La Biblia de San Luis, de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo ocupa uno de los lugares de preferencia dentro del rico patrimonio de la catedral de Toledo. Es una Biblia moralizada escrita en latín, que por su extraordinaria belleza se conoce también con el nombre de "Biblia rica de Toledo".
Los datos más antiguos que se tienen de esta obra en Castilla, se remontan al testamento y al codicilo de Alfonso X el Sabio. Con relación a la Biblia de San Luis hay una referencia en el testamento del rey castellano, Alfonso X, en el que la describe como una Biblia "de tres libros, historiada, que nos dio el Rey Luis de Francia" y como "una de las cosas más nobles que pertenecen al Rey". Con toda certeza se puede afirmar que la Biblia de San Luis, a la que se refiere Alfonso X el Sabio es la que se conserva en la catedral de Toledo. Por los estudios realizados sobre sus distintos aspectos, y por el análisis interno de la misma se puede asignar con mucha aproximación la fecha de composición, y el tiempo en que fue copiada e iluminada. Estos trabajos se realizaron entre los años 1226 y 1234. Esta ingente obra, tan precisa y minuciosa, exigió la dedicación paciente de muchos expertos de las más variadas materias, propias de teólogos, copistas e iluminadores.
Este códice se hizo para el rey, como medio de formación y de información, y como instrumento pedagógico en la educación del futuro rey de Francia. Durante los últimos ocho siglos el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo se ha encargado de custodiar y conservar minuciosamente esta joya bibliográfica que por méritos propios se puede calificar de única y es motivo de admiración y asombro para cuantos tienen la oportunidad de contemplarla.
Cada vez es mayor el número de estudiosos interesados en la investigación de esta fuente inagotable de cultura donde está remansada tanta riqueza doctrinal, característica del siglo XIII. Cada día aumentan las peticiones que recibe el Cabildo para poder tener acceso directo a la Biblia de San Luis con el fin de poder estudiar e investigar en ella los más variados temas y materias. El motivo de este interés es muy variado: puede ser el estudio bíblico y teológico en unos casos; en otros es el aspecto artístico y ornamental el que suscita tanta curiosidad; un tercer grupo está compuesto por los que se sienten atraídos por una perspectiva histórica dentro de su plan de investigación.
El Cabildo de la Iglesia Catedral Primada de Toledo es consciente de que, por una parte, debe tener la sensibilidad suficiente para facilitar el estudio a cuantos se sienten atraídos para investigar la Biblia de San Luis. Por otra parte, es consciente igualmente de que es obligación suya mantener en el mejor estado posible esta joya única, y conservar lo que durante tantos siglos ha sido custodiado celosamente, con la precaución de buscar la máxima seguridad y custodia de esta pieza única en el Tesoro catedralicio.
Por estos motivos el Cabildo decidió proceder a la edición facsímil de la Biblia de San Luis. Es de alabar este proyecto que hoy vemos hecho realidad. Después de muchas gestiones seguidas con distintas casas editoriales, este proyecto llegó a fraguar con M. Moleiro Editor. El resultado es indudablemente bueno para todos. Finalmente quiero dejar constancia de mi satisfacción, a la vez que aprovecho esta ocasión para dar la enhorabuena a cuantos han hecho posible esta edición facsímil de la Biblia de San Luis. Tengo presentes a todos los que han dedicado, de una forma oculta y casi anónima, tantas horas y tanto empeño ilusionado hasta ver culminada esta tarea ardua y difícil, que ahora se presenta como gozosa realidad, con unos resultados que merecen toda alabanza.
De esta forma se presta un servicio a la cultura y se ofrece una ayuda a las más variadas bibliotecas y a los particulares interesados en estos temas. Con este servicio el Cabildo ofrece una gran oportunidad para poder completar y utilizar esta reproducción, que es un instrumento formidable para hacer realidad tantos proyectos de investigación y de estudio.
