La mitología griega forma 
parte de nuestras raíces europeas y es uno de los referentes simbólicos 
más importantes de la cultura occidental. Todo mito sintetiza nuestros modos de percibir el mundo, pues los 
mitos siempre "nos dicen algo profundo y enigmático sobre nosotros 
mismos", en la medida en que el relato mítico "traduce sueños, fantasmas, deseos y miedos ancestrales"que forman parte de nuestra esencia humana, y ahí reside la clave de su sentido y su valor. 
            
El
 poder simbólico del mito es tan amplio y potente que abre infinitas 
posibilidades de volver sobre él una y otra vez, escribirlo y 
reescribirlo desde múltiples perspectivas y profundizar en su 
significado, que es inagotable porque "el mito nunca es apresable en su 
pureza originaria".
 En el ámbito de lo mítico confluyen elementos evidentes y contenidos 
ocultos, y en su núcleo siempre se desvela una alternancia entre lo 
racional y lo irracional, lo bello y lo monstruoso, la comedia y la 
tragedia, el bien y el mal… en una síntesis que nos resulta a la vez "fascinante y repulsivo" pero que nunca deja de seducirnos. El mito encierra un enigma, es 
fragmento de realidad velada, contiene retazos de verdad que pueden 
intuirse pero que nunca acaban de aprehenderse por completo. 
"Para
 entender bien el sentido de un mito hace falta seguirlo, es decir, tener en cuenta los estratos que se han depositado 
sobre él a lo largo del tiempo",
 y esto es lo que se intenta hacer en este estudio del mito de 
Ariadna. Esta figura mitológica, representa la ruptura con el orden patriarcal y el despliegue de
 una actitud audaz que hace posible la entrada en un nuevo ámbito cuyos 
caminos no están prefijados sino que se van eligiendo sobre la marcha, 
en una búsqueda constante de la ruta para llegar al centro del 
laberinto, que es también el centro de sí misma. Ariadna no se conforma 
con esperar a Teseo junto a la entrada del laberinto sino que penetra 
ella misma hasta el centro de él y se atreve a enfrentarse al monstruo, 
por ello puede ser entendida como una Ariadna empoderada,autosuficiente,cuyo deseo de 
conocer lo que está oculto la lleva a superar el miedo a lo desconocido y
 a abrir caminos poco trillados… 
Esta
 lectura del mito busca superar la visión de la figura de Ariadna desde 
la perspectiva del "memorial de agravios" (que ha propiciado una 
interpretación de Ariadna en clave de joven engañada y abandonada por 
Teseo, castigada por Artemisa, sometida a los caprichos de Dionisos… es 
decir, un personaje a merced de las circunstancias que le vienen 
impuestas desde fuera).
Volvamos
 sobre el mito para reinterpretarlo, usando sus cimientos para añadir 
nuevos estratos que, de algún modo, están ya contenidos en el núcleo que todo mito lleva consigo. El 
hilo de Ariadna nos conducirá a lo largo de este recorrido reflexivo en 
el que no debemos perder de vista que "tejer e hilar son metáforas del 
devenir del tiempo, del desarrollo de los acontecimientos".
 El ovillo mágico permite encontrar el camino para entrar y salir 
del laberinto, y la corona de Ariadna dará luz a este trayecto. Este 
análisis permite tomar conciencia de la complejidad del mito de Ariadna y
 servirá como punto de partida para reflexionar sobre diversos aspectos 
de la vida de las mujeres, incluido su acceso al conocimiento, y sobre 
los elementos de empoderamiento que estas tienen a su alcance. En la 
lectura que aquí se formula, Ariadna es interpretada paradigmáticamente 
como un modelo de poder femenino, basado en el despliegue del 
autoconocimiento y la acción autónoma.
Esta
 reapropiación simbólica de la figura de Ariadna dialoga con la 
tradición occidental y explora sus raíces, buscando en el mito nuevas 
posibilidades de decir y explicar el mundo, nuevos caminos que llevan a 
entender mejor cómo se ha construido lo femenino dentro del orden 
patriarcal y cómo en el fondo de la tradición subyacen modelos 
alternativos de feminidad y masculinidad y patrones de relaciones de 
género más igualitarias. 
