jueves, 25 de junio de 2015

CAUSAS DEL IMPERIALISMO...EL REPARTO DE AFRICA Y EXPANSIÓN COLONIAL





 Mientras América se emancipa y Asia presenta zonas de colonización bien delimitadas —los ingleses en el Sur, los franceses en el Sudeste—, África es en el siglo XIX el continente en el que confluyen, de forma confusa, las apetencias de todas las potencias colonizadoras; es el continente del reparto, no exento de tensiones y choques. En África con parecen ingleses y franceses, superpotencias del imperialismo, pero también belgas, alemanes, italianos, portugueses y españoles.
En 1880 era un continente desconocido, en el que los europeos ocupaban únicamente una serie de posiciones costeras; en 1914 está totalmente repartido entre las potencias europeas y sólo subsisten dos Estados independientes: Liberia y Etiopía. En la complicada historia del reparto podemos encontrar algunas líneas maestras:
  1. a)     Ocupación inicial de la costa. Desde las posiciones costeras se penetra hacia el interior. El objetivo ideal sería alcanzar la costa opuesta y formar un imperio continuo, ambición que sólo estuvo a punto de con seguir Inglaterra.
  2. b)     Aspecto legal. ¿Es el descubrimiento o la ocupación efectiva la que otorga derecho de explotar un territorio? La conferencia de Berlín de 1885 se inclina por la ocupación, lo que acelera el ritmo de la colonización y la aparición apresurada en el mapa africano de los países que todavía no habían iniciado la formación de un Imperio.
  3. c)     Penetración por los valles de los ríos. Con la ocupación del valle se considerará que se tiene derecho a la ocupación de la cuenca entera y a la formación de una coloniasobre ella. Es el caso del Nilo, del Niger y del Congo.
  4. d)     La ocupación es paulatina, casi lenta. Al principio no se piensa en colonias, sino en factorías, en bases costeras de aprovechamiento. La doctrina imperialista es tardía, empírica, se forma tras la ocupación real de las primeras colonias.
  5. e)     La clave de la ocupación africana está en Egipto y en el valle del Nilo. Aunque hubo problemas complicados, como el del Congo, la base de todos los planteamientos es la defensa inglesa del valle del Nilo y el intento francés de llegar a él. En general, todos quieren llegar al Ni lo, tanto si parten del Atlántico como del Indico.
La complejidad del reparto de África quedó reflejada en el Acta de la Conferencia de Berlín, en la que se habla de territorios, pero también de la libertad de comercio en la cuenca del Congo y de navegación en el Níger, así como la protección a los indígenas, y a viajeros y misioneros en el ejercicio de su actividad.

COSTAS Y RIOS, EJES DE LA COLONIZACION DE AFRICA

La costa mediterránea...
La costa mediterránea parece ser una zona reservada a Francia hasta la aparición de los ingleses en Suez. Los franceses han iniciado la ocupación de la costa argelina en 1830, bajo Carlos X. Va a ser una colonia de poblamiento europeo: en 1870 viven en Argelia 250.000 franceses y en 1914 ya 800.000. Sobre Túnez se volcaban las apetencias francesas, inglesas —tras la construcción del canal de Suez— y alemanas. Son los franceses los que consiguen instalar una especie de protectorado. La doctrina del protectorado tarda en elaborarse; por el Tratado del Bardo (1881) se establece una ocupación militar temporal; en la convención de La Marsa (1883) se habla de tutela, con la que se priva al protegido de autogobierno.

Suez y el valle del Nilo
 
La presencia de los ingleses en Suez se produce cuando, en 1878, Egipto no puede pagar los intereses de las acciones inglesas y francesas del Canal y se ve obligado a confiar la gestión de sus finanzas a las dos potencias europeas. Un movimiento nacionalista provoca una matanza de europeos en Alejandría: es el momento esperado por los ingleses para ordenar el desembarco de Wolseley y la ocupación militar del país, con la ficción del mantenimiento de la administración egipcia. Los ataques de los sudaneses obligan posteriormente a los ingleses a avanzar hacia el Sur, a lo largo del valle del Nilo