D. Francisco Álvarez Martínez
Cardenal Arzobispo de Toledo
Primado de España
Las primeras noticias que se tienen sobre la Biblia de San Luis se encuentran en el testamento y en el codicilo de Alfonso X el Sabio de Castilla. En el testamento, otorgado en 1282, se describe una Biblia «en tres libros, historiada, que nos dio el rey Luis de Francia». Estos escasos datos son tan precisos que bastan para identificarla sin dificultad con el ejemplar existente en el tesoro de la catedral de Toledo. Una Biblia repleta de historias para ilustrar los relatos bíblicos, dividida en tres libros o volúmenes y cuyo primer propietario había sido Luis IX, rey de Francia, concuerda admirablemente con la Biblia Rica de Toledo. Si además se especifica que su propietario y usuario inicial se había desprendido de ella en favor de Alfonso X por medio de una donación inter vivos, esta valiosa puntualización añade una información complementaria que termina por desenredar el enigma de la presencia de esta joya bibliográfica en Castilla.
Alfonso X profesaba una altísima estima por esta Biblia, a la que en su testamento clasificaba en el rango de «las cosas nobles que pertenescen al rey». En el codicilo, dado en 1284, habla acerca de «lo que tenemos en Toledo, que nos tomaron», alusión a un ilícito secuestro de objetos de la cámara real, efectuado contra la voluntad de su dueño. Entre ellos es posible que se encontrara la Biblia historiada. El rey declara su pesar, porque se trata de las «cosas muy ricas e muy nobles que pertenecen a los reyes». Con esta expresión, calcada sobre la del testamento, reiteraba su convicción de que una alhaja de tan alto valor había sido creada para los reyes y era de uso exclusivo de las personas de condición real.
Alfonso X profesaba una altísima estima por esta Biblia, a la que en su testamento clasificaba en el rango de «las cosas nobles que pertenescen al rey». En el codicilo, dado en 1284, habla acerca de «lo que tenemos en Toledo, que nos tomaron», alusión a un ilícito secuestro de objetos de la cámara real, efectuado contra la voluntad de su dueño. Entre ellos es posible que se encontrara la Biblia historiada. El rey declara su pesar, porque se trata de las «cosas muy ricas e muy nobles que pertenecen a los reyes». Con esta expresión, calcada sobre la del testamento, reiteraba su convicción de que una alhaja de tan alto valor había sido creada para los reyes y era de uso exclusivo de las personas de condición real.
La Biblia de San Luis forma parte de un pequeño conjunto de siete Biblias, que se copiaron en el siglo XIII para las personas de la realeza francesa de la dinastía, entonces reinante, de los Capetos. Se trata de un tipo peculiar de libro bíblico, que no tenía precedentes en la tradición de los escritorios europeos. Ricamente iluminado, como correspondía a la dignidad de los destinatarios.
Generalmente se las conoce con el nombre de Biblias moralizadas. Pocas en número, como ya se ha dicho, dado el elevado costo de su confección. El rasgo más destacado de estos libros es el enorme alarde de riqueza y fastuosidad de que hacen gala. Su apariencia externa es tan excepcional que inmediatamente se piensa en que los destinatarios no pudieron ser otros que las personas más elevadas de la sociedad medieval. Y así fue, en efecto: eran unas Biblias hechas para uso exclusivo de los reyes.
La enorme cantidad y calidad de sus historias iluminadas hacen que dicha apariencia atraiga la atención del lector desde el principio. La singularidad de estas Biblias se muestra principalmente en dos aspectos, en el codicológico y en el textual.
Desde el punto de vista de la obra en cuanto libro, hay que confesar que todo en ella es extraordinario. Quienes han encargado la obra abrigaban en su mente un proyecto de enorme magnitud, mucho mayor de lo que estaban acostumbrados a realizar los artesanos del libro. Incluso podemos decir que todo se ha sacrificado en aras de la magnificencia. El proyecto comportaba unas exigencias tales de grandeza y de lujo que aquellos que se hicieron cargo de su ejecución se vieron obligados a transgredir muchas de las normas establecidas en los talleres de copistas e iluminadores.
El formato, sin llegar al tamaño de las antiguas biblias atlánticas, es muy grande y el número de los folios, todos de la mejor calidad, excepcional. La enorme cantidad de decoración hacía imposible que las hojas de pergamino pudiesen soportar tal carga de pintura y oro por ambos lados al mismo tiempo, porque los pigmentos traspasaban al lado contrario y la hoja se curvaba. No hubo otra solución que recurrir a dejar una cara en blanco en cada piel.