La
 princesa Ariadna, hija del rey Minos y de la reina Pasífae, vivía en la
 isla de Creta, junto al laberinto del minotauro Asterión, un monstruo 
con cuerpo de hombre y cabeza de toro
 nacido de la unión entre Pasífae y un toro blanco enviado por el dios 
Poseidón. El arquitecto Dédalo, aliado con la reina, construye una vaca 
de madera en la que ella se esconde para poder tener relaciones con el toro. El minotauro es engendrado de modo escandaloso y, según la
 interpretación de este mito desde una perspectiva patriarcal, su 
nacimiento pone de relieve que la liberación del deseo femenino es 
peligrosa porque "abole una vez más los límites y lleva a lo humano más 
allá de sí mismo".
 Es interesante reflexionar en este punto sobre el simbolismo del toro, 
asociado a Pasífae pero que también forma parte de la genealogía de 
Minos, su legítimo esposo, ya que según el relato mítico que Hesíodo 
recoge en su Teogonía el rey de Creta es uno de los tres hijos 
nacidos de la unión de Zeus, transmutado en toro, con la ninfa Europa. 
Según este conocido episodio, Zeus adopta la forma de un toro y se sirve
 de ese engaño para raptar a Europa y violarla, y de ese modo son 
engendrados Minos, Radamante y Sarpedón.
El
 toro "es el gran progenitor, amante y consorte fecundante de la diosa 
en una época en la que lo divino es concebido como femenino".
 Según la interpretación de Françoise Gange, el toro representa al 
amante de la mujer divinizada, el aliado de las diosas y de las 
sacerdotisas cuyo poder es previo a la institucionalización del orden 
patriarcal. La figura de la mujer joven a lomos de un animal salvaje 
representa a la diosa y su consorte, el toro simboliza al amante fuerte y
 fecundo al que ella doma. Sin embargo, el toro que en 
principio parece dócil acaba revelando una fuerza indomable que se 
impone a lo femenino, y el mito del rapto de Europa "narra el paso 
violento de la cultura de la diosa madre al del panteón de dioses 
padres, en un grupo virilizado que orientará a la humanidad hacia la 
conquista". El poder femenino sucumbe bajo el poder de Zeus, el Dios padre, que impone su ley e institucionaliza el patriarcado. 
Minos
 es hijo del Zeus que vence a Europa y la somete; el rey de
 Creta representa por tanto el orden patriarcal recién instaurado. 
Pasífae pertenece a una época anterior, su figura remite a la diosa y a 
la sacerdotisa que se une al toro. Sin embargo, el 
patriarcado no puede tolerar esa unión y la estirpe de la diosa es 
demonizada: el minotauro, hermanastro de Ariadna, es encerrado en un laberinto especialmente diseñado por Dédalo
 para contener al monstruo. El minotauro es el gran incomprendido, "castigado por una falta de la que es inocente, a la vez sagrado y 
maldito", y su mayor delito es "haber nacido", al igual que el Segismundo de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. 
En
 estos relatos míticos Creta simboliza la patria primigenia; es la 
tierra maternal, pues recordemos que Zeus, hijo de Rhea y 
Chronos, fue escondido por su madre en una cueva de esta isla para 
evitar que fuese devorado por su padre; Zeus halló cobijo en Creta, 
donde fue amamantado por la cabra Amaltea. Pero Creta es además el lugar
 en el que habita Europa antes de ser secuestrada por Zeus, y desde esta
 perspectiva el rapto de Europa puede ser interpretado como una prueba 
de que el dios de dioses,está anclado a sus raíces terrenales y arrastra 
consigo el recuerdo de su patria insular, de su primera memoria y de su 
infancia. Creta es la tierra madre para Zeus, es el estrato primigenio 
en el que conviven lo racional y lo irracional, lo conocido y lo 
desconocido: Creta es un remanso de paz para el Crónida, pero también "contiene sus zonas de inquietud y de terror, con el laberinto y su 
monstruo devorador como Chronos, el minotauro".
 Creta es también la patria de Ariadna y, como se verá posteriormente, 
ella también es partícipe de esa dualidad y de la coexistencia entre los
 dos niveles de realidad inscritos en el espacio geográfico cretense. En
 la Creta mítica conviven el espacio ordenado según la ley de Minos, 
(que es una trasposición del "orden racional" y la ley del padre) y el 
espacio desordenado, 
representado por el laberinto, que prolifera al margen de la norma y 
abre un campo de emergencia de múltiples posibilidades que escapan de la
 esfera de la legalidad. 
