viernes, 16 de diciembre de 2016

BORIS LEONIDOVICH PASTERNAK ...EL DOCTOR ZHIVAGO


Boris Leonidovich...poeta lírico, novelista y traductor ruso, nacido en Moscú el 10 de febrero de 1890 y muerto en Perediélkino, cerca de Moscú, el 30 de mayo de 1960.
Era hijo de Pasternak Leonid Osipovich, pintor de fama, y de una concertista. Estudió composición en el conservatorio, filología en las universidades de Moscú y de Marburgo, y destacó siempre por su vasta cultura y su clara inteligencia. En 1912 escribió sus primeras poesías de inspiración futurista y en 1914 publicó su primer libro de poemas,Un gemelo en las nubes, lleno de símbolos mitológicos y arcaísmos. En 1922 dio a la imprenta Mi hermana la vida, libro que le hizo célebre y le convirtió en uno de los primeros poetas rusos. Tras escribir numerosos poemas de inspiración social (como El teniente Schmidt y El año 1905), publicó una nueva colección de poesías líricas, caracterizadas por su intimismo, El segundo nacimiento. Escribió, además, una interesante autobiografía en prosa, El salvoconducto.




Posteriormente se dedicó a la traducción de escritores extranjeros, sobre todo de Shakespeare y Goethe. En 1957 publicó El doctor Zhivago, obra duramente criticada en su país, en la que se refleja de manera bastante objetiva los momentos sociales anteriores y posteriores a la revolución rusa. En 1958 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura, por su lírica y su obra en prosa, que hace honor a la gran tradición narrativa rusa, pero las autoridades de su país le obligaron a renunciar al premio por razones políticas. Murió cuando trabajaba en una historia sobre la emancipación de los siervos rusos en el siglo XIX.
Su obra ha ejercido una notable influencia en los poetas rusos menos conformistas de las generaciones siguientes.





Aunque se le puedan achacar pequeños defectos, no cabe duda de que El doctor Zhivago es una epopeya trágica como hay pocas, con la fuerza de las grandes novelas y unos personajes de cuyo recuerdo es difícil deshacerse después de terminar su lectura. Esta primera traducción directa del ruso de la magna obra de Borís Pasternak hace las delicias de los  amantes de la literatura eslava y, en general, de cualquier amante de las letras, ya que las desventuras del doctor Yuri por la Rusia revolucionaria son inolvidables.
La trama del libro es difícil de resumir, puesto que las idas y venidas, los acontecimientos, los viajes, los encuentros y los abandonos son numerosísimos y se suceden sin tregua. En pocas palabras podríamos decir que la historia se centra en la vida de Yuri Andréyevich Zhivago, un huérfano que estudia la carrera de medicina y que se ve envuelto en decenas de sucesos durante las primeras décadas del siglo XX en la agitada Rusia de la época.
Aunque se la considera una gran historia de amor (y en verdad la relación de Yuri con Larisa Fiódorovna hace gala de una intensidad emocionante), lo cierto es que El doctor Zhivago recuerda a grandes novelas históricas por la precisión con la que describe el turbulento tiempo de las revoluciones rusas de comienzos del siglo XX. La lucha obrera, la salida de la Primera Guerra Mundial, la revolución de octubre, son mostradas con detalle y los personajes se ven envueltos en todo ello para ilustrar la enormidad de unos movimientos sociales cuyas repercusiones fueron gigantescas. El mismo protagonista así lo entiende al comienzo de la obra: "¡Piense qué tiempos son éstos! ¡Y nosotros los estamos viviendo! Cosas tan increíbles tal vez sólo ocurran una vez en la eternidad"...






Pasternak describió en profundidad el lado oscuro de una época de exaltación y grandeza. La revolución se hace en pro de conceptos encomiables, con el objetivo de alcanzar derechos e igualdades, pero el autor describe a los dos bandos con una naturalidad brutal: las injusticias y los excesos se dan por igual en uno y otro bando, y nadie queda libre del egoísmo, de la cobardía o de la violencia. Un personaje alude a este hecho recordando sus padecimientos con diferentes regímenes: "Con todos los gobiernos he tenido relaciones y protectores, y con cada régimen he padecido sufrimientos y pérdidas. Sólo en los malos libros los hombres están divididos en dos bandos que nunca entran en contacto". Este cuadro inmisericorde de la revolución tuvo como consecuencia la caída en desgracia del autor, que incluso hubo de renunciar a recibir el Premio Nobel para poder seguir residiendo en Rusia.





Como demérito se puede señalar una cierta falta de ilación de la obra. Las escenas en las que Pasternak divide la obra son innumerables, y lógicamente esa cantidad es consecuencia de la multiplicidad de escenarios y personajes; sin embargo, en muchas ocasiones los cambios de escena son demasiado forzados, partiendo conversaciones por la mitad o relegando momentos de tensión a un injusto segundo plano. Esos pequeños accidentes formales hacen que en ocasiones la lectura resulte atropellada, aunque por fortuna la calidad del texto se sobrepone a ello con elegancia.





La comprensión del mundo y de la historia por Pásternak carecía de pragmatismo. El hombre era capaz de abrumar a amigos y conocidos con sus abstrusas divagaciones en torno a la realidad (sus “grandes vuelos cósmicos”, dice Isaiah Berlin). En El doctor Zhivago, Pásternak no opone al bolchevismo las objeciones que pudiera esgrimir un admirador de la democracia y el liberalismo occidentales, con lo cual anticipa en cierto modo a Solzhenitsyn; empero, a diferencia de éste, nunca llegó a ser un disidente resuelto e inflexible. No tenía nuestro autor madera de pensador político o social ni vocación de genuino intelectual, en sentido de hombre de letras que interviene en política (salvo que se entienda por tal su quimera de subyugar a Stalin con su visión metafísica de la historia); mucho menos lo seducía la tortuosa idea de hacerse martirizar a manos del aparato represor. Poeta y esteta por sobre todas las cosas, en política era dado a contemporizar, y antes de El doctor Zhivago se abstuvo de alzar la voz en contra de la revolución o en contra del régimen bolchevique. Salvo alguna efímera concesión, por otra parte, tampoco se sometió a las exigencias de la ortodoxia soviética y su camisa de fuerza artística, el realismo socialista. En los días del Gran Terror, se negó a firmar una carta abierta de condena al mariscal Tujachevsky, un paso tremendamente osado para hombre tan cauto (para cualquiera, en realidad). Como el protagonista de su novela, Pásternak nadaba a dos aguas, y nunca pudieron ni radicales ni moderados tenerlo por uno de los suyos; como Zhivago, simpatizaba con la idea de la revolución pero lo espantaba su realización concreta, su violencia desatada. Las ideas que desliza en la novela, de connotación inevitablemente política en vista del contexto (el totalitarismo, como es sabido, cancela las distancias no sólo entre lo público y lo privado sino entre la política y los otros ámbitos sociales), son más de inspiración filosófico-religiosa que propiamente política, y al parecer son deudoras ante todo del pensamiento de personalidades como Vladimir Soloviov (filósofo y teólogo de poderoso ascendiente en el simbolismo ruso y del que se menciona una de sus obras principales en Zhivago), León Chestov (pensador religioso influido por Kierkegaard, Dostoievski y Nietzsche, entre otros), y Nikolái Berdiáev (filósofo que transitó del marxismo al anticomunismo y a un ideario de raigambre cristiana).


Para oídos educados en sociedades liberales, especialmente en nuestros días, puede que los decibeles de tales ideas no alcancen niveles muy elevados, pero en aquel tiempo y en aquel país debían por fuerza resultar estridentes. La percepción de la revolución y de su ideología matriz se vuelve por demás condena explícita en un par de pasajes puntuales. En uno de ellos, Zhivago resta todo crédito al marxismo: «Demasiado poco dueño de sí mismo para ser una ciencia –afirma el doctor-. Las ciencias, por lo general, son equilibradas. ¿Marxismo y objetividad? No conozco una corriente más replegada en sí misma y más alejada de los hechos que el marxismo». Hacia el final de la novela, uno de los personajes sostiene lo siguiente (y perdonen los romanófilos): “Así ha ocurrido varias veces en la historia. Lo que fue concebido de un modo noble y elevado se convirtió en materia tosca. Así Grecia se transformó en Roma, así la ilustración rusa se convirtió en la revolución rusa”. Huelga decir que la censura debía considerar estos pasajes el colmo de la transgresión. En otro plano que el de las declaraciones -por lo menos tan expresivo como éste-, la mirada crítica de Pásternak es evidente en el modelado de personajes y situaciones que representan a la revolución y el régimen subsecuente; nada hay en aquéllos que suscite la simpatía del lector, todo ello es pintado en tonos sombríos. El calvario sufrido por los protagonistas es, en sí mismo, acerba denuncia de la arbitrariedad imperante. Salta a la vista que no hacía falta mucho más para que un régimen aberrante como el de la URSS vetase la novela.
¿Es acaso Zhivago una encarnación tardía del denominado “hombre superfluo”? Desdeñoso, el intelectual marxista Isaac Deutscher despachó al personaje considerándolo otro Oblómov, la creación icónica de Iván Gonchárov y uno de los más famosos hombres superfluos. Es este un fecundo arquetipo de la literatura rusa prefigurado por Alexander Pushkin y bautizado por Turguéniev (Diario de un hombre superfluo, 1850). Modelo de antihéroe y resabio exangüe del romanticismo, el hombre superfluo es, a grandes rasgos, un individuo de origen noble y vida acomodada, dotado de cierto talento pero dominado por el tedio vital y una profunda vacuidad tanto espiritual como existencial; alienta eventualmente un vago desasosiego pero, en vez de derivar en un activo inconformismo –en vez de rebelarse-, se deja consumir en el hastío, la abulia y la impotencia total. Comparte raíces con el nihilista, arquetipo con el que a veces se solapa. Su final suele ser abrupto y tan absurdo como su vida. Algunos representantes de esta estirpe son el Oneguin de Pushkin (Eugenio Oneguin); Pechorin, de Lérmontov (Un héroe de nuestro tiempo); Bazárov y Rudin, ambos de Turguéniev (son los protagonistas dePadres e hijos y Dmitri Rudin, respectivamente); Stavróguin, de Dostoievski (Los demonios), y el referido Oblómov. Pásternak, por su parte, concibió con toda intención un personaje irresoluto y falto de ímpetu, más a gusto en la contemplación que en la acción, más víctima que agente de la Historia; su debilidad, empero, es distinta de la que arraiga en la falta de un norte espiritual y un consiguiente desperdicio de energía, señales del hombre superfluo. Zhivago es un soñador. Sucumbe no al absurdo sino a la adversidad, que no es lo mismo. En circunstancias menos desapacibles que las de una sociedad convulsionada por la revolución y la guerra civil, todo indica que podría haberse hecho un nombre como médico y como poeta.
Una novela, en fin que se beneficia en cierta medida de su humanidad y temple poético. Por momentos depara una lectura gozosa, a ratos chirría. Quizá demasiado ambiciosa, algunas veces polémica, El doctor Zhivago es siempre interesante por su trasfondo histórico. 
El doctor Zhivago es, sin duda, uno de esos libros que hay que leer SI Ó SÍ: por su prosa cargada de lirismo y belleza; por su pertinencia histórica; por sus personajes complejos y contradictorios. Una novela inabarcable, universal, que décadas después de ser escrita aún despierta en el lector ecos de libertad y esperanza en el género humano. Una delicia que, además, podemos disfrutar en una traducción exigente y moderna. Poco más se puede pedir y poco mas puedo decir... ¿se nota que es de mi agrado?
http://www.solodelibros.es/14/01/2011/el-doctor-zhivago-boris-pasternak/
http://www.hislibris.com/el-doctor-zhivago-boris-pasternak/

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