Vías de penetración en la costa occidental
 
En la costa occidental tres grandes ríos señalan la penetración de tres países: por el Congo se expansionan los belgas, que heredan los derechos de la sociedad internacional —presidida por el rey Leopoldo II— que ha explorado la zona; los franceses remontan el Senegal, por medio de Faidherbe; los ingleses el Níger, dirigidos por Goldie. Las cuencas del Senegal y el Níger no plantean problemas.
 No ocurre lo mismo con el Congo, en cuya orilla derecha se ha establecido el francés Brazza, y en cuya desembocadura los portugueses han instalado el enclave de Cabinda. La complejidad de la colonización en el Congo provoca la convocatoria del Congreso de Berlín (1885), en el que se determina la existencia de un Esta do libre del Congo —en realidad controlado por los belgas—, se delimita la zona francesa, en la orilla derecha, y se dibuja otra zona que quedará bajo control internacional. Después del Congreso la mayor actividad en la costa Oeste es la francesa; con la penetración hacia el interior se empieza a pensar en la unión con la costa mediterránea y en la constitución de un África Occidental Francesa.
En la costa oriental africana no existían grandes eatados en tierra firme, ni tampoco un comercio intenso, a excepción del marfil, que era transportado por esclavos. Por este motivo, Inglaterra no deseaba establecer en Zanzibar un protectorado británico. Pero la presencia ale mana, representada por la Compañía Alemana del África Oriental, incita a los ingleses a defender sus bases y a declarar que los puertos de Mombasa y Zanzíbar son vitales para las comunicaciones con la India. Ante esta situación, Salisbury y Bismarck se dividen en el año 1886 la tierra firme, el Norte para los ingleses, el Sur para los alemanes.
Es la hora de los italianos, espoleados por las ansias colonizadoras de Francesco Crispi; desde el puerto de Massaua en el mar Rojo se expansionan hacia Eritrea y posteriormente hacia Etiopía, lo que provoca el recelo de los ingleses ante la aproximación al valle del Nilo. Los italianos son obligados a detener su avance, aunque se les reconoce, como compensación, la posesión de una parte del territorio somalí.

Conflicto anglo-francés. Incidente de Fachoda
 
Los últimos capítulos de la ocupación africana se localizan en el valle del Nilo. Los franceses, con apoyo ruso, exigen el abandono del valle por los ingleses, mientras penetran desde el Sahara Occidental hasta el Chad, camino del alto Nilo. En 1895, Grey avisa a los franceses de que un avance hasta el Nilo será considerado inamistoso.
Todavía existía en África una zona sin ocupar, el Sudán. Los ingleses la invaden para ayudar a los italianos, derrotados en Etiopía: Los franceses avanzan hacia el Sudán desde el Oeste, los ingleses desde el Norte y el Sur. En Fachoda se encuentran los ejércitos de Mar chand y Kitchener. La retirada del francés Marchand permite el control del valle del Nilo exclusivamente por los ingleses y la constitución de un imperio casi continuo, Norte-Sur, como soñaba Cecil Rhodes, de El Cairo a El Cabo, únicamente interrumpido por el África Oriental Alemana.

Reparto consumado: África ha sido ya totalmente repartida; los ingleses se han llevado la parte del león: el valle del Nilo con su algodón y el Sur del continente con su oro y diamantes, dos zonas que tienen además el valor estratégico de apoyos en las dos rutas de la India. Francia ha constituído un imperio sólido en la zona occidental. Los belgas han podido reservarse una colonia de inmensas riquezas.  Los portugueses se han establecido en Angola y Mozambique, pero no han podido unirlas por rutas terrestres, por la presencia inglesa en Rhodesia; es un conflicto similar al de Fachoda, el cruce de un imperio que intenta extenderse de Oeste a Este con otro que lo hace de Norte a sur.
África vio llegar oleadas de misioneros, exploradores y comerciantes, que llevaban la Biblia y la “civilización” en una mano, y en la otra armas y productos de comercio, y, poco después, las columnas armadas que ocuparían el interior. Era frecuente que unos y otros se dedicaran a hacer firmar a jefes iletrados cartas de concesión de nuevos territorios, que estaban destinados a redondear las cabezas de puente ya adquiridas.
Gracias a estos procedimientos, los franceses, los ingleses y los belgas se quedaron con la parte del león y dejaron muy poco disponible para los que venían detrás. Alemania e Italia llegaron más tarde y sus posesiones no fueron ni tan extensas ni tan duraderas como las de las demás metrópolis. Al terminar la primera guerra mundial las colonias alemanas pasaron a manos de sus vencedores y al terminar la segunda las italianas adquirieron rápidamente la independencia. Completado el reparto, África entraba en la historia por haber perdido su libertad.
Todas las colonias padecieron el flagelo del “trabajo forzoso” disfrazado como contribución personal para la puesta en marcha de la infraestructura, o como adquisición de salario para el pago de impuestos. Por la otra, puesto que no poseían una población abundante, se aplicó una política generalizada, que tendía a “fabricar negros”, con el objeto de aumentar el ejército de trabajadores.
No era otro el fin de las medidas adoptadas para erradicar las enfermedades endémicas, evitar la muerte de niños, contrarrestar las prácticas anticonceptivas y prolongar la vida de los adultos. Es probable que también intervinieran en este caso consideraciones de tipo humanitario, pero la frase citada es suficientemente elocuente como para despojar al evidente esfuerzo sanitario de propósitos altruistas. Lo cierto es que en África la curva demográfica se modificó, mostrando un neto predominio de los grupos más jóvenes, que desde entonces fueron empleados localmente o enviados a las metrópolis cuando escaseaban allí los obreros no especializados.
Francia albergaba, en la década de 1950, más de medio millón de norafricanos carentes de toda calificación, que desempeñaban las tareas despreciadas por los obreros metropolitanos y constituían un subproletariado indeseable, relegado a condiciones económicas y sociales que ningún europeo hubiera acepado. Pero más todavía: la abundancia de trabajadores permitía fijar los salarios locales a un nivel estrictamente fisiológico. Los abusos en este sentido fueron tan desorbitados, que los gobiernos intervinieron en varias oportunidades para establecer salarios mínimos.
En las zonas más industrializadas, donde había obreros europeos —los “pequeños blancos”— o coexistían varias comunidades de diferente nacionalidad (como en África del Sur y oriental),la colonización impuso tasas de salarios diferentes para cada grupo, aun si las condiciones de trabajo eran las mismas. “A cada raza su salario”, era el principio, y en esta escala descendente, el negro ocupaba siempre el lugar inferior. El caso extremo se observó en Sudáfrica: en 1926 se sancionó legalmente la “barrera de color”.
Esta implicaba innumerables vejaciones sociales y limitaciones políticas para los autóctonos, pero, lo que era más grave todavía, implicaba que tenían vedada toda perspectiva de especialización laboral y que los trabajos calificados sólo podían ser desempeñados por los blancos. De este modo, la masa de trabajadores, constituida por los negros, estaba siempre peor pagada que la estrecha y exclusivista capa de proletarios blancos.
La colonización fue, pues, un todo coherente. Un sistema creado para el exclusivo enriquecimiento de las metrópolis y en el que todas y cada una de sus manifestaciones concretas actuaba como disolvente de las sociedades tradicionales. Pero el capitalismo, que en el siglo XIX había sido capaz de reordenar la sociedad de Europa occidental sobre bases modernas, no ofreció al África del siglo XX idénticas posibilidades y se limitó a crear una economía específica sin gran poder de estructuración social.



