria que le servía de 
    intermediaria con la divinidad. 
 Fue 
    poeta firmando composiciones con el seudónimo de “Un ingenio de esta Corte” 
    y organizando justas poéticas y recitales en el teatro de su Real Alcázar. 
     Abúlico en lo personal y como rey, dejó el gobierno en manos del Conde 
    Duque de Olivares y cuando este cayó, se abandonó en manos de un nuevo 
    valido.  
El valido: El Conde Duque de Olivares
 En 
    abril de 1621, dieciocho meses antes de su muerte, Felipe III confía a Don 
    Baltasar de Zúñiga el gobierno de la monarquía. La nueva administración 
    pretende devolver el Estado a la situación en que se encontraba en tiempos 
    de Felipe II y acabar con los abusos del gobierno reciente. 
     Zúñiga, que tiene 60 años cuando llega a ministro principal, ha aprendido 
    sus primeras lecciones de política de su cuñado, el segundo Conde de 
    Olivares. Ahora él alecciona a su sobrino, el tercer conde de Olivares. 
 Cuando 
    muere, en octubre de 1622, y 
    hasta 1643, el protagonismo corresponde a Don 
    Gaspar de Guzmán, y Acevedo, tercer Conde de Olivares. Con la obtención del 
    título de duque de San Lucar la Mayor se le empieza a conocer como el 
    conde-duque.  
 La 
    política de austeridad que el Conde Duque propugna contra el despilfarro que 
    se venía arrastrando en la corte de Felipe III, dura poco (realmente hasta 
    la visita del príncipe de Gales en 1623). 
 El 
    príncipe de Gales había llegado a España para conocer a la hermana de Felipe 
    IV con la que quería casarse. La intransigencia religiosa del conde duque 
    impidieron un matrimonio que hubiera resultado muy beneficioso para la 
    suerte de España. 
 El 
    propio Olivares, que tanto criticó la concesión de mercedes del duque de 
    Lerma, irá acumulando honores, cargos y mercedes a través de los años. Su 
    cuñado, el conde de Monterey, se hace famoso por las ganancias que consigue 
    mediante los cargos que va ostentando. Los demás cuñados de don Gaspar son 
    de otra pasta pero hace por ellos cuanto estuvo en su mano. Otros parientes 
    comparten también el cambio de fortuna de la familia. La finalidad de todos 
    estos nombramientos en la corte no es otro que proporcionar a don Gaspar un 
    apoyo en palacio para mantener su poder. 
 Dándose 
    cuenta Olivares de la personalidad del rey hace todo lo posible por 
    alimentar su sensualidad y proporcionarle aventuras amorosas. A Isabel la 
    entretiene con bailes, fiestas y saraos. 
 En 
    1633 se inaugura el palacio del Buen Retiro, escenario principal de la 
    corte, planeado por Olivares como el escenario perfecto para proclamar al 
    mundo la grandeza y el triunfo de la Monarquía Hispánica. Felipe IV se 
    apropiaría de él cuando el conde duque cae en desgracia. 
 Olivares
    es un tirano severo e impaciente, 
    
    irritable e 
    intolerante ante las equivocaciones 
    de sus colegas o subordinados, 
    y siempre le toca a él tomar el trabajo en las manos. Aunque 
    
    constantemente se lamenta de ello, siente 
    la íntima satisfacción de ser imprescindible. 
    Es 
    un Felipe II sin corona. 
     El conde duque de Olivares tuvo la mala suerte de coincidir en el tiempo 
    con Armand du Plessis, el cardenal Richelieu, quién le superó siempre en 
    astucia y falta de escrúpulos.  
    Ambos buscaron la unificación de los diversos reinos suprimiendo los fueros 
    y privilegios de algunos de ellos, para conseguir una centralización 
    económica y política. Pero el Cardenal Richelieu sabía lo que quería y no le 
    importaba aliarse con el mismo demonio (en su caso los protestantes) para 
    conseguir sus fines. 
    Por el contrario el conde duque tenía una persistente tendencia a vacilar. 
    Le costaba tomar decisiones claras y netas, con la paradoja de que esta 
    falta de capacidad para asumir un riesgo claro hacía que se involucrara en 
    riesgos mayores que los que hubiera supuesto una decisión audaz. 
