sábado, 22 de agosto de 2015

FILOSOFIA DEL LENGUAJE....TENDENCIAS Y ETAPAS



La filosofía del lenguaje, escribió William P. Alston, está hoy peor definida y menos en posesión de un principio claro de unidad que la mayoría de las restantes ramas de la filosofía. Los problemas relativos al lenguaje de los que habitualmente se ocupan los filósofos constituyen una colección casi sin trabazón, por lo cual resulta difícil encontrar un criterio claro que los separe de los problemas del lenguaje tratados por los gramáticos, los psicólogos y los antropólogos. Podría parecer que actualmente una filosofía del lenguaje no tendría otra justificación que la de las llamadas "filosofía del hombre", "filosofía de la sociedad", "filosofía del derecho", "filosofía de la naturaleza", "filosofía de la historia", "filosofía del arte" o "filosofía de la religión". Pero ello no es así. Hay que tener en cuenta la importancia que el lenguaje ha tenido en el siglo XX, especialmente en su segunda mitad, para comprender la peculiar característica de una filosofía del lenguaje.
El puesto central del lenguaje dentro de la filosofía contemporánea se ha debido en gran parte a dos hechos. Por una parte, el hecho de que solamente en el siglo XX se ha constituido una ciencia del lenguaje que desde las aproximaciones de Saussure ha llegado a un alto grado de desarrollo en la obra de Chomsky y sus continuadores. Además, el hecho de que la filosofía actual ha tomado conciencia de que su medio natural y único de expresión, el lenguaje, ha estado condicionando el planteamiento y solución de ciertos problemas filosóficos. La filosofía del lenguaje hoy se ocupa desde una particular perspectiva del concepto de significado e intenta entender la actividad lingüística en su totalidad, explicar su significado constitutivo para el hombre y la sociedad, para la experiencia y la actividad, para el pensamiento y el conocimiento. Además, trata de un conjunto de problemas planteados en su desarrollo histórico, como son las cuestiones del origen del lenguaje, el problema de la creación simbólica o de la constitución del signo lingüístico, la relación del lenguaje y la realidad, la cuestión de la esencia del significado y de la denominación, los elementos constitutivos de la comunicación y la información, etc.
La filosofía del lenguaje se desarrolla hoy en tres direcciones fundamentales: la metodología de la lingüística, la investigación de los fundamentos de esta ciencia y la pragmática. Los problemas de la metodología lingüística nacen del gran progreso experimentado en la segunda mitad del siglo XX por la lingüística como ciencia empírica, especialmente a partir de la creación del modelo generativo-transformacional por N. Chomsky. Un problema metodológico importante es el esclarecimiento de los supuestos empíricos en que se basa esta lingüística generativa. Dos problemas conflictivos en la filosofía del lenguaje contemporánea son el problema de los universales lingüísticos, es decir, de los elementos que se encuentran presentes en todas las lenguas humanas y que constituyen un indicio de carácter innato del conocimiento lingüístico, y el de las reglas gramaticales empleadas, su potencia y su forma. También se ocupa esta disciplina de la investigación semántica de los conceptos fundamentales de la lingüística, como "significado", "referencia" y "verdad", a partir del análisis de estos conceptos realizados por Frege, Russell y Strawson. La pragmática filosófica considera el lenguaje de forma dinámica como un conjunto de situaciones comunicativas reales concretas y cotidianas en las que lo que se dice, lo que significa lo que se dice y lo que presupone lo que se dice son una función de hablantes-oyentes, con intenciones y creencias. Uno de los conceptos fundamentales que maneja esta disciplina es el de "significado ocasional".

                           

La atención prestada al lenguaje en la filosofía contemporánea varía según la perspectiva filosófica de que se trate. No ha sido igual la perspectiva de las filosofías especulativas, que la de la filosofía dialéctica o la de la filosofía analítica. Las tendencias de tipo especulativo o metafísico, es decir, aquellas que reconocen la legitimidad epistemológica del discurso metafísico, tienden a estudiar el lenguaje en el contexto de una antropología filosófica o de una filosofía de la conciencia, construyendo una teoría trascendental del lenguaje. Sus momentos más importantes son la teoría de la significación de Husserl, las reflexiones de Heidegger sobre el lenguaje, especialmente en sus últimos escritos; la visión del lenguaje en el contexto de la hermenéutica, en Lipps y Gadamer; el estudio de los símbolos en Cassirer y Ricoeur, el pensamiento de Merleau-Ponty y la gramatología de Derrida.
Las filosofías dialécticas, a pesar de haberse planteado tardíamente de un modo temático y particular los problemas del lenguaje por haber focalizado su atención hacia la relación entre teoría y praxis, tenían ya en Marx y Engels consideraciones agudas sobre la relevancia del lenguaje para la filosofía. Dentro de este enfoque dialéctico, que encierra todas las formas de filosofía marxista desde el leninismo a la filosofía crítica del grupo de Frankfurt, hay que mencionar como aportaciones más destacadas la teoría semiótica de la ideología de Voloshinov, la semántica de la comunicación de Schaff, la discusión sobre el carácter clasista del lenguaje en Nicolás Marr y Stalin y la concepción del lenguaje como trabajo y como mercado en Rossi-Landi. La pretensión de esta orientación es siempre hacer una teoría social del lenguaje.
En la filosofía analítica, el estudio del lenguaje se ha realizado en el contexto del desarrollo de la lógica simbólica y de la filosofía de la ciencia, por lo que ha tenido especial relieve el análisis de las características lógicas o formales del lenguaje, su relación con los cálculos lógicos y, por lo que toca a la relación entre el lenguaje y el mundo, las consecuencias de la verdad y la falsedad y lo que implican estas categorías. De un modo genérico, este enfoque pretende volver a elaborar una teoría formal del lenguaje. Los momentos fundamentales de esta evolución son la teoría del significado de Frege; el atomismo lógico de Russell y el primer Wittgenstein; la filosofía del lenguaje ordinario que preludia Moore, se inicia con el segundo Wittgenstein, y continúan Austin, Ryle y Strawson; el pensamiento de Carnap, que va desde la sintaxis lógica a la semántica formal; las teorías semánticas de Quine, Davidson y Lewis; la teoría del significado de Grice; la teoría del lenguaje de Montague y las derivaciones filosóficas de la lingüística de Chomsky y en Katz.


La filosofía del lenguaje mantiene relaciones especialmente importantes con otras partes de la filosofía como la lógica, la teoría del conocimiento , la ontología, la ética y la estética.
La filosofía del lenguaje mantiene una relación estrecha con la lógica, ya que en la pretensión de la lógica formal moderna de ser una teoría científica del razonamiento válido están implicadas cuestiones lingüísticas. No sólo porque la mayor parte de los razonamientos humanos se formulan con el lenguaje natural, sino también porque la propiedad de validez de los razonamientos se fundamenta en la forma que tienen entidades lingüísticas como son las oraciones enunciativas.
En segundo lugar, el estudio de la filosofía del lenguaje tiene importancia también para la teoría del conocimiento y la epistemología. Así la filosofía del lenguaje ha analizado aquellas oraciones fundamentales del lenguaje común y de la teoría del conocimiento que emplean los verbos "saber", "conocer" o "creer". Gracias a estos análisis se ha precisado de manera crítica el concepto de conocimiento empleado en la discusión metodológica y en las teorías del conocimiento contemporáneas.
En tercer lugar, la filosofía del lenguaje mantiene estrecho contacto con la ontología, parte de la filosofía que pretende decir lo que hay, las cosas y hechos que constituyen la realidad. Esta conexión tiene su origen en la filosofía griega y en torno a ella han girado las discusiones ontológicas del siglo XX. Fueron los griegos quienes primero advirtieron que si la forma más sencilla de referirse a algo es nombrarlo, es porque se da una estrecha relación entre lenguaje y realidad.
Finalmente, la filosofía del lenguaje se relaciona con la ética y la estética. El lenguaje se utiliza para expresar actitudes, deseos y sentimientos que inspiran los demás hombres. Los dos discursos más importantes que sirven de vehículo para esta función son el ético y el estético. En ambos discursos, enunciados del tipo "x es egoísta" (ético) o "y es sublime" (estético) pueden analizarse desde una perspectiva formal atendiendo a su estructura, a su validez o invalidez. Ello es posible gracias a un análisis lingüístico previo de las expresiones que son componentes típicos de estos enunciados, análisis encaminado a descubrir su significado lógico.
                          

Aunque la filosofía del lenguaje como disciplina filosófica diferenciada tiene una corta historia que puede datarse en las investigaciones de G. Frege, las reflexiones sobre los problemas planteados por el lenguaje tienen una larga historia.
                             

Las primeras reflexiones filosóficas importantes sobre el lenguaje fueron realizadas en Grecia por los sofistas en torno a la siguiente cuestión: ¿es el lenguaje un medio válido o fiable para acceder al conocimiento de la realidad? El naturalismo afirma que el lenguaje opera por imitación de la realidad, reproduce su esencia por una conexión directa entre componentes lingüísticos y elementos ontológicos. El convencionalismo niega la conexión directa entre el lenguaje y la realidad. Los nombres nombran por convenciones, nomoi, constituidas en hábitos, ethoi, comunitarios. No existe una lengua verdadera que exprese de un modo transparente la naturaleza y estructura de la realidad, sino que la pluralidad de lenguas es una prueba del carácter convencional del lenguaje humano, de la naturaleza heterogénea de las sociedades y culturas humanas. Los sofistas optaron por el convencionalismo.
En el Crátilo, Platón expuso la contraposición entre las doctrinas del naturalismo y del convencionalismo. Las tesis convencionalistas están expuestas por Hermógenes y las naturalistas por Crátilo. Sócrates representa un punto de vista equidistante e igualmente crítico de las dos: mediante el método dialéctico consigue llevar las posturas de sus contertulios a posiciones extremas, descalificando una y otra por sus radicales consecuencias.
Las aportaciones más importantes de Aristóteles a la reflexión filosófica sobre el lenguaje son su clasificación de los usos del lenguaje y su teoría del significado. Según Aristóteles, el uso del lenguaje puede ser práctico, poético y teórico. La teoría aristotélica del significado establece una correspondencia entre los símbolos lingüísticos, las palabras, los contenidos mentales y las realidades experimentadas (Peri Hermeneias, cap. 1, 16a, 3-7). La relación entre las imágenes, como contenidos de la experiencia, y los contenidos mentales es un problema epistemológico y la relación entre estos últimos y los símbolos lingüísticos es un problema de teoría del lenguaje. Tanto los contenidos mentales como las realidades con las que están relacionados son objetivos, es decir, independientes de la conciencia individual y de la capacidad lingüística. El problema puramente lingüístico es el de la relación entre símbolos y contenidos mentales. Según Aristóteles la relación es convencional, el vínculo entre nombre y aquello con lo que se relaciona no se establece por la similaridad o imitación (mimesis), sino por el acuerdo (Peri Hermeneias, cap. 2, 16a. 19-29). El significado por tanto no es una propiedad natural de los conjuntos de símbolos, sino una característica social que es necesario aprender en el seno de una comunidad.
Importante para la filosofía del lenguaje fue la reflexión de los estoicos sobre el signo. Los estoicos distinguían en los signos un componente físico, el sonido o significante, el significado o lekton, y la porción de la realidad significada, la entidad denotada o referida, el objeto real. Los dos extremos de esta relación semiótica tienen realidad física, el sonido y la cosa significada, pero no así la entidad intermedia, el lektón. Los lektá eran concebidos como entidades subsistentes ligadas a representaciones racionales, lingüísticamente expresables y transmisibles, es decir, se asemejarían a las ideas o proposiciones en cuanto entidades teóricas de la semántica. Los estoicos dividían los lektá en dos categorías: los completos y los incompletos. Los lektá incompletos lo son porque no están en relación directa con proposiciones articuladas, sino sólo con partes de éstas. Se dividen a su vez en sujetos y predicados. Tanto una como otra categoría son deficientes en el sentido de que no expresan por sí solas pensamientos completos. Sólo cuando se combinan el sujeto, que es una expresión de clase, y el predicado, que se inscribe en una de las cuatro categorías que reconocían los estoicos, es cuando se produce un lektón completo. Dentro de los lektá completos, los estoicos distinguieron los expresados por las oraciones enunciativas, las ideas o proposiciones, axiomas, y los expresados por otro tipo de oraciones como preguntas, mandatos, juramentos, saludos, etc. Asignaron una importancia fundamental a las ideas o proposiciones, definiéndolas como lektá completos, asertóricos por sí mismos y reconociendo una de sus características fundamentales, la propiedad de ser verdaderas o falsas.
                        

La Edad Media recibió de la antigüedad grecorromana dos tradiciones que posibilitaron su propia reflexión lingüística: la estoica y la aristotélica. La tradición estoica en torno al signo tuvo su continuidad en San Agustín y culminó en la escuela de los "modistas" de los siglos XIII y XIV. Para San Agustín, el "signo" es una realidad material que evoca en el entendimiento una realidad ajena (De doctrina christiana, I.1). El signo lingüístico está constituido por una unión intrínseca de sonido y significación (De magistro, X, 34). En la significación está el núcleo del valor o la fuerza (vis) del signo lingüístico, aunque no se identifica con ella. La fuerza del signo es una noción más amplia que incluye tanto la significación como las diferentes formas en que tal significación afecta a una audiencia (Principia Dialecticae). San Agustín distingue dos planos en el modo de considerar el signo: el plano exterior, en cuanto realidad fónica (vox verbi), y el plano interior, auténtico signo. Las palabras pertenecientes a ese lenguaje interior son comunes a todas las lenguas e independientes de su traducción verbal a una lengua concreta. En realidad, la relación que guardan entre sí los niveles exterior e interior del lenguaje es una relación semiótica: las palabras exteriores son signos de las palabras interiores.
La tradición filosófica de carácter aristotélico, desarrollada en conexión con doctrinas lógicas y problemas metafísicos, tuvo su continuidad en Boecio, a través del cual fueron conocidas deficientemente las teorías aristotélicas sobre el lenguaje y la lógica. Una parte de las dificultades de los filósofos medievales del lenguaje tuvo que ver con la supresión de la distinción aristotélica entre simbola y semeia (símbolos, síntomas), que Boecio tradujo por el término latino notas. Igualmente, Boecio trasmitió la idea equivocada de que Aristóteles concebía los contenidos mentales (modificaciones o movimientos del entendimiento), correspondientes a los signos lingüísticos, como nombres de las cosas referidas. Según esta tesis, habría un doble proceso nominal; uno entre las palabras y los contenidos mentales, y otro entre éstos y las cosas mismas. Los filósofos medievales discutieron intensamente durante largo tiempo las interrelaciones entre estos dos procesos nominales.
En el XIV, el nominalismo de Guillermo de Ockham supuso importantes novedades en las investigaciones lógico-semánticas. Según Ockham, es "término" toda expresión lingüística que funciona como tal en el marco de la oración, es decir, todo aquello que, o bien funciona como sujeto o bien se presenta como predicado, en suposición material o formal, usado o mencionado. Ockham distinguió los términos propiamente lingüísticos (orales y escritos) de los términos mentales. Las dos clases de términos remiten a la realidad extraindividual. Difieren en la naturaleza de su relación semiótica con tal realidad: los signos propiamente lingüísticos son de índole convencional, mientras que los términos conceptuales son de carácter natural, tienen presencia universal, son los mismos para todos los hombres. La teoría ockhamista de la suposición constituyó una gran síntesis que reformuló, en términos extensionales, las teorías lógico-semánticas de carácter aristotélico de siglos anteriores.
                          
En el Renacimiento se produjo una separación entre filosofía e investigaciones lingüísticas que duró hasta mediados del siglo XVI. Esta divergencia se debió, por una parte, a que el intento de recuperación de la cultura clásica y la revalorización de las lenguas ordinarias potenció la dimensión gramatical de los estudios lingüísticos. La orientación práctica de estas gramáticas hacía innecesarias las reflexiones teóricas de carácter filosófico, exigiendo más bien un esfuerzo investigador de similitudes y diferencias entre las lenguas conocidas. Pero, por otra parte, a la ruptura entre filosofía y filología contribuyó también de modo decisivo el rechazo renacentista de la filosofía aristotélica que alimentaba las especulaciones lógico-lingüísticas de la Edad Media. No obstante, a mediados y finales del XVI, algunos autores plantearon sus investigaciones lingüísticas como una indagación de las causas de la naturaleza y estructura de la lengua latina. Entre estos, algunos destacaron por constituir la conexión de la investigación lingüística entre Renacimiento e Ilustración; así, por ejemplo, Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense, Sanctius) con su obra Minerva, sive de causis lingua latinas (1587). La importancia de esta obra está en su actitud decididamente anti-descriptiva y teórica, en su defensa del libre examen racional de los datos lingüísticos y en su rechazo de la autoridad como criterio justificativo.
La teoría lingüística del racionalismo fue objeto de gran interés a partir de los años sesenta del siglo XX gracias a la obra del lingüista Noam Chomsky. Bajo el rótulo de "lingüística cartesiana", Chomsky entendió "una constelación de ideas e intereses que aparecen en la tradición de la 'gramática universal' o 'filosófica' que se desarrolla a partir de la Grammaire Génerale et raisonnée de Port Royal (1660), fruto de la colaboración del filósofo jansenista A. Arnauld y el lingüista, C. Lancelot. Lo peculiar de esta Gramática residía en que, entre la primera y la segunda parte de la obra, existía un capítulo que ponía en relación las palabras (los morfemas léxicos) con la teoría lógica del juicio entendido como operación mental primordial. En la obra de Arnauld y Lancelot, la gramática se describe como un arte del habla y la lógica como un arte del pensar. La conexión entre ambas estaba en que hablar es una actividad física, pero trascendente, en el sentido de que los sonidos emitidos, ordenados e interpretados de acuerdo con el sistema de la lengua, manifiestan el espíritu, la sustancia inmaterial o pensante. El sistema de la lengua, el orden, está dirigido a expresar la estructura del orden espiritual, y es a eso a lo que se llama significar. El lenguaje está tan ligado a la expresión del pensamiento que resulta difícil imaginar pensamiento sin lenguaje. Esta estrecha vinculación entre lenguaje y pensamiento se evidencia en la teoría del signo presentada en la gramática. Lo esencial de la palabra, al margen de su índole material, es que constituye una señal de lo que ocurre en el espíritu" (Gramática, 11, capítulo l).
El Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke puede considerarse como el primer tratado de filosofía del lenguaje. En él se abordan explícitamente problemas epistemológicos ligados a problemas semánticos. El objetivo originario de Locke no fue contribuir a la constitución de una teoría lingüística filosóficamente fundada, sino ayudar a la eliminación de obstáculos para la resolución de los problemas sobre la naturaleza y los límites del conocimiento humano. La influencia de J. Locke sobre la filosofía del siglo XVIII fue amplia y profunda por una doble causa: por la aceptación, difusión y aplicación de sus teorías, especialmente entre los enciclopedistas, y por la crítica que hizo Leibniz a sus tesis sobre la relación entre el lenguaje y el pensamiento.
La obra de Leibniz, Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano (1765), fue concebida como una respuesta al Ensayo de Locke. Para Leibniz el carácter diferencial del lenguaje está no sólo en ser el producto de la necesidad social e histórica de comunicación, sino también en ser la expresión de una naturaleza racional, que separa a la humanidad de la animalidad. La facultad del lenguaje no depende sólo de una estructura morfológica adecuada, que el hombre puede compartir con otras especies animales, sino de su razón, de su capacidad para representarse la realidad a través de las ideas. La diferencia entre Locke y Leibniz sobre la función del lenguaje está en que para Locke el lenguaje es ante todo un sistema de representación del conocimiento que tiene un papel esencial para remediar las limitaciones del entendimiento humano, mientras que para Leibniz el lenguaje es sobre todo un instrumento cognitivo, un medio natural para acceder al conocimiento de la realidad. La importancia de Leibniz en la historia de la filosofía del lenguaje reside en que en él se encuentran prefiguradas ideas que tendrán vigencia en ciertos momentos de la filosofía contemporánea del lenguaje: la idea de que la ontología y la gramática se encuentran vertebradas en torno a la lógica y la idea de que ésta determina el ámbito de lo real.
Las importantes aportaciones al tratamiento de los problemas de la filosofía del lenguaje del siglo XVIII estuvieron centradas en dos grandes tipos de problemas: la relación del lenguaje con el pensamiento y el origen del lenguaje. A lo largo de la Ilustración, e incluso hasta comienzos del siglo XIX, se pensó que, si se alcanzaba una respuesta satisfactoria al problema del origen del lenguaje, esta solución iluminaría de forma decisiva la oscura y perenne cuestión de las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. El movimiento filosófico de los llamados ideólogos, Condillac y Destutt de Tracy, representó la culminación de los esfuerzos de los ilustrados por entender las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento.
Para Humboldt, los estudios lingüísticos eran el mejor medio de investigación en la naturaleza humana, en la estructura del entendimiento humano y en su proceso de constitución. Una característica central de la filosofía del lenguaje de Humboldt fue su consideración del lenguaje en relación con los procesos psicológicos de percepción y conceptualización. Humboldt pensaba que el lenguaje desempeñaba una función constitutiva en los procesos individuales o colectivos del pensamiento. El lenguaje debía, por tanto, considerarse bajo su dimensión psicológica con anterioridad a su dimensión social, como instrumento del pensamiento antes que como sistema de comunicación. Las palabras desempeñan un papel decisivo en la construcción del concepto, ya que permiten fijar una determinada totalidad compuesta, liberando a la memoria del trabajo de reconstituirla cada vez que sea necesario, y tratar los conceptos como totalidades más que como meros agregados, creando realidades nuevas de carácter abstracto. El lenguaje tiene una función cognitiva, que permite aprehender la realidad organizando la experiencia y el pensamiento. La palabra permite identificar el concepto, le proporciona sus criterios de identidad y, por tanto, es condición necesaria para su comparación y conexión.
Una de las doctrinas lingüísticas de Humboldt que tuvo mayor repercusión fue la del relativismo lingüístico. Según la tesis de Humboldt, el lenguaje determina el pensamiento y juega un papel decisivo en su conformación. El lenguaje es el medio fundamental para la organización del caos de experiencias que constituye el pensamiento pre-articulado. El paso del pensamiento pre-articulado al articulado se alcanza cuando el flujo sensorial es analizado, dividido, categorizado. La experiencia, la sensación, la memoria, el reconocimiento son actividades que se desarrollan dentro de los moldes formales determinados por la estructura de la lengua. Pero, además, el carácter lingüístico está en relación con el carácter nacional. Esa forma colectiva e históricamente conformada de concebir y categorizar las relaciones con el entorno queda impresa en la lengua. Todo el sistema semántico de la lengua es la expresión del carácter y desarrollo intelectual de una comunidad, constituyendo el acervo conceptual que, en esa etapa histórica, ha alcanzado la sociedad. Cada lengua incorpora su propia visión del mundo, su propio prisma a través del cual miran la realidad los que la hablan.
                         

En la reflexión sobre el lenguaje de Ch. S. Peirce está en gran parte el origen de la semiótica moderna. De ella surge una orientación teórica que, a través de sus diferentes influencias en filosofía, psicología y lingüística, se prolonga hasta los tiempos actuales. Peirce entendió el signo como una realidad que está en lugar de otra para alguien, que se lo hace presente. La concepción del signo de Peirce implica al menos tres miembros: representamen, interpretante y objeto. La ciencia que estudia el signo, la semiótica, tiene tres ramas: la gramática pura, que estudia las condiciones formales de posibilidad de los signos para que puedan funcionar como tales, es decir, proporciona criterios formales de identificación de lo que es signo y delimita la clase de realidades que pueden serlo de la de las entidades que no pueden alcanzar esa naturaleza; la lógica pura, rama de la semiótica que está en relación con los objetos representados estudiando las condiciones de verdad de las representaciones; y la retórica pura, que tiene como objetivo determinar las leyes por las cuales en toda inteligencia científica un signo da origen a otro. Estas divisiones de Peirce constituyen prefiguraciones de la ya clásica división de la lingüística en sintaxis, semántica y pragmática. Peirce estableció también una división de los signos que se desprendía de la diferenciación de niveles semióticos. Desde el punto de vista sintáctico distinguió entre cualisigno, sinsigno y legisigno, dependiendo de que el signo fuera una realidad, un objeto o una "ley". Desde el punto de vista semántico (relación de los signos con sus objetos), distinguió tres clases de signos que posteriormente se han convertido en clásicas: símbolos, índices e iconos. Finalmente, Peirce consideró los signos en su relación con los interpretantes y los dividió, desde este punto de vista, en remas, dicisignos y argumentos. Los remas son signos que suscitan un interpretante de una clase de objetos. Los dicisignos suscitan interpretantes de hechos realmente existentes. Los argumentos son signos que suscitan la imagen de una ley o regularidad general.
La obra de Peirce ejerció una importante influencia en W. Morris, quien realizó una reorientación conductista de la semiótica. Para Morris, el signo era esencialmente conductual; es decir, los signos lingüísticos funcionan como estímulos sustitutorios de objetos-estímulo y predisponen a una respuesta ante ellos que es fundamentalmente similar a la que provoca su presencia efectiva. Las dimensiones de la semiótica distinguidas por Morris se corresponden con las diferentes relaciones diádicas que se pueden establecer entre los componentes de la semiosis: "En términos de los tres correlatos ('vehículo-señal', 'designatum', 'interpretante') de la relación triádica de la semiosis, se puede extraer una multitud de otras relaciones diádicas. Se pueden estudiar las relaciones de los signos con los objetos a que son aplicables. Esta relación se llamará la dimensión semántica de la semiosis. El objeto de estudio puede ser también la relación de los signos con los intérpretes. Esta relación se llamará la dimensión pragmática de la semiosis. Una relación importante entre los signos no se ha introducido aún: la relación formal de un signo con otro. Se la llamará dimensión sintáctica de la semiosis". La sintaxis, pues, estudia las reglas de formación y las de transformación, entre las reglas que rigen la formación de los signos complejos y las reglas que permiten manipular estos signos complejos. La semántica está constituida por un conjunto de reglas, que consisten esencialmente en una especificación de la clase de referencias que puede tener un signo. Lo que especifica la regla semántica es una conexión de índole asociativo entre un signo y una clase de objetos-estímulo. Existen diferentes tipos de asociaciones y, por lo tanto, diferentes tipos de reglas semánticas. La pragmática, para Morris, se debía ocupar de las relaciones del signo con la mente, con el organismo y la sociedad. La pragmática tenía como objeto central la descripción de los factores de toda índole que inciden en la formación de las disposiciones conductuales constitutivas del interpretante.
Gottlob Frege, en su obra Conceptografía, considera como tarea de la filosofía "romper la tiranía de las palabras sobre el pensamiento, trayendo a la luz las confusiones que son casi inevitables en el uso del lenguaje". En este autor y obra se encuentra el origen de la filosofía actual del lenguaje y de la lógica formal. La aportación a la filosofía del lenguaje de Frege consistió en ver cómo las teorías del lenguaje tienen que dar cuenta de la relación de éste con la realidad y ello se puede hacer al margen del análisis del pensamiento. Frente a concepciones psicologistas que consideraban los contenidos mentales como condición necesaria de la significación, Frege elimina del concepto mediador su contenido psicológico y hace que la lógica tenga un papel central en el análisis del lenguaje, a partir de la desconfianza que le merecía el lenguaje natural como instrumento analítico del pensamiento del razonamiento. Por ello Frege creó la Conceptografía, lenguaje formal ideado expresamente con el fin científico de controlar la validez de los razonamientos o inferencias. La doctrina de Frege es una concepción objetiva de los entes matemáticos y lógicos, que subsisten en sí mismos, con sus leyes, independientemente del pensamiento cognoscente. A esta doctrina está vinculada su distinción entre significado, sentido y representación de un signo o un símbolo. El significado es el objeto designado (tiene valor objetivo); la representación es la imagen subjetiva que acompaña al símbolo; y el sentido es el aspecto bajo el cual el objeto nos es dado, por ejemplo, "la estrella de la mañana" y "la estrella vespertina" tienen distinto sentido, pero el mismo significado. Con Frege quedaron establecidas tres tesis que fueron asumidas posteriormente por la filosofía analítica: la meta de la filosofía es el análisis de la estructura del pensamiento; el estudio del pensamiento debe distinguirse del estudio del proceso psicológico de pensar; y el único método apropiado para analizar el pensamiento consiste en el análisis del lenguaje.
El desarrollo de la filosofía del lenguaje se aceleró a comienzos del siglo XX con el llamado "análisis clásico" representado por G. E. Moore, B. Russell, Wittgenstein y el Círculo de Viena (véase el apartado "El positivismo lógico o neopositivismo" en la voz positivismo), coincidentes en presentar la filosofía como una empresa analítica. En Moore, el objeto del análisis fue la forma de propiedades o universales unas veces, los conceptos otras y los significados las restantes. Para él no había gran diferencia entre las tres cosas, ya que pensaba que un concepto es el significado de una expresión y asimilaba conceptos a propiedades. Pero consideraba que el análisis no era del lenguaje, sino de algo objetivo significado por las expresiones. Para Moore había una importante diferencia entre conocer el significado de una expresión, es decir, conocer su definición verbal y su uso, y conocer el análisis de su significado. Para Russell, la lógica se convirtió en la herramienta principal de un tipo de análisis del lenguaje presidido por la máxima de que siempre que fuera posible, entidades inferidas han de sustituirse por construcciones lógicas. Aunque Russell presentaba el análisis lógico como el método de la "filosofía científica", lo consideraba sólo un instrumento para descubrir la forma lógica de la realidad, dado el supuesto de que en un lenguaje lógicamente perfecto las formas lógicas de las expresiones serían isomórficas con las formas lógicas de la realidad. Wittgenstein también admitió en su Tractatus el isomorfismo entre lenguaje y realidad, pero, a diferencia de Frege y Russell, que despreciaban el lenguaje ordinario y propugnaban la construcción de un lenguaje ideal modelado sobre la estructura de los lenguajes de la lógica, Wittgenstein consideraba que el lenguaje ordinario estaba en orden tal como está. Su sintaxis lógica es isomórfica con la estructura lógica de la realidad. El análisis debe desvelar las formas lógicas que están ocultas bajo el revestimiento del lenguaje, de forma que la tarea de la filosofía consiste en la clarificación lógica de los pensamientos por medio de la clarificación de las proposiciones. Los resultados de la filosofía no son "proposiciones filosóficas" sino clarificaciones de proposiciones no filosóficas. Esta concepción no cognitivista de la filosofía fue heredada por los positivistas lógicos del Círculo de Viena. Para su fundador, Moritz Schlick, mientras que la ciencia se ocupa de la verdad, la filosofía se ocupa del significado, elucida las proposiciones que la ciencia verifica. No es un "sistema de cogniciones", sino un sistema de actos: la actividad a través de la cual se determina el significado de las proposiciones. De acuerdo con el principio de verificación, toda proposición significativa debería ser o bien una proposición analítica o bien una proposición verificable mediante la observación empírica. Toda proposición que no satisfacía este criterio fue considerada un sinsentido.



