En grandes ciudades sin murallas, de cuyos gobernantes lo ignoramos todo,
el trabajo de artesanos y agricultores sustentó una enigmática cultura
que desapareció de forma abrupta
a próspera cultura del valle del Indo fue contemporánea de las
grandes civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, y su desarrollo
económico, tecnológico y cultural es comparable al de éstas, más
antiguas. Su origen y su final son discutidos y oscuros, algo a lo que
sin duda contribuye el hecho de que su escritura no haya sido
descifrada. Esta potente civilización, que puso en pie las primeras
ciudades del subcontinente indio, probablemente surgió de la evolución
de las comunidades agrícolas establecidas durante el Neolítico junto al
río Indo y sus afluentes. Así, Harappa, que hacia 3500 a.C. era una
pequeña aldea junto al río Ravi, evolucionó hasta convertirse mil años
después en una gran ciudad que se extendía sobre 150 hectáreas. En tal
cambio pudieron influir las relaciones con el mundo urbano de los
sumerios, en Mesopotamia, o quizá simplemente jugó un papel importante
el comercio con esta zona, causa de un desarrollo económico que hizo
necesarias las ciudades, como núcleos de producción y de intercambio;
estas relaciones también pudieron suministrar un modelo de organización
y quizá las técnicas de construcción, que tanto en el Indo como en
Mesopotamia descansaban en el empleo del ladrillo de barro. Sea cual sea
su origen, lo cierto es que entre 2600 y 1700 a.C. floreció en el valle
del Indo una civilización técnicamente avanzada, basada en grandes
ciudades que constituían el centro de un amplio territorio.
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Gobernantes desconocidos
Las
ciudades del Indo parecen haber sido centros de defensa y de
administración, y de control y organización del comercio y la producción
artesanal. Quizás habría que pensar en una organización compleja, con
ciudades grandes que controlaban ciudades más pequeñas. Conocemos cinco
metrópolis, entre ellas Harappa y Mohenjo-Daro, las mayores y las
primeras que fueron excavadas (desde 1921); conocemos también otras cien
ciudades más pequeñas extendidas a lo largo del Indo y sobre la cuenca,
hoy seca, del río Saraswati.
Esta civilización urbana está llena de enigmas para los arqueólogos. Las ciudades, construidas en ladrillos cocidos de medidas estándar, gozaban de grandes adelantos urbanísticos: sus calles estaban empedradas, disponían de un complejo sistema de conducción de aguas residuales y contaban con pozos, públicos y privados, que proveían de agua a sus habitantes. Lo más sorprendente y característico de las ciudades del Indo es que están construidas de acuerdo a un plan urbanístico muy preciso. Suelen tener una ciudadela, frecuentemente rodeada de un recinto amurallado, que puede tener funciones defensivas, pero que también, como sucede en Harappa, sirve de defensa frente a las inundaciones del río junto al que se levantan.
En estas ciudadelas se encuentran los mayores edificios, sin duda de uso público. No se han identificado grandes templos o construcciones que podamos interpretar como palacios, pero en la ciudadela de Mohenjo-Daro se ha encontrado un edificio consistente en una gran piscina rodeada de pequeños recintos aparentemente destinados a vestuarios, lo que recuerda los «baños» que aún forman parte de muchos templos hindúes. En esta construcción, conocida como Gran Baño, se ha visto un recinto de tipo religioso destinado a rituales en los que tendría gran importancia el aspecto de purificación, con la que el agua está íntimamente vinculada; de ahí que se hable de la influencia de la cultura del Indo en la introducción de este tipo de rituales en el hinduismo posterior. Sin embargo, no se ha encontrado el templo anejo a esta construcción; quizás esté enterrado bajo el monumento budista construido sobre la antigua ciudadela: la estupa cuya existencia no ha permitido completar las excavaciones.
