La filosofía del lenguaje, escribió
William P. Alston, está hoy peor definida y menos en posesión de un
principio claro de unidad que la mayoría de las restantes ramas de la
filosofía. Los problemas relativos al lenguaje de los que habitualmente
se ocupan los filósofos constituyen una colección casi sin trabazón, por
lo cual resulta difícil encontrar un criterio claro que los separe de
los problemas del lenguaje tratados por los gramáticos, los psicólogos y
los antropólogos. Podría parecer que actualmente una filosofía del
lenguaje no tendría otra justificación que la de las llamadas "filosofía
del hombre", "filosofía de la sociedad", "filosofía del derecho",
"filosofía de la naturaleza", "filosofía de la historia", "filosofía del
arte" o "filosofía de la religión". Pero ello no es así. Hay que tener
en cuenta la importancia que el lenguaje ha tenido en el siglo XX,
especialmente en su segunda mitad, para comprender la peculiar
característica de una filosofía del lenguaje.
El puesto central
del lenguaje dentro de la filosofía contemporánea se ha debido en gran
parte a dos hechos. Por una parte, el hecho de que solamente en el siglo
XX se ha constituido una ciencia del lenguaje que desde las
aproximaciones de Saussure ha llegado a un alto grado de desarrollo en la obra de Chomsky
y sus continuadores. Además, el hecho de que la filosofía actual ha
tomado conciencia de que su medio natural y único de expresión, el
lenguaje, ha estado condicionando el planteamiento y solución de ciertos
problemas filosóficos. La filosofía del lenguaje hoy se ocupa desde una
particular perspectiva del concepto de significado
e intenta entender la actividad lingüística en su totalidad, explicar
su significado constitutivo para el hombre y la sociedad, para la
experiencia y la actividad, para el pensamiento y el conocimiento.
Además, trata de un conjunto de problemas planteados en su desarrollo
histórico, como son las cuestiones del origen del lenguaje, el problema
de la creación simbólica o de la constitución del signo lingüístico, la
relación del lenguaje y la realidad, la cuestión de la esencia del
significado y de la denominación, los elementos constitutivos de la
comunicación y la información, etc.
La filosofía del lenguaje se
desarrolla hoy en tres direcciones fundamentales: la metodología de la
lingüística, la investigación de los fundamentos de esta ciencia y la
pragmática. Los problemas de la metodología lingüística nacen del gran
progreso experimentado en la segunda mitad del siglo XX por la
lingüística como ciencia empírica, especialmente a partir de la creación
del modelo generativo-transformacional por N. Chomsky. Un problema
metodológico importante es el esclarecimiento de los supuestos empíricos
en que se basa esta lingüística generativa. Dos problemas conflictivos
en la filosofía del lenguaje contemporánea son el problema de los
universales lingüísticos, es decir, de los elementos que se encuentran
presentes en todas las lenguas humanas y que constituyen un indicio de
carácter innato del conocimiento lingüístico, y el de las reglas
gramaticales empleadas, su potencia y su forma. También se ocupa esta
disciplina de la investigación semántica de los conceptos fundamentales
de la lingüística, como "significado", "referencia" y "verdad", a partir
del análisis de estos conceptos realizados por Frege, Russell y Strawson.
La pragmática filosófica considera el lenguaje de forma dinámica como
un conjunto de situaciones comunicativas reales concretas y cotidianas
en las que lo que se dice, lo que significa lo que se dice y lo que
presupone lo que se dice son una función de hablantes-oyentes, con
intenciones y creencias. Uno de los conceptos fundamentales que maneja
esta disciplina es el de "significado ocasional".
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La atención prestada al lenguaje en la filosofía contemporánea
varía según la perspectiva filosófica de que se trate. No ha sido igual
la perspectiva de las filosofías especulativas, que la de la filosofía
dialéctica o la de la filosofía analítica.
Las tendencias de tipo especulativo o metafísico, es decir, aquellas
que reconocen la legitimidad epistemológica del discurso metafísico,
tienden a estudiar el lenguaje en el contexto de una antropología
filosófica o de una filosofía de la conciencia, construyendo una teoría
trascendental del lenguaje. Sus momentos más importantes son la teoría
de la significación de Husserl, las reflexiones de Heidegger sobre el lenguaje, especialmente en sus últimos escritos; la visión del lenguaje en el contexto de la hermenéutica, en Lipps y Gadamer; el estudio de los símbolos en Cassirer y Ricoeur, el pensamiento de Merleau-Ponty y la gramatología de Derrida.
Las
filosofías dialécticas, a pesar de haberse planteado tardíamente de un
modo temático y particular los problemas del lenguaje por haber
focalizado su atención hacia la relación entre teoría y praxis, tenían ya en Marx y Engels
consideraciones agudas sobre la relevancia del lenguaje para la
filosofía. Dentro de este enfoque dialéctico, que encierra todas las
formas de filosofía marxista desde el leninismo a la filosofía crítica
del grupo de Frankfurt,
hay que mencionar como aportaciones más destacadas la teoría semiótica
de la ideología de Voloshinov, la semántica de la comunicación de
Schaff, la discusión sobre el carácter clasista del lenguaje en Nicolás
Marr y Stalin y la concepción del lenguaje como trabajo y como mercado
en Rossi-Landi. La pretensión de esta orientación es siempre hacer una
teoría social del lenguaje.
En la filosofía analítica, el estudio del lenguaje se ha realizado en el contexto del desarrollo de la lógica simbólica
y de la filosofía de la ciencia, por lo que ha tenido especial relieve
el análisis de las características lógicas o formales del lenguaje, su
relación con los cálculos lógicos y, por lo que toca a la relación entre
el lenguaje y el mundo, las consecuencias de la verdad y la falsedad y
lo que implican estas categorías. De un modo genérico, este enfoque
pretende volver a elaborar una teoría formal del lenguaje. Los momentos
fundamentales de esta evolución son la teoría del significado de Frege;
el atomismo lógico de Russell y el primer Wittgenstein; la filosofía del lenguaje ordinario que preludia Moore, se inicia con el segundo Wittgenstein, y continúan Austin, Ryle y Strawson; el pensamiento de Carnap, que va desde la sintaxis lógica a la semántica formal; las teorías semánticas de Quine, Davidson y Lewis; la teoría del significado de Grice; la teoría del lenguaje de Montague y las derivaciones filosóficas de la lingüística de Chomsky y en Katz.
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La filosofía del lenguaje mantiene relaciones especialmente importantes con otras partes de la filosofía como la lógica, la teoría del conocimiento , la ontología, la ética y la estética.
La
filosofía del lenguaje mantiene una relación estrecha con la lógica, ya
que en la pretensión de la lógica formal moderna de ser una teoría
científica del razonamiento válido están implicadas cuestiones
lingüísticas. No sólo porque la mayor parte de los razonamientos humanos
se formulan con el lenguaje natural, sino también porque la propiedad
de validez de los razonamientos se fundamenta en la forma que tienen
entidades lingüísticas como son las oraciones enunciativas.
En segundo lugar, el estudio de la filosofía del lenguaje tiene importancia también para la teoría del conocimiento y la epistemología.
Así la filosofía del lenguaje ha analizado aquellas oraciones
fundamentales del lenguaje común y de la teoría del conocimiento que
emplean los verbos "saber", "conocer" o "creer". Gracias a estos
análisis se ha precisado de manera crítica el concepto de conocimiento
empleado en la discusión metodológica y en las teorías del conocimiento
contemporáneas.
En tercer lugar, la filosofía del lenguaje
mantiene estrecho contacto con la ontología, parte de la filosofía que
pretende decir lo que hay, las cosas y hechos que constituyen la
realidad. Esta conexión tiene su origen en la filosofía griega
y en torno a ella han girado las discusiones ontológicas del siglo XX.
Fueron los griegos quienes primero advirtieron que si la forma más
sencilla de referirse a algo es nombrarlo, es porque se da una estrecha
relación entre lenguaje y realidad.
Finalmente, la filosofía del
lenguaje se relaciona con la ética y la estética. El lenguaje se utiliza
para expresar actitudes, deseos y sentimientos que inspiran los demás
hombres. Los dos discursos más importantes que sirven de vehículo para
esta función son el ético y el estético. En ambos discursos, enunciados
del tipo "x es egoísta" (ético) o "y es sublime" (estético) pueden
analizarse desde una perspectiva formal atendiendo a su estructura, a su
validez o invalidez. Ello es posible gracias a un análisis lingüístico
previo de las expresiones que son componentes típicos de estos
enunciados, análisis encaminado a descubrir su significado lógico.
Aunque la filosofía del lenguaje como disciplina filosófica
diferenciada tiene una corta historia que puede datarse en las
investigaciones de G. Frege, las reflexiones sobre los problemas
planteados por el lenguaje tienen una larga historia.
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Las primeras reflexiones filosóficas importantes sobre el lenguaje fueron realizadas en Grecia por los sofistas
en torno a la siguiente cuestión: ¿es el lenguaje un medio válido o
fiable para acceder al conocimiento de la realidad? El naturalismo
afirma que el lenguaje opera por imitación de la realidad, reproduce su
esencia por una conexión directa entre componentes lingüísticos y
elementos ontológicos. El convencionalismo niega la conexión directa
entre el lenguaje y la realidad. Los nombres nombran por convenciones, nomoi, constituidas en hábitos, ethoi,
comunitarios. No existe una lengua verdadera que exprese de un modo
transparente la naturaleza y estructura de la realidad, sino que la
pluralidad de lenguas es una prueba del carácter convencional del
lenguaje humano, de la naturaleza heterogénea de las sociedades y
culturas humanas. Los sofistas optaron por el convencionalismo.
En el Crátilo, Platón
expuso la contraposición entre las doctrinas del naturalismo y del
convencionalismo. Las tesis convencionalistas están expuestas por
Hermógenes y las naturalistas por Crátilo. Sócrates representa un punto
de vista equidistante e igualmente crítico de las dos: mediante el
método dialéctico consigue llevar las posturas de sus contertulios a
posiciones extremas, descalificando una y otra por sus radicales
consecuencias.
Las aportaciones más importantes de Aristóteles
a la reflexión filosófica sobre el lenguaje son su clasificación de los
usos del lenguaje y su teoría del significado. Según Aristóteles, el
uso del lenguaje puede ser práctico, poético y teórico. La teoría
aristotélica del significado establece una correspondencia entre los
símbolos lingüísticos, las palabras, los contenidos mentales y las
realidades experimentadas (Peri Hermeneias, cap. 1, 16a,
3-7). La relación entre las imágenes, como contenidos de la experiencia,
y los contenidos mentales es un problema epistemológico y la relación
entre estos últimos y los símbolos lingüísticos es un problema de teoría
del lenguaje. Tanto los contenidos mentales como las realidades
con las que están relacionados son objetivos, es decir, independientes
de la conciencia individual y de la capacidad lingüística. El problema
puramente lingüístico es el de la relación entre símbolos y contenidos
mentales. Según Aristóteles la relación es convencional, el vínculo
entre nombre y aquello con lo que se relaciona no se establece por la
similaridad o imitación (mimesis), sino por el acuerdo (Peri Hermeneias,
cap. 2, 16a. 19-29). El significado por tanto no es una propiedad
natural de los conjuntos de símbolos, sino una característica social que
es necesario aprender en el seno de una comunidad.
Importante para la filosofía del lenguaje fue la reflexión de los estoicos sobre el signo. Los estoicos distinguían en los signos un componente físico, el sonido o significante, el significado o lekton,
y la porción de la realidad significada, la entidad denotada o
referida, el objeto real. Los dos extremos de esta relación semiótica
tienen realidad física, el sonido y la cosa significada, pero no así la
entidad intermedia, el lektón. Los lektá eran concebidos
como entidades subsistentes ligadas a representaciones racionales,
lingüísticamente expresables y transmisibles, es decir, se asemejarían a
las ideas o proposiciones en cuanto entidades teóricas de la semántica.
Los estoicos dividían los lektá en dos categorías: los completos y los incompletos. Los lektá
incompletos lo son porque no están en relación directa con
proposiciones articuladas, sino sólo con partes de éstas. Se dividen a
su vez en sujetos y predicados. Tanto una como otra categoría son
deficientes en el sentido de que no expresan por sí solas pensamientos
completos. Sólo cuando se combinan el sujeto, que es una expresión de
clase, y el predicado, que se inscribe en una de las cuatro categorías
que reconocían los estoicos, es cuando se produce un lektón completo. Dentro de los lektá
completos, los estoicos distinguieron los expresados por las oraciones
enunciativas, las ideas o proposiciones, axiomas, y los expresados por
otro tipo de oraciones como preguntas, mandatos, juramentos, saludos,
etc. Asignaron una importancia fundamental a las ideas o proposiciones,
definiéndolas como lektá completos, asertóricos por sí mismos y
reconociendo una de sus características fundamentales, la propiedad de
ser verdaderas o falsas.
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La Edad Media recibió de la antigüedad grecorromana dos
tradiciones que posibilitaron su propia reflexión lingüística: la
estoica y la aristotélica. La tradición estoica en torno al signo tuvo
su continuidad en San Agustín
y culminó en la escuela de los "modistas" de los siglos XIII y XIV.
Para San Agustín, el "signo" es una realidad material que evoca en el
entendimiento una realidad ajena (De doctrina christiana, I.1). El signo lingüístico está constituido por una unión intrínseca de sonido y significación (De magistro, X, 34). En la significación está el núcleo del valor o la fuerza (vis)
del signo lingüístico, aunque no se identifica con ella. La fuerza del
signo es una noción más amplia que incluye tanto la significación como
las diferentes formas en que tal significación afecta a una audiencia (Principia Dialecticae). San Agustín distingue dos planos en el modo de considerar el signo: el plano exterior, en cuanto realidad fónica (vox verbi), y el plano interior, auténtico signo. Las palabras pertenecientes
a ese lenguaje interior son comunes a todas las lenguas e
independientes de su traducción verbal a una lengua concreta. En
realidad, la relación que guardan entre sí los niveles exterior e
interior del lenguaje es una relación semiótica: las palabras exteriores
son signos de las palabras interiores.
La tradición filosófica de
carácter aristotélico, desarrollada en conexión con doctrinas lógicas y
problemas metafísicos, tuvo su continuidad en Boecio,
a través del cual fueron conocidas deficientemente las teorías
aristotélicas sobre el lenguaje y la lógica. Una parte de las
dificultades de los filósofos medievales del lenguaje tuvo que ver con
la supresión de la distinción aristotélica entre simbola y semeia
(símbolos, síntomas), que Boecio tradujo por el término latino notas.
Igualmente, Boecio trasmitió la idea equivocada de que Aristóteles
concebía los contenidos mentales (modificaciones o movimientos del
entendimiento), correspondientes a los signos lingüísticos, como nombres
de las cosas referidas. Según esta tesis, habría un doble proceso
nominal; uno entre las palabras y los contenidos mentales, y otro entre
éstos y las cosas mismas. Los filósofos medievales discutieron
intensamente durante largo tiempo las interrelaciones entre estos dos
procesos nominales.
En el XIV, el nominalismo de Guillermo de Ockham
supuso importantes novedades en las investigaciones lógico-semánticas.
Según Ockham, es "término" toda expresión lingüística que funciona como
tal en el marco de la oración, es decir, todo aquello que, o bien
funciona como sujeto o bien se presenta como predicado, en suposición
material o formal, usado o mencionado. Ockham distinguió los términos
propiamente lingüísticos (orales y escritos) de los términos mentales.
Las dos clases de términos remiten a la realidad extraindividual.
Difieren en la naturaleza de su relación semiótica con tal realidad: los
signos propiamente lingüísticos son de índole convencional, mientras
que los términos conceptuales son de carácter natural, tienen presencia
universal, son los mismos para todos los hombres. La teoría ockhamista
de la suposición constituyó una gran síntesis que reformuló, en términos
extensionales, las teorías lógico-semánticas de carácter aristotélico
de siglos anteriores.
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En el Renacimiento se produjo una separación entre filosofía e
investigaciones lingüísticas que duró hasta mediados del siglo XVI. Esta
divergencia se debió, por una parte, a que el intento de recuperación
de la cultura clásica y la revalorización de las lenguas ordinarias
potenció la dimensión gramatical de los estudios lingüísticos. La
orientación práctica de estas gramáticas hacía innecesarias las
reflexiones teóricas de carácter filosófico, exigiendo más bien un
esfuerzo investigador de similitudes y diferencias entre las lenguas
conocidas. Pero, por otra parte, a la ruptura entre filosofía y
filología contribuyó también de modo decisivo el rechazo renacentista de
la filosofía aristotélica que alimentaba las especulaciones
lógico-lingüísticas de la Edad Media. No obstante, a mediados y finales
del XVI, algunos autores plantearon sus investigaciones lingüísticas
como una indagación de las causas de la naturaleza y estructura de la
lengua latina. Entre estos, algunos destacaron por constituir la
conexión de la investigación lingüística entre Renacimiento e
Ilustración; así, por ejemplo, Francisco Sánchez de las Brozas (El Brocense, Sanctius) con su obra Minerva, sive de causis lingua latinas
(1587). La importancia de esta obra está en su actitud decididamente
anti-descriptiva y teórica, en su defensa del libre examen racional de
los datos lingüísticos y en su rechazo de la autoridad como criterio
justificativo.
La teoría lingüística del racionalismo fue objeto
de gran interés a partir de los años sesenta del siglo XX gracias a la
obra del lingüista Noam Chomsky. Bajo el rótulo de "lingüística
cartesiana", Chomsky entendió "una constelación de ideas e intereses
que aparecen en la tradición de la 'gramática universal' o 'filosófica'
que se desarrolla a partir de la Grammaire Génerale et raisonnée de
Port Royal (1660), fruto de la colaboración del filósofo jansenista A.
Arnauld y el lingüista, C. Lancelot. Lo peculiar de esta Gramática
residía en que, entre la primera y la segunda parte de la obra, existía
un capítulo que ponía en relación las palabras (los morfemas léxicos)
con la teoría lógica del juicio entendido como operación mental
primordial. En la obra de Arnauld y Lancelot, la gramática se describe
como un arte del habla y la lógica como un arte del pensar. La conexión
entre ambas estaba en que hablar es una actividad física, pero
trascendente, en el sentido de que los sonidos emitidos, ordenados e
interpretados de acuerdo con el sistema de la lengua, manifiestan el
espíritu, la sustancia inmaterial o pensante. El sistema de la lengua,
el orden, está dirigido a expresar la estructura del orden espiritual, y
es a eso a lo que se llama significar. El lenguaje está tan ligado a la
expresión del pensamiento que resulta difícil imaginar pensamiento sin
lenguaje. Esta estrecha vinculación entre lenguaje y pensamiento se
evidencia en la teoría del signo presentada en la gramática. Lo esencial
de la palabra, al margen de su índole material, es que constituye una
señal de lo que ocurre en el espíritu" (Gramática, 11, capítulo l).
El Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke
puede considerarse como el primer tratado de filosofía del lenguaje. En
él se abordan explícitamente problemas epistemológicos ligados a
problemas semánticos. El objetivo originario de Locke no fue contribuir a
la constitución de una teoría lingüística filosóficamente fundada, sino
ayudar a la eliminación de obstáculos para la resolución de los
problemas sobre la naturaleza y los límites del conocimiento humano. La
influencia de J. Locke sobre la filosofía del siglo XVIII fue amplia y
profunda por una doble causa: por la aceptación, difusión y aplicación
de sus teorías, especialmente entre los enciclopedistas, y por la
crítica que hizo Leibniz a sus tesis sobre la relación entre el lenguaje y el pensamiento.
La obra de Leibniz, Nuevos Ensayos sobre el entendimiento humano (1765), fue concebida como una respuesta al Ensayo
de Locke. Para Leibniz el carácter diferencial del lenguaje está no
sólo en ser el producto de la necesidad social e histórica de
comunicación, sino también en ser la expresión de una naturaleza
racional, que separa a la humanidad de la animalidad. La facultad del
lenguaje no depende sólo de una estructura morfológica adecuada, que el
hombre puede compartir con otras especies animales, sino de su razón, de
su capacidad para representarse la realidad a través de las ideas. La
diferencia entre Locke y Leibniz sobre la función del lenguaje está en
que para Locke el lenguaje es ante todo un sistema de representación del
conocimiento que tiene un papel esencial para remediar las limitaciones
del entendimiento humano, mientras que para Leibniz el lenguaje es
sobre todo un instrumento cognitivo, un medio natural para acceder al
conocimiento de la realidad. La importancia de Leibniz en la historia de
la filosofía del lenguaje reside en que en él se encuentran
prefiguradas ideas que tendrán vigencia en ciertos momentos de la
filosofía contemporánea del lenguaje: la idea de que la ontología y la gramática se encuentran vertebradas en torno a la lógica y la idea de que ésta determina el ámbito de lo real.
Las
importantes aportaciones al tratamiento de los problemas de la
filosofía del lenguaje del siglo XVIII estuvieron centradas en dos
grandes tipos de problemas: la relación del lenguaje con el pensamiento y
el origen del lenguaje. A lo largo de la Ilustración, e incluso hasta
comienzos del siglo XIX, se pensó que, si se alcanzaba una respuesta
satisfactoria al problema del origen del lenguaje, esta solución
iluminaría de forma decisiva la oscura y perenne cuestión de las
relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. El movimiento filosófico
de los llamados ideólogos, Condillac y Destutt de Tracy, representó la culminación de los esfuerzos de los ilustrados por entender las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento.
Para Humboldt,
los estudios lingüísticos eran el mejor medio de investigación en la
naturaleza humana, en la estructura del entendimiento humano y en su
proceso de constitución. Una característica central de la filosofía del
lenguaje de Humboldt fue su consideración del lenguaje en relación con
los procesos psicológicos de percepción y conceptualización. Humboldt
pensaba que el lenguaje desempeñaba una función constitutiva en los
procesos individuales o colectivos del pensamiento. El lenguaje debía,
por tanto, considerarse bajo su dimensión psicológica con anterioridad a
su dimensión social, como instrumento del pensamiento antes que como
sistema de comunicación. Las palabras desempeñan un papel decisivo en la
construcción del concepto, ya que permiten fijar una determinada
totalidad compuesta, liberando a la memoria del trabajo de
reconstituirla cada vez que sea necesario, y tratar los conceptos como
totalidades más que como meros agregados, creando realidades nuevas de
carácter abstracto. El lenguaje tiene una función cognitiva, que permite
aprehender la realidad organizando la experiencia y el pensamiento. La
palabra permite identificar el concepto, le proporciona sus criterios de
identidad y, por tanto, es condición necesaria para su comparación y
conexión.
Una de las doctrinas lingüísticas de Humboldt que tuvo
mayor repercusión fue la del relativismo lingüístico. Según la tesis de
Humboldt, el lenguaje determina el pensamiento y juega un papel decisivo
en su conformación. El lenguaje es el medio fundamental para la
organización del caos de experiencias que constituye el pensamiento
pre-articulado. El paso del pensamiento pre-articulado al articulado se
alcanza cuando el flujo sensorial es analizado, dividido, categorizado.
La experiencia, la sensación, la memoria, el reconocimiento son
actividades que se desarrollan dentro de los moldes formales
determinados por la estructura de la lengua. Pero, además, el carácter
lingüístico está en relación con el carácter nacional. Esa forma
colectiva e históricamente conformada de concebir y categorizar las
relaciones con el entorno queda impresa en la lengua. Todo el sistema
semántico de la lengua es la expresión del carácter y desarrollo
intelectual de una comunidad, constituyendo el acervo conceptual que, en
esa etapa histórica, ha alcanzado la sociedad. Cada lengua incorpora su
propia visión del mundo, su propio prisma a través del cual miran la
realidad los que la hablan.
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En la reflexión sobre el lenguaje de Ch. S. Peirce está en gran parte el origen de la semiótica
moderna. De ella surge una orientación teórica que, a través de sus
diferentes influencias en filosofía, psicología y lingüística, se
prolonga hasta los tiempos actuales. Peirce entendió el signo como una
realidad que está en lugar de otra para alguien, que se lo hace
presente. La concepción del signo de Peirce implica al menos tres
miembros: representamen, interpretante y objeto. La
ciencia que estudia el signo, la semiótica, tiene tres ramas: la
gramática pura, que estudia las condiciones formales de posibilidad de
los signos para que puedan funcionar como tales, es decir, proporciona
criterios formales de identificación de lo que es signo y delimita la
clase de realidades que pueden serlo de la de las entidades que no
pueden alcanzar esa naturaleza; la lógica pura, rama de la semiótica que
está en relación con los objetos representados estudiando las
condiciones de verdad de las representaciones; y la retórica pura, que
tiene como objetivo determinar las leyes por las cuales en toda
inteligencia científica un signo da origen a otro. Estas divisiones de
Peirce constituyen prefiguraciones de la ya clásica división de la
lingüística en sintaxis, semántica y pragmática.
Peirce estableció también una división de los signos que se desprendía
de la diferenciación de niveles semióticos. Desde el punto de vista
sintáctico distinguió entre cualisigno, sinsigno y legisigno,
dependiendo de que el signo fuera una realidad, un objeto o una "ley".
Desde el punto de vista semántico (relación de los signos con sus
objetos), distinguió tres clases de signos que posteriormente se han
convertido en clásicas: símbolos, índices e iconos. Finalmente, Peirce
consideró los signos en su relación con los interpretantes y los
dividió, desde este punto de vista, en remas, dicisignos y argumentos. Los remas son signos que suscitan un interpretante de una clase de objetos. Los dicisignos suscitan interpretantes de hechos realmente existentes. Los argumentos son signos que suscitan la imagen de una ley o regularidad general.
La
obra de Peirce ejerció una importante influencia en W. Morris, quien
realizó una reorientación conductista de la semiótica. Para Morris, el
signo era esencialmente conductual; es decir, los signos lingüísticos
funcionan como estímulos sustitutorios de objetos-estímulo y predisponen
a una respuesta ante ellos que es fundamentalmente similar a la que
provoca su presencia efectiva. Las dimensiones de la semiótica
distinguidas por Morris se corresponden con las diferentes relaciones
diádicas que se pueden establecer entre los componentes de la semiosis: "En
términos de los tres correlatos ('vehículo-señal', 'designatum',
'interpretante') de la relación triádica de la semiosis, se puede
extraer una multitud de otras relaciones diádicas. Se pueden estudiar
las relaciones de los signos con los objetos a que son aplicables. Esta
relación se llamará la dimensión semántica de la semiosis. El objeto de
estudio puede ser también la relación de los signos con los intérpretes.
Esta relación se llamará la dimensión pragmática de la semiosis. Una
relación importante entre los signos no se ha introducido aún: la
relación formal de un signo con otro. Se la llamará dimensión sintáctica
de la semiosis". La sintaxis, pues, estudia las reglas de formación
y las de transformación, entre las reglas que rigen la formación de los
signos complejos y las reglas que permiten manipular estos signos
complejos. La semántica está constituida por un conjunto de reglas, que
consisten esencialmente en una especificación de la clase de referencias
que puede tener un signo. Lo que especifica la regla semántica es una
conexión de índole asociativo entre un signo y una clase de
objetos-estímulo. Existen diferentes tipos de asociaciones y, por lo
tanto, diferentes tipos de reglas semánticas. La pragmática, para
Morris, se debía ocupar de las relaciones del signo con la mente, con el
organismo y la sociedad. La pragmática tenía como objeto central la
descripción de los factores de toda índole que inciden en la formación
de las disposiciones conductuales constitutivas del interpretante.
Gottlob Frege, en su obra Conceptografía, considera como tarea de la filosofía "romper
la tiranía de las palabras sobre el pensamiento, trayendo a la luz las
confusiones que son casi inevitables en el uso del lenguaje". En
este autor y obra se encuentra el origen de la filosofía actual del
lenguaje y de la lógica formal. La aportación a la filosofía del
lenguaje de Frege consistió en ver cómo las teorías del lenguaje tienen
que dar cuenta de la relación de éste con la realidad y ello se puede
hacer al margen del análisis del pensamiento. Frente a concepciones
psicologistas que consideraban los contenidos mentales como condición
necesaria de la significación, Frege elimina del concepto mediador su
contenido psicológico y hace que la lógica tenga un papel central en el
análisis del lenguaje, a partir de la desconfianza que le merecía el
lenguaje natural como instrumento analítico del pensamiento del
razonamiento. Por ello Frege creó la Conceptografía, lenguaje
formal ideado expresamente con el fin científico de controlar la validez
de los razonamientos o inferencias. La doctrina de Frege es una
concepción objetiva de los entes matemáticos y lógicos, que subsisten en
sí mismos, con sus leyes, independientemente del pensamiento
cognoscente. A esta doctrina está vinculada su distinción entre
significado, sentido y representación de un signo o un símbolo. El
significado es el objeto designado (tiene valor objetivo); la
representación es la imagen subjetiva que acompaña al símbolo; y el
sentido es el aspecto bajo el cual el objeto nos es dado, por ejemplo,
"la estrella de la mañana" y "la estrella vespertina" tienen distinto
sentido, pero el mismo significado. Con Frege quedaron establecidas tres
tesis que fueron asumidas posteriormente por la filosofía analítica: la
meta de la filosofía es el análisis de la estructura del pensamiento;
el estudio del pensamiento debe distinguirse del estudio del proceso
psicológico de pensar; y el único método apropiado para analizar el
pensamiento consiste en el análisis del lenguaje.
El desarrollo de
la filosofía del lenguaje se aceleró a comienzos del siglo XX con el
llamado "análisis clásico" representado por G. E. Moore, B. Russell,
Wittgenstein y el Círculo de Viena (véase el apartado "El positivismo
lógico o neopositivismo" en la voz positivismo),
coincidentes en presentar la filosofía como una empresa analítica. En
Moore, el objeto del análisis fue la forma de propiedades o universales
unas veces, los conceptos otras y los significados las restantes. Para
él no había gran diferencia entre las tres cosas, ya que pensaba que un
concepto es el significado de una expresión y asimilaba conceptos a
propiedades. Pero consideraba que el análisis no era del lenguaje, sino
de algo objetivo significado por las expresiones. Para Moore había una
importante diferencia entre conocer el significado de una expresión, es
decir, conocer su definición verbal y su uso, y conocer el análisis de
su significado. Para Russell, la lógica se convirtió en la herramienta
principal de un tipo de análisis del lenguaje presidido por la máxima de
que siempre que fuera posible, entidades inferidas han de sustituirse
por construcciones lógicas. Aunque Russell presentaba el análisis lógico
como el método de la "filosofía científica", lo consideraba sólo un
instrumento para descubrir la forma lógica de la realidad, dado el
supuesto de que en un lenguaje lógicamente perfecto las formas lógicas
de las expresiones serían isomórficas con las formas lógicas de la
realidad. Wittgenstein también admitió en su Tractatus el
isomorfismo entre lenguaje y realidad, pero, a diferencia de Frege y
Russell, que despreciaban el lenguaje ordinario y propugnaban la
construcción de un lenguaje ideal modelado sobre la estructura de los
lenguajes de la lógica, Wittgenstein consideraba que el lenguaje
ordinario estaba en orden tal como está. Su sintaxis lógica es
isomórfica con la estructura lógica de la realidad. El análisis debe
desvelar las formas lógicas que están ocultas bajo el revestimiento del
lenguaje, de forma que la tarea de la filosofía consiste en la
clarificación lógica de los pensamientos por medio de la clarificación
de las proposiciones. Los resultados de la filosofía no son
"proposiciones filosóficas" sino clarificaciones de proposiciones no
filosóficas. Esta concepción no cognitivista de la filosofía fue
heredada por los positivistas lógicos del Círculo de Viena. Para su
fundador, Moritz Schlick, mientras que la ciencia se ocupa de la verdad, la filosofía se ocupa del significado, elucida las
proposiciones que la ciencia verifica. No es un "sistema de
cogniciones", sino un sistema de actos: la actividad a través de la cual
se determina el significado de las proposiciones. De acuerdo con el
principio de verificación, toda proposición significativa debería ser o
bien una proposición analítica o bien una proposición verificable
mediante la observación empírica. Toda proposición que no satisfacía
este criterio fue considerada un sinsentido.
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El análisis clásico de Moore y Russell, el Tractatus de Wittgenstein y el positivismo lógico cayeron en desprestigio en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial
principalmente por dos razones. Por una parte, el "segundo
Wittgenstein" venía practicando en Cambridge desde 1929 un tipo de
análisis que no se sometía a los rígidos moldes del análisis clásico.
Por otra, los resultados del análisis tradicional fueron desalentadores,
ya que las proposiciones del discurso cotidiano se resistían a ser
reducidas a proposiciones lógicas. Pero, a pesar de todo, los críticos
del análisis clásico mantuvieron un fuerte vínculo de continuidad con
los primeros analistas al concebir la filosofía como la clarificación
lógica de las proposiciones que podía llevarse a cabo por el camino de
la construcción lingüística o por el camino de la descripción
lingüística.
En la actualidad, el análisis del lenguaje se realiza
en una dirección semántica que intenta poner en claro las relaciones
entre el lenguaje y la realidad, y una dirección pragmática que
considera las relaciones del lenguaje y la acción humana. Esta doble
dirección es el fundamento de dos actitudes contrapuestas adoptadas hoy
por la filosofía del lenguaje. La primera actitud es intervencionista,
correctora. En reacción contra el idealismo de finales del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, el positivismo y el atomismo lógicos
diagnosticaron que el origen de los problemas filosóficos era la
imperfección del lenguaje natural como instrumento de expresión de los
pensamientos. R. Carnap, el "primer Wittgenstein", G. Frege y B. Russell
concibieron su trabajo filosófico como una reforma de los defectos de
los lenguajes naturales, es decir, una acción terapéutica encaminada a
la reglamentación lógica del lenguaje adoptando ante estos problemas un
talante constructivo y formalista. La lógica formal fue el instrumento
para aclarar la naturaleza de ciertos problemas y las respuestas
precisas a los mismos. Estos problemas se solucionan en gran parte al
poder excluir de los sistemas lógicos a aquellos términos del lenguaje
natural no denotativos, es decir, que no se refieren a nada, o bien al
poder asignarles una referencia convencional. Si en el lenguaje natural
plantea dudas la asignación de un valor de verdad a los enunciados cuyo
sujeto es una descripción vacía, se analiza lógicamente el enunciado
para que la asignación sea unívoca. Esta actitud originaria de Frege y
Russell ha tenido continuación en la segunda mitad del siglo XX en W. O.
Quine y ha promocionado una forma muy extendida de abordar los estudios
de filosofía del lenguaje y de lingüística en la actualidad, si bien
más que correcciones del lenguaje natural, este enfoque defiende hoy en
día la aplicación modelos formales procedentes de la lógica y de la
teoría de conjuntos.
La segunda actitud es no intervencionista.
Los orígenes de esta actitud están en la filosofía anglosajona llamada
"filosofía analítica" o "filosofía del lenguaje común". Su principio
directivo está en el dicho del segundo Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas,
"el lenguaje está bien como está". También aquí se concibe la filosofía
como una actividad terapéutica que libra al hombre "del embrujamiento
de la inteligencia por el lenguaje", que es la verdadera fuente de donde
surgen todos los problemas filosóficos, ya que en ocasiones impulsa al
hombre a crear y creer en entidades ficticias sobre las que se plantea
multitud de problemas. Por ello ocurre que a partir de la realización de
un análisis crítico del uso que tienen ciertos términos en el lenguaje
natural, los problemas filosóficos no se resuelven sino que "se
disuelven". El filósofo analítico se coloca en una doble alternativa: o
se reforma la filosofía, orientándola hacia problemas que tengan
solución en el uso intersubjetivo del lenguaje natural, o se reconoce
que las filosofías están fundamentadas sobre una base irracional, son
arbitrarias y están desconectadas de la realidad. El análisis
lingüístico como metodología de la filosofía del lenguaje tiene como
principal representante a J. L. Austin, con quien se abrió una nueva
perspectiva en la filosofía del lenguaje: la pragmática. Austin fue el
primer filósofo del lenguaje en ser plenamente consciente de que el
lenguaje es una parte integrante de la praxis de los seres
humanos y que con él los hombres realizan acciones que dan origen a
otras y a cambios de creencias en los demás y en uno mismo. Su teoría de
las fuerzas ilocucionarias es el origen de uno de los campos más
investigados de la filosofía del lenguaje contemporánea: la teoría de los actos de habla.
http://www.enciclonet.com/articulo/lenguaje-filosofia-del/#