El objetivismo de la primera fase filosófica de Ortega será pronto
modificado, especialmente en la consideración de que "lo subjetivo es el
error" y en las implicaciones antihumanistas que conllevaba su crítica
de la subjetividad. Este giro se producirá en lo que él considera su
primera obra "formal": Meditaciones del Quijote, a partir del
descubrimiento de la circunstancialidad. A la vez hostil al cosismo y al
subjetivismo, Ortega se niega a considerar separadamente el yo de su
entorno.
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus est, leemos en la Biblia. Y en la escuela platónica se nos da como empresa de toda cultura, ésta: "salvar las apariencias", los fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea.
¿Qué
nos quiere decir Ortega con esta frase? Todos los comentadores de su
obra suelen referirse a ella como el núcleo de su pensamiento, una frase
en la que Ortega nos ofrece el descubrimiento de que la vida del hombre
está inmersa en un conjunto de elementos que constituyen su
"circunstancia". La misma cita de la Biblia y la referencia a la escuela
platónica han sido tomadas como las dos circunstancias históricas y
culturales en las que se halla inmerso el hombre occidental: la
tradición judeo-cristiana y la filosofía griega. Pero el
circunstancialismo de Ortega no se limita a ese conjunto de elementos
que, desde perspectivas históricas, culturales y sociales, nos
constituyen, sino que incluye también en nuestra "circunstancia"
cualquier otro elemento de la vida cotidiana, particular y propio del
sujeto al que le afecta y que, con tanto derecho como los anteriores, le
constituye en su individualidad radical y originaria. La consecuencia
será que no hay ningún dato de la realidad, por particular que se pueda
considerar, que pueda quedar fuera de la reflexión filosófica. En clara
oposición, pues, a su objetivismo inicial, Ortega coincidirá con otras
corrientes filosóficas del siglo XX, como el vitalismo, el
existencialismo o la fenomenología, en la consideración de la vida
cotidiana como material esencialmente filosófico, hasta el punto de
intentar convertir dicha reflexión en su método filosófico. Habrá que
partir de las cosas que nos son próximas, de las cosas que nos rodean,
para poder retomar en su plena significación las reflexiones filosóficas
"tradicionales".
El ser definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna determinada, sino una perspectiva", "...donde está mi pupila no hay ninguna otra." "...somos insustituibles.
ocial, se pone de
manifiesto la necesaria tolerancia como valor fundamental para el ser
humano, en
El circunstancialismo de Ortega no se limita a subrayar el hecho de
que además del yo hay que contar con las circunstancias en las que éste
se halla inmerso (particulares, históricas, sociales...), sino que
supone también la acción del sujeto para dar "sentido" a esas
circunstancias. Esa búsqueda del sentido de lo que nos rodea le lleva a
señalar la tradición o judeo-cristiana y la filosofía griega como los
dos elementos o circunstancias modeladoras del hombre occidental, a las
que deben añadirse las circunstancias particulares del yo, aparentemente
de menor entidad, o casi sin entidad, pero cercanas al yo, que
confieren sentido a la realidad que le rodea con tanto rigor como las
anteriormente señaladas. Ello llevará a Ortega a reflexionar sobre temas
aparentemente ajenos a la filosofía, como la esencia de la caza, la
meditación sobre un marco, o el Guadarrama, es decir, sobre "un hombre,
un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un dolor" (Obras completas,
I, pág. 311). De hecho, ese va a ser el método filosófico de Ortega:
partir de las cosas más próximas, que nos rodean, para alcanzar las más
lejanas, que encontramos tratadas bajo la forma de los problemas
filosóficos tradicionales. Eso supondrá el reconocimiento de una
jerarquización de las circunstancias (de por sí cambiantes e
innumerables) en función de su "cercanía": la reflexión filosófica ha de
empezar por lo más próximo, lo más cercano al yo.