     Carecía del sentido de lo posible. En su afán por conseguir un buen tratado 
    (sobre todo con los holandeses) echaba por tierra la posibilidad de algún 
    acuerdo. Un “mal” acuerdo a tiempo con los holandeses hubiera reducido el 
    número de frentes que atender y hubiera ahorrado al país gastos y fracasos.
     
     Tenía una fe casi mística en la solidaridad de los Habsburgo austríacos 
    para defender la cristiandad bajo el manto de los Austrias españoles y nunca 
    entendió que estos solo estuvieran dispuestos a recibir el dinero español, 
    dinero enviado para mantener una reputación tan absurda como inmerecida. 
     Cada ejército y cada batalla exigía exprimir el bolsillo ya vacío de sus 
    vasallos y de algunos nobles. Tuvo que inventar impuestos y cargas, 
    supeditados a las necesidades del momento y no a una política fiscal 
    meditada y coherente. En muchos casos ni esto bastaba para vestir y calzar a 
    la tropa. 
La guerra de los 30 años
 Con 
    Olivares, la Monarquía se implica plenamente en la guerra de los Treinta 
    Años. Esta abarca una serie de conflictos, que se extienden desde 1618 (al 
    final del reinado de Felipe III) hasta 1648, en los que participan la 
    mayoría de los países de Europa Occidental. 
 La paz de Aquisgran o de los Augsburgo, 
    firmada por Carlos V, había cerrado en falso el antagonismo entre católicos 
    y protestantes. 
 Carlos 
    V había dejado la corona del imperio austríaco a su hermano Fernando. A este 
    le sucedieron su hijo Maximiliano y sus nietos Rodolfo y Matías. 
 Como Matías no tiene 
    descendencia es elegido sucesor el que sería Fernando II, un vástago de una 
    rama secundaria de los Habsburgo. Este era un ferviente católico, que no 
    respetó ciertos privilegios que su antecesor Rodolfo había otorgado a los 
    habitantes de Bohemia, en la actual república checa, en cuanto al 
    mantenimiento allí del luteranismo. 
 El 23 de mayo de 1618, 
    los protestantes de Praga invaden el palacio real, capturan a dos de los 
    ministros del rey y los lanzan por una ventana. Este acto, conocido como la 
    Defenestración de Praga, marca el comienzo de la guerra de los treinta años. 
 A 
    finales de ese año, los bohemios conceden la corona al calvinista Federico V 
    del Palatinado, que había sido derrotado años antes por Fernando en la 
    elección para suceder a Matías. 
 El conde duque se involucra desde el 
    primer momento al lado de Fernando participando 
    en todos los frentes (Bohemia, Dinamarca y Suecia) 
    para mantener la “reputación” de la monarquía española que consistía en no 
    perder ningún territorio y defender la 
    
    “Pax 
    Austriaca” 
    garantizada por los Habsburgo. El carácter quijotesco de esta 
    guerra 
    
    consiguió desangrar 
    el país. No obedecía a ninguna necesidad puesto que no 
    perseguía un beneficio tangible y fue la causa del derrumbamiento de la 
    dinastía de los Austria. 
 En su última fase la guerra evoluciona 
    hacia una lucha por la hegemonía en Europa Occidental entre los Habsburgo y 
    Francia. Termina con la Paz de Westfalia (1648), con Francia como gran 
    triunfadora. 
 En esta última fase Francia apoya los 
    levantamientos de Cataluña y Portugal (1640) que provocan la más grave 
    crisis interna de la Monarquía. Los múltiples descontentos provocados por la 
    política fiscal y por la desvalorización del ducado causada por la 
    introducción del vellón (cobre) en sustitución de la plata, llevan a la 
    destitución del conde-duque. El emperador de Austria no mueve un dedo para 
    ayudar a España en su lucha con Francia. 
La Rebelión de Cataluña
 La 
    Rebelión de Cataluña (1640) es un conflicto entre la monarquía 
    y los territorios catalanes, conocido también como guerra dels Segadors 
    (1640-1652 o 1659). Las causas de esta rebelión se encuentran en: 
 -        
    Los elevados costes de la política imperial. 
-        
    La oposición a la monarquía absoluta. 
-        
    El malestar campesino. 
-        
    La presencia de tropas en 
    Cataluña. 
 Durante el siglo 
    XVI solo Castilla y la llegada de oro y plata de América ayudaron a mantener 
    el Imperio. 
 A finales de siglo, 
    durante el reinado de Felipe III 
    (1598-1621) la Hacienda castellana se encuentra en estado ruinoso. A partir 
    de 1618 la guerra de los Treinta Años (1618-1648)
    acentúa los problemas económicos de la monarquía, 
    y, en 1627, se llega a la bancarrota. 
 En este contexto, el 
    programa del conde-duque de 
    Olivares tiene por objetivo la reforma 
    institucional del Estado para conseguir la colaboración de los reinos no 
    castellanos en la financiación del Estado. 
 Se trata de unificar 
    legislativa e institucionalmente la monarquía suprimiendo leyes e 
    instituciones feudales, crear un Ejército en el que todos los reinos 
    participen – la Unión de Armas- e imponer una fiscalidad más exigente y un 
    sistema bancario nacional. 
 Este programa 
    reformista, fundamento de la monarquía absoluta, es rechazado por las 
    Cortes 
    catalanas, lo que crea una relación conflictiva entre Cataluña y la 
    monarquía. A ello ayuda un clima de inestabilidad provocado por el 
    bandolerismo. 
 Durante los primeros años del 
    reinado de Felipe IV tres problemas hacen aumentar la tensión:  
 -        
    El rechazo de las Cortes de 1626 y 1632, a la Unión de Armas. 
-        
    Los abusos 
    de los tercios imperiales alojados en Cataluña (1626) en previsión de la 
    guerra con Francia. Estas tropas se alojan en las casas de particulares y 
    viven a su costa. Las obligaciones formales del dueño de la casa se 
    limitaban a proporcionar al soldado cama, mesa, luz y servicio, así como 
    sal, vinagre y agua. Pero Madrid daba por supuesto que la población local 
    daría de comer a sus expensas al ejército que tenía alojado, aunque no podía 
    exigirlo. Cuando Francia declara la guerra en 1635, se envían más tropas 
    para defender la frontera, lo que acentúa al malestar campesino. 
-        
    La 
    aparición del hambre. 
 Entre 
    1635 y 1640 los enfrentamientos entre campesinos y soldados son constantes.
     
 En 1638 la elección del 
    canónigo radical Pau Claris como presidente de la 
    Generalitat, 
    desplaza a la burguesía y a la nobleza partidaria del pacto de la dirección 
    de las instituciones. 
 A partir de enero de 
    1640, los enfrentamientos entre las tropas imperiales y los campesinos 
    aumentan. Un clima antiseñorial se mezcla con el conflicto político abierto. 
 En mayo de 1640, 4.000 
    campesinos se enfrentan a los tercios en Gerona y el obispo sanciona con la 
    excomunión a los soldados. Ello da fuerzas a la religiosidad popular, que 
    apoya la revuelta campesina espontánea. 
 El 22 de mayo los 
    segadores entran en Barcelona y abren las puertas de la cárcel liberando al 
    diputado militar Tamarit, encerrado por desobedecer las órdenes de 
    reclutamiento de Olivares. El 7 de junio, día del Corpus, entran por segunda 
    vez en la ciudad y el virrey, el conde de Santa Coloma, cae asesinado. 
 La ruptura con el Estado 
    es inevitable. Los dirigentes de la Generalitat optan por encabezar la 
    revuelta y sumar así a los objetivos sociales o antiseñoriales del pueblo 
    los objetivos políticos de rechazo del programa unificador. 
 Ante la gravedad de los 
    acontecimientos, Olivares forma un ejército para invadir Cataluña. Al mismo 
    tiempo la Generalitat se alía con los franceses. Así es como la rebelión de 
    1640 de Cataluña se convierte en un episodio local de la guerra de los 
    Treinta Años. 
 En 1641 los franceses no 
    respetan la independencia de las instituciones catalanas, pactada 
    previamente, y nombran al rey 
    Luis XIII conde de Barcelona, cediendo a las 
    presiones políticas del cardenal Richelieu. 
    El ejército de Felipe IV, que avanza desde el sur, es frenado en la batalla 
    de Montjuic a las puertas de Barcelona (enero de 1641). 
 La revuelta nobiliaria 
    de Francia debilita el ejército francés, coyuntura aprovechada por las 
    acciones ofensivas de Juan José 
    de Austria (fruto de las relaciones del rey con la actriz María Calderón), 
    que dieron como fruto la conquista de Barcelona (1652). 
 Los franceses continúan 
    presionando militarmente durante siete años más, razón por la cual algunos 
    historiadores sitúan el final de la guerra en 1659 y otros en 1652, con la 
    caída de Barcelona. Las aspiraciones territoriales francesas se vieron 
    satisfechas en 1659, año en que se firma 
    la Paz de los Pirineos, 
    por la que una parte de Cataluña pasa a ser dominio francés (El Rosellón = 
    la Cataluña francesa). 
    Guerra de Separación de 
    Portugal 
     Es 
    un conflicto que también se inicia en 1640, y que finalizará en 1668 con la 
    independencia definitiva del reino de 
    Portugal de 
    la Monarquía española. 
 La 
    política del conde-duque de 
    Olivares supuso la gota que rebasó el vaso del 
    progresivo descontento político vivido en Portugal por la falta de respeto 
    hacia lo acordado por Felipe II 
    en 1579, en los artículos de Lisboa. 
 El derecho de 
    exclusivismo, llamado también “indigenato”, debería haber garantizado que 
    todos los cargos del aparato estatal, militares y de defensa metropolitana e 
    imperial fueran para los portugueses. Sin embargo los castellanos los fueron 
    copando. 
 Asimismo, se incumplió 
    lo estipulado con respecto a las formas de gobierno delegado en caso de 
    absentismo real, que debía circunscribirse al virreinato de sangre y a una 
    gobernación integrada por naturales. Aunque en ese momento la Corona estaba 
    representada por Margarita de Saboya, prima de 
    Felipe IV, 
    esta era asesorada por castellanos. 
 El 
    descontento se agravó porque a la negativa coyuntura económica - pérdida del 
    monopolio comercial, incremento de los ataques holandeses a la América 
    portuguesa y escasez cerealista - se sumó la subida de la tributación y la 
    desnaturalización del fisco lusitano.  
 Todo ello produjo 
    alteraciones en 1637 en Évora, Alentejo y Algarve. En marzo del siguiente 
    año se había vencido la oposición y se proclamó un perdón general. 
 La existencia de un 
    descendiente directo al trono, don Joao (Juan) de Braganza, el futuro
    Juan IV de Portugal, 
    permitió que este descontento se encauzara hacia la separación de los 
    Austrias (Habsburgos españoles). Aunque en 
    las alteraciones de 1637 don Joao había sido aclamado como rey de Portugal, 
    se mantuvo prudentemente en la retaguardia hasta los últimos meses. 
 La 
    situación de Felipe IV, con la balanza inclinada en su contra en la 
    guerra de los Treinta Años,
    y la exigencia del conde-duque de Olivares a la 
    nobleza portuguesa de que se uniera a la campaña militar contra los 
    catalanes, que en 1640 habían iniciado su rebelión, fueron determinantes en 
    los apoyos al movimiento separatista. 
El 1 de diciembre de 
    1640, con gran secreto se tomó el pazo (casa de campo) donde residía la 
    virreina, se dio muerte a Miguel de Vasconcellos, secretario del Consejo del 
    Reino, se consiguió la rendición del gobernador del castillo de San Jorge y 
    la de las naves castellanas fondeadas en el Tajo. 
 Pronto el nuevo reino 
    tuvo apoyo internacional, salvo de la Santa Sede que junto con España no 
    asumió la separación hasta el 
    Tratado de Lisboa (1668). En estos años el 
    enfrentamiento militar se limitó a acciones fronterizas puesto que las 
    tropas de Felipe IV se encontraban en Cataluña y en Centro-Europa luchando 
    contra Richelieu. 
 Tres veces se intentó la 
    penetración a lo largo del Tajo hacia Lisboa y las tres veces fueron 
    rechazados los invasores con grandes pérdidas. Con poco dinero, pocas 
    tropas, poca moral y jefes de mediocres cualidades el éxito no podía sonreir 
    a las armas españolas. 
Caída del Conde duque de Olivares; nuevo valido Luis Menéndez de Haro
 En 1643 el 
    rey ordena al Conde Duque de Olivares que entregue todos sus poderes y se 
    retire a su villa de Loeches (cerca de Alcalá). Dispone que desde aquel 
    momento será el rey quien gobernará, de lo que se cansa a los pocos días. 
    Entrega el mando a un nuevo valido, llamado Luis Menéndez de Haro (sobrino 
    del conde duque de Olivares). 
 La 
    reina Isabel muere al año siguiente. Le falta un mes para cumplir cuarenta y 
    un años. A los dos años le sigue su hijo, el príncipe Baltasar Carlos. A 
    Felipe solo le queda una hija, la infanta María Teresa. 
 Poco 
    después, el conde duque se traslada de su hacienda de Loeches a Toro. Allí 
    algunas versiones mantienen que sus parientes, para evitarle un fin 
    ignominioso (la inquisición iba a por él), apresuran su muerte por medio de 
    un veneno en 1645. 
 El 
    jardín del Buen Retiro pertenecía a Olivares. El rey se queda con él, 
    ensanchándolo y embelleciéndolo. 
Balance de las guerras
     Durante el reinado de Felpe IV, España sufre un revés tras otro: Pérdida de 
    Holanda (Tratado de Munster en 1648), guerra con Francia que termina con el 
    tratado de los Pirineos y la guerra de secesión de Portugal, que terminará 
    logrando su independencia en 1668 (Tratado de Lisboa). 
 La paz 
    con Francia (Paz de los Pirineos) se logra con la pérdida de ciudades en 
    Flandes, y la cesión a Francia del Rosellón, el Conflent, el Vallespir y 
    parte de la Cerdaña. El pacto se firma en 1659 y se sella con la boda, el 
    año siguiente, de la infanta María Teresa (hija de Isabel) con Luis XIV, su 
    primo por partida doble, previa renuncia a la corona de España. Sin embargo 
    este matrimonio permitirá que el nieto de Luis XIV sea el futuro Felipe V de 
    España, el primer Borbón. 
 La 
    regencia y un nuevo valido: el jesuita Nithard 
 A la muerte del rey en 1665, el 
    príncipe don Carlos tenía cuatro años. La reina Mariana asume la regencia 
    asesorada por un Consejo de Regencia integrado por dos personajes de la 
    corona de Aragón y tras de la de Castilla. Pero la reina viuda prescinde de 
    los consejeros y entrega el gobierno a su confesor, el jesuita austriaco 
    Everardo Nithard. 
     Pretextando la falta de dote prometida a su esposa, Luis XIV de Francia 
    envía sus ejércitos contra las enflkauqecidas guarniciones de las plazas 
    españolas en Flandes. La guerra fue breve y terminó con la paz de Aquisgrán 
    que entregaba Lille y otras plazas a Francia. 
 El 
    padre Nithard dura cuatro años en los que fue acumulando errores y derrotas. 
    Juan José de Austria, fruto de las relaciones del rey con la actriz María 
    Calderón, se subleva en Barcelona y llega hasta Torrejón de Ardoz, desde 
    donde envía un ultimátum a la reina. Esta destituye al valido, y lo envía a 
    Roma como embajador. Dos años después muere como cardenal. 
 Cuarto 
    valido: Fernando Valenzuela 
 Don 
    Juan hubiera podido suplantar a la reina pero se contentó con la destitución 
    del valido y volvió a Aragón. Doña Mariana, que experimentaba la necesidad 
    de apoyarse en alguien, se encaprichó entonces de un hidalgüelo, Don Juan de 
    Valenzuela, quien aprovechó la ocasión para reunir en poco tiempo una 
    saneada fortuna. 
 El 
    nuevo valido es un hombre listo, con pocos escrúpulos y muchas ambiciones. 
    Inventa una serie de impuestos que, en algunos casos llega a la simonía 
    (venta de beneficios eclesiásticos) y se apodera de la Renta del Tabaco. 
Un 
    grupo de Grandes de España se hacen eco de la indignación genearl y apoyaron 
    un nuevo levantamiento de Don Juan José de Austria. El favorito fue 
    desterrado, la reina madre confinada en Toledo y el rey niño, un pelele sin 
    voluntad, quedó al cuidado de su hermanastro que durante tres años gobernó 
    España en calidad de primer ministro.  
Tras la 
    prematura muerte de Don Juan Joseé de Austria, el duque de Medinacelli 
    primero y el conde de Oropesa después llevaron las riendas. 
 La 
    nobleza, descontenta, llama al confesor de Carlos II que le convence para 
    que asuma el poder el mismo día de su decimocuarto cumpleaños, 6 de 
    noviembre de 1675, frente a la opinión de su madre que quería prorrogar la 
    regencia otros dos años. 
     Familia 
    de Felipe IV 
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Primera esposa: Isabel de Borbón
 Cuando 
    tenía seis años, su padre propuso al rey de Francia, Enrique IV, el 
    matrimonio del entonces Príncipe de Asturias con la hija de aquel, Isabel, 
    al mismo tiempo que se concertaba el matrimonio del Delfín de Francia, el 
    futuro Luis XIII, con Ana, su hermana. 
     Enrique IV era aquel rey de Navarra, protestante, que, para ser rey de 
    Francia, abjuró de sus creencias y se convirtió al catolicismo. No le hizo 
    gracia casar a su hija con el rey español, que representaba el más rancio 
    catolicismo, pero su asesinato por un extremista católico, Jean François 
    Ravaillac, en 1610, facilitó la aprobación de la reina viuda, María de 
    Médicis. 
 La 
    cuestión económica se saldó de una manera ejemplar. Ambos padres dotaban a 
    su hija con quinientos mil escudos de oro, con lo que ninguno desembolsó un 
    duro. 
 Ana de 
    Austria casó con Luis XIII de Francia en 1615, cuando tenía catorce años. Su 
    matrimonio no fue feliz y, desde 1620 hasta la muerte de Luis en 1643, la 
    pareja vivió prácticamente separada. El jefe del Consejo de Ministros, el 
    Cardenal Richelieu, dudaba de su lealtad hacia Francia, por su origen 
    español, y la acusó de conspirar contra el rey aunque no pudo probar nada. 
    Otras lenguas afirman que su odio procedía de no haber querido acostarse con 
    él. La reina Ana es el protagonista femenino de la novela de Alejandro Dumas 
    “Los tres mosqueteros” 
 Cuando 
    Felipe IV se casa, en 1615, tiene diez años y medio, e Isabel uno más. 
    Tienen que esperar hasta 1620 para vivir juntos. Un mes después de verse, 
    ella, que tiene 17 años, ya estaba embarazada. 
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Del matrimonio de Felipe IV 
    e Isabel nacen dos hijos. 
El heredero Baltasar 
    Carlos.- era una promesa de continuidad pero su temprana muerte truncó el 
    destino 
Maria Teresa.- La infanta se 
    casó con el rey frances Luis XIV (el rey sol). Este matrimonio haría posible 
    la entrada de los borbones en España ya que un nieto suyo Felipe de Anjou, 
    hijo de Luis XV heredaría el trono español tras la muerte de Carlos II sin 
    descendencia directa. Esto produciría la guerra de sucesión. 
La segunda esposa: Mariana de Austria
     Necesitado de buscar descendencia, tras la temprana muerte de 
    Baltasar Carlos,
    casa con Mariana de Austria hija 
    de su hermana María. Mariana tiene en esos momentos 13 años y Felipe 41. 
 De 
    nuevo un acuerdo económico neutro: El padre de la novia, el emperador 
    Fernando II de Alemania, igual de arruinado que Felipe IV, paga una dote de 
    100.000 escudos y recibe la misma cantidad en concepto de arras. 
De este matrimonio nace un 
    niño débil y enfermizo y que pasaría a la historia con el nombre de Carlos 
    II el Hechizado. 
 Carlos II el Hechizado. 
http://www.incerba.com/espana/photo21.htm 
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miércoles, 14 de enero de 2015
FELIPE IV Y EL CONDE DUQUE DE OLIVARES
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