 Los rebeldes primitivos africanos

A pesar de que la trata de esclavos (practicada casi sin interrupción desde el siglo XVI, en la costa occidental por los europeos y en la oriental por los árabes), debilitó a muchos reinos, y los conflictos internos terminaron con otros, a comienzos del siglo XIX estaban nuevamente en pie, gracias sobre todo a dos hombres extraordinarios, Usman dan Fodio, el musulmán, y Chaka, el zulú, que lograron el apoyo de inmensas masas populares. Sus sucesores e imitadores prolongaron y multiplicaron la acción de estos precursores,
volcando contra el extranjero la fuerza que aquéllos habían desatado.
El primero predicó en la zona sahelosudanesa. Fue un reformador religioso, difusor de un islam purificado que despertó el entusiasmo de las poblaciones y las lanzó a la guerra santa contra los infieles y a la conquista de nuevos territorios. De este impulso nacieron vastos Estados teocráticos, regidos por místicos gobernantes que lucharon contra los invasores con espíritu de cruzada. Es probable que tal reacción obedeciera más al deseo de conservar sus posesiones qué al de defender la independencia local, pero tal consideración no echa sombra sobre su papel de brillantes antecesores de los movimientos de liberación.
Entre los más notables de estos expertos jefes de guerra, que estuvieron muy lejos de ser los brutos sanguinarios que se empeñaron en mostrar los historiadores del colonialismo, cabe señalar a El Hadj Ornar, el legendario enemigo del francés Faidherbe, pertinaz defensor de sus posiciones sobre el río Senegal; a Samory, que contuvo a los franceses durante seis largos años en la zona oriental de la actual Guinea, y a Rabah, un soldado que se había tallado un imperio en las cercanías del lago Chad y que sólo pudo ser vencido cuando tres columnas galas lo atacaron simultáneamente desde tres puntos cardinales. Mejor entroncados con la tradición histórica y más homogéneos en su constitución, puesto que nada debían a la influencia islámica, fueron el reino de Abomey (Dahomey actual) y la confederación Ashanti (norte de Ghana).
Aquél asombró a los franceses por la disciplina y el valor de su ejército y ésta exigió a los ingleses tres guerras sucesivas antes de declararse vencida y entregar el trono de oro, símbolo de los espíritus de todo el pueblo. En cuanto a Chaka, el Napoleón zulú, tuvo como escenario el África austral. Con sus hombres transformados en implacable máquina de guerra, arrasó el territorio de Natal, sometiendo o expulsando a sus primitivos habitantes, y gracias a él, la “nación” zulú entró en la historia.
Sus sucesores se dedicaron a ampliar sus conquistas, logrando dominar toda la región desde Natal al lago Victoria. En sus desplazamientos —que abarcaron más de tres mil kilómetros— empujaron a otras tribus y provocaron profundas conmociones en Sudáfrica. Puesto que simultáneamente se estaba introduciendo la migración de los boers y la penetración de los ingleses, los avances europeos tuvieron que realizarse lenta y paulatinamente, dejando para los bantú islotes de relativa independencia en medio de las posesiones blancas.
http://historiaybiografias.com/imper04/ 


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