¿Qué ocurre entonces con la verdad? Ortega se opone a las
pretensiones del racionalismo acerca de la existencia de una verdad
absoluta, ajena a lo temporal, a lo circunstancial, y afirmará
justamente lo contrario: la verdad se da siempre desde las
circunstancias en las que el yo se ve inmerso, desde su propia vida. La
realidad es siempre captada desde las circunstancias del yo, y la verdad
consistirá en saber dar cuenta de esa realidad desde esas
circunstancias (que son circunstancias vitales) en las que se halla
inmerso el yo. El ejemplo de la sierra del Guadarrama le sirve para
ilustrar su posición de un modo muy gráfico: mirada la sierra desde
Madrid no es lo mismo que mirada desde Segovia. ¿Cuál es la mirada
verdadera, la visión verdadera? No tiene sentido esta pregunta, como si
se pretendiera tener una visión "única" de las dos vertientes que no es
posible bajo ninguna consideración. Quien mira la sierra desde Madrid
tiene una visión tan verdadera de ella como quien la ve desde Segovia,
por lo que las dos perspectivas de la sierra son verdaderas. Sin
embargo, dice Ortega, las dos miradas, las dos perspectivas, se
complementan, siendo cada una de ellas distinta e insustituible. Es
precisamente esa complementariedad de las perspectivas lo que aleja la
posición perspectivista de Ortega del relativismo y el escepticismo.
El racionalismo pretendía obtener el conocimiento de una verdad
atemporal, al margen de toda consideración concreta, (histórica, social o
personal), una verdad eterna e inmutable que nos ofreciera la esencia
de la realidad, proponiendo un claro alejamiento de lo concreto, de lo
personal, de lo vital. El escepticismo, por su parte, según lo
caracteriza Ortega, se instala en la fugacidad de lo concreto, de lo
inmediato y, apoyándose en esa fugacidad, niega la posibilidad de
conocer la verdad, dado que la experiencia humana sobre el tema pone de
manifiesto la aparición de posturas opuestas, contrarias, y la
permanente disputa entre las distintas explicaciones de lo real, lo que
se toma por una prueba de que la verdad es inalcanzable. El racionalismo
conduce, pues, a la elaboración de una teoría abstracta, despojada de
toda referencia a lo concreto, a la vida del hombre. El escepticismo,
por el contrario, renuncia simplemente a la posibilidad de elaborar una
teoría.
El perspectivismo pretende resolver el conflicto, admitiendo el
carácter múltiple y cambiante de la realidad de la que es posible tener,
pues, múltiples perspectivas, pero considerando también que esa
multiplicidad puede ser "unificada" mediante algún principio rector, al
que se refiere Ortega al hablar de la complementariedad de las
perspectivas. La verdad será, pues, el resultado progresivo de la
unificación de las perspectivas.
Por lo demás, si todas las perspectivas tienen validez, en cuanto
tales, eso nos lleva a reconocer el papel de otros seres humanos en la
construcción de la verdad, dado que su perspectiva, aunque aparentemente
opuesta a la mía, es necesaria para alcanzar el conocimiento de esa
verdad "objetiva". A diferencia de lo que ocurría en la primera fase de
su pensamiento, el individualismo no es ya un obstáculo para la
consecución de la objetividad, sino un elemento necesario para ello. Si
aplicamos el perspectivismo al campo de lo moral y lo s la medida en que cada cual ha de ser capaz de reconocer el
carácter "complementario" de las perspectivas ajenas, de la diferencia y
la individualidad de los demás, como factor esencial de convivencia
social, subrayando así el carácter parcial y complementario de toda
perspectiva.
La propuesta racio-vitalista
La posición perspectivista y circunstancialista de Ortega no será
abandonada por éste en su período de madurez filosófica, conocido con el
nombre de raciovitalismo, sino que se puede considerar más bien como el
desarrollo consecuente de aquél. El raciovitalismo consiste básicamente
en el intento de conjugar la vida con la razón, superando críticamente
las contradicciones que se dan entre ambas, tal como se puede deducir de
los excesos "irracionalistas" del vitalismo y de los excesos
"antivitales" del racionalismo. Así pues, la crítica de ambas
perspectivas filosóficas será una de las necesidades prioritarias de
Ortega, a fin de ver lo que de positivo puede haber en ellas y lograr
esa complementariedad que las supere en el raciovitalismo.
El análisis orteguiano del vitalismo y del racionalismo se realiza en
el artículo "Ni vitalismo ni racionalismo", publicado en 1924 en la
Revista de Occidente. Distingue allí Ortega varias acepciones del
término vitalismo, unas pertenecientes al ámbito de lo biológico, otras
al filosófico. En este último distingue aún 3 posiciones distintas; en
primer lugar, la de quienes consideran que los procesos de conocimiento
se pueden reducir a procesos biológicos explicables, por lo tanto, por
los mismos principios que estos, sin que sea necesario recurrir a
principios filosóficos especiales. En segundo lugar se refiere al
vitalismo de H. Bergson, que sitúa en un segundo plano el papel de la
razón en el conocimiento, privilegiando la intuición que se produce en
la vivencia interna de las cosas, verdadera fuente de conocimiento. En
tercer lugar, expone su propia posición: la razón se da "en" la vida,
por así decirlo. El conocimiento será obra de la razón, pero ésta se da
en la vida y está rodeada, por tanto, de elementos no racionales,
"limitada" por ellos. Pero tales límites, lejos de poner en la razón en
segundo plano, manifiestan su carácter imprescindible, ya que para
pensarlos es necesaria la razón misma.