Fuera de los muros de las ciudadelas, las construcciones se agrupan ordenadamente en recintos dedicados a diferentes usos. Los barrios destinados a viviendas se organizan en calles trazadas a cordel, ordenadas en grandes bloques, todos dotados de un pozo común y un sistema de cloacas. Cada zona de la ciudad estaba destinada a un tipo de actividad determinado, con barrios especializados que acogían los talleres de ceramistas, tejedores, talladores de sellos... Sus habitantes gozaban sin duda de cierta consideración social, estabilidad y bienestar, y las calles principales parecen haber estado bordeadas de tiendas.
No hay barrios desordenados, lo que sugiere que las ciudades estaban regidas por un gobierno centralizado que se ocupaba –cuanto menos– de la planificación urbana y del mantenimiento de infraestructuras como el alcantarillado. Probablemente esta autoridad, cuyos rasgos desconocemos, controlaba la residencia en las ciudades, donde no podría instalarse cualquiera; los agricultores que las proveían de su sustento debían de vivir en pequeñas poblaciones diseminadas por el territorio.
En la parte más exterior de las ciudades, generalmente cerca del río, se encuentran grandes almacenes y graneros, construidos en filas ordenadas, divididos en varias cámaras y con un buen sistema de ventilación; allí se debían de acumular los alimentos, los productos destinados al comercio y las mercancías importadas de otras ciudades del Indo o de Sumeria.
Esta civilización urbana está llena de enigmas para los arqueólogos. Las ciudades, construidas en ladrillos cocidos de medidas estándar, gozaban de grandes adelantos urbanísticos: sus calles estaban empedradas, disponían de un complejo sistema de conducción de aguas residuales y contaban con pozos, públicos y privados, que proveían de agua a sus habitantes. Lo más sorprendente y característico de las ciudades del Indo es que están construidas de acuerdo a un plan urbanístico muy preciso. Suelen tener una ciudadela, frecuentemente rodeada de un recinto amurallado, que puede tener funciones defensivas, pero que también, como sucede en Harappa, sirve de defensa frente a las inundaciones del río junto al que se levantan.
En estas ciudadelas se encuentran los mayores edificios, sin duda de uso público. No se han identificado grandes templos o construcciones que podamos interpretar como palacios, pero en la ciudadela de Mohenjo-Daro se ha encontrado un edificio consistente en una gran piscina rodeada de pequeños recintos aparentemente destinados a vestuarios, lo que recuerda los «baños» que aún forman parte de muchos templos hindúes. En esta construcción, conocida como Gran Baño, se ha visto un recinto de tipo religioso destinado a rituales en los que tendría gran importancia el aspecto de purificación, con la que el agua está íntimamente vinculada; de ahí que se hable de la influencia de la cultura del Indo en la introducción de este tipo de rituales en el hinduismo posterior. Sin embargo, no se ha encontrado el templo anejo a esta construcción; quizás esté enterrado bajo el monumento budista construido sobre la antigua ciudadela: la estupa cuya existencia no ha permitido completar las excavaciones.
Fuera de los muros de las ciudadelas, las construcciones se agrupan ordenadamente en recintos dedicados a diferentes usos. Los barrios destinados a viviendas se organizan en calles trazadas a cordel, ordenadas en grandes bloques, todos dotados de un pozo común y un sistema de cloacas. Cada zona de la ciudad estaba destinada a un tipo de actividad determinado, con barrios especializados que acogían los talleres de ceramistas, tejedores, talladores de sellos... Sus habitantes gozaban sin duda de cierta consideración social, estabilidad y bienestar, y las calles principales parecen haber estado bordeadas de tiendas.
No hay barrios desordenados, lo que sugiere que las ciudades estaban regidas por un gobierno centralizado que se ocupaba –cuanto menos– de la planificación urbana y del mantenimiento de infraestructuras como el alcantarillado. Probablemente esta autoridad, cuyos rasgos desconocemos, controlaba la residencia en las ciudades, donde no podría instalarse cualquiera; los agricultores que las proveían de su sustento debían de vivir en pequeñas poblaciones diseminadas por el territorio.
En la parte más exterior de las ciudades, generalmente cerca del río, se encuentran grandes almacenes y graneros, construidos en filas ordenadas, divididos en varias cámaras y con un buen sistema de ventilación; allí se debían de acumular los alimentos, los productos destinados al comercio y las mercancías importadas de otras ciudades del Indo o de Sumeria.
Mesopotamia, el mercado del Indo
Las
avanzadillas de Harappa a lo largo de la costa de Makran (entre los
actuales Irán y Pakistán) y en la frontera terrestre del Irán moderno
indican un activo comercio con Mesopotamia, especialmente vigoroso
durante el reinado de Sargón de Acad (2334-2279 a.C.). Gracias a los
sellos del Indo encontrados en las excavaciones de la ciudad sumeria de
Ur, en Mesopotamia, sabemos que los mercaderes de Harappa y Mohenjo-Daro
comerciaban con sus colegas sumerios entre 2300 y 2000 a.C.
Desde el Indo se exportaban excedentes de grano, especialmente trigo, y quizá productos textiles. De esta época data la evidencia arqueológica del primer hilado del algodón en Mohenjo-Daro, pero no sabemos si este producto formaba parte de las exportaciones a Sumeria. La mayoría de las mercancías debían de ser pequeños objetos de lujo, como cuentas grabadas de cornalina, objetos taraceados en concha y hueso, peines de marfil y probablemente bienes que, mil años más tarde, el rey Salomón importó de la India, según refiere la Biblia: plumas de pavo real y monos. También se debían de enviar a Sumer perlas, tallas de maderas preciosas y productos de lujo importados tanto del sur de la India (quizás incluso de la costa de Malabar) como del norte, ya que hay objetos y cuentas de jadeíta procedentes del Tibet.
Una de las grandes incógnitas de esta civilización es la forma de gobierno. El urbanismo y la estandarización de las construcciones sugiere la existencia de un fuerte gobierno centralizado, pero lo único que avala la propuesta de un gobierno similar al mesopotámico, ejercido por un rey-sacerdote, es una estatuilla de barro que representa a un personaje masculino con barba y expresión majestuosa, con adornos en cabeza y brazos. No se han encontrado edificios que quepa interpretar como palacios, ni grandes templos, y en los cementerios de Harappa (los únicos hallados hasta la fecha) no hay muestras de una élite dirigente cuyas tumbas sean más ricas que las del común de los habitantes.
Otra gran incógnita es la de la religión. La abundancia de pequeñas estatuillas de cerámica que representan fundamentalmente animales macho –de todo tipo, pero en especial toros–, símbolos fálicos (linga) y figuras femeninas con los órganos sexuales muy resaltados se consideran el testimonio de una religión que rendiría culto a la fertilidad encarnada, por un lado, en un principio masculino y, por otro, en la veneración a una diosa-madre.
Desde el Indo se exportaban excedentes de grano, especialmente trigo, y quizá productos textiles. De esta época data la evidencia arqueológica del primer hilado del algodón en Mohenjo-Daro, pero no sabemos si este producto formaba parte de las exportaciones a Sumeria. La mayoría de las mercancías debían de ser pequeños objetos de lujo, como cuentas grabadas de cornalina, objetos taraceados en concha y hueso, peines de marfil y probablemente bienes que, mil años más tarde, el rey Salomón importó de la India, según refiere la Biblia: plumas de pavo real y monos. También se debían de enviar a Sumer perlas, tallas de maderas preciosas y productos de lujo importados tanto del sur de la India (quizás incluso de la costa de Malabar) como del norte, ya que hay objetos y cuentas de jadeíta procedentes del Tibet.
Una de las grandes incógnitas de esta civilización es la forma de gobierno. El urbanismo y la estandarización de las construcciones sugiere la existencia de un fuerte gobierno centralizado, pero lo único que avala la propuesta de un gobierno similar al mesopotámico, ejercido por un rey-sacerdote, es una estatuilla de barro que representa a un personaje masculino con barba y expresión majestuosa, con adornos en cabeza y brazos. No se han encontrado edificios que quepa interpretar como palacios, ni grandes templos, y en los cementerios de Harappa (los únicos hallados hasta la fecha) no hay muestras de una élite dirigente cuyas tumbas sean más ricas que las del común de los habitantes.
Otra gran incógnita es la de la religión. La abundancia de pequeñas estatuillas de cerámica que representan fundamentalmente animales macho –de todo tipo, pero en especial toros–, símbolos fálicos (linga) y figuras femeninas con los órganos sexuales muy resaltados se consideran el testimonio de una religión que rendiría culto a la fertilidad encarnada, por un lado, en un principio masculino y, por otro, en la veneración a una diosa-madre.
¿El precedente de Shiva?
Uno de los más conocidos sellos de
Mohenjo-Daro representa a una figura masculina –quizás un dios– con el
falo erecto, sentada en posición del loto y con un tocado de cuernos de
búfalo de agua, rodeada por animales macho: un tigre, un elefante, un
rinoceronte, un búfalo de agua y un carnero. Parece tener dos caras –o
una máscara de tigre– y cubre su torso con una piel de tigre. Es
claramente un «señor de las bestias», un poder que somete a la
naturaleza; esta imagen ha sido identificada con Shiva y ha hecho pensar
que la cultura del Indo introdujo el ascetismo y el yoga en la
religión védica que trajeron los arios, quienes invadieron la India
hacia 1200 a.C. Aunque atractiva, tal hipótesis es mera especulación, ya
que tanto ese tipo de «señor de las bestias» como los símbolos fálicos
se encuentran en los indoeuropeos antecedentes de los arios, y en
culturas de Asia central y del Próximo Oriente contemporáneas a la del
Indo. Todo ello podría aclararse si se consiguiera descifrar la
escritura del Indo, que encontramos en inscripciones en piedra y sobre
todo en los sellos característicos de esta cultura.
El abrupto final de la civilización urbana del valle del Indo no fue consecuencia de una
guerra o invasión, sino muy probablemente de la conjunción de una serie de desastres naturales y un cambio en las condiciones climáticas. Hacia 1700 a.C., en Mohenjo-Daro hubo movimientos tectónicos que causaron un cambio de cauce del Indo, incendios e inundaciones y una precipitada huida de la ciudad. Estos desastres, unidos a la intensa deforestación del territorio con fines agrícolas y para obtener leña con la que cocer ladrillos, debieron de provocar una drástica reducción de la población y los recursos, y con ello del comercio que sustentaba a las grandes ciudades, que se despoblaron paulatinamente. A partir de 2000 a.C. se detecta un declive de esta cultura. Muchos asentamientos menores del Indo fueron abandonados (pero no destruidos), y aparecieron otros nuevos al sureste, más pequeños y modestos. Cuando los arios penetraron en el valle del Indo, las grandes ciudades se habían arruinado y habían dejado de existir.
El abrupto final de la civilización urbana del valle del Indo no fue consecuencia de una
guerra o invasión, sino muy probablemente de la conjunción de una serie de desastres naturales y un cambio en las condiciones climáticas. Hacia 1700 a.C., en Mohenjo-Daro hubo movimientos tectónicos que causaron un cambio de cauce del Indo, incendios e inundaciones y una precipitada huida de la ciudad. Estos desastres, unidos a la intensa deforestación del territorio con fines agrícolas y para obtener leña con la que cocer ladrillos, debieron de provocar una drástica reducción de la población y los recursos, y con ello del comercio que sustentaba a las grandes ciudades, que se despoblaron paulatinamente. A partir de 2000 a.C. se detecta un declive de esta cultura. Muchos asentamientos menores del Indo fueron abandonados (pero no destruidos), y aparecieron otros nuevos al sureste, más pequeños y modestos. Cuando los arios penetraron en el valle del Indo, las grandes ciudades se habían arruinado y habían dejado de existir.
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/9008/cultura_del_valle_del_indo.html?_page=2
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