Lo más sorprendente es que las caras que iban a recibir el texto y las imágenes no serían las del lado de la carne, más blancas, sino las del lado del pelo. Esto tenía su lógica, porque las rugosidades propias de la cara del pelo se prestan mucho mejor para la adherencia de los pigmentos.
Toda la Biblia se presenta como un totum continuum, encabezada por una gran página miniada (Dios Arquitecto del Universo) y una miniatura final de cierre, también a toda página (la reina Blanca y su hijo Luis en la parte superior y los artesanos del códice en la inferior), lo que indica que el libro ha sido concebido como una gran unidad. Se han ido amontonando los cuadernillos terminados y al final ha habido que recurrir a la partición en tres volúmenes como última operación no prevista ni calculada. La división se ha hecho de un modo un tanto arbitrario, como puede comprobarse examinando los lugares por donde se separan a cada uno de los volúmenes.
Si contemplamos la obra desde el punto de vista de los textos, nos damos cuenta de que el libro no se corresponde del todo con la noción que nosotros tenemos de lo que es una Biblia. En primer lugar, examinando de cerca lo escrito, comprobamos que no se trata de una Biblia completa, sino de una selección de textos bíblicos, con omisión de otros muchos. La mitad exacta de las piezas literarias no pertenece a la Biblia, sino que son comentarios elaborados por unos teólogos anónimos. Ningún texto bíblico se presenta suelto, sino acompañado de un comentario autorizado. Estos pequeños textos teológicos son tan importantes para los responsables de la obra que reciben un tratamiento de rango equivalente al de la propia Biblia, pues unos y otros van glosados iconográficamente por una historia iluminada, que los flanquea lateralmente.
Así pues, los textos que encontramos en esta obra pertenecen al mismo tiempo a la Biblia y a la Teología, mitad por mitad. De todo lo dicho se deduce que la Biblia de San Luis es, también desde este punto de vista, una Biblia sui generis, una obra del todo singular.
Generalmente se las conoce con el nombre de Biblias moralizadas. Pocas en número, como ya se ha dicho, dado el elevado costo de su confección. El rasgo más destacado de estos libros es el enorme alarde de riqueza y fastuosidad de que hacen gala. Su apariencia externa es tan excepcional que inmediatamente se piensa en que los destinatarios no pudieron ser otros que las personas más elevadas de la sociedad medieval. Y así fue, en efecto: eran unas Biblias hechas para uso exclusivo de los reyes.
La enorme cantidad y calidad de sus historias iluminadas hacen que dicha apariencia atraiga la atención del lector desde el principio. La singularidad de estas Biblias se muestra principalmente en dos aspectos, en el codicológico y en el textual.
Desde el punto de vista de la obra en cuanto libro, hay que confesar que todo en ella es extraordinario. Quienes han encargado la obra abrigaban en su mente un proyecto de enorme magnitud, mucho mayor de lo que estaban acostumbrados a realizar los artesanos del libro. Incluso podemos decir que todo se ha sacrificado en aras de la magnificencia. El proyecto comportaba unas exigencias tales de grandeza y de lujo que aquellos que se hicieron cargo de su ejecución se vieron obligados a transgredir muchas de las normas establecidas en los talleres de copistas e iluminadores.
El formato, sin llegar al tamaño de las antiguas biblias atlánticas, es muy grande y el número de los folios, todos de la mejor calidad, excepcional. La enorme cantidad de decoración hacía imposible que las hojas de pergamino pudiesen soportar tal carga de pintura y oro por ambos lados al mismo tiempo, porque los pigmentos traspasaban al lado contrario y la hoja se curvaba. No hubo otra solución que recurrir a dejar una cara en blanco en cada piel.
Lo más sorprendente es que las caras que iban a recibir el texto y las imágenes no serían las del lado de la carne, más blancas, sino las del lado del pelo. Esto tenía su lógica, porque las rugosidades propias de la cara del pelo se prestan mucho mejor para la adherencia de los pigmentos.
Toda la Biblia se presenta como un totum continuum, encabezada por una gran página miniada (Dios Arquitecto del Universo) y una miniatura final de cierre, también a toda página (la reina Blanca y su hijo Luis en la parte superior y los artesanos del códice en la inferior), lo que indica que el libro ha sido concebido como una gran unidad. Se han ido amontonando los cuadernillos terminados y al final ha habido que recurrir a la partición en tres volúmenes como última operación no prevista ni calculada. La división se ha hecho de un modo un tanto arbitrario, como puede comprobarse examinando los lugares por donde se separan a cada uno de los volúmenes.
Si contemplamos la obra desde el punto de vista de los textos, nos damos cuenta de que el libro no se corresponde del todo con la noción que nosotros tenemos de lo que es una Biblia. En primer lugar, examinando de cerca lo escrito, comprobamos que no se trata de una Biblia completa, sino de una selección de textos bíblicos, con omisión de otros muchos. La mitad exacta de las piezas literarias no pertenece a la Biblia, sino que son comentarios elaborados por unos teólogos anónimos. Ningún texto bíblico se presenta suelto, sino acompañado de un comentario autorizado. Estos pequeños textos teológicos son tan importantes para los responsables de la obra que reciben un tratamiento de rango equivalente al de la propia Biblia, pues unos y otros van glosados iconográficamente por una historia iluminada, que los flanquea lateralmente.
Así pues, los textos que encontramos en esta obra pertenecen al mismo tiempo a la Biblia y a la Teología, mitad por mitad. De todo lo dicho se deduce que la Biblia de San Luis es, también desde este punto de vista, una Biblia sui generis, una obra del todo singular.
Alfonso X dejó dicho en su testamento que la obra se hizo para uso de reyes. Pero la pregunta crucial es para qué pudieron necesitarla el rey de Francia y su madre. ¿Se trataría de un costoso capricho? No nos ha quedado constancia de la intención de la casa real francesa cuando hizo este encargo a los copistas e iluminadores de París, pero no parece admisible la hipótesis sugerida, dado el característico sentido utilitario con que los hombres medievales contemplaban el libro. El libro se hace para ponerlo al servicio de los hombres, para ser vehículo de formación y de información. De ahí que lo propio del libro sea el estar siempre circulando en manos de las personas que lo puedan utilizar. El hecho de que la realización de la Biblia de San Luis se llevara a cabo en los años en que el príncipe francés vivía su período escolar, induce a pensar que fue concebida para servir de instrumento pedagógico de apoyo en la educación del futuro monarca de Francia.
El texto bíblico y sus comentarios forman un todo indisoluble con el conjunto iconográfico. El espacio rectangular se divide en cuatro columnas verticales de anchura desigual, dos para recibir el texto y dos para la decoración. Las columnas de texto, más estrechas, van flanqueadas por sendas tiras de rica ornamentación con cuatro medallones en cada una, totalizando ocho historias por cada folio, de suerte que los tres volúmenes comprenden unas 5.000 escenas historiadas. El texto bíblico, frecuentemente abreviado, va seguido de comentarios según la teoría de los cuatro sentidos bíblicos: histórico, alegórico, tropológico y anagógico. Pero en esta Biblia destaca, por encima de todo, un derroche del lenguaje icónico. Cada medallón reproduce una escena en sintonía con el pasaje bíblico de que se trata o con su exégesis teológica. En su realización se emplea una enorme gama de colores, azules, verdes, rojos, amarillos, grises, anaranjados, sepias, siempre sobre un fondo de oro bruñido. La composición responde a un universo de recursos técnicos y artísticos de gran fuerza expresiva. A veces una escena es unitaria, pero en ocasiones está dividida en dos o más por medio de una nube, un arco, una rayita. El recurso al sentido tropológico permite a los ilustradores llevar a cabo una formidable obra de crítica social de su tiempo desde una óptica monástica. En esta Biblia se encuentra representado todo el ancho mundo de la primera mitad del siglo XIII, los hombres y los grupos sociales, sus vicios y sus virtudes, sus atuendos, sus costumbres, sus creencias, sus juegos y sus ideales. La Edad Media puede ser leída en imágenes a través de esta Biblia.
Aunque ninguna fuente histórica nos informa sobre el lugar de su realización, apenas caben dudas de que la ciudad donde se llevaron a cabo los trabajos no pudo ser otra que París. Y esto no sólo por el hecho de ser la capital del reino y sede de la corte, sino, sobre todo, porque en ella tenía asiento la más acreditada facultad de teología de toda Europa y los estudios teológicos requerían del concurso del libro bíblico. Esta circunstancia dio lugar a que en torno a París se centralizase la demanda y la producción del manuscrito bíblico, sobre todo, del manuscrito bíblico glosado, de composición muy compleja, hasta el punto de que llegó a monopolizar su comercio y ninguna otra ciudad pudo competir con ella por calidad y cantidad en este tipo de libros. La empresa de la Biblia de San Luis se puso en marcha cuando los talleres parisienses dedicados a estas tareas atravesaban uno de los momentos más brillantes de su historia.