La
 mitología relata que Androgeo, príncipe de Creta y hermano de Ariadna, 
acudió a competir en los juegos panatenaicos y venció a todos los 
atenienses que, enfurecidos por la victoria del extranjero, lo 
asesinaron. Para vengar la muerte de su hijo, Minos declaró la guerra a 
Atenas y ganó la batalla, por lo que quedó establecido que cada año 
debían ser enviados a Creta catorce jóvenes atenienses (siete hombres y 
siete mujeres) que serían entregados en sacrificio al minotauro. Durante
 muchos años, hombres y mujeres eran reclutados a la fuerza e 
introducidos en el laberinto cretense para servir de alimento al 
monstruo. Al cabo de algún tiempo aconteció que al príncipe Teseo, hijo 
del rey ateniense Egeo, le tocó ir a Creta (por sorteo o por propia 
elección, según las diferentes versiones del mito), y el joven se 
propuso matar a Asterión y acabar así con el sacrificio impuesto a su 
pueblo. Acompañado de otros trece jóvenes atenienses, y con esa misión 
en perspectiva, Teseo se embarca rumbo a la isla de Creta. 
La
 princesa Ariadna se enamora de Teseo en cuanto lo ve y decide ayudarle a
 matar al minotauro. Antes de salir de Creta, Dédalo había explicado a 
Ariadna cómo entrar y salir del laberinto y le había entregado un ovillo
 mágico que permitía transitar por su interior sin perderse. Como prueba
 de su amor por Teseo, Ariadna le entrega un valiosísimo regalo,"el famoso ovillo",Ariadna comparte su conocimiento con Teseo y permite que el héroe 
obtenga la gloria y venza al minotauro sirviéndose de los saberes y 
estrategias de los que ella es depositaria. Ella maneja el hilo y conoce todos sus secretos, pero todavía no se 
atreve a utilizar ese conocimiento para su propio beneficio y le cede su
 ovillo mágico a Teseo, que queda así vinculado a la princesa a través 
del hilo que los conecta a ambos. 
Teseo
 promete a Ariadna que, si logra vencer al monstruo, la llevará a Atenas
 y se casará con ella. Ilusionada ante esta perspectiva, la princesa 
entrega a Teseo un extremo del ovillo mágico y ella se queda a la 
entrada del laberinto sujetando el otro extremo; él se interna en el 
laberinto, mata al minotauro y sale para reencontrarse con la joven. Esa
 derrota es un episodio cargado de simbolismo, ya que no implica 
únicamente una victoria sobre el guardián del laberinto sino que alude a
 la dominación de Minos que, tras la muerte del minotauro (queda 
privado de descendientes masculinos);
 su prole viva se reduce a Ariadna y Fedra porque tanto su hijo 
legítimo, Androgeo, como su hijo ilegítimo, Asterión, han sucumbido bajo
 el poder de Atenas. 
En otra línea interpretativa, matar al minotauro supone "acabar con la animalidad que afecta a lo humano en su mismo núcleo" e implica la instauración de un orden racional, el orden de la polis, representado por la figura de Teseo que crea la ley al matar al monstruo.
 Esa ley es además la ley del padre, la ley patriarcal, pues como ya se 
ha dicho anteriormente el minotauro es hijo de un amor prohibido que da 
rienda suelta al deseo femenino; su nacimiento se incardina en el linaje
 de la diosa que no tiene cabida en el espacio de poder masculino, y por
 ello el minotauro es encerrado y derrotado. 
En
 contraposición a la ciudad racional, que en este mito está simbolizada 
por la polis ateniense, el laberinto representa el espacio femenino. 
Laberinto viene del griego "labrys", hacha doble, y ya en el 
paleolítico y el neolítico se hallan representaciones de esta hacha, a 
menudo asociadas al culto a la Gran Diosa y a otras divinidades 
telúricas de culturas más primitivas. Según algunos descubrimientos 
arqueológicos realizados en Creta, el hacha de doble filo era utilizada 
específicamente por las sacerdotisas minoicas para usos ceremoniales; el
 hacha era el símbolo más sagrado de la civilización minoica, y su 
posesión por parte de una mujer permite deducir el nivel de poder 
femenino que existía en ese contexto cultural prehistórico. El 
sacrificio de los jóvenes atenienses recogido en este mito alude al 
sacrificio anual en honor a la sacerdotisa; ese culto queda cancelado 
cuando Teseo mata al minotauro y rompe así con el tributo debido a la 
Gran Diosa.Desde esta perspectiva, este pasaje de la historia de Teseo alude al 
poder patriarcal que desplaza al poder femenino a través de la 
violencia, aniquilándolo simbólicamente. 
La princesa rompe con el linaje de la Diosa madre y ayuda al héroe 
patriarcal a instaurar un nuevo orden, traiciona a su tierra 
natal-matriarcal (Creta) y pone su conocimiento al servicio de Teseo, 
que le promete a cambio entrar a formar parte del orden patriarcal 
–representado por Atenas. Sin embargo, lo que Ariadna no sabe todavía 
cuando sale de Creta es que a las mujeres les está vetado el acceso al 
poder patriarcal, que es exclusivamente ejercido por los hombres, y en 
mitad de la travesía hacia Atenas, en la isla de Naxos, Teseo abandona a
 Ariadna mientras está dormida en la playa. Teseo y Ariadna son dos 
figuras antagónicas. Con respecto a 
Teseo, Ariadna representa "la condición femenina, frágil figura entre 
tipos masculinos que ejercen o buscan el poder".
 Encarna el estereotipo de la joven enamorada que traiciona a su familia
 y huye de su hogar para estar junto a su amado, pero este no está a la 
altura del amor que Ariadna le ofrece. Diferentes versiones del mito afirman que
 Teseo abandonó a Ariadna porque se enamoró de una de las jóvenes que 
viajaban junto a ellos en el barco de regreso a Atenas, o que Artemisa 
intervino para obligarlo a huir de Naxos dejando atrás a Ariadna. En 
todo caso, Teseo se aleja de ella sin explicarle las razones de su 
marcha. 
En
 este mito el hilo de Ariadna representa la atadura, el vínculo que une a
 los dos miembros de la pareja y los compromete recíprocamente, pues el 
ovillo que ella entrega a Teseo "es su arma para ligar al héroe a su 
propio destino".
 El mismo hilo que permite al héroe entrar y salir del laberinto lo ata 
después a su salvadora; él rompe esa atadura cuando abandona a Ariadna y
 huye en silencio rumbo hacia un futuro del que ella no forma parte. 
Teseo se aprovecha de Ariadna para que le ayude a vencer al monstruo y 
poder así aumentar sus hazañas heroicas; desde el punto de vista 
masculino "una de las razones por las que gusta el cuento de Teseo y el 
minotauro es porque Teseo escapa del peligro matando a la bestia y 
escapando del laberinto, con la ayuda, por supuesto, de una hermosa 
princesa".
 Ariadna no es sujeto de su propia historia sino que funciona como 
recompensa, es el premio que espera al héroe al final del camino, una 
vez que este haya vencido al monstruo. Sin embargo ese premio tiene su 
reverso, y acaba por convertirse en una carga excesivamente pesada que 
Teseo quiere dejar atrás. 
Pero
 la huida de Teseo es susceptible de una lectura alternativa en clave 
positiva, ya que introduce un punto de inflexión en la historia de 
Ariadna y abre para ella un camino de empoderamiento en el que, liberada
 del orden patriarcal representado por Minos y Teseo, toma conciencia de
 sus capacidades y conocimientos y empieza a utilizar los recursos a su 
alcance para desarrollar su propio proyecto. Sin Teseo, Ariadna se 
atreve por primera vez a usar el hilo para recorrer ella misma el 
laberinto y enfrentarse a todos sus monstruos, y esa audacia de Ariadna 
es la que apoya una lectura de esta figura mitológica como un referente 
de autosuficiencia femenina. 
Después
 del abandono de Teseo, hay varias versiones sobre lo que le sucedió a 
Ariadna. Una de las interpretaciones es que Ariadna se había unido a 
Teseo en el templo de Artemisa y la diosa, enfadada, castiga esa 
impiedad matando a Ariadna.