El análisis clásico de Moore y Russell, el Tractatus de Wittgenstein y el positivismo lógico cayeron en desprestigio en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial principalmente por dos razones. Por una parte, el "segundo Wittgenstein" venía practicando en Cambridge desde 1929 un tipo de análisis que no se sometía a los rígidos moldes del análisis clásico. Por otra, los resultados del análisis tradicional fueron desalentadores, ya que las proposiciones del discurso cotidiano se resistían a ser reducidas a proposiciones lógicas. Pero, a pesar de todo, los críticos del análisis clásico mantuvieron un fuerte vínculo de continuidad con los primeros analistas al concebir la filosofía como la clarificación lógica de las proposiciones que podía llevarse a cabo por el camino de la construcción lingüística o por el camino de la descripción lingüística.
En la actualidad, el análisis del lenguaje se realiza en una dirección semántica que intenta poner en claro las relaciones entre el lenguaje y la realidad, y una dirección pragmática que considera las relaciones del lenguaje y la acción humana. Esta doble dirección es el fundamento de dos actitudes contrapuestas adoptadas hoy por la filosofía del lenguaje. La primera actitud es intervencionista, correctora. En reacción contra el idealismo de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el positivismo y el atomismo lógicos diagnosticaron que el origen de los problemas filosóficos era la imperfección del lenguaje natural como instrumento de expresión de los pensamientos. R. Carnap, el "primer Wittgenstein", G. Frege y B. Russell concibieron su trabajo filosófico como una reforma de los defectos de los lenguajes naturales, es decir, una acción terapéutica encaminada a la reglamentación lógica del lenguaje adoptando ante estos problemas un talante constructivo y formalista. La lógica formal fue el instrumento para aclarar la naturaleza de ciertos problemas y las respuestas precisas a los mismos. Estos problemas se solucionan en gran parte al poder excluir de los sistemas lógicos a aquellos términos del lenguaje natural no denotativos, es decir, que no se refieren a nada, o bien al poder asignarles una referencia convencional. Si en el lenguaje natural plantea dudas la asignación de un valor de verdad a los enunciados cuyo sujeto es una descripción vacía, se analiza lógicamente el enunciado para que la asignación sea unívoca. Esta actitud originaria de Frege y Russell ha tenido continuación en la segunda mitad del siglo XX en W. O. Quine y ha promocionado una forma muy extendida de abordar los estudios de filosofía del lenguaje y de lingüística en la actualidad, si bien más que correcciones del lenguaje natural, este enfoque defiende hoy en día la aplicación modelos formales procedentes de la lógica y de la teoría de conjuntos.
La segunda actitud es no intervencionista. Los orígenes de esta actitud están en la filosofía anglosajona llamada "filosofía analítica" o "filosofía del lenguaje común". Su principio directivo está en el dicho del segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas, "el lenguaje está bien como está". También aquí se concibe la filosofía como una actividad terapéutica que libra al hombre "del embrujamiento de la inteligencia por el lenguaje", que es la verdadera fuente de donde surgen todos los problemas filosóficos, ya que en ocasiones impulsa al hombre a crear y creer en entidades ficticias sobre las que se plantea multitud de problemas. Por ello ocurre que a partir de la realización de un análisis crítico del uso que tienen ciertos términos en el lenguaje natural, los problemas filosóficos no se resuelven sino que "se disuelven". El filósofo analítico se coloca en una doble alternativa: o se reforma la filosofía, orientándola hacia problemas que tengan solución en el uso intersubjetivo del lenguaje natural, o se reconoce que las filosofías están fundamentadas sobre una base irracional, son arbitrarias y están desconectadas de la realidad. El análisis lingüístico como metodología de la filosofía del lenguaje tiene como principal representante a J. L. Austin, con quien se abrió una nueva perspectiva en la filosofía del lenguaje: la pragmática. Austin fue el primer filósofo del lenguaje en ser plenamente consciente de que el lenguaje es una parte integrante de la praxis de los seres humanos y que con él los hombres realizan acciones que dan origen a otras y a cambios de creencias en los demás y en uno mismo. Su teoría de las fuerzas ilocucionarias es el origen de uno de los campos más investigados de la filosofía del lenguaje contemporánea: la teoría de los actos de habla.

http://www.enciclonet.com/articulo/lenguaje-filosofia-del/#

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