Ese reconocimiento del papel de la razón no le convierte, sin
embargo, en un racionalista. El racionalismo es criticado por Ortega en
el mismo artículo, considerándolo como el resultado de la absurda
beatería de algunos filósofos con respecto a la razón, que acaban por
concebir que ésta no tiene límites, terminando por pretender ir más allá
de lo que la razón permite alcanzar. Para Ortega, por el contrario, la
razón, en su afán por buscar la explicación de lo real, sus causas, se
va topando con muchos aspectos de la realidad de los que no puede dar
cuenta, que son "irracionales", lo que pone de manifiesto, precisamente,
sus propios límites. La consecuencia no es el rechazo de la razón como
instrumento del conocimiento, sino el rechazo de la ilegítima pretensión
de la razón de conocerlo todo, de la pretensión de que la realidad se
mueva de acuerdo con los dictados de la razón, pretensión que los
racionalistas han convertido en una fe que les ha conducido a todo tipo
de excesos. De ese modo la razón quedará a salvo de los excesos de los
racionalistas.
El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad, localizarla dentro de lo biológico, supeditarla a lo espontáneo. Dentro de pocos años parecerá absurdo que se haya exigido a la vida ponerse al servicio de la cultura. La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida.
El raciovitalismo tratará de conjugar los elementos positivos del
vitalismo y del racionalismo, dando lugar a la configuración de un nuevo
pensamiento, articulado en torno a la noción de razón vital, del que
podemos destacar los siguientes aspectos:
- 1) En primer lugar, se destaca la primacía ontológica de lo real con respecto al conocimiento, lo que viene a significar la primacía ontológica de lo vital, en cuanto la vida es el aspecto más significativo de la realidad. El pensamiento se da "después", siendo secundario con respecto a la realidad objetiva. La razón, de legisladora de lo real pasa a convertirse en mera cronista de una realidad a la que debe someterse. Dado que el aspecto más significativo de la realidad es la vida, en cuanto realidad radical, ésta se convertirá en el objeto primario de la reflexión filosófica de la razón, en el punto de despegue de toda teoría.
- 2) La vida de la que habla Ortega no es la vida "biológica" sino que, en cuanto realidad radical, ha de cumplir determinadas condiciones, que la distinguen de una consideración puramente biológica de lo vital: es la vida de quien tiene capacidad para dar cuenta de ella, la vida personal, de cada ser humano, está vida, la mía, la vida humana. Es precisamente el pensamiento lo que nos capacita para comprender la vida y sus circunstancias, dando sentido a la acción humana, a la particular forma de obrar el hombre en el mundo, por lo que el pensamiento no puede considerarse como algo opuesto y/o ajeno a la vida.
- 3) Vivir es "estar en el mundo", pero en un mundo que no se puede identificar ya con la "naturaleza" de los antiguos ya que ese "estar en el mundo " supone el darse cuenta de lo vivido como tal; supone también un quehacer, una ocupación, una tarea que se realiza en vistas a un fin, por lo que vivir es necesariamente proyectar, decidir libremente lo que queremos ser y hacer. Esa identificación de la vida con la capacidad de anticipar, necesaria para cualquier proyecto, exige también la libertad de elección entre las distintas posibilidades que me son ofrecidas en mis circunstancias; hay, por tanto, una cierta limitación y una cierta libertad en las posibilidades de acción del hombre en sus circunstancias.
Por lo demás, todo ello se da en el tiempo, por lo que la dimensión
histórica del hombre es inseparable del circunstancialismo, lo que nos
conduce al núcleo del último pensamiento orteguiano, la relación entre
la vida y la historia, plasmada en el concepto de razón histórica en el
que se concretiza la noción orteguiana de razón vital. La naturaleza del
hombre es, fundamentalmente, histórica. Eso supone afirmar que no hay
una naturaleza humana inmutable: el hombre es, en cada época, en buena
medida, lo que hereda de sus antepasados, herencia que se puede
consolidar y aumentar, transmitiéndola a las generaciones futuras, o
dilapidar.
http://www.webdianoia.com/contemporanea/ortega/ortega_text.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario