Este teatro fue construido por voluntad y orden de María Teresa de
Austria, ya que, en aquellos tiempos, el Ducado de Milán estaba bajo el
dominio austriaco, con la Emperatriz María Teresa de Habsburgo
(1717-1780) como máxima autoridad. Ella reinó desde el año 1740, al
fallecer su padre Carlos VI, hasta su muerte en 1780. Esta Emperatriz
favoreció mucho a Italia, y su buena voluntad hacia la ciudad de Milán
fue manifiesta. El Teatro Alla Scala, que ella quiso expresamente, es un
ejemplo.
La idea de construir un nuevo teatro nació como consecuencia de
distintos siniestros acontecidos en el anterior edificio de
espectáculos. En efecto, lo que aconteció fue lo siguiente:
- en el año 1699 se incendió el viejo "Teatro Ducale", que ocupaba el edificio mencionado.
- en el 1708 hubo otro incendio en el mismo lugar, donde funcionaba el "Nuovo Teatro Ducale", reconstruido sobre las ruinas del anterior.
- en el 1776, ocurrió el último incendio que destruyó nuevamente lo que se llamó "Teatro del Palazzo Ducale" reconstruido en el mismo sitio. Se sospechó que el fuego pudo haber sido intencional.
La ciudad de Milán necesitaba con urgencia un teatro, y fue de ese modo que la Emperatriz María Teresa, a fines del año 1775, dispuso un concurso público y eligió el proyecto presentado por el italiano Giuseppe Piermarini (1734-1808).
Este célebre arquitecto, realizó numerosas obras, entre las cuales se
destacan el diseño de la “Real Academia de Bellas Artes” en Mantua, el
“Palacio Belgioioso” de Milán
y, luego, la “Villa Real” de Monza, siendo también profesor de
arquitectura en la “Academia Brera” de Milán. Además, la misma
Emperatriz María Teresa lo eligió para restaurar el “Palacio Visconti”.
Piermarini, en 1776,
recibió la orden para iniciar la construcción del proyecto aprobado.
Naturalmente, Piermarini buscó otro lugar para iniciar su obra, y el
sitio que eligió fue el terreno donde se ubicaba una vieja iglesia,
construida alrededor del año 1300
por descendientes de la poderosa familia Della Scala de Verona
(llamados los “Scaligeri”) y conocida con el nombre de "Santa María
della Scala". Esta iglesia estaba en ruinas, ya que los Scaligeri,
(Señores de Verona desde el 1259 al 1387),
se habían extinguido en épocas anteriores. El viejo templo fue
“desconsagrado” y demolido, legando sin embargo su nombre al nuevo
teatro, que se llamó luego, y para siempre, Teatro alla Scala.
Objetivos
Uno de los principales objetivos que se plantearon al comienzo de la obra, fue el de lograr una acústica
perfecta y, por eso, se decidió seleccionar los materiales de
construcción que permitiesen una óptima resonancia, sin limitar esto a
los revestimientos internos de la sala. Por ejemplo, una de las
importantes elecciones fue la de utilizar vigas de alerce (madera dura,
resinosa y muy resistente) para sostener y perfilar la cúpula. Además,
se estudiaron detenidamente los espacios libres, dando al complejo la
adecuada circulación sonora. Toda la obra fue el reflejo de una gran
armonía y los resultados, al final de la construcción, fueron
sorprendentes en lo que respecta a la percepción de los sonidos. De
hecho, la acústica fue, siempre, el orgullo del teatro y representó un
gran mérito personal de Piermarini.
El teatro y la II Guerra Mundial
La inauguración del teatro se ejecutó el 3 de agosto de 1778, con la ópera “Europa Reconocida” de Antonio Salieri (1750/1825), el gran rival de Wolfgang Amadeus Mozart (1756/1791).
Después de la inauguración, y en el transcurso de los años
subsiguientes hasta el 1943, la Scala fue sometida a diversos trabajos
de mantenimiento que no modificaron su estructura original. En cambio,
la noche del 15 de agosto de 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Milán
sufrió un terrible bombardeo por parte de la aviación inglesa, y el
Teatro fue también golpeado duramente, tanto que la sala quedó
prácticamente derrumbada. La Municipalidad de Milán intervino
inmediatamente para salvar lo que había quedado. Los responsables del
teatro cumplieron, sin embargo, con los espectáculos programados,
utilizando otras salas, incluyendo el Teatro degli Archimboldi,
propiedad de la misma Comuna. Únicamente al terminar la guerra (mayo de 1945) se pudo pensar en reconstruir el Teatro, que siempre fue uno de los símbolos de Milán.
Los trabajos se realizaron con apuro y dedicación, y fueron dirigidos
por el arquitecto Luis Lorenzo Secchi, quien finalizó con la
reconstrucción en abril de 1946.
Así, el nuevo Teatro alla Scala, fue reinaugurado la noche del 11 de mayo del mismo año, con la ejecución de un concierto a cargo del gran maestro Arturo Toscanini,
quien había regresado a Italia para este evento, ya que estaba exiliado
en Estados Unidos por su condición de antifascista. Las primeras notas
que dieron inicio al espectáculo fueron de Gioacchino Rossini, “la Gazza
Ladra”; las sucesivas, de Puccini, Verdi y Boito.
Prestigio del teatro
Desde su construcción, y por más de dos siglos, el Teatro Alla Scala
fue adquiriendo gran prestigio en el mundo entero. En él se presentaron
los más grandes compositores, célebres cantantes, directores de orquesta
y de coros, concertistas, cuyos nombres inolvidables están escritos
para siempre en la historia de la música clásica y lírica. No es
necesario mencionarlos en este espacio, son muchísimos y muy conocidos
por todos, los hemos escuchado y admirado, están y quedarán para siempre
en nuestros recuerdos. Muchos objetos de estos famosos artistas se
encuentran expuestos en el museo del mismo teatro, que es constantemente
visitado por un público atento y sensible, capaz de conmoverse
observando viejas partituras borroneadas, instrumentos musicales y
diversos objetos que les pertenecieron.
Remodelación
En primavera del año 2002,
las autoridades de la Municipalidad decidieron iniciar la remodelación
del Teatro, con la intención de otorgarle la importancia estética y
funcional que merece de acuerdo con su fama. Hubo una gran inquietud en
el gran público y resistencias en los sindicatos y hasta en los
políticos, temerosos de que no se respetara el clasicismo original del
mismo, tan querido por todos. Sin embargo, en cuanto al aspecto externo
del Teatro, no podía haber grandes cambios, ya que la tradición
(italiana y europea en general) suele conservar, en el casco de las
ciudades, los estilos de fachadas de los edificios, protegidos hasta por
severas leyes (generalmente los estilos corresponden a la edad
moderna). Los turistas que visitan Europa pueden comprobar esta
característica. Como otra prueba de esa modalidad, la ciudad de Milán,
semidestruida en la última guerra por las bombas inglesas, fue
reconstruida tal cual era antes de la contienda. Lo mismo aconteció en
todas las ciudades alemanas.
Volviendo a la de remodelación del Teatro Alla Scala, luego da
casi 30 meses de intenso trabajo bajo la dirección del arquitecto Mario
Botta, se pueden observar los cambios comenzando por el atrio, el
antesala, el salón principal, el escenario, los salones de prueba, los
talleres, etcétera, pero cabe destacar que lo fundamental consistió en
la aplicación de una tecnología de punta en todos los servicios,
mediante un sistema automático computerizado. Toda la estructura
tecnológica instalada puede considerarse como sin precedentes en el
campo mundial. Se construyó una torre de servicios, de forma elíptica y
una torre escénica (detrás del escenario) cuyas medidas alcanzan los 38
metros de altura y 18 de profundidad, que permite rápidos
desplazamientos escénicos mediante plataformas movibles, guiadas por
nuevas y exclusivas máquinas, logrando de tal manera una flexibilidad
operativa nunca lograda en la organización de los espectáculos.
Cambiaron también las medidas del escenario, que ahora son: 22 m. de
ancho, 34 m. de profundidad y 18 m. de altura. Toda la nueva consrucción
detrás del Teatro, puede observarse desde el exterior del edificio,
frente al mismo.
Decoración
Con respecto a las decoraciones del interior se mantuvieron,
principalmente en el salón de espectáculos, los tradicionales colores
rojo y oro. Tampoco se modificaron los diseños ornamentales de origen y
los palcos mantienen su forma de herradura con los pisos de ladrillos
del 1700,
ahora a la vista. En cambio, se quitaron las moquetas de los pasillos,
dejando a la luz los mármoles y los estucos venecianos. Se aumentó la
cantidad de butacas, implementando un nuevo sistema de numeración de las
mismas. Se modernizó la climatización en todos los sectores, como otro
importante elemento de confort para el público y el personal.
Como conclusión de este enorme trabajo, cuyo costo total superó
los 60 millones de euros, se comprueba el intento de conservar los
conceptos estéticos introducidos por su primer constructor Giuseppe
Piermarini, aumentando además los espacios e introduciendo elementos de
mayor comodidad, adecuando así el Teatro a la tecnología del presente.
Una vez terminada la remodelación, era necesario cumplir con otra
formalidad indispensable: la reinauguración del Teatro. Ésta se realizó
el día 7 de diciembre del año 2005. El por qué de esta fecha merece ser destacado. Se trata del día en que se festeja al Patrono de Milán,
"San Ambrogio" el que fue consagrado Arzobispo de la ciudad justamente
en la misma fecha del año 375 (en la época del Emperador Teodosio).
Además, tradicionalmente y en tiempos normales, el 7 de diciembre siempre comenzó la temporada del Teatro Alla Scala.
Levantado el telón, se representó la ópera "Europa
Riconosciuta", del compositor Antonio Salieri, repitiendo el
espectáculo de la primera inauguración, ocurrida el día 3 de Agosto de 1778. Ésta vez fue dirigida por el maestro Ricardo Muti, Director artístico Luca Ronconi y Director escénico Pierluigi Pizzi.
Esta representación fue transmitida "en vivo" por la Televisión
italiana y vista por el público milanés, que no pudo conseguir ubicación
en el Teatro, a través de pantallas gigantes puestas en lugares
estratégicos. También millones de personas siguieron en el mundo la
transmisión televisiva.
Como comentario de cierre, es claramente visible el carácter
tradicional puesto de manifiesto por la Municipalidad, por los
restauradores y también por toda la ciudad de Milán.
En efecto, además del respeto mostrado por las formas estéticas creadas
por Piermarini, debe valorarse el deseo de repetir el mismo espectáculo
ofrecido en el bautismo del teatro y, más aún, la voluntad colectiva de
"ligar" este importante evento con la más intima conmemoración
ciudadana, en su carácter religioso y político.
Su majestad el divo
A partir de un cierto momento histórico hablar de La Scala significa
hacerlo de muchos de los grandes acontecimientos musicales del momento,
en la órbita concreta de la ópera italiana. La apretada nómina de
estrenos, que no pretende en modo alguno ser exahustiva, irá unida casi
siempre al recuerdo de algún cantante legendario: "La gioconda", de Ponchielli (1876), al tenor Julián Gayarre; "Otello", de Verdi (1887), al tenor Francesco Tamagno; "La Wally", de Catalani (1892), a la soprano Hariclea Darclée; "Falstaff", también de Verdi (1893), al barítono Victor Maurel,
etc. Ya a caballo entre los dos siglos, el magnífico teatro se
convierte en centro neurálgico de las aspiraciones artísticas de la
"joven escuela", cuyos frutos son las óperas debidas a Pietro Mascagni, Ruggiero Leoncavallo, Umberto Giordano, Francesco Cilea o Giacomo Puccini. El maestro nacido en Lucca estrenó en 1904 "Madama Butterfly", protagonizada por la soprano Rosina Storchio y el tenor Giovanni Zenatello,
estreno de ambiente hostil al músico, saldado con un inesperado fracaso
que motivaría su revisión, o la "prima", esplendorosa y póstuma, de
"Turandot", en 1926,
con nuestro Miguel Fleta. Casi todas estas óperas, muy asentadas en el
repertorio, proporcionarán al coliseo indiscutibles noches de gloria.
Pero no sólo de estrenos vive el melómano. Sin negar la labor
preeminente de tantos compositores, la historia de este teatro está
llena de veladas artísticamente memorables a causa de sus intérpretes,
fueran éstos cantantes, directores o escenógrafos. El estudioso Carlo
Gatti narra con gran emoción (un sentimiento que logra transmitir
certeramente a los lectores), el regreso en 1899,
tras varios años de ausencia, del coloso Francesco Tamagno para
interpretar el "Guillermo Tell" rossiniano, la más incantable de las
óperas. Anunciado a última hora, Gatti dice de él: "Tamagno superaba por
mucho la consideración y el afecto del público a los más celebrados
tenores del teatro lírico de entonces. Faltaba de La Scala desde 1887,
el año de su triunfo como protagonista del "Otello" de Verdi. Su voz
tonante y su figura gallarda eran la mejor garantía de un nuevo éxito
clamoroso en la parte de Arnoldo de la gran ópera rossiniana. El 10 de abril
consiguió un óptimo triunfo". Veladas como ésta se cuentan por docenas
en la historia de coliseo milanés, afortunadamente para sus abonados.
Fue La Scala también, ciertamente, una de las primeras instituciones en
potenciar el papel del director de orquesta, del maestro concertador que
dictaba desde el foso las indicaciones que aseguraran que la aventura
lírica llegara a buen puerto. Más o menos con el nuevo siglo (en 1896, y
con análoga fuerza a la de los propios compositores), el teatro verá
brillar el astro coruscante de Arturo Toscanini,
responsable de docenas de producciones que en su día causaron sensación
y exiliado por propia voluntad a los Estados Unidos durante la época de
dominación fascista. Cleofonte Campanini o Leopoldo Mugnone, en los
tiempos de juventud toscaniniana, Victor de Sabata durante los años
cuarenta y principios de los cincuenta, o los montajes de "Macbeth" o
"Simon Boccanegra", debidos al binomio integrado por Giorgio Strehler y
Claudio Abbado en los setenta -por no hablar de la etapa de Riccardo
Muti, su actual titular-, han dejado también su impronta personal en
muchas veladas imborrables.
Constelación de figuras
A estas alturas parece casi superfluo, por obvio, recordar nuevamente
que por La Scala milanesa han desfilado siempre los más grandes
cantantes, los más solicitados. Baste citar, como recordatorio, los
nombres de algunos de especialmente relevantes, como son Rubini, la
Patti, Masini, Gayarre, el ya mentado Tamagno o Kaschmann en el siglo
pasado; en el nuestro Ruffo, Stracciari, Galeffi, Caruso (aunque aquí
cantara mucho mucho menos que en el Metropolitan), Russ, Barrientos,
Gigli, Cigna, Pertile, Merli, Stignani o Simionato, por no hablar del
lujoso quinteto sobresaliente en los años cincuenta, que incluye a Maria
Callas, Renata Tebaldi, Mario del Monaco, Franco Corelli y Giuseppe di
Stefano, o de un cuarteto de tenores -los más célebres de nuestro
tiempo- que actuará con posterioridad y que, sin duda, el lector ha
añadido ya por cuenta propia: Luciano Pavarotti, Alfredo Kraus, Plácido Domingo y José Carreras.
Meca de futuros grandes cantantes y también de grandísimos
ilusos, sin auténticas condiciones, La Scala tiene tanto poder de
irradiación que no se agota en estas referencias, por fastuosas que de
hecho sean. A un tiro de ballesta del teatro está también la legendaria
Casa Ricordi (tema central de otro famoso filme), aquella que fundara el
violinista Giovanni Ricordi a comienzos del pasado siglo y cuya
actividad en el terreno de la edición de partituras corre pareja con el
propio devenir del teatro hasta el punto de confundirse muchas veces con
él. Son famosas la Piazza del Duomo y la gran galería Vittorio
Emmanuelle -que circunda el elegante coliseo-, así como es mítico el
Café Biffi -que conserva su nombre en la actualidad, aunque
probablemente no todo su sabor- , en su día centro de reuniones y
tertulias de todo operófilo que se preciara. Este era el lugar desde el
que, según cuentan, nuestro gran tenor Hipólito Lázaro voceó en cierta
ocasión con su voz torrencial el nombre del periódico que quería comprar
sin tener que acercarse al vendedor, o desde el que el portorriqueño
Antonio Paoli, también tenor, observaba pasar a los transeuntes con
gesto de desdeñosa superioridad, atrabiliario aspecto y berberisca
barba. También, muchos de los primeros discos de 78 revoluciones por
minuto, de los primeros que suenan realmente bien, entendámonos, fueron
grabados en los inicios de nuestro siglo. En los catálogos, verdadero
alarde de coquetería algunas veces -no digamos ya las etiquetas-, no es
raro leer: Soprano Celestina Boninsegna, Tenor Giuseppe Anselmi, etc. Y debajo, con orgullo, como sinónimo de elevada calidad: artista del Teatro de La Scala de Milán.
http://www.ecured.cu/index.php/Teatro_Scala_de_Mil%C3%
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