En vista de la envergadura de la obra y de la calidad de las personas de las que procedía el encargo, es inevitable pensar en que para llevarla a cabo se eligió el más prestigioso de los talleres que trabajaban por entonces en París. Sin embargo, su nombre ha quedado en el anonimato.
En vista de la envergadura de la obra y de la calidad de las personas de las que procedía el encargo, es inevitable pensar en que para llevarla a cabo se eligió el más prestigioso de los talleres que trabajaban por entonces en París. Sin embargo, su nombre ha quedado en el anonimato.
Los autores no han podido ser identificados hasta ahora por la vía documental. No hay otras pistas que aquellas que nos proporciona la propia obra en la gran miniatura final del último cuadernillo. Mientras no surja algún documento nuevo, es necesario buscar las respuestas al problema de la autoría en el contexto de lo que sugiere la página final iluminada.
La parte principal la ocupan dos personas de la realeza francesa. La figura femenina, que no lleva signos de identificación personal, ha sido interpretada como la de doña Blanca de Castilla, madre de Luis IX. Sentada en su trono, vestida con manto real y tocada con velo blanco, se dirige al joven monarca en actitud activa de hablar. El rey escucha respetuosamente, mientras sostiene entre sus dedos una bula de oro que lleva colgada sobre el pecho. Las actitudes que adoptan ambos personajes sugieren la idea de que la reina está realizando la formalidad de dedicar la Biblia, ya terminada, al joven rey. Si esto es así, ella es la que ha patrocinado la obra y ha corrido con los gastos de su confección. Su hijo, como beneficiario, la recibe.
La parte baja está reservada para los que son realmente inferiores. La posición de subordinación de estas dos personas es evidente, porque sus representaciones, más pequeñas, ocupan un plano inferior, lo que significa que en cuanto a la responsabilidad en la obra desempeñan una función subalterna. Aparece, en primer lugar, un clérigo sentado en su escaño que se dirige al copista, dándole órdenes y controlando su trabajo. Dicho clérigo va vestido con un atuendo religioso. Debemos, por tanto, descartar desde el principio la intervención de una persona investida con la dignidad episcopal, como en alguna ocasión ha sido sugerido.
La figura de este personaje apunta a un clérigo perteneciente a una orden religiosa, pero deliberadamente no está individualizada. La explicación de esta ambigüedad hay que buscarla, en mi opinión, en el hecho de que los que han intervenido dirigiendo a los copistas pertenecen a más de una orden religiosa. Si se adopta esta interpretación de la miniatura final, la cuestión de la autoría de la Biblia queda resuelta al menos parcialmente. La gran página iluminada sugiere que a los cuatro personajes que aparecen en ella les corresponde conjuntamente la autoría y a cada uno de ellos una parte proporcional en aspectos concretos. Se trata de una autoría compartida.
A la reina le corresponde la iniciativa del proyecto, el patronazgo, la financiación y el derecho a impartir las directrices fundamentales, a las que se atendrá la obra. De algún modo ejerce también una forma de autoría el rey a quien se destina la Biblia. Él es el beneficiario de la misma. El libro se ha hecho pensando en él, en su educación cristiana y en su provecho político como rey.
Entra en la categoría de autor el religioso que ejecuta las órdenes recibidas, las aplica y dirige a los artesanos del libro. Ya hemos dicho que se trata con probabilidad de un colectivo de religiosos, quizás compuesto en buena parte por miembros de las dos órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos. A ellos les ha correspondido el diseño general de la obra con sus peculiares características, de acuerdo con los mandatos recibidos.
El copista que figura en la miniatura final es también la representación de un colectivo de artesanos de las artes del libro que ha tomado parte activa en él. Basta con ojear cualquiera de los tomos de la Biblia para convencerse de la multitud de manos que han intervenido en las tareas de la copia. Y también son más de uno los iluminadores que han intervenido en la decoración. A ellos se les corresponde de un modo principal la creación de una obra de belleza inigualable, que mereció la admiración y el aprecio de los reyes más cultos de su tiempo.