 Otra versión cuenta que Dionisos, enamorado de Ariadna, acude a su 
encuentro y se casa con ella, pero Artemisa, celosa de la joven 
cretense, la mata, y en recuerdo de ella Zeus pone su corona en el 
cielo; es por eso que hay una constelación llamada "la corona de 
Ariadna".
 Una tercera versión del mito, recogida entre otros por Hesíodo, afirma 
que "la boda de Dionisos con Ariadna hace que Zeus le conceda la 
inmortalidad".
 Esta versión es la que más nos interesa aquí, ya que es la que mejor 
permite llevar a cabo una lectura del mito de Ariadna . 
Ariadna
 y los elementos asociados a ella, el ovillo y el laberinto, adquieren 
otra dimensión simbólica a partir de su llegada a Naxos y su encuentro 
con Dionisos, hijo de Zeus y Semele, dios del vino, del éxtasis místico y
 de la embriaguez. Dionisos es el dios que honra a la madre y, a través 
de ella, a todas las mujeres, y representa por tanto un nuevo modo de 
relación entre lo masculino y lo femenino.
 Es el dios transgresor que irrumpe en el flujo del tiempo cotidiano y 
lo altera.
 La celebración dionisíaca se abre a lo inesperado, rompe con la 
monotonía y posibilita que aflore lo que estaba oculto y reprimido 
porque, de la mano de este dios, "uno se pierde en sí para encontrarse a
 sí mismo". No hay una preocupación por la inmortalidad sino que "todo se 
juega aquí, en la existencia presente", cuyo carácter complejo y poliédrico se ve reflejado en el espejo de Dionisos.
Lo
 dionisíaco se asocia a que "las profundidades de la realidad se han 
abierto, las formas elementales de todo lo que es creativo, de todo lo 
que es destructivo, han aflorado",
 pues esta deidad ambivalente conecta lo elevado y lo subterráneo, lo 
visible y lo invisible, lo expresado y lo silenciado. Se borran las 
fronteras entre lo divino y lo humano y Dionisos "arrastra al ser humano
 al universo del devenir, de lo sensible, de la multiplicidad, para 
hacerle traspasar sus propias fronteras y entrar en la esfera de lo 
inefable, lo permanente, el eterno retorno". Este dios es el que reúne y conecta, lleva a cabo la síntesis de lo heterogéneo. "En él se dan lo uno y lo múltiple" porque para este dios
 todo son máscaras, la identidad no es unívoca sino laberíntica, y en el
 espejo que Dionisos porta "nuestro reflejo se perfila como 
una figura extraña, una máscara que, frente a nosotros, nos mira".
 Dionisos nos empuja a jugar con todas nuestras máscaras, lo que equivale 
también a recorrer todos los caminos de nuestro laberinto. La conexión 
simbólica entre Ariadna y Dionisos se hace así evidente, ya que el 
espejo y el laberinto aluden a nuestra realidad más profunda, a nuestra 
existencia que se manifiesta como una síntesis de elementos diversos: 
todos los reflejos que el espejo nos devuelve, o todas las rutas que 
podemos hacer por el laberinto. 
La
 temporalidad de Dionisos no está organizada linealmente ni sometida a 
la vara de medir de las Moiras sino que está ligada al ovillo mágico de 
Ariadna, ese hilo interminable que permite desviarse del destino 
preestablecido y transitar infinitas veces por el laberinto de lo 
incierto, lo monstruoso, lo desconocido, lo inconsciente y lo aterrador…
 Dionisos y Ariadna nos instan a adentrarnos en el caos de lo que somos,
 a recorrer nuestro propio laberinto siguiendo itinerarios no 
prefijados. Y el hilo de Ariadna, profunda conocedora de ese espacio y 
hermanastra del monstruo que lo habita, servirá para que siempre podamos
 entrar y salir de él. 
Ariadna
 comienza a tomar conciencia de la multiplicidad que la constituye a 
partir de su encuentro con Dionisos, y esto le permite iniciar un camino
 de exploración y autoconocimiento que puede interpretarse como una 
forma de aumentar su poder. Ariadna asume que el ovillo mágico le 
pertenece y lleva a cabo una reapropiación del hilo que le va a permitir
 tejer su propia existencia. Es fundamental "saber que se sabe", y Ariadna
 comienza a ejercer su poder cuando descubre el verdadero valor de su 
conocimiento del laberinto y lo usa en su propio provecho, poniendo en 
práctica una actitud audaz que la lleva a entrar hasta el fondo del 
mismo en lugar de conformarse con esperar a Teseo junto a la entrada. En
 este segundo momento del mito, Ariadna logra sustraerse al poder 
patriarcal (Ariadna esté sola en una isla, Naxos, 
lejos de su familia y fuera del influjo de la ley del padre) y se 
aventura a enfrentarse con lo desconocido, a gestionar la alteridad 
representada por el minotauro, mitad hombre y mitad animal, hermanastro 
de la princesa, y que por tanto está estrechamente emparentado con ella…
 y podría decirse que forma parte del núcleo de su ser. Ariadna se 
eleva cuando se enfrenta a esa alteridad que el laberinto y su 
monstruo representan, aun sabiendo que es probable que no le guste lo 
que va a encontrar ahí dentro. Se atreve a saber, porque en cierto modo 
intuye que el conocimiento de las profundidades del laberinto le dará 
poder sobre sí misma. 
El
 laberinto es el espacio de lo desconocido, de lo oculto, de la 
alteridad más radical que permanece latente en el interior de cada 
individuo.  El feminismo actual descarta la heterodesignación y busca superar la 
definición de "mujer" construida desde el punto de vista masculino, a la
 vez que se esfuerza en encontrar las herramientas más adecuadas para 
llevar a cabo la "desconexión y desidentificación de la institución 
socio-simbólica de la feminidad, incluso a nivel inconsciente".
Ariadna es un buen ejemplo de esta actitud, entre otras cosas, porque nos enseña que lo monstruoso está dentro de cada individuo independientemente de su sexo, y que en lugar de negar esa dimensión constitutiva resulta más adecuado recorrer el camino que conduce hacia el centro del laberinto donde todos los senderos se entrecruzan y enmarañan, y donde las distinciones entre masculino y femenino, ser humano y animal, naturaleza y cultura, no son tan tajantes como el canon dominante ha querido hacernos creer. Ariadna despliega así un modelo de subjetividad nómada basado en el trazado de múltiples itinerarios a través de los planos de devenir que intersectan en cada existencia concreta, y que están simbolizados por la idea del laberinto.
Ariadna es un buen ejemplo de esta actitud, entre otras cosas, porque nos enseña que lo monstruoso está dentro de cada individuo independientemente de su sexo, y que en lugar de negar esa dimensión constitutiva resulta más adecuado recorrer el camino que conduce hacia el centro del laberinto donde todos los senderos se entrecruzan y enmarañan, y donde las distinciones entre masculino y femenino, ser humano y animal, naturaleza y cultura, no son tan tajantes como el canon dominante ha querido hacernos creer. Ariadna despliega así un modelo de subjetividad nómada basado en el trazado de múltiples itinerarios a través de los planos de devenir que intersectan en cada existencia concreta, y que están simbolizados por la idea del laberinto.
Al
 contrario que Teseo, Dionisos no teme a las ataduras que la relación 
con Ariadna implica; se compromete con ella precisamente porque se 
siente atraído por su hilo y porque desea conocer, de la mano de 
Ariadna, el laberinto y sus secretos. En relación con lo femenino, "Dionisos es el amante de mujeres que tienen el centro en sí mismas, que
 no están definidas por sus relaciones con hombres concretos" sino que transitan por sus propios laberintos en busca de su identidad.
 El amor de Dionisos da a Ariadna el papel de mujer adulta: le ofrece 
vino y la invita a explorar sus propios límites, a salir fuera de sí. 
Desde esta lectura "Ariadna se vincula a la duplicidad del eros conyugal de
 la mujer adulta",
 es amante y consorte de Dionisos y se sitúa en un plano de igualdad y 
reciprocidad con respecto a él. En esa unión hay un intercambio mutuo, 
él toma el hilo que ella le tiende y llega hasta el centro del 
laberinto, y ella, que creía conocer el laberinto, se interna otra vez 
en él con una nueva mirada, propiciada por la conexión entre distintos 
mundos que Dionisos le muestra y comparte con ella. A partir de su 
relación con el dios "Ariadna asume un poder y una trascendencia 
completamente nuevos",
 supera el dolor provocado por la traición de Teseo y pasa a ser la 
mujer que ama y es amada en igual medida, que es aceptada por el esposo 
en toda su complejidad porque Dionisos está dispuesto a asumir y acoger 
todos los laberintos que ella encierra. En este sentido, la unión de 
Ariadna y Dionisos simboliza la madurez del compromiso y la reciprocidad
 de la relación de pareja. 
Ariadna,
 cuyo nombre significa etimológicamente "la de gran pureza", alude 
asimismo al alma que se va purificando a medida que desenrosca el hilo 
dorado que sirve de guía por el interior del laberinto, en el camino 
hacia el conocimiento.Ni Dionisos teme al laberinto, ni Ariadna siente 
miedo ante la ruptura del orden establecido representado por el dios, 
pues sabe que adentrándose en la senda que él le indica podrá llegar a 
conocer aspectos insólitos del laberinto. Ariadna nos recuerda que el 
conocimiento profundo de las cosas siempre implica una cierta audacia, 
pues requiere ir más allá de lo establecido. Acontece así que, junto a 
Dionisos, "Ariadna ya no es el alma que aguarda fuera del laberinto 
mientras otro entra. Ella significa alma en el sentido de lo que se 
encuentra en el centro del laberinto".
 El laberinto simboliza a la propia Ariadna y es a ella a quien 
encontramos en su núcleo, porque el centro del laberinto es el punto de 
llegada del recorrido que Ariadna (y que cada mujer) ha de emprender 
para llegar a conocerse a sí misma y para construir y desplegar su 
identidad. Ese punto de llegada se convierte a su vez en punto de 
partida, porque los recorridos posibles por un laberinto son infinitos y
 porque "en el centro del laberinto llegamos al punto donde uno vuelve 
al comienzo" Desde esta perspectiva, el acto de enroscar y desenroscar el ovillo de 
Ariadna emula el proceso acumulativo y dinámico del autoconocimiento, 
que surge a partir de los distintos itinerarios que vamos trazando en el
 interior de nuestro laberinto, descubriendo cosas nuevas cada vez y 
ensartando cada aprendizaje en el hilo de la vida. El poder de Ariadna 
reside en su hilo mágico, que se constituye en asidero y punto de 
anclaje móvil que le permite transitar por todos los mundos, entrar en 
todos los laberintos y vencer a todos los monstruos, que son metáfora de
 todos los miedos. Ariadna comienza a empoderarse a partir del momento 
en que comprende el verdadero alcance de las propiedades mágicas de su 
ovillo y las utiliza para sí, para internarse en su laberinto e intentar
 descifrarlo y darle sentido, deconstruyéndose y reconstruyéndose una y 
otra vez. 
El
 hilo de Ariadna nos indica el camino hacia nuestro interior y nos 
alienta a buscar en él la fortaleza necesaria para superar las 
adversidades que la existencia nos plantea. Además, esta diosa nos 
recuerda que el autoconocimiento y la confianza en las propias 
capacidades son dos elementos fundamentales para el empoderamiento. 
Resumiendo...no
 se trata,  de romper con la tradición cultural de la que 
provenimos,sino de dialogar con ella, de buscar sus referentes básicos y 
releerlos, en un intento de 
satisfacer nuestra necesidad de hallar respuestas y de encontrar nuevas 
coordenadas desde las que cartografiar lo femenino y lo masculino y 
trazar mapas alternativos de las relaciones de género. Con certeza, 
reflexiones simbólicas como las que aquí se proponen permitirán avanzar tanto en un nivel ideológico como en un sentido práctico. 
Desplegar un proceso de autoconocimiento y experimentación similar al de
 Ariadna puede funcionar como metáfora del empoderamiento e 
inspirarnos, en el plano teórico, para cuestionar y reformular los 
discursos dominantes y recrear las tradiciones , para diseñar estrategias de actuación y establecer 
criterios concretos que permitan alcanzar mayores cotas de poder en los 
distintos ámbitos de nuestra vida privada y pública. Solo hay que tirar 
del hilo y ver dónde nos lleva.7
https://revues.univ-pau.fr/lineas/1121?lang=es
https://es.wikipedia.org/wiki/Ariadna
https://mitoyleyenda.com/mitologia/griega/ariadna/
http://www.laquintaesencia.eu/los%20laberintos.htm











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