jueves, 31 de octubre de 2019

PEINES MEDIEVALES...EL PEINE EN LA ANTIGÜEDAD


Crecí con pocas leyendas, muy pocas, pero de todas ellas recuerdo  la de la  mora de tez blanca y pelo rubio que peinaba sus cabellos con peine de oro en la entrada de la cueva de la Fuente de la Morar. La mora de la cueva era vista por los caballeros y sin decir una sola palabra enamoraba a los hombres que la veían sin hacer otra cosa que peinar su larga melena. Que el peine fuera de oro no hace sino ahondar en el mundo mágico de los tesoros y las hadas de las cuevas custodias de esas riquezas, tal y como se reconocen en toda la Península Ibérica.



Aquellos seres fantásticos no son los únicos representados en actitud de peinarse. En los bestiarios medievales, las sirenas, mitad mujer mitad pez, son representadas acicalándose con un peine y un espejo en la mano, entre otros elementos.
Sobre asta, marfil de elefante, hueso, diente de hipopótamo e incluso colmillos de mamut o, los mas pobres y probablemente mucho mas cotidianos, sobre simple madera,  los peines son conocidos de uno a otro lado de Europa desde la Prehistoria hasta la actualidad, ya sea entre los sedimentos de un poblado calcolítico  como los Millares, en Almería, Abydos, de la primera dinastía egipcia, el mundo tartésico o púnico de Carmona o Medellín, las ciudades de la Grecia helenística, las del Imperio Bizantino, los castros hispanovisigodos como el de la Ventosa, en Cacabelos (León), las ciudades islámicas, los obispados ingleses y las casas de las ciudades medievales.



Peine visigodo de Cacabelos, fabricado en hueso. Procede del Castro de la Ventosa



Las púas en doble y contrapuesta hilera se fabrican para su uso práctico de aseo, como aderezo y ornato de cabeza e incluso como elementos simbólicos, siendo decorados mediante motivos geométricos simples, otras veces profusamente tallados e incluso pintados.
               
        

Peine medieval completo procedente de Pamplona. Fabricado en madera y decorado con motivos sencillos de carácter geométrico.

La excepcionalidad de la conservación de aquellos fabricados en madera, seguramente los mas utilizados y los peor conservados, radica fundamentalmente en la naturaleza de la materia prima y en las condiciones necesarias para preservar este tipo de material orgánico durante siglos. 
Es el caso de los peines medievales que aparecieron en Pamplona durante la excavación arqueológica realizada en 2005-2006 con motivo de las obras de rehabilitación del Palacio del Condestable en el fondo inundado de la caja de piedra de una noria de sangre,  en el llamado Patio de Pellejerías. Aquellas piezas se conservaron a lo largo de mas de 700 años gracias a hallarse sumergidas en agua y no haber variado sus condiciones a lo largo del tiempo. 
Se trata de tres peines dobles para uso personal, datados en los siglos XII-XIII, uno de los cuales se conservaba íntegro y los otros dos fragmentados, decorados en dos casos con motivos geométricos. 
Estos materiales lígneos que habían permanecido sumergidos en agua durante tanto tiempo  se mostraban blandos y frágiles. Sabedores que su extracción del lugar donde se encontraban depositadas, en un medio anaeróbico, supondría su casi inmediato deterioro y destrucción por  los efectos de la desecación,  las instituciones navarras solicitaron la colaboración con el Ministerio de Cultura para su restauración. Los peines y otras piezas de madera como una copa, se depositaron en los talleres de restauración del Museo Nacional de Arqueología Marítima y Centro Nacional de Investigaciones Arqueológicas Submarinas, en Cartagena (Murcia), especializado en el tratamiento de materiales sumergidos  y donde se llevó a cabo su desalinización, consolidación y limpieza.
Estos peines fabricados para el aseo son muy parecidos a las peinas actuales.
Mientras este caso de Pamplona se realizó en un contexto doméstico, hay otros casos en los que el propio lugar de reconocimiento de la pieza arqueológica nos pone sobre la pista de usos diferentes. 




Tal es el caso del peine que apareció dentro de una caja de madera en la necrópolis de la basílica de San Prudencio, en Armentia (Vitoria), hallado bajo el cráneo, a la altura de la nuca, de la inhumación nº 85, lo que le ha valido su interpretación como pasador o adorno de cabello. Sin embargo, durante la Edad Media fue frecuente la asociación de peines a las figuras de los santos y los obispos otorgándoseles un carácter litúrgico. Conocemos diferentes casos asociados a la consagración de obispos, como ocurre con el objeto de márfil procedente de la abadía inglesa de San Albano, en el que se tallaron, con profusión de detalles, escenas de la infancia de Jesús (la matanza de los inocentes y la visita de los Magos) datado en el siglo XII y que se halla expuesto en el Museo de Victoria y Alberto de Londres.

 

Parece que se trata de peines cuyo uso simbólico serviría para limpiar la cabeza de los prelados de los malos pensamientos. La sencillez de este argumento no deja de sorprenderme.
En la Catedral de Roda de Isábena hubo dos de aquellos peines litúrgicos, ambos en márfil,  uno de ellos pintado conocido como peine de San Ramón I, que fue robado por el expoliador conocido como Erik el Belga y que nunca ha sido recuperado. En la misma catedral se conservó un peine litúrgico tallado con un sacerdote copto y una gacela comiendo hierba en el reverso, el denominado San Ramón II.

                                                  
                               






Peines litúrgicos de marfil tallado se custodian también en el Museo de la Catedral de Orense, procedentes del monasterio de Celanova. Son conocidos como los peines de San Rosendo, ya que aparecieron dentro de su enterramiento cuando se exhumó a comienzos del siglo XVII. Estos elementos comparecieron junto a su báculo, piezas de ajedrez, etc. Uno de ellos se decora con arabescos en negro y dorado respondiendo a un tipo conocido como siciliano (al igual que el de Roda de Isábena); mientras los otros dos forman parte de una pareja, el uno de motivos calados y el otro tallados; todos ellos han sido datados en el siglo XII.
Peine medieval litúrgico en madera de boj cuidadosamente tallada y calada en celosía mostrando motivos geométricos mezcla de influencia islámica y gótica, un corazón y un espejo embutido.Trabajo francés, S. XV.

Pero mas acá de consideraciones litúrgicas, el aseo personal, la necesidad de mantener el pelo limpio y bien colocado, pusieron al alcance de las gentes estos útiles peines o peinas, que en algunos casos, junto a los espejos, son objeto de atención en las representaciones pintadas o esculpidas, al parecer como símbolo de la vanidad y la lujuria.


     
     

Psalterio de Lutrell con una dama acicalándose frente al espejo que sujeta su sirvienta en la que se aprecia espejo, peine y cajita o cofre.


En la colección de cuentos de Aurelio M. Espinosa (2009) que recopila tradiciones orales, se recoge la creencia de que el peine en manos de mujer puede cobrar atributos mágicos. Cuando Blancaflor es perseguida por su padre (el diablo) en el caballo del pensamiento (mientras que ella y su esposo cabalgan en el del viento) y está a punto de ser alcanzada, echa , entre otras cosas, un peine y así o gracias a ello, surge un bosque de pinos  semejante que se convierte en una barrera  infranqueable.  El cuento está sujeto a muchas variantes y está extendido por todo el planeta. 
Hasta tres versiones de esta tradición han sido recogidas en el artículo "Blancaflor en Galicia". Gracias a Rosario Soto, se puede acceder a estos interesantes datos, quien  ha hablado de historias arcaicas, recopiladas en algún caso en el poemario germánico Edda Mayor, de héroes ultrajados que no vuelven a lavarse ni a peinarse mientras no recupere su honra. 
Carmen Leal, especialista en la Irlanda antigua,cuenta como en las leyes consuetudinarias irlandesas (Uraicecht Becc), lo más bajo del mundo y de la categoría artesanal era el fabricante de peines. Su precio de "honor" (lo que se le pagaba ) era una becerra añoja o más bien la mitad de media vaca lechera. En otro manuscrito legal (Bretha Némen toísech) se puede ver que es así porque "tiene que disputarle a los perros del albañal el material de su trabajo". 

Tres peines de madera,fueron hallados durante la excavación arqueológica realizada para restaurar el Palacio del Condestable en Pamplona.
Las tres piezas se pueden ver en la sala de la colección permanente del museo, acompañadas de imágenes que ilustran el proceso de tratamiento de liofilización que se les ha aplicado para su conservación. Tras su exhibición las piezas retornarán a la Comunidad Foral. 
Las piezas aparecieron durante la excavación arqueológica realizada en 2005-2006 con motivo de las obras de rehabilitación del Palacio del Condestable, para su adecuación como Centro Cívico del Casco Antiguo de Pamplona. El hallazgo se realizó en el fondo inundado de la caja de piedra de una noria de sangre, ubicada en el llamado Patio de Pellejerías, adjunta al palacio. La conservación de materias orgánicas tan antiguas es inusual y sólo se produce en medios anaerobios, en este caso por inmersión continua en agua. 
Se trata de tres peines dobles para uso personal, datados en los siglos XII-XIII, uno de los cuales se conservaba íntegro y los otros dos fragmentados, decorados en dos casos con motivos geométricos. La conservación de materiales sumergidos en agua durante siglos los hace blandos y frágiles. Su extracción del lugar donde se encontraban depositadas conlleva un rápido deterioro por desecación, lo que provoca la pérdida de masa y su irreversible deformación. 
Los tres peines se han sometido a un largo proceso de restauración, que ha permitido la estabilización de las piezas. El tratamiento ha consistido básicamente en la retirada controlada del exceso de agua embebida, sin que ello suponga pérdida de su integridad. Para ello se ha aplicado un tratamiento en tres fases: desalinización, consolidación (mediante lenta impregnación de los objetos con polímeros de polietilenglicol y posterior secado en cámara de liofilización) y limpieza final. 


Hallados con relativa frecuencia en los yacimientos prehistóricos, son algunos de los objetos más antiguos de la humanidad. Consistían en pequeñas láminas de huesos, maderas o marfil talladas en forma de dientes o púas.









Peine Neolítico en el Museo de Berna. 

El ejemplo más antiguo, hallado en una excavación del norte de Europa, es un peine de 10.000 años de antigüedad que tiene una forma que recuerda a la mano, lo que sugiere que ésta fue el primer “peine” de la humanidad. El corte de pelo, el peinado y la preocupación por adornar la cabeza se documenta ampliamente en las pinturas rupestres. Gracias a estas pinturas se sabe que los peines, además de cumplir una función práctica, tenían un significado esotérico y se llevaban colgados como amuletos o se utilizaban en ritos funerarios. A medida que avanzan los milenios los peines se van haciendo de otros materiales como el hierro, el cobre, el carey, el bambú, la plata o el oro…
Peine Etrusco siglo VII a.c

Peine Egipcio Amenofis III, año 1390 a.c

Peine Egipcio 2900 A.C

Peine Periodo Micénico. Atenas

Peine Escita S. V A.C

Peine Romano
En los primeros tiempos de Cristianismo, peinarse formaba parte del ritual litúrgico igual que lavarse los pies. En la Edad Media, proliferaron los peines litúrgicos como objetos de culto.
Peine litúrgico. Medieval.

En el Renacimiento y el Barroco se enriquecieron con metales preciosos, pinturas, esmaltes y gemas formando parte importante de los ajuares de las novias. Progresivamente, estos utensilios de aseo para el cuidado del cabello pasaron a ser de uso mayoritariamente masculino y las mujeres optaron por los cepillos para desenredar sus melenas aunque los siguieron usando como elementos decorativos del cabello.

                                                                          Peine renacentista italiano

                                                                        Peine proveniente de Qatar

                                                                               Peine Turco

                                                                                 Peine chino

Pintura de Molenaer, 1633




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