Ramón Gonzálvez Ruiz
La parte baja está reservada para los que son realmente inferiores. La posición de subordinación de estas dos personas es evidente, porque sus representaciones, más pequeñas, ocupan un plano inferior, lo que significa que en cuanto a la responsabilidad en la obra desempeñan una función subalterna. Aparece, en primer lugar, un clérigo sentado en su escaño que se dirige al copista, dándole órdenes y controlando su trabajo. Dicho clérigo va vestido con un atuendo religioso. Debemos, por tanto, descartar desde el principio la intervención de una persona investida con la dignidad episcopal, como en alguna ocasión ha sido sugerido.
La figura de este personaje apunta a un clérigo perteneciente a una orden religiosa, pero deliberadamente no está individualizada. La explicación de esta ambigüedad hay que buscarla, en mi opinión, en el hecho de que los que han intervenido dirigiendo a los copistas pertenecen a más de una orden religiosa. Si se adopta esta interpretación de la miniatura final, la cuestión de la autoría de la Biblia queda resuelta al menos parcialmente. La gran página iluminada sugiere que a los cuatro personajes que aparecen en ella les corresponde conjuntamente la autoría y a cada uno de ellos una parte proporcional en aspectos concretos. Se trata de una autoría compartida.
A la reina le corresponde la iniciativa del proyecto, el patronazgo, la financiación y el derecho a impartir las directrices fundamentales, a las que se atendrá la obra. De algún modo ejerce también una forma de autoría el rey a quien se destina la Biblia. Él es el beneficiario de la misma. El libro se ha hecho pensando en él, en su educación cristiana y en su provecho político como rey.
Entra en la categoría de autor el religioso que ejecuta las órdenes recibidas, las aplica y dirige a los artesanos del libro. Ya hemos dicho que se trata con probabilidad de un colectivo de religiosos, quizás compuesto en buena parte por miembros de las dos órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos. A ellos les ha correspondido el diseño general de la obra con sus peculiares características, de acuerdo con los mandatos recibidos.
El copista que figura en la miniatura final es también la representación de un colectivo de artesanos de las artes del libro que ha tomado parte activa en él. Basta con ojear cualquiera de los tomos de la Biblia para convencerse de la multitud de manos que han intervenido en las tareas de la copia. Y también son más de uno los iluminadores que han intervenido en la decoración. A ellos se les corresponde de un modo principal la creación de una obra de belleza inigualable, que mereció la admiración y el aprecio de los reyes más cultos de su tiempo.
Ramón Gonzálvez Ruiz
Canónigo Archivero y Bibliotecario de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo
La gran miniatura a toda página representa al Pantocrátor, al Dios Creador del Universo. Una grandiosa mandorla de cuatro lóbulos, perfilados en verde y naranja, envuelve su robusta figura. Dios está en posición de reposo, sentado sobre un trono. Va vestido con túnica de color marrón claro y manto azul. Con la mano derecha gobierna su instrumento de trabajo, un compás de grandes dimensiones, cuyas piernas terminan en aceradas puntas metálicas, una de las cuales está clavada en el centro del universo y la otra lo circunda por el perímetro exterior. Con la mano izquierda sostiene un mundo de formas redondeadas, el cual en su interior presenta una apariencia completamente caótica. Dentro de ese cosmos orbicular, donde impera todavía la ley del desorden, cuatro criaturas angélicas ejecutan las órdenes del Creador y le ayudan en su obra. El Señor, con ojos azules, amplia barba rubia y melena del mismo color, dotado del nimbo crucífero, se presenta sosegado, con semblante juvenil. Apoya sus pies sobre una bóveda de oro. No hay lugar para el paisaje, no existe ninguna clase de perspectiva estructurada en más de un plano. Los fondos de la mandorla no ocupados por pintura se rellenan de oro bruñido. La mandorla está sostenida al exterior por cuatro ángeles, los dos de arriba en posición invertida y los de la parte inferior en posición erguida, todos ellos sobre un fondo de oro bruñido.
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http://www.moleiro.com/es/libros-biblicos/biblia-de-san